Jorge Molina, “tan sicópata como los demás”

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30 min readJun 26, 2017
El cineasta cubano Jorge Molina. Foto: Fernando Medina / Cachivache Media.

Por: Mario Luis Reyes

Son las seis de la tarde del doce de abril del año diecisiete. Frente a una pequeña casa, ubicada al costado del Zoológico de 26, se distingue un grupo de personas. Entre ellas se encuentra Jorge Molina, el enfant terrible del cine cubano, quien pretende, cuando desaparezcan los rastros del sol, comenzar a filmar Molina’s Margarita, segundo cortometraje de una trilogía que comenzó el año anterior con Molina’s Rebecca.

Molina, o Molinator, como le llaman algunos de sus amigos, se muestra retraído. Quien ignore que filmar es de las cosas que más disfruta en la vida, pudiera pensar que está preocupado. A las siete entra el equipo de trabajo más reducido a la sala de la casa y comienzan los ensayos de las primeras escenas. El resto se queda afuera, algunos nerviosos, otros calmados, fuman cigarrillos, conversan en voz baja.

La sala de la casa es muy pequeña. Contiene dos viejos butacones, un televisor de los que hoy llamamos culones y un poster de Mick Jagger, aferrado a su micrófono, cantando bajo los efectos de la euforia y quién sabe cuántas sustancias. También hay un librero, en el que descubro varias revistas Sputnik y Novedades de Moscú, un disco de vinilo colgado en la pared y una especie de meseta, tras la cual se ve la diminuta cocina.

Katerine Arias –la actriz protagónica– tiene un pantalón totalmente ajustado al cuerpo, tacones de aguja, y una blusa de mangas largas, medio transparente. Todo de color negro. Katerine es trigueña y tiene uno de esos cortes de pelo a los que le llaman garzón. Se le ve un tatuaje en el costado superior de la espalda. Parece tímida, pero mientras actúa destila cierta delicadeza, sensualidad, que contrasta con la rudeza de Molina.

Molina –como ya es costumbre– además de dirigir asumió el papel de actor protagónico. Me dice que hubiese preferido contratar a un actor, pero solo él puede hacer de Molina. Tiene un jean azul claro, ancho, muy común. Un pullover negro con la icónica lengua de Jagger. El pelo revuelto, la barba de veinte días.

En un plano aparece Margarita sacando de su cartera negra una botella de Champagne y dos copas. Con gestos visiblemente provocadores las coloca sobre la mesa. Está sola en la casa con Molina. Cualquiera esperaría aquí la primera escena de sexo desenfrenado del film, pero Molina, en un giro imprevisible, se pone nervioso. Pregunta si prefiere un producto nacional, café, ron. Ella, perdiendo todo su glamour, le dice que café de la bodega.

En el siguiente plano se ve a Molina abrir el paquete de café a mordidas, en una mezcla de nerviosismo y violencia. Al abrirlo se le derrama más de la mitad en el suelo, lo que afortunadamente no sale en cámara porque el plano es muy cerrado sobre su rostro. Luego se queda mirando a la cámara seriamente, como en trance. Dice: corten. El plano salió, aunque el café derramado no estaba en el guion. Todos ríen.

Jorge Molina es varias cosas a la vez. Es el director de cine más a contracorriente de Cuba, es probablemente el cineasta más cinéfilo que haya rodado en este país, es para muchas personas un loco, un pervertido, un asqueroso, para muchas otras es un artista de culto. Es un padre de familia, es el autor por excelencia del cine cubano underground. Se hicieron retrospectivas de su obra en México, en Colombia, en Argentina y en Puerto Rico antes que en Cuba, donde la mayor parte de su obra se ha mantenido fuera de los circuitos de distribución del ICAIC. Mientras el resto de los cineastas en Cuba intentan reflejar la realidad, Molina es el subconsciente de nuestro cine.

El año 2010 fue fundamental en su carrera. Tras ganar 10 mil dólares en un concurso del Fondo de fomento al audiovisual de Centroamérica y el Caribe, CINERGIA, con el guion de lo que iba a ser un cortometraje llamado Molina’s Ferozz, decidió rodar su primer largo, probablemente una de sus mayores satisfacciones como creador.

Ferozz se convirtió poco tiempo después en una película de culto. Fue una de las pocas veces en que su obra salió de los circuitos de intelectuales, de jóvenes universitarios y cinéfilos, para colocarse, con cierto cuidado debido a las imágenes agresivas para la moral de un país tan conservador como este, en estantes de los ilegales bancos de películas o de vendedores de DVDs callejeros.

También por primera vez su historia se enmarcaba en Cuba, específicamente en áreas rurales. La trama intenta ser una adaptación de la caperucita de Perrault, mezclada con Lolita, de Nabokov, e influenciada por el cineasta polaco Walerian Borowczyk. Todo esto pasado por la sensibilidad de Molina se convirtió en un coctel letal que muchos rechazan, otros adoran, pero nadie, que lo haya visto, ignora.

Cansado de la imagen idílica de los campos cubanos, idealizados por programas televisivos al estilo Palmas y Cañas, se propone mostrar el lado más primitivo y bestial de esas zonas. La escena en que un cachorrito lame el sexo de la joven Dayana Legrá es una de las más sublimes de la película, que no se conforma con esto y refleja además violaciones, incesto y violencia durante sus 73 minutos.

