Hacia el interior de la Poke Ball

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6 min readMar 4, 2016
Cosplay de Pokemón. Imagen: Nintendo of America

Por: Yudith Vargas Riverón

Teníamos 12 años. A esa edad, las libritas de más nos parecían encantadoras, y las peleas con mamá por el desorden del cuarto constituían parte indisoluble de nuestra cotidianidad. Asistíamos a una escuela secundaria donde nos sobraba tiempo: tiempo para pasar el tiempo, para matar el tiempo, para pensar en el tiempo que no pasaba lo suficientemente rápido en ese pueblo de provincia: el fatalismo geográfico lo colocó justo al centro entre La Habana y Matanzas; para colmo de males –amén de la cercanía con ambas urbes– nos desolaba un inexistente servicio de transportación. Era el año 2000. Vivíamos el nuevo milenio en este rincón olvidado del mundo. Conocíamos apenas el fenómeno Atari, Nintendo, o los memorables tomagoshi, pero ya Voltus V había protagonizado casi todas las mañanas de domingo en repetición casi cíclica en una propuesta televisiva decadente.

Vivir en un pueblo de campo es duro, mucho. Por eso quedé prendida de Pikachu apenas vi el pequeño dije colgado del cuello de mi mejor amiga. Su madre acababa de regresar de Alemania. En el primer mundo ya se había colado un par de años antes el videojuego Pokemón, portento de la industria del entretenimiento japonesa y –hasta la fecha- segundo videojuego más vendido en la historia de Nintendo.

Obviamente, a la cadenita de oro la acompañó la consola de juego apropiada. Y entonces empezó el vicio de los pokemoníacos, y nuestras tardes jamás volvieron a ser las mismas. Debo confesar que nunca he sido gran amante de los juegos de video, aunque la visualidad propia de las producciones niponas siempre me ha cautivado. Lejos de considerarme experta en el tema en cuestión, considero pertinente señalar por qué ha triunfado Pokemón en un territorio tan alejado de su patria de origen. ¿Qué explica su popularidad en Occidente? ¿Es económico, entretenido, kawaii?[1] ¿Qué tiene de especial este juego con 20 años de existencia?

Captura de pantalla de Pokemon Rojo Fuego.

La respuesta parece subyacer en la propia historia de su creador, muchos años antes de 1996, fecha en la que Satoshi Tajiri mostrara a sus coterráneos la primera versión de la saga Pokemón, producida por Game Freak y sabiamente distribuida por Nintendo. Los años comprendidos entre 1988–1990, sorprendieron a Satoshi Tajiri dibujando los primeros bocetos de extrañas criaturas híbridas. Su propósito era crear un juego donde se coleccionasen monstruos con poderes y habilidades exclusivas, probadas en combate virtual contra rivales afines.

¿Por qué usar personajes “monstruosos”? En primer lugar, la apacible infancia de Satoshi transcurrió entre la entomología y largas horas dibujando. Sospecho también, que no fueron pocas las peleas con su progenitora, pues obviamente, ¿en qué tiempo iba a hacer la limpieza de su dormitorio, “si solo te interesan los bichos, hijo mío”? Pero como adolescente inteligente al fin, seguro la convenció del potencial de su entretenimiento favorito. El tiempo no le quitó la razón.

De manera que esos conocimientos de la anatomía de los insectos le servirían luego como pretexto e inspiración para sus criaturas legendarias: entes donde conviven morfologías variopintas. Un pokemón puede ser el resultado de la fértil imaginación del creador, en efecto: poseen rasgos zoomorfos, o bien de entes robóticos, o de criaturas mitológicas propias del País del Sol Naciente.

Fotograma de la serie anime. A la derecha su protagonista Ash y Pikachu, el Pokemón más popular de la saga.

Este pródigo muestrario de seres dificulta su clasificación. Sus procedencias, habilidades y poder son variadas. Visualmente, se asemejan a la estética propia del manga y el anime japonés: cromatismo brillante y exaltado, dibujos de líneas estilizadas y elegantes, ojos expresivos . Todo ello, respalda el criterio de conseguir más con menos: el fenotipo es reflejo concreto del carácter del personaje en cuestión. ¿Pueden imaginarse un Pikachu de color verde oscuro? Ello iría en contra de la ternura y “adorabilidad” del pequeño ratoncito eléctrico. O peor, ¿un Borja Duret/Arandanus rosadito? ¿Quién ha visto un cocodrilo rosa, fuera de los predios de Disney?

