La toma de La Habana por los otakus

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12 min readAug 1, 2016
Un grupo de cosplayers sentados en el muro del Complejo Morro Cabaña con La Habana de fondo. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.

Por: Zulema Samuel del Sol

El complejo Morro-Cabaña, fiel a su costumbre de ser tomado por asalto, se doblegó el sábado 16 de julio a las tropas niponas. Sin querer asustar a las fuerzas armadas nacionales, aclaro de antemano que esta vez la intromisión fue pacífica, netamente cultural. Eso sí, algunos de los nuestros han traicionado, se han vestidos de piratas peliverdes con tres catanas y shinigamis de nuevo tipo.

Durante los primeros días del III Festival Nacional Otaku (OTAFEST) imaginaba partes de guerra en medio de la fortaleza habanera, pero entre tanto ruido de series animes la idea de la conquista se fue diluyendo, y caí víctima de los recuerdos de mis tiempos de otaku.

El conocimiento que en mis años de secundaria fuera ejemplo de rareza, aquí deviene en rito de iniciación en la comunidad. El sábado 16 de julio, 1496 personas –según Love In, uno de los patrocinadores del evento– rondaban por las galerías finales del complejo colonial, amontonados alrededor de los stands de mercadotecnia otaku en busca de figuras de acción, pines y posters de One Piece, Naruto, Fairy Tail, D. Gray Man y otras tantas series. Junto a las mesas proveedoras, un muchacho explicaba a los curiosos el origen de la docena de figuras 3D de superhéroes que tenía en exhibición. Venían, según relataba, “del otro lado del muro”.

Las actividades se concentraban en cuatro naves contiguas: una para la venta de productos relacionados con la convención y el Maid Café, dos destinadas a los torneos de videojuegos y otra para el dibujo y el Área Tradicional Japonesa. Todos colmados hasta el tope de visitantes y cosplayers. Algunas galerías estaban cargadas de un ambiente más surrealista que otras. Varios quedaban paralizados ante un muchacho con vendajes ensangrentados, casco piramidal sobre la cabeza y una espada casi de su estatura. Si no fuera por la normalidad con la que una señora mayor le ajustaba los vendajes, muchos se hubieran creído en los mismísimos pasajes de Silent Hill.

Cosplayer disfrazado de Pyramid Head, personaje de la saga de videojuegos de Silent Hill. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.

Para los recién llegados la sorpresa en las áreas libres de La Cabaña era más que segura. Durante The Walking Cosplay, como decidieron llamar al evento, decenas de jóvenes personificaron delante de las cámaras a figuras de animaciones y videojuegos japoneses (y algún que otro serial norteamericano).

Entre los enmascarados estaba Mosquito, un personaje secundario de Soul Eater. El proceso de transformación hacia este villano resultó agónico para Jatniel Núñez, uno de los participantes del Concurso Nacional de Cosplay (C3). Su disfraz incluía una nariz coniforme y un bigote de cartulina, ambos atados a su cabeza con un hilo que a simple vista simulaba alguna técnica de tortura china. Jatniel se abstuvo de fumar esa mañana ante la posible asfixia con el humo concentrado en el aguijón casero.

Super Mario, Leorio Paladiknight de HunterxHunter, Alexander Anderson de Hellsing y Kugo Ginjo de Bleach, algunos de sus alter egos precedentes, habían resultado más fáciles de adecuar a los tiempos libres que le provee su trabajo.
Tras leer en la convocatoria del pasado festival que “los cosplayers tendrán preferencia en las taquillas de entrada”, Jatniel y Fernando Javier pensaron en una forma de saltarse la horda de visitantes.

“Al principio lo hicimos para no hacer cola, luego se convirtió en algo más serio. Las personas llegan y te dice: “¿puedo tirarme una foto contigo?”, y te sientes como si fueras importante, reconocido. Ser cosplayer es jugar a ser famoso”. Fernando, mecánico de profesión y actual estudiante de la Facultad Obrera Campesina, era asaltado a cada minuto por los visitantes, que atraídos por su disfraz de Bender, esperaban los insultos propios del sarcástico protagónico de Futurama.

Fernando Javier optó por un disfraz de Bender, protagonista de la serie Futurama, un personaje diferente entre tanto cosplay asiático. Foto Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.