“Lo que yo cuento en Ferozz no es solo lo que vi, sino también lo que escuché. Hay un pueblo cerca de Holguín en que son todos consanguíneos, porque es una comunidad pequeña en la que se clavan entre ellos mismos, familia con familia, hermano con hermana, es el lugar con más retrasados mentales del país. Todas esas historias las conozco, entonces cogí a la caperucita roja y la convertí en la caperucita guajira. En la Sierra Maestra ahora mismo a ti te matan y no te encuentran, en pleno siglo XXI”.

En la cinta también aparecen leyendas del campo cubano, como el Cagüeiro, una especie de licántropo tropical, lo más parecido a un hombre-lobo que se puede hallar aquí. Con esto Molina se proponía homenajear al cine que se hizo antes de la Revolución, de la mano de directores como Ramón Peón, injustamente relegado en la cinematografía nacional.

“Quería hablar de cosas de las que no se hablan, y exorcizar demonios. Quería tener mujeres desnudas en un río, lavando y cantando, también ver a una mujer bella saliendo del agua, que es una imagen realmente maravillosa. Quería jugar con todas esas cosas y no dejar indiferente a la gente, que tuvieran que sacar conclusiones de lo que yo estaba contando”.

Este filme ha recibido reacciones dispares en la audiencia. Molina cuenta que tras una proyección una joven se le abalanzó y lo escupió mientras le gritaba enfermo, cochino. En otra ocasión una señora mayor al reconocerlo lo abrazó, felicitándolo por la película, que le había parecido memorable, de bellas actuaciones.

“Mi respuesta es seguir haciendo películas. Tampoco tengo muchas expectativas, mi obra la hago para mí, es una forma de exorcizar demonios. Es como mi gran paja, que no puede quedar interrupta. Ya después si a la gente le gusta muy bien, si no, que se vayan pal carajo, porque a mí nadie me da un puto peso para hacer eso”.

Set de filmación de Molina’s Margarita. Fotos: Fernando Medina / Cachivache Media.

Jorge Molina Enríquez nace en 1966 en Palma Soriano, un pueblo perteneciente a la provincia de Santiago de Cuba. Cuando niño su familia le decía Glenn Ford, por un presunto parecido con el actor. Su madre es la primera en hablarle del cine.

“Frente a mi casa había un almacén de equipos de bombeo para la agricultura, y tres veces a la semana, en el horario de almuerzo, ponían un cine móvil para los trabajadores. Ahí yo vi desde Fellini hasta películas como El aventurero de la Rosa Roja o La violetera. Los trabajadores se quedaban dormidos y el cine móvil quedaba para mi solito. Creo que ahí empieza todo.”

En la sala de la casa donde vivía su madre en La Habana –justo el lugar donde un mes después se filmarán algunas escenas de Molina’s Margarita– converso con el cineasta, quien aguarda por miembros de su equipo para ultimar detalles del rodaje. Me dice: “Yo un día pensé, mientras veía una película, que quería ser actor, o el que está detrás de todo ese proceso”. Finalmente fue las dos cosas, contándose por decenas los filmes en que ha actuado y dirigido.

Molina recuerda físicamente, como diría su amigo gallego Miguel Lavandeira, a Manolito, el personaje de la historieta Mafalda. Es un hombre de estatura media, ojos azules muy claros y pelo castaño. Habla de forma acelerada, aunque de repente tartamudea o se queda en silencio, pensando, hasta soltar otra ráfaga de palabras. No duda en decir lo que piensa, tampoco adorna sus ideas con el lenguaje, las suelta tal cual las piensa, como disparos. Casi todo lo relaciona con el sexo.

“Enseguida comencé a leer revistas especializadas de cine, y fue esa pasión la que me hizo salir de ese pueblo, porque el futuro ahí no era muy promisorio que digamos y mucho menos en el arte”.

Para la etapa del preuniversitario ya vivía en la ciudad de Santiago de Cuba, donde se escapaba diariamente de las clases para ver la tanda de las 10 a.m. en el Cine Cuba. “En aquella época había un montón de gente cinéfila, pero veían el cine como un entretenimiento. Yo sí tenía la idea de que quería hacerlo”. Lo atormentaba no poder acceder a ese mundo. Trabajar en el ICAIC era un sueño, pero no estaba dispuesto a pasar años llevando recados o llenando papeles hasta poder filmar.

Después de un tiempo matriculando cursos de todo tipo y dejándolos a la mitad ingresa en el pedagógico, en la carrera de Educación Artística, en La Habana.

“Esa fue una carrera de nuevo invento, que duró diez o quince años, hasta que la cerraron. Antes de entrar estuvo a punto de cogerme el servicio militar, pero me hacía el loco y me daban certificados de trastorno de la personalidad, hasta que se dieron cuenta de que estaba inflando. Por suerte en eso apruebo las pruebas del pedagógico y cuando voy a ver al tipo del área de atención le ruego que me deje ir a estudiar a La Habana, porque ya tenía mis papeles listos, estaba cogido. Le rogué que los rompiera y efectivamente, los echó a la basura y me dijo ‘vete a hacer arte que tú eres un artista’”.