No obstante esta múltiple propuesta estilística, cada jugador anhela conseguirlos todos, no le preocupa gastarse horas en la afanosa búsqueda de la más espectacular criatura. Un amigo me ha confesado que “la Veloz Ball me ha dado más alegría que el Real Madrid”. No sé cuál será su reacción cuando conozca a la bella Magiana, la nueva criatura legendaria de bolsillo en la saga Pokemón.

Ello además responde –acertadamente- a un sabio manejo de recursos creativos, pero también a las necesidades del mercado meta. De este modo, los productores de la franquicia se aseguran éxito de público (en cuanto pueden ser satisfechos los más exigentes imaginarios de los jugadores) y su fácil exportación a otros territorios del orbe. No es fortuita entonces su aparición en un pedacito de tierra cubana: mi pueblo natal. Quienes han nacido y vivido toda su vida en la capital de cualquier país, desconocen el ralenti que se experimenta en los pueblos de campo. Pero eso es tema para otro artículo. Baste recordar que pasaron 4 años desde el lanzamiento de Pokemón y su llegada a –lo confieso de una vez- Madruga.

En Cuba, hace años se percibe el influjo de las producciones audiovisuales japonesas. Nos atrae lo kawaii, indudablemente. Además, con Pokemón tenemos la posibilidad de controlar, decidir, viajar. Infinitivos arriesgados, pero infinitivos al fin. También, desde períodos anteriores hemos conocido la peculiar cultura nipona. Durante las decádas del 60–70, en el circuito cinematográfico cubano fueron exhibidos cientos de filmes japoneses. Las historias del aguerrido espadachín ciego Ichi fueron del gusto casi general de una audiencia ávida de nuevas latitudes y sensaciones.

Página de un capítulo del manga de Pokemón.

De igual manera, hizo su entrada el anime en los predios nacionales. Mazinger Z, Doraemon, el archicitado Voltus V causaron conmoción entre mis contemporáneos.[2] Tanto derroche tecnológico nos parecía descomunal en esos artefactos robóticos. La idea de un gato robot futurista era el equivalente del american dream en esta guajirita madruguera. La empatía hombre-máquina, lejos de causar recelos en la sociedad nipona, ha sido un elemento conciliador. Incluso, se les da nombre propio a la maquinaria de las grandes industrias. Los japoneses, tan inteligentes, saben que no son un peligro, no les quitarán su puesto en el centro laboral, no se rebelarán contra el hombre.

En Cuba, nos atrae la misma idea. Carentes de algunos bienes materiales, juguetes de avanzada, y otras innombrables vicisitudes, Pokemón nos dio a los infantes de esta zona del mundo la opción de ser amos de sofisticadas mascotas imposibles de concretar en la vida real. No es accidental la introducción de personajes –los pokemones o monstruos de bolsillos- en la trama del videojuego. Ellos colaboran con el humano, y lejos de constituir herramientas de destrucción, lo ayudan a superar los obstáculos que se les presentan.

Las ideas del autosacrificio, la valentía, el poder de decisión y la selectividad, son cuidadosamente cultivadas por los jugadores de Pokemón. Para el pueblo japonés, constituyen parte indisoluble de su idiosincrasia, puesto que responden a las doctrinas filosóficas rectoras de su comportamiento social: el confucionismo, el taoísmo y el budismo zen. Ellas amparan una ideología de la constante superación personal, de impulsar los buenos modales, de no dejarnos llevar por los impulsos primarios, de priorizar el estudio para asegurar el éxito laboral, profesional, e interpersonal.

Nosotros, tan cubanos, en ocasiones desoímos los acertados consejos dictados por la filosofía asiática. Pero Pokemón nos convoca a no darnos por vencido fácilmente, a prestarle atención a los pequeños detalles del entorno, a sacrificarnos; Pokemón nos está japonizando, pudiéramos decir. Tanto es así, que incluso en Cuba existe la revista digital PokeCuba, especializada en Pokemón, y dirigida a los fanáticos de este videojuego. Asimismo, nuestras versiones tropicales de otaku participan de cosplay donde lucen con orgullo sus disfraces de Pikachu, o de cualquier otro pokemón afín a sus intereses. Las criaturas han salido de sus Poke Ball, y están hoy, –20 años después- más activas que nunca.

NOTAS

  1. Literalmente “lindo”, en japonés.

2. La filmografía del genio Hayao Miyazaki constituye un paradigma en cuanto a su influencia en Cuba.

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