Comparada con otras propuestas, los selfies con los cosplayers fueron la atracción más asequible de los días del Morro. Áreas como la del Maid Café, por ejemplo, estaban reservadas para los madrugadores. Resulta lógico, si pensamos que muchos anhelan sentir en carne y hueso la “atención especializada” de los sirvientes de ambos sexos, vestidos con la clásica ropa de servicio. Los que llegaran rayando las dos de la tarde debían conformarse con escuchar de lejos el “Okaerinasaimase, gosshujin sama” (Bienvenido, mi amo).

Para Roberto Ayniel Santos, un buttler veinteañero que alterna su servicio militar con cursos de cocina, los minutos antes de abrir la improvisada sección del Maid Café resultaron escalofriantes: “Es como una invasión. Siempre cuando va a empezar la actividad estamos solos, pero al abrir las puertas, todo se llena de momento y nos quedamos diciendo: “Bueno, ¿qué hacemos ahora?””.

Por su parte, Andrea Garcés, una de las maid más risueñas, convierte las experiencias con los clientes en futuras anécdotas para sus compañeros de segundo año en Filología.

Varias personas tuvieron la fortuna de disfrutar el servicios del Maid Café. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Una pequeña maid atiene a los clientes del Maid Café. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.

En la sala contigua al Maid Café se encontraba la zona tradicional, donde Daniela Tamayo, estudiante de idioma japonés en el Instituto Superior de Arte (ISA), vestía a las visitantes con yukatas y otros trajes nipones, prestados por la Embajada de Japón. Cerca de ella estaba Víctor, sentado detrás de un pisapapeles de madera y hojas rectangulares. Ante él se agrupaban muchachos diciendo nombres, apellidos, palabras comunes, títulos de animes que él convertía en caracteres nipones. La técnica Shodo no la aprendió en los salones de la CUJAE, donde estudia Ingeniería Eléctrica, sino en los cursos de idioma japonés que imparte en el ISA el profesor Mikio Takahama.

En la misma sección, pero cercano a la entrada, se celebraba el Festival Tanabata, un ritual proveniente de la mitología oriental que tiene lugar el séptimo día del séptimo mes. Aunque la edición cubana se realiza a destiempo, conserva las prácticas oriundas del Japón, donde los deseos se cuelgan en una pequeña planta que los traslada hasta los cielos.

Los indiscretos podían leer entre las ramas las peticiones más dispares: “Deseo un mundo mejor y seguir matando Titanes”, “Quiero un apocalipsis zombi o Kabane y que continúe Hellsing”, “Ir a una convención en Japón”, “Que exista la magia como en Fairy Tail”. No se alarmen, estas ideas nos han cruzado a todos por la cabeza una que otra vez. La imaginación no es exclusiva de los otakus. Además, no hay mucha diferencia entre ansiar los poderes de un Dragon Slayer y querer asistir a Hogwarts.

Las dos últimas galerías estaban destinadas a los torneos y encuentros de conocimientos sobre videojuegos. Los lauros de estos concursos suelen llevárselos los villaclareños. Dayron “Luffy”, director del Proyecto Otaku de Villa Clara define la filosofía de su victoria como “el queme ante las consolas”, en referencia a las horas de juego. El Festival Provincial de Santa Clara se hace una vez al año, y cuenta con actividades mensuales. “Al comienzo, en el 2011, se proyectaban documentales, películas y se hacían debates, pero hemos ganado en variedad. Ahora además convocamos concursos de dibujos, y organizamos competencias y torneos de videojuegos”.

Varios torneos de videojuegos se desarrollaron en el complejo Morro Cabaña como parte de Festival Otaku. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
La Vitrina de Valonia también fue cede del Festival. Los gamers tuvieron la oportunidad de disfrutar un torneo de Super Smash Bros. Foto: Fernando Medina Fernández / Cachivache Media.

La capacidad de los cines santaclareños, que ronda las 250 butacas, no da abasto para el número de participantes a los eventos otakus. Dayron insiste en las marcadas diferencias entre sus eventos y la Freak Zone habanera. Ante la insistencia de compartir las singularidades de “sus formas” de competencia, me gané un “Participa en nuestro Festival y averígualo”. Enrique Mayo, el director del OTAFEST, me advirtió que ningún habanero ha ganado en los certámenes villaclareños o camagüeyanos, si acaso algún que otro lauro en los eventos provinciales de Matanzas. Así que develar la clave del éxito de Las Villas es toda una misión de reconocimiento, para la cual estoy reservando pasaje.