A las 10:30 de la noche se detiene el rodaje para comer. El equipo de filmación está compuesto hoy por cuatro actores (entre los que se cuenta Molina, también director) dos fotógrafos, un asistente de dirección, un equipo de producción de tres personas, dos maquillistas, el director de arte, la sonidista, el chofer y un muchacho, dueño y celador del gato que aparecerá en la historia. Todo el mundo se sienta entre la acera y la sala de la casa de al lado, alquilada para la ocasión.

Katerine aprovecha el descanso para hacerse una foto con la claqueta, simulando que va a empezar una toma. Dice que quiere subirla a su cuenta de Facebook y hace gestos de felicidad. Los demás ríen. Es el propio Molina quien hace la foto. No sé si en realidad le sigue el juego o lo hace para que se tranquilice. Es una de las pocas veces que veo a Molina distendido durante el rodaje.

Aprovecho para conversar con las actrices. Nabila Fernández, quien hace de Yamilet, es en la vida real sobrina de Molina. Trigueña, veintiséis años, santiaguera, se fue a Puerto Rico a los catorce, donde estudió actuación y vivió hasta hace apenas dos años, cuando se mudó a la Florida. Dice estar muy contenta de trabajar con su tío, dice algunas frases clichés, como que él la ha descubierto, y que la trajo a actuar a su país, porque es primera vez que actúa en Cuba. Nabila, con esa mezcla peligrosa de santiaguera y boricua tiene derretido al muchacho que cuida el gato, lo que traerá serios problemas unas horas más tarde.

Katerine habla como si yo fuera Irela Bravo, Marino Luzardo o Edith Massola, dice frases como: “El gran director Molina me llamó para darme a este personaje maravilloso que me gusta mucho”. Luego más aterrizada me explica que es su primera vez en el cine, porque es actriz de teatro, pero que no se siente tan incómoda porque ha vivido experiencias semejantes a las de su personaje. En pocas palabras, que ha tenido romances con algún profesor. Luego me dice que como actriz es un diamante en bruto, pero que con Molina como director no tiene miedo. Me dice que le encanta la historia, que es muy bonita.

Molina me confiesa que está un poco preocupado porque mañana tiene que parecer 22 años más joven. Se tendrá que pelar, aplicar un tinte, bolsas de hielo en la cara, quitar la barba y finalmente, maquillar. Alán González, el director de fotografía, habla con él, anuncian que se reanuda el rodaje.

Margarita y Molina están en el sofá, acaramelados. Hablan de los viejos tiempos. En este momento debe entrar Fifi, el gato negro. Todos rezan porque aparezca en cámara. Margarita se sorprende al verlo (en la ficción), lo recuerda 22 años atrás, idéntico. Finalmente sale en cámara, y automáticamente, escapa por la ventana. Esquiva a Nabila, que lo intenta agarrar por la cola.

La próxima hora el resto del equipo se ocupa de perseguir al gato negro por calles, callejones, pasillos, azoteas, árboles. Nadie nota que el gato perseguido no es Fifi, sino otro idéntico. Fifi, agazapado, descansa muy cerca del lugar del rodaje. Cuarenta minutos más tarde un vecino de la zona nota el equívoco. Fifi es capturado y entregando a su dueño, quien, entretenido con no se sabe qué, lo perderá otra vez, para siempre.

Billy Wilder, el cineasta favorito de Molina, decía que no se debe filmar con animales ni con niños.

Set de filmación de Molina’s Margarita. Fotos: Fernando Medina / Cachivache Media.

Molina es adicto al cine, ha visto todo tipo de películas, pero siente predilección por el cine de género, en especial el fantástico, de terror, ciencia ficción, erótico. “He bebido mucho de las películas de Serie B norteamericanas. Recuerdo que una de las películas que más me marcó de niño fue Cronos, de Kurt Newman. También me encantaba una película soviética que se llama El hombre anfibio, y El Increíble hombre menguante, de Jack Arnold. Me impresionó Aleksandr Ptushko, que le decían el Walt Disney soviético”.

Le comento que algunos críticos, a la Serie B norteamericana, llegan a llamarla, despectivamente, Serie Z. Noto que es uno de sus temas favoritos, se acomoda en su silla y comienza un soliloquio de varios minutos.

“Hay una Serie B muy mala, risible, ridícula, pero también la hay extraordinaria. En los años del macartismo la única forma de burlar un poco la censura fue la Serie B. Muchos de los mejores directores americanos tuvieron como caldo de cultivo a la Serie B. En aquel momento los directores hacían esas películas porque tenían una libertad del carajo, porque como se invertía poco dinero en ellas, el estudio no se preocupaba por si no se sacaba la inversión. Con el paso del tiempo los investigadores se han dado cuenta que esas películas eran mucho más interesantes que las que se hacían con estrellas”.

¿Crees que hay hipocresía por parte de los críticos respecto a este tipo de filmes?

“Yo pienso que sí, porque no puedo entender que los críticos disfruten películas donde la hierba crece, la gente camina 20 minutos de un puntico hacia la pantalla y cuando llegan se acaba el plano. Hay directores, como el inflado mexicano de Raygadas, que trabajan con actores malos, puestas en escena malas, que parecen de estudiantes, y entonces vienen los franceses, que son los culpables de todo esto, lo premian en Cannes y se jode todo. Cuando aparece alguien que sabe dónde se pone la cámara, dónde se corta, le dicen que es cliché, que es didáctico. Tú deja la cámara filmando por ahí –me dice– vete, desayuna, almuerza, y eso mismo, sin cortes, mándalo a Cannes, que seguro te aceptan. Entonces es hipócrita, no solo la crítica, sino el sistema general del arte cinematográfico”.

