El tiempo de los estados

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Cachivache Media
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5 min readAug 7, 2017
Foto: Joanna Montero / Cachivache Media.

Por: Pedro Enrique Villarreal Sosa

A veces, gracias a las emociones fuertes que provocan los sucesos inesperados llegas a reparar en la importancia del tiempo. A pesar de que vivimos en un solo mundo hay tantas temporalidades como identidades confluyendo, porque cada uno tiene su tiempo de reconocerse, de cambiar su ritmo, de amplificar su trayectoria en busca de su felicidad. Visto de este modo, cada ser humano puede verse como una pieza dentro del gran reloj del mundo. Por eso es importante no parar de moverse para que ese entorno que percibes nunca llegue a detenerse.

Pienso en todo esto a propósito de una experiencia estética que tuve la oportunidad de vivir hace poco en el actual estudio de Wilfredo Prieto: un viejo taller donde reparaban motores de barcos, ubicado sobre esa parte del mar que se conecta con el río, muy cerca del puente de hierro. Un lugar que en otro tiempo era una zona pesquera y donde ahora solo pueden encontrarse desperdicios y brisas de mal olor que deja Jorgito, una de las pequeñas lanchas que pasan de vez en cuando por el río. A pesar de todo es un sitio interesante, con una hermosa vista.

Allí, los artistas William Ruiz desde el teatro, Gabriela Burdsall desde la danza y Kiko Faxas desde la música –junto a otros colaboradores como Luis Enrique Carricaburu, Marta Luisa Hernández, Heriberto Meneses, Alejandro Miñoso, Jarlys Ramírez, Laura Ríos, Yasel Rivero, Claudia Hilda Rodríguez, Jennifer Tejeda y Mario Varela– decidieron crear un acontecimiento performativo en torno a la idea del tiempo.

El trabajo transcurrió durante siete horas, el pasado 1ro de julio, y eligieron llamarle |Σ 2n| Ensayo de duración. Luego me explicaron que el símbolo de sumatoria al lado del dos era porque en el proceso siempre había una tendencia de trabajar en dúos. Me gusta pensar también en la idea orgánica de colaboración y que otro modo de valorar nuestro tiempo es precisamente nuestra relación con la temporalidad del otro.

A intervalos transcurrían lo que ellos llamaban “sesiones de duración” y que se repetían cada dos horas con cambio de locaciones. Las sesiones estuvieron determinadas por intervenciones individuales instaladas en distintos lugares del estudio, composiciones coreográfica-sonoras, improvisaciones de movimientos basadas en el vínculo y relación con el otro, un poema coral cuya partitura era un folleto para ensamblar motores, y un espacio de descanso donde los convocados iban a tomar algún mojito o cuba libre y hacían poca estancia.

Fotos: Joanna Montero / Cachivache Media.

La ubicación de la mayoría de las intervenciones en lugares poco visibles de la instalación incitaba al espectador al descubrimiento del espacio para encontrar al otro. En algunos se podía hallar a un ejecutante rompiendo las losetas viejas del antiguo taller a la vez que convidaba al público a que colaborasen con él. En otro una mujer transportaba agua con contrapesos en las manos y luego escribía con tiza supuestos datos sobre el problema de ese líquido en esa región de La Habana. En la habitación contigua un actor sentado describía en un espacio totalmente vacío los hermosos objetos que no existían y hacían de ese sitio el lugar ideal para vivir. Una mujer en un estante cambiaba continuamente objetos de un lado a otro. Un hombre sostenido por un gancho eléctrico que el mismo manipulaba lavaba sus pies y los ponía a secar. Otro transportaba en una plataforma pesada sobre raíles plantas, que luego colocaba en un jardín que él mismo construía.

La actitud de los performers con respecto al espacio no era para nada egocéntrica, sino que, por el contrario, se lograba una relación tan personal con la materia que lo mismo podíamos pensar en un objeto humanizado que en un sujeto máquina. Esto nos permitía una relación con un espacio no invasivo en donde cada uno era dueño de su tiempo y del sitio que elegía para ocuparlo. En este sentido el tiempo no se convertía en algo ajeno a nosotros, sino que podía ser sentido y moldeado por nuestras acciones. A su vez era un modo también de construir una cartografía de los afectos que no solo asimilaba una relación personal con la obra, sino que propiciaba el encuentro social en los trayectos.

Todo esto se matizaba con una música electroacústica suave, prácticamente imperceptible, que a ratos parecía refrescar y acariciar la solidez de ese lugar. Kiko Faxas, encargado del ambiente sonoro, se dedicó a registrar con una pequeña grabadora de cinta algunos detalles en diferentes espacios mientras sucedía la obra. Este resultado era reproducido en la última hora de la experiencia como testimonio in situ de lo que aconteció. De pronto te encontrabas hablando con alguien a la vez que podías escuchar a personas o situaciones sonoras que ya no existían. Es una forma también de aprender a convivir con el pasado… con la pérdida. Y pienso en Barthes cuando hablaba de la fotografía como un modo de perpetuar los instantes muertos, así también los sonidos.

Fotos: Joanna Montero / Cachivache Media.

Sin embargo, para los creadores, no solo se trataba de generar sonoridades sino de posibilitar escuchas. Según el programa de mano, la obra pretende crear “convivencias de colaboración y de intercambio entre disciplinas de diversas índoles. Se proponen procesos de experimentación en el lenguaje del arte que accionen situaciones colectivas y que apuesten por proyectos cooperativos y sostenibles. La intención, más que obtener resultados puramente estéticos, es generar reflexiones en torno a cuestiones contemporáneas y dar paso a nuevas formas de creación.”

Esta voluntad, unida a la cuestión perceptiva del tiempo como problemática y provocación; no solo nos incita a pensar en lo que este significa sino en qué momento lo pensamos. En este sentido, el tiempo se piensa y se padece por los estados que provoca, por las experiencias que los contiene a estos. “Recordar es volver a vivir”, porque los recuerdos son también las marcas temporales de nuestra vida: determinan el tiempo transcurrido, pueden definir nuestro tiempo presente y modificarlo. Moverse, trabajar y compartir fueron las claves de esta experiencia estética, que ojalá y siempre pueda recordar.

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