Los torneos del 16 de julio fueron de Pokemon XYZ con Nintendo 3DS y Pokemon Reload en computadora, este último dominado tradicionalmente por los clubes otaku de Cárdenas. Entre los concursantes que se quedaron en la ronda eliminatoria del 3DS estaba Humberto Raúl Díaz, técnico en veterinaria que ostenta el segundo lugar en el certamen del año pasado. El equipo Tierra de Humberto fue vencido (como de costumbre) por Cristopher, “su mayor rival”.

Alex Camacho, otro de los jugadores, corrió la misma suerte. Luego del torneo de Pokemon Tarnding Card Game (TCG) que ganó hace un año, el muchacho de 16 años se inscribió en las rondas de 3DS en busca del lauro final. Camacho se prepara todos los fines de semana en la Ciudad Deportiva, donde varios habaneros se reúnen a jugar Pokemon y Mortal Kombat. Su vínculo con las producciones japonesas se debe a las polifacéticas tandas del ICRT: “Desde pequeño veía series anime en la televisión cubana: Voltus V, Mazinger Z. Así uno empieza, después conocí Pokemon, Digimon, Yu Gi-Oh. Uno se va metiendo, le va gustando y se envicia. Después de todo, dicen que el anime es más adictivo que la droga”.

Sin embargo, al interior del festival no todos las producciones lúdicas eran de factura extranjera. David Rivero, informático y organizador de los torneos Pokemon, diseñó un juego de tablero con estilo RPG, donde los contendientes pueden combinar ataques y estrategias entre sí.

Según David “la jugabilidad del mapa se asemeja a la del Defend of the Ancients (DotA): dos bases, tres caminos por los que atacar y tus estructuras a defender, pero el sistema de batalla con los poderes es como el Final Fantasy táctil: seleccionas movimientos a cuadros, a dos cuadros quitas tres de daño o me muevo uno y cubro. Mientras, el sistema de ataque es como el Pokemon TCG: ataco con tres de daño, tiro tres monedas y si salen dos caras, quito dos puntos de daño, o tiro un dado si sale tres a seis, te paralizo. El sistema es bastante dinámico y entretenido porque los poderes tienen variadas posibilidades; con esta técnica de juego, puedo recrear infinidad de poderes”.

David Rivero juega con otros participantes del Festival el juego de mesa Battle of the Aahhh diseñado por él mismo. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.

La partida está diseñado para rondas de treinta minutos, con seis integrantes en cada equipo. Gana el team que deje fuera de combate a cinco jugadores contrarios. Los avatares y poderes ante el tablero provienen de las historietas cómicas y videojuegos que David diseñó hace unos años. Entre los personajes más populares está Sigry, una princesa vikinga armada con un jamón de pierna. Su ataque principal, Jamón Vickyng, consiste en comerse esta pieza de carne y subir los niveles de daño.

La clausura del OTAFEST se realizó, tras algunos cambios, en el cine Acapulco. Sin llegar a la masividad del Morro Cabaña, el local rozó el límite de su capacidad. Por su interior caminaban cosplayers, gamers y otakus, cuyo apego a la cultura japonesa era capaz de vencer el vapor de una sala sin aire acondicionado. Toda una proeza.

El foco de atención de la gala fue el EVA 01 de Evangelion que se alzaba hasta un tercio de la pantalla del cine y era comandado por Daniel Díaz, conocido entre el staff del Festival como Ryuk, el shinigami de Light en Death Note, y que fue el primer cosplay que vistió este ganador de la última edición del C3.

Los elogios también se destinaron a Deadpool, que se pavoneaba en el escenario amenazando a los presentadores con sus pistolas de papel maché. Daykel Venegas, la cara tras el disfraz, se alejó unos días de sus labores como instructor de arte en Camagüey para darle a la gala un toque de humor occidental. Los cosplay son para él “toda una dedicación, casi algo artístico”, que genera en los espectadores disímiles actitudes:

“Hay tres tipos de reacciones: las de las personas que no conocen que uno viene disfrazado para una actividad; la de quienes están en la actividad, desconocen tu personaje y aun así empiezan a decirte cualquier nombre, por ejemplo muchos me han preguntado si soy Spiderman; y están los que sí te reconocen, los que se fanatizan con el cosplay tanto como uno que está identificado con el personaje, divirtiéndose y sintiéndose como el héroe por un ratico. El público siente lo mismo y disfruta como si estuviera compartiendo con el propio Deadpool”.