Poco tiempo después de empezar en el pedagógico Molina gana una beca para estudiar en el VIGK, la escuela de cine más antigua del mundo, ubicada en Moscú. Quince meses durarán sus estudios en la gélida ciudad debido a las tensiones políticas que se estaban viviendo entonces. Estamos hablando de los años 1989 y 1990.

Molina llega con una imagen idílica de la Unión Soviética, que se le va quebrando de a poco. “Realmente era un gran país, pero encontrabas héroes de la Segunda Guerra Mundial mendigando. Todas aquellas cosas bonitas que había visto de Lenin, los cosmonautas, la sonrisa de Gagarin, todo resquebrajado porque el mundo estaba cambiando y aquella gente que habían creado la primera revolución comunista no la querían ni un carajo. Se caía como un castillo de naipes”.

El viaje, más que aportarle desde el punto de vista académico (tampoco llegó a aprender bien el idioma ruso), representó una gran experiencia de vida para el cineasta. Moscú en aquel momento, y por poco tiempo, se convirtió en una especie de capital del mundo, en la ciudad de moda. “Nosotros fuimos testigos de bandas de rock que siempre quisimos ver, se ponían muchas películas. Fue una invasión de material capitalista. Al VIGK iba mucha gente importante, entre ellas Dusan Makavejek, que había estado prohibido hasta entonces, incluso en Cuba”.

La caída del muro era una señal inequívoca de que el final estaba por llegar. Los funcionarios cubanos advertían a los estudiantes del peligro. En algunas ciudades ocurrían revueltas. Molina, mientras tanto, aprovecha hasta el último segundo, visita exposiciones plásticas de artistas prohibidos hasta entonces, se impregna del ambiente de la época. A su regreso a Cuba tiene una gran ventaja sobre sus compañeros, desde el punto de vista cultural, de vivencias, intelectual.

“Rusia fue muy importante para mí, en todos los sentidos –me dice mientras mira al suelo, pensativo–. Luego el mundo cambió, pero tampoco tanto. Ahora viendo como está, incluso extraño que hubiera dos polos, porque así era más parejo en cuanto a política. Actualmente todo está de un solo lado, hay una dictadura hegemónica, del dinero y de Estados Unidos. Ya el enemigo no son los rusos, sino los árabes, mañana los chinos y pasado los extraterrestres. Pero bueno, son las épocas, a mí me tocó vivir una bonita, que contribuyó a formarme como artista”.

¿Cómo ves al cine cubano actualmente?

“Muy mal, muy mal, muy mal. Es un cine falto de todo. Qué pena. Se ha perdido hasta la capacidad de saber dónde poner la cámara. Todo el mundo quiere contar la realidad, pero de manera superficial. Nadie propone nada, todos esbozan el tema, pero no proponen nada. Ni siquiera una postura artística. No les pido que cambien las cosas, que se alcen, pero sí que al menos, como realizadores, tomen partido por algo. Solo quieren hablar de lo mal que estamos, de la mierda que tenemos, de la porno miseria que tenemos. Debe ser para que los inviten a festivales, porque eso erotiza a los festivales. Tú puedes coger cualquiera de las películas y quitarles el crédito de director, echar en un biombo todos los nombres y poner el que quieras, que aquí todos filman igual”.

Set de filmación de Molina’s Margarita. Fotos: Fernando Medina / Cachivache Media.

Son las 4 de la tarde de un jueves apagado. Leves ráfagas de viento inquietan a los animales del Zoológico. El pequeño equipo de Margarita está casi completo, montando luces y decorando la locación, que es la misma de ayer, pero 22 años antes. Pienso en Molina y la casa. Pienso en el paralelismo entre ambas cosas. Si le quitas 20 años a un hombre, ese hombre rejuvenece, si le quitas 20 años a una casa, esa casa envejece. Aún no ha llegado el director ni los actores. Aún no ha aparecido un gato para sustituir al desaparecido.

Tres horas más tarde está todo listo para comenzar a rodar. Durante ese tiempo Molina me cuenta que fue profesor de la Facultad de las Artes de Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) desde la primera graduación, pero llegó un grupo de profesores provenientes de la televisión y se apoderaron de aquello. Decidieron pasar a Molina al curso por trabajadores. En San Antonio pasó algo parecido, pero luego me cuenta, porque lo llaman para ensayar.

El viento hace que tengan que colocar bolsas de piedras a los lados de las luces para que no se tambaleen. Uno de los asistentes de producción es el encargado de hacer este trabajo. Alguien dice que en meses de mucho viento, los sacos de arena especiales para esto desaparecen, y de encontrarlos son muy caros. El gaffer dice que probablemente traiga a su sobrino para que las aguante.

Molina está maquillado como si tuviera 22 años menos, si eso fuera posible. Bromea con que subirá una foto a Facebook para que todos vean como ha rejuvenecido. Me cuenta que no le gusta interpretar personajes con características semejantes, aunque la gente tiende a asociarlo con villanos. A raíz de un personaje de asesino que hizo para la televisión cubana, algunos niños de su barrio le tienen miedo. Hace poco escuchó como uno le decía a su padre “vamos a coger por otra calle, que aquí vive el hombre que ahorca a la gente”.

Una de las actrices que iba a hacer un papel secundario acaba de confirmar que no irá al rodaje, a menos que le paguen 100 dólares. Afortunadamente tienen hasta pasado mañana para conseguir un reemplazo. Molina se encuentra contrariado, dice que la valoraba como una amiga, que recientemente le dio el papel protagónico en una de sus películas, donde, según él, la hizo brillar.

También dice que le encantaría pagarle esa cantidad, y pagarles mucho a todos los demás miembros del equipo, pero ellos saben que no suele tener mucho dinero para filmar sus historias. Enseguida bromea, dice que el papel lo hará un recepcionista del ICAIC “que tiene pinta de chivatón”. La productora, que lo escucha, le responde que debe ser una mujer porque están cortos de ropa masculina.

Set de filmación de Molina’s Margarita. Fotos: Fernando Medina / Cachivache Media.

Para poder realizar sus películas Molina ha recurrido a muchísimas formas de financiamiento. Desde rodar prácticamente sin presupuesto, a hacerlo con el suyo y de sus amigos, a caminar La Habana pidiendo dinero en embajadas y centros culturales hasta llegar a los crowdfundings en los últimos tiempos.

“Con el ICAIC tengo una relación de amor odio, que es mutua”. Los permisos para rodar generalmente se los han dado, pero dinero ni soñarlo. “Yo entiendo que es una institución con sus preceptos ideológicos, y vamos a estar claros, mis películas no responden a esas líneas, por lo que es lógico en ese sentido que no me den dinero”.

Afortunadamente, Molina comprendió desde un principio que el dinero no sería lo suyo, entonces adaptó su cine a los bajos presupuestos. Sus películas tienen que ser claustrofóbicas, con pocos actores, pocas locaciones. Ha llegado a filmar cortometrajes con 10 CUC, y en varias ocasiones el equipo ha trabajado gratis, ya sea por amistad, admiración o el misterioso placer de formar parte de algo que con ninguna otra persona se puede alcanzar.

“Cuando fui a rodar Rebecca el año pasado, se iba a alquilar una cámara, y el dueño, al enterarse de que era para mí dijo que la daba gratis. Él no me conocía personalmente, pero sí mi obra. Es la misma cámara con que voy a filmar Margarita, gratis también. Me he ido ganando un respeto, porque todo el mundo sabe que trabajo en unas condiciones del carajo. Yo le pago a todo el mundo, si no tengo ahora, en otro momento, pero no dejo de pagar. Quienes trabajan conmigo no me preguntan cuánto pago, ellos lo hacen porque es la oportunidad que tienen de hacer algo diferente”.

En los últimos tiempos Molina ha apelado, con cierto éxito, a los crowdfundings. Los descubrió buscando presupuesto para Molina’s Borealis, un cortometraje mucho más reflexivo, poético, que filmó en Gibara en el año 2013.

“Ahí me di cuenta que se podía ganar un crowdfunding desde Cuba, que la parte burocrática tampoco era difícil. Es una buena forma de conseguir la plata para quienes no tenemos de dónde sacarla. La gente te da lo que puede, contribuye a hacer arte y tú te realizas, está genial. También están las embajadas, que a veces nos dan dinero, pero dicen que lo van a prohibir, no sé”. (se refiere a la resolución №22/2016 del Ministerio de Cultura, que regula los procedimientos para la asignación de financiamiento en CUP y CUC para los proyectos culturales sin fines comerciales, a ejecutar por escritores, artistas y grupos de creadores).

En Cuba la difusión de su obra se ha limitado a las memorias flash y los DVDs quemados. El Festival del Nuevo Cine Latinoamericano suele colocar sus filmes en cartelera aunque, salvo Molina’s Ferozz, no ha incluido a ninguno en las categorías de concurso. Recientemente la Cinemateca, bajo la dirección de Luciano Castillo, realizó una retrospectiva de la filmografía molineana. “Yo creo que la distribución de quienes hacemos cine alternativo es internet. Esa debe ser la lógica, dinero no voy a ganar. Hay maneras de ganarlo, pero yo no las conozco, ni tengo tiempo para eso. El poco que me queda de vida es para hacer mi obra”.

¿Qué opinas de la necesidad de una ley de cine, del reconocimiento por parte del estado de las productoras independientes?

“(Se ríe con socarronería) La lucha está bien, pero se han quedado estancados. Divide y vencerás. Los cineastas están divididos, cada cual pensando en sí mismo. Lo otro es que entre los que luchan por la ley de medios [cine] hay gente muy valiosa, pero también hay muchos oportunistas que se han metido ahí, dañando el grupo. Fernando Pérez, el iniciador de eso es una persona valiosísima, y extremadamente humana, pero decidió salirse del grupo. Ellos te dejan que te canses, como la pelea entre Foreman y Ali, que lo cansó, lo cansó, para después decir, aquí estoy yo. Pienso que la pelea hay que echarla, pero es de león pa’ mono, con el mono amarrado y el culo embarrado de vaselina para que se la metan completa. Está difícil, porque ellos con una ley de ese tipo perderían el control, y al perder control pierdes poder. Tan simple como eso”.

Set de filmación de Molina’s Margarita. Fotos: Fernando Medina / Cachivache Media.

Al regresar de Rusia, en el mismo año 90, Jorge Molina comienza a estudiar dirección en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, donde se graduará en 1992. Al preguntarle por esta institución, que también ha sido la locación de muchas de sus historias, me dice sin pensarlo “es el lugar más maravilloso en que he estado en mi vida”.

Desde los años del pedagógico, que coincidieron con la fundación de la EICTV, Molina comenzó a frecuentar dicho espacio. Al principio a través de amigos estudiantes, que lo llamaban para que ayudase en las filmaciones, ya fuese como actor o asistente de producción.

“Yo recuerdo que la primera vez que fui a San Antonio me quedé obnubilado, porque era como estar en otra dimensión –dice y comienza a balancearse sobre las patas traseras de la silla–; allí lo primero que descubrí fue una videoteca extraordinaria, pero cerrada porque era fin de semana. Estaba llena de películas que siempre había querido ver y mi amigo las sacaba para prestármelas. Pasé una etapa viendo todo aquello con algunos compañeros del pedagógico. Luego cuando entré a la EICTV me comí toda la videoteca. Eso fue lo que me enseñó a hacer películas a mí, ver cine”.

La escuela de San Antonio siempre ha tenido la política de que los estudiantes aprendan haciendo y los profesores suelen ser cineastas en activo, no académicos.

“Uno entraba sin saber ni un carajo y te daban los equipos para que empezaras a jugar, lo que trae como consecuencia que se descojonan todos, pero eran tiempos de locura. Era extraordinario no solo por lo que se aprendía, sino también por la gente que conocía uno dentro, de todas partes del mundo. Convivir con personas con costumbres diferentes y aceptarlas como son. San Antonio más que una experiencia docente es una experiencia de vida. Además, por ahí pasan los mejores cineastas del mundo, Coppola, George Lucas, Costa-Gavras y José Luis Borau me dieron clases”.

Incluso en un lugar con tanta libertad como la escuela de cine de San Antonio de los Baños, Molina comenzó a molestar, a convertirse en el tipo raro. Mientras los principios de la escuela pasaban por el cine latinoamericano Molina quería filmar como Howard Huges, Orson Welles y John Ford, quería hacer películas fantásticas y pornográficas. Siempre que podían tildarlo de loco, o ignorarlo, lo hacían.

“Desde que yo nací he sido un problema siempre. Para muchos profesores yo no ameritaba estar ahí, me había robado la plaza de otro. Quisieron botarme por ser diferente, pero ahí seguí, y aquí estoy. Tuvieron que tragarme, y aunque les duela, mi tesis fue y seguirá siendo una de las mejores de esa escuela, por los siglos de los siglos. Esa tesis fue mi declaración de principios, la película que me marcó. Más razón para que me quieran apartar”.

Cuando Molina habla de su tesis se refiere a Molina’s Culpa, un cortometraje de aproximadamente 18 minutos, en blanco y negro, al que el cineasta español Miguel Lavandeira describe así: “El porno con auténticas penetraciones, impensable por motivos legales, es perfectamente simulado en este corto que demuestra su potencia en la escena en que la prostituta le extrae, con la boca, un cristal del culo al supuesto cura. O la secuencia, muda y a cámara rápida, de la iniciación sexual de esa mujer, interpretada por ldalmis del Risco. Anunciaba su capacidad para hacerlo bueno, bonito y barato”.

Cuando Molina presentó el guion de esta historia al jurado, le alegaron problemas dramatúrgicos, pero en privado, un miembro del tribunal le confesó que si quería ser aprobado debía suavizarlo, bajarle el nivel de calentura. Finalmente Molina acepta, les presenta un guion complaciente, pero filma el que había presentado inicialmente.

“En aquel momento empezaba el Período Especial, la cosa estaba mala, entonces yo filmo dentro de la escuela, casi sin recursos. Fui lacerándome para que me dejaran tranquilo. Excepto con el que hizo fotografía, yo no iba a trabajar con ninguno de ese equipo, pero como Molina tiene fama de buena persona, el director de la escuela me pidió que le diera pincha a esos muchachos que nadie quería y necesitaban graduarse. Me tiraron toda la mierda arriba, que no era tan mierda, más bien eran incomprendidos. Algunos extranjeros con problemas de comunicación, pero muy buenos. Se nota en la calidad que tiene la película. Eso trajo la ventaja de que no me supervisaron, mi filmación fue con los socios, echándola, pal carajo. Y pasó lo que pasó, y los escándalos que produjo”.

Uno de los escándalos, quizá el más famoso, ocurrió después de la exhibición del cortometraje en un taller de la crítica en Camagüey. Un cura, teniendo sexo explícito con una prostituta fue una mezcla muy fuerte para el Arzobispo de esa ciudad, quien no pudo aceptar la afrenta y escribió una carta indignado por la obscenidad, las blasfemias contra Dios. Molina, desenfadadamente, alegó que él no creía en Dios, por lo tanto, no blasfemaba contra nadie. La película tuvo un buen recorrido en el extranjero, pero en Cuba no logró salir de circuitos de intelectuales y universitarios.

El crítico camagüeyano Juan Antonio García Borrero define el cine de Molina de la siguiente forma: “Mientras algunos hablan de un infierno que nos rodea, que nos acosa desde el exterior, Molina nos recuerda que el infierno puede llevarse por dentro como un tatuaje. Por eso las películas de Molina no son ‘realistas’ en el sentido más ingenuo que le puede conceder alguien que deduce que con colocar la cámara frente a un basurero donde vive un hombre ya se está mostrando con transparencia el fondo del abismo, sino que apela a ese otro ‘horror’ que se lleva dentro, a esos demonios que viven intranquilos en las trastiendas de nuestras conciencias”.

Jorge Molina. Foto: Fernando Medina / Cachivache Media.

Molina me dice que prefiere que hable de su obra como cine alternativo, no independiente, porque significa lo mismo pero acá está mal vista la palabra independiente. Luego reconoce que lo independiente está jodido en todas las sociedades, aunque aquí más. “Cuando Jim Jarmusch era independiente hacia unas películas fabulosas, ahora no, ya es oficial y hace películas de mierda, con mucha plata, estrellas, pero de mierda. Claro, ahora ya no pasa el trabajo que pasaba antes”.

Habla mucho de sus estudiantes. Es muy riguroso con ellos, no entiende que no tomen al cine como una cuestión de vida o muerte, la cual es, precisamente, su forma de entenderlo. “Siempre se están quejando, dicen que están fundidos. ¡Tienen 20 años y ya están fundidos! Yo les digo que son unos descarados, que les falta la pasión para amar a una profesión extraordinaria. También tienen que tener talento, porque uno puede amar mucho al cine pero el cine no amarlo a uno, como era el caso de Pastor Vega”.

Últimamente es contratado cada vez más como actor, se siente más respetado en ese sentido. Me confiesa que buena parte del dinero que gana lo utiliza para hacer sus películas. Luego se llama a sí mismo loco de mierda.

En Cuba la mayoría de las personas no tiene idea de que él dirige películas, aunque su rostro resulta familiar. Su carrera actoral, que comenzó durante su adolescencia en Santiago de Cuba, cuando se integró a un grupo de teatro, lo ha llevado a actuar con importantes directores del cine cubano como Fernando Pérez, Julio García Espinosa y Daniel Díaz Torres.

Molina comenzó a actuar como un hobbie, una diversión, que todavía lo es, pero también para no cometer con los actores los mismos errores que han cometido con él quienes lo dirigen. Él se siente especialmente orgulloso por su papel en Juan de los Muertos, película con la que tiene vínculos emotivos.

“Es mi película”, afirma.

Set de filmación de Molina’s Margarita. Fotos: Fernando Medina / Cachivache Media.

Hoy trabajan las dos actrices, Katerine y Nabila. Ambas parecen tener buena relación. Se la pasan bromeando. Bailan y cantan alrededor de todos, imitando a las actrices de los musicales de Bollywood. Un antiguo carro americano, descapotable, se parquea a escasos metros de la filmación. Ambas corren hacia el dueño y le piden retratarse en su auto. El hombre, embobecido, les ofrece hasta sentarse dentro, pero ellas se conforman con posar a los lados. Yo mismo las fotografío.

Hoy también Katerine tiene 22 años menos, aunque, como está plasmado en el guion, no hay ninguna intención de que parezca más joven. Su ropa es menos sensual que ayer, además, le enchufaron una larga trenza en el pelo, con la que ella no deja de jugar. Nabila por su parte tiene un vestido blanco, ajustado. El equipo de producción teme que se ensucie con tanta intranquilidad.

Mientras Molina ultima algunas pruebas con la iluminación y acuerda detalles con su director de fotografía, ambas actrices son maquilladas en un pequeño cuarto de la casa contigua. Las maquillistas se esfuerzan por borrar los tatuajes. Mientras, conversan sobre los escándalos de la televisión cubana. La historia de Acanda, en plena tribuna abierta, diciendo que estaba cansado de Elián. El reciente desplante de Silvio Rodríguez a Cristina Escobar tras la muerte de Fidel. Ambas historias las narran con bastante distorsión, pero las conclusiones son las de siempre: a Acanda lo desaparecieron mucho tiempo y Silvio es un sangrón, un pesado.

Está a punto de comenzar el segundo día de rodaje. Esta vez también trabajará Roberto Perdomo, quien encarna a un profesor de marxismo caracterizado por su doble moral. Perdomo después de reprimir a Molina regularmente en la universidad por escuchar determinada música o vestir de forma “incorrecta” llega a su casa junto con dos jóvenes alumnas y una botella de ron.

El resto de la noche la pasan trabajando sin descanso. En un momento unos vecinos, por el puro placer de joder, deciden armar una fiesta en la acera, botella de ron y bocina portátil reguetonera mediante. Algunos miembros del equipo se enfrentan a estos, y tras varias negociaciones, logran convencerlos. Se necesita un gato, y Fifi no ha vuelto a aparecer, tampoco un doble.

El tema del sexo es fundamental en la obra de Molina. A los doce años tuvo su primera cámara de video. Era una Kodak de 8mm que compró a un coleccionista en Santiago con dinero que tenía ahorrado más otra cantidad que robó a su padre. Desde entonces comienza a filmar a sus amigos teniendo sexo con yeguas, chivas. Filma todo lo que encuentra, pero siente cierta predilección por los desnudos, los cuerpos humanos.

“Yo me hago pajas desde los 8 años, que yo recuerde. Filmaba a mis amigos cogiendo animales en el campo. Esto forja una mente atormentada. A mí lo que más me duele en la vida es que una mujer me diga que no. Es lo más triste que me puede pasar. Un crítico puede decir que soy el peor director del mundo y eso a mí no me afecta como que una jeva no quiera singar conmigo. Pero bueno, uno tiene que entender que no puede tenerlo todo”.

La violencia es otra de las constantes en tu obra ¿Por qué?

“Son temas inherentes al ser humano. Las noticias en la televisión son todas así: desmembraron cien niños los de Boko Haram, pusieron una bomba en Argelia, un tipo salió en EEUU con una pistola y mató al que se la vendió y a cuatro más. Por lo menos yo no salgo a matar a nadie. Ganas de matar sí tengo, pero bueno, como soy un ser humano pensante no puedo hacerlo. Toda la ira que tengo la canalizo en el cine y no afecto a nadie. Prefiero volcarla en el arte que salir mañana a la calle con dos mochas y matar al vecino de al lado. Porque es así, de momento un día sales pa’ la calle y matas. Yo prefiero ser de los que hace películas en las que la gente singa y se fajan, y son divertidas. Pal carajo”.

¿La religión y la muerte?

“La muerte porque ahí vamos todos. La imagen de la muerte representada desde la religión me llama mucho la atención. Las imágenes religiosas me gustan; la de Cristo, por ejemplo, me parece súper sexual, no piadosa ni un carajo. Me parece un tipo que lo que quiere es cogérselas a todas, y que no podía, lo mismo que me pasa a mí. Era un tipo que estaba predicando para singarse a todas las jevitas. En las pinturas es un hombre muy bello, pero cuando reconstruyeron su rostro era feo con cojones. La imagen de Cristo se ve muy bien en el cine, las cruces también. Una mujer desnuda atada a una cruz se ve muy linda, sensual. Eso lo mezclo con la muerte, con lo fantástico y con la irrealidad. Tengo un mundo interior lleno de fantasía, pero es eso, no es nada malsano. Yo soy un padre de familia, tengo dos niñas bellísimas. No soy sicópata, o soy tan sicópata como los demás”.

Set de filmación de Molina’s Margarita. Fotos: Fernando Medina / Cachivache Media.

Los años siguientes a la graduación de la escuela de cine se pierden un poco en la memoria de Molina. Si algo le queda claro es que nunca se alejó de ese centro. Mantuvo el vínculo con estudiantes y profesores, desempeñando variados roles en una buena parte de los ejercicios que se realizaron en aquellos años. Finalmente, en el año 1997 es contratado como profesor de la escuela, lugar donde trabajará por más de una década.

Tras ocho años sin dirigir surge en el 2000 Fría Jennie, un corto en el que no falta lo fantástico, el sexo, la muerte y el terror, realizado como parte del proyecto Dolman 2000, con los hermanos argentinos Garcia Bogliano. Esta es de sus obras, la única que no lleva Molina’s delante, su marca de fábrica.

“Si Andy Warhol o Fellini antepusieron sus nombres a algunas de sus películas ¿por qué no lo puedo hacer yo? En un principio lo hice para joder a la gente, pero como a la gente le encanta que la molesten, lo seguí haciendo. Ahora me preguntan: ¿Cuándo sale el próximo Molina’s?”.

En su siguiente cortometraje, Molina’s Test, cuenta con la actuación de Luis Alberto García, y una breve aparición de Pedro Juan Gutiérrez, escritor cubano que viene siendo la contraparte realista de Molina. Con esta historia se propone demostrar que el amor está sobrevalorado. El filme, de 23 minutos de duración, sigue siendo a día de hoy una de sus obras más provocadoras, también por sus escenas de orgías, sexo con animales y torturas propias del cine gore.

Luego en 2006 con Molina’s Solarix aparece su primera incursión directa en la ciencia ficción. Con solo 10 dólares de presupuesto y dos personajes nos regala una mezcla de porno y gore con alienígenas lleno de referencias a importantes figuras del celuloide, entre ellas, como su título indica, a Tarkovski. Es imposible olvidar los desnudos de la actriz Yuliet Cruz.

Molina’s Mofo, filmado en 2008 y con las actuaciones de Mario Guerra y Alexis Díaz de Villegas, es una de las películas más sórdidas y escalofriantes rodadas alguna vez por Molinator. No faltan las escenas de sexo y desnudos, ni siquiera porque Hast Du (nombre que Molina utiliza frecuentemente para sus personajes) padezca de disfunción eréctil.

Molina’s el Hombre que hablaba con Marte, protagonizado por él mismo, y Molina’s Fantasy, fueron filmadas en 2009. En la primera podemos ver a un enano karateka practicando sexo oral a una anciana, luego Molina asesinando a ambos, luego teniendo sexo atado a una cama. En Fantasy, un corto que coquetea todo el tiempo con escenas de violación, trabaja por primