Este soy yo con la mujer que amo

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10 min readAug 18, 2017

Por: Yohandry Manzano

Voy a ponerlo fácil. Si has estado en un concierto de música conocerás ese momento que posee una suerte de efecto mindnapping. Estás tú ahí, tranquilo, en pleno disfrute, esperando el bonus track, y buena parte del público empieza a lagrimear de una u otra manera. Aquí van los bamboleos de cabeza sincronizados, elogios de los fanáticos, críticas del aguafiestas, los comentarios que no sabes si son inteligentes por defecto, los pucheros, el adiós de Granada.

Yo lo llamo el momento “This is our last song” y confieso que me gustaría estar en la otra parte del público, la que está out por el alcohol o alguna sustancia adictiva, pero sucede lo siguiente, no voy a un concierto a descubrir música y como me mantengo atento ese momento llega, quiéralo o no.

Es cierto que hay artistas que se pasan de listos y aprovechan el ambiente íntimo y no hacen esa pausa necesaria. Era ahí cuando yo empezaba a sentir que había pagado por entrar a una fiestecita de barrio. Hablo en pasado porque hubo un tiempo en que era muy fácil tener esa sensación. Ya no, casi no puedo, quizás luego entenderán la causa.

Con el momento “This is our last song” pasa lo mismo que con el reciente comercial que lanzó Nike a propósito del MVP de las finales de la NBA. Desde el primer juego ya sabíamos que no iban a ser los Warriors quienes hundirían a los Cavaliers, iba a ser Kevin Durant solito, y la prueba no son los cuatro juegos que siguieron, la prueba es ese comercial. Un grupo de personas alrededor de una mesa redonda discutiendo la idoneidad de quien fuera la segunda selección del draft en 2007. Un tipo dice que es muy débil y flaquito, y luego otro dice que está flojo, mucho, y así sucesivamente la discusión gana en voltaje mientras detrás, en grandes pantallas, se ven imágenes del Oklahoma City. “Durant no defiende”, “Durant no es un verdadero líder”, bla, bla, bla. Entonces se escucha una voz en off, “Kevin Durant will sign with the Warriors”. Sabemos qué siguió: Durant en su versión Durantula desplegada en los playoffs, insufrible y machacante. El comercial cierra con el silencio de todos y la imagen de Durant acompañada de una frase, una única jodida frase: Debate this.

Ya dijo alguien que ir a un concierto es la mejor manera de averiguar qué música haríamos si la hiciéramos. Y que la música es lo mejor que podemos esperar del arte lo dijo Kurt Vonnegut el siglo pasado, una verdad irrefutable.

Los momentos “This is our last song” también son irrefutables a pesar del esfuerzo de aquellos que se empeñan en decir que son muy ridículos. Yo prefiero biengastar el tiempo en otra cosa porque en realidad me encantan. Un momento como ese, dice mi hermana, es algo impresionante. Lo veo como un eslabón en la misma cadena de valor que ese plausible acto de resistencia común en el que miles y miles de personas aprietan, simultáneamente, Ctrl+Alt+3 seguido de otro significante tecleado con emoción, para hacerse escuchar en forma de protesta.

Así se mueven las montañas hoy. Las luces se apagan, los técnicos cambian las guitarras, un ajuste en el sistema de audio, nuevos pomitos de agua y seguimos.

Demostrémoslo a contracorriente. Tomemos el ejemplo del grupo LCD Soundsystem; entre todos los momentos “This is our last song” que he vivido, el más épico, sin duda, es el de la banda neoyorquina. Lo pongo en perspectiva. Madison Square Garden repleto, más de dos horas de concierto y nadie, absolutamente a nadie le cabía en la cabeza que llegaría ese momento; podías sentir las respiraciones entrecortadas, el sobrepeso de la energía. El último concierto de unos tipos que tras grabar tres discos de estudio atómicos –un homónimo en 2005, Sound of Silver en 2007 y This is Happening en 2010– decidían que no habría un día después, que se salían del juego para siempre. ¿Y saben qué? Estaba bien, no había dolor excesivo en ello. Durante unas semanas se encargaron de comunicarlo mediante entrevistas, declaraciones en televisión, etcétera. Llegué al Square Garden convencido de que escucharía cantar a un tipo que a la pregunta de un periodista “¿por qué se van? ¿Acaso tienen algo más importante que hacer ahora que están en la cima?”, fue capaz de responder, “simplemente quiero hacer otra cosa”, “¿Cómo qué?” pregunta el periodista. “Levantarme en la mañana y hacer café”, respondió James Murphy, frontman de LCD Soundsystem.

No vale la pena explicarlo, pensaba yo aquel 2 de abril de 2011; con solo recordar líneas de Losing My Edge es posible darle forma a una idea. I’m losing my edge, I’m losing my edge / The kids are coming up from behind / I’m losing my edge, I’m losing my edge / To the kids from France and from London / But I was there, I was there in 1968 / I was there at the first Can show in Cologne. Y después algo como, I’m losing my edge / To the Internet seekers / Who can tell me every member of every good group from 1962 to 1978. Y, I’m losing my edge, I’m losing my edge / I can hear the footsteps every night on the decks / But I was there, I was there in 1974 / The first Suicide practices in a loft in New York City / I was working on the organ sounds with much patience / I was there when Captain Beefheart started up his first band / I told him, «Don’t do it that way. You’ll never make a dime».

Pues allí estábamos, en el último concierto de LCD Soundsystem, yo perdiendo mi punto de posicionamiento teórico, haciendo múltiples señas para que Snowden supiera en Hawái, y a través de las cámaras, dónde se estaba reventando el mundo, cuando Murphy dijo, “This is our last song” y explicó que aunque sabían que era el final de la banda no lo decían con tristeza, no era, “Oh, no, this is our last song”, era más, “¡¡This is our last song!!”. Eso con los acordes de “New York, I Love You but You’re Bringing Me Down” acechando desde el escenario y Murphy agradeciéndonos, al público, por haberlos acompañado.

Era el inicio de una época sin LCD. Miles de personas viajaron, miles hicieron lo suyo para cumplir con la banda, dejaron al bebé con el vecino, pidieron prestado, discutieron, se reconciliaron, alteraron sus ciclos de sueño, compraron múltiples tickets. Apuesto a que hubo alguien, un simpático desconocido, que perdió algo más sin siquiera imaginar que el “Thank you so much for coming and doing this with us on both sides”, era otra manera de decir, “Gracias por compartir este chiste con nosotros”.

Estuvo bien, a todos nos gusta ser chistosos con el mismo gozo con el que pedimos más cosas gratis. Aquel gozo fue colectivo y quedó archivado en Shut Up and Plays the Hits.

Hay un documental sobre John Lennon en el que aparece una escena que sirve para comprender la fenomenología del chiste en la música. Lennon en su mansión habla con un vagabundo que está profundamente consternado porque no halla coherencia entre las canciones del beatle y su modo de vida, la realidad de que habite una mansión. Sorprendido y con todo el amor que sabemos fue capaz de dar, Lennon le dice algo como son solo canciones, no las confundas con tu propia vida.

A la vuelta de los años la gracia de LCD Soundsystem cuajó de manera espectacular. Tal vez me falle la memoria, pero creo que Bo Jackson jugó más tiempo, simultáneamente, en la MLB y en la NFL, que lo que duró la “retirada” de James Murphy y compañía. Hubiera pagado para ver las caras de tantos desconocidos simpáticos, los seguidores acérrimos, que en enero del año pasado leyeron la carta en la que oficialmente anunciaban el regreso. Yo la leí y confieso que la mía se volvió un poema vertical de Roberto Juarroz. Pero después de meditarlo los perdoné y hasta los entendí; vivir otro momento “This is our last song” como el de abril de 2011 sería un remake inclasificable, y esta era la oportunidad.

Nadie mejor para cumplir mi deseo que ellos. El teaser lo acabo de tener recientemente, cuando nos soltaron, como quien suelta las amarras de un gran buque, otra enorme actuación, esta con dimensiones de efectismo intergaláctico. Resulta que fue Bowie quien resolvió la complicada ecuación LCD Soundsystem. Lo inexplicable para los seguidores, qué había pasado, Bowie lo desentrañó. Sí, el hombre que vendió el mundo convenció a James Murphy de que reuniera a la banda otra vez; entre lo último que Ziggy le regaló a la música estuvo este detalle.

Así, las líneas de la carta de Murphy donde decía que tenía más canciones escritas que nunca, que entendía la furia e impotencia de los seguidores y que no se trataba de que tocarían solo en Coachella, quedan para un guion de Woody Allen, puro chiste. Todo se trataba de Ziggy, “¿No te sientes incómodo con todo esto?”, a lo que Murphy respondió que “sí, lo estaba”, y Bowie replicó, “mejor, porque debería hacerte sentir incómodo”. Sé que suena a bocadillo de dibujo animado, pero dice Murphy que así fue, en algún encuentro posterior al lanzamiento de Blackstar, último disco de Bowie en el que Murphy toca la batería, y antes de conocer la triste noticia de la muerte de un ícono de los setenta la misma semana en la que los LCD anunciaban el retorno.

¿Logras sentirte incómodo con todo esto?

Yo no, lo tengo asumido. Me siento a ver la publicidad de Coachella, alterno entre Coachella Live y Coachella Thank You, y se me quita el desasosiego. Es el mindnapping. El otro día, en medio de mi sesión diaria, llegó mi hermana, consternada porque había ido a un concierto en los exteriores de la Basílica de San Francisco de Asís y el artista no dijo “This is our last song” y por tanto no pudo pedirle a su novio de 27 años un besito de la suerte. Mi hermana tiene 30 y a los 22 me dijo que en cinco años sería una persona diferente, a los 27 dijo lo mismo reduciendo en dos los años de metamorfosis. Y es cierto que cumplió los ciclos sin contratiempos.

A los 22 se tatuó un mapamundi, escuchaba a los Beatles, a los Stones, Led Zeppelin y Queen, tenía sexo wide open con media Habana y sus días tranquilos los pasaba atolondrada con Lolita. A los 27 sumó dos tatuajes más (el logo de Greenpeace y la torre Eiffel), y como el sexo se sofisticó y se convirtió en una cuestión de saturar y agrupar, diseñó un calendario (hombres lunes y viernes, mujeres los martes y jueves, el viernes día de gimnasio, y los fines de semana no recuerdo, ponle imaginación). Además de Micky, Lennon, Page y Mercury, empezó a escuchar jazz, aunque no podía distinguir entre Charles Mingus, Charlie Halden, Paul Chambers, Javier Colina y Ron Carter, y mucho menos entre Bebo, Paul Bley, Thelonious Monk y Bill Evans. En temas literarios, para estar al día, devoraba La espuma de los días y El amante de Lady Chatterley.

Ahora, a los 30, comparte enlaces de Facebook del tipo “¿Podremos adivinar dónde naciste por tus conocimientos generales?”, envía mensajes crípticos en la madrugada con emojis y letras de Pink Floyd a sus amantes, abandonó los tatuajes porque le parecen infantiles, dice que tiene un gran futuro en el marketing digital con la ola de la fintech, se redescubre en la lectura, o lo que sea que eso pueda significar, mientras hojea páginas de Vogue o GQ, continúa afirmando que con Yellow evoca sus inéditos recuerdos sentimentales y escucha a Paolo Nutini, Alabama Shakes y a Maluma, un portento que te provee lo mismo que la lectura de cualquier libro de Albert Camus según el Instituto Nacional de Bellas Artes de México. Los mexicanos, unos tipos que humillan a dos de cada tres mujeres y no pierden la vis cómica.

Mi hermana es una chica entrañable, lo sé. Los mexicanos también son entrañables, paz y amor.

En A bordo del naufragio, Alberto Olmos dice que observando el tiempo preciso es posible enamorarse de cualquiera. “Todo el mundo es bueno, solo hay que darles tiempo”. No puedo hacer otra cosa que amar a mi hermana, aunque utilice palabras como exteriores para referirse a una plaza y terminal para referirse a su celular. A veces tengo la sensación de que en realidad es otra persona que se comió a mi hermana y solo soy un testigo del interminable proceso de digestión. Igual hago el esfuerzo y logro verla. Por eso le dije, cuando se tiró en el sofá preocupada por la omisión que hubo en la Basílica, que su incidente había sido lo mejor, no debía sentirse incómoda, tendría otros, muchos, besitos de la suerte. Lo dije sin ironía, porque de nada vale ser irónico si vives en un mundo en el que la palabra ironía carece de sentido más allá de los diccionarios o de cualquier página de referencia en la web, de nada vale, a no ser que encuentres placer en ir por ahí haciendo el tonto.

Tras calmarla nos pusimos a escuchar Call the Police y American Dream, los nuevos singles de LCD Soundsystem en espera del nuevo disco que sale en septiembre. La pasamos bien, ella danzando y yo observándola. La noche deslizándose a través de mi confusión por ya no poder distinguir, apenas, entre una fiestecita del barrio y un concierto. Ella me pide que baile y me limito a poner mi mejor cara de vagabundo, alzo el dedo pulgar en señal de todo está bien. En definitiva, aquello que alguna vez cantó una banda, It’s like the culture without the effort of all of the luggage / It’s like a discipline without the discipline of all of the discipline / It’s like a movement without the bother of all of the meaning / It’s like a culture without the culture of all of the culture, son solo palabras. De acuerdo, nadie debe confundirse con esto.

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