Sin embargo, Daykel no es el único que vincula las temáticas japonesas con formas artísticas. Arlet Rodríguez, ganadora del concurso de dibujo de esta edición del Festival, utiliza desde los doce años a los personajes manga como motivo de sus pinturas. De pequeña soñaba con ser mangaka y cambiaba una y otra vez las animaciones de algunos posters hasta obtener un estilo propio. Así, llegó a diseñar sus propios personajes en el software de computadora Manga Studio y los perfilaba en colores luego a través del Photoshop. Lo que empezó siendo un hobby ha llevado a la joven de 19 años a trabajar como animadora en el ICRT.

Entre las premiaciones de los concursos performance de cosplayers y coreografías de Vocaloid, se intercalaron siete solistas y el dúo de guitarra Nanashi. De los doce temas presentados, diez fueron endings y openings de animes como Akagame Ga Kill y el instrumental de guitarra eléctrica del Death Note.

Las tres únicas canciones en inglés –Try Everything de Zootopia, Inmortal de Big Hero 6 y Aleluya de Shrek– fueron interpretadas por Tania Hernández, la organizadora del espacio musical del OTAFEST. Con el vestido de encajes verde de Fiona y una peluca roja trenzada intentaba sacar al público “de ese mundo plenamente oriental”. Tania se define como una otaku rara, a la cual el idioma japonés le causa cierta aversión. Pese a ello toma descansos de su trabajo como Ingeniera en Informática para captar muchachos en los karaokes de la Freak Zone e integrarlos en los espectáculos de clausura.

En la organización de estas galas, así como los restantes eventos del OTAFEST y las Freak Zone contribuyen en mayor o menor medida varias instituciones. Las tres ediciones del Festival fueron auspiciadas por la Fundación Ludwing de Cuba, en colaboración con la Oficina del Historiador, la Vitrina de Valonia, la Casa de Asia, el proyecto 23 del ICAIC y el Love In.

Por otra parte, la Embajada de Japón los ayuda en calidad de préstamo. “Nos han dado trajes tradicionales, set de dibujo y equipos de audio, pero su condición diplomática le impide financiar oficialmente un proyecto comunitario, por lo cual nos ayudan con los materiales siempre que esté a su alcance”, asegura Enrique Mayo, director del OTAFEST.

Mayo tiene una licencia de cuentapropista en gestión de eventos que le impide emitir cualquier tipo de factura, por lo cuál el staff del Festival no tiene derecho al 40 por ciento de la taquilla de los cines que cierran por capacidad con las actividades otaku. Como consecuencia, “la mayor parte del fondo del Festival proviene del sobrante de las rifas anuales de videoconsolas y las donaciones que el público hace durante las Freak Zones”.

Lo que comenzó como una conversación entre Enrique Mayo y Patricia Machín, directora de Habana Cosplay, en los pasillos del ISA, agrupa hoy a varios jóvenes y adultos de diferentes provincias y profesiones. Las convenciones que en mis días de secundaria eran un sueño imposible llegan a una tercera edición. Sin demeritar la calidad individual de cada evento, el Festival Otaku es más que el conjunto de torneos y ventas. Es un espacio de surreal encuentro, donde Deadpool te abraza para una foto, los piratas de One Piece te prestan sus catanas y Mosquito se quita el aguijón para fumarse un cigarro. Es de esos pocos lugares en que nadie critica tus gustos de hemisferio trastocado.

Buggy, pirata del anime One Piece. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Kaneki, personaje muy popular del anime Tokyo Ghoul. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Algunas personas llevaron sus obras basadas en mangas para ver si algún interesado deseaba comprarlas. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Algunos fanáticos llevaban tatuados a personajes de sus animes favoritos. En este caso, Itachi, de Naruto. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Una de las naves del Complejo Morro Cabaña durante la celebración del Festival. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Los dos días una gran hoja estuvo disponible para que los visitantes dibujaran en esta. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Roronoa Zoro, uno de los personajes más populares del anime One Piece. Foto. Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Algunos cosplayer llamaban más la atención por lo bien que les quedaba el disfraz que por el personaje que representaban.. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Un grupo de cosplayers camina etre las personas presentes en el complejo Morro Cabaña. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
En primer plano, Mario, de los videojuegos de Super Mario Bros. A la derecha se realizaba el CopyParty, donde los visitantes podían copiar materiales y series ofrecidas por los organizadores. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Los participantes esperan que se abran las puertas para entrar a las naves donde tuvo lugar el Festival. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Personajes del anime Owari no Seraph. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.
Dos cosplayers disfrazados de Vocaloids se besan para que le tomen una foto… y un poco más. Foto: Javier Montenegro Naranjo / Cachivache Media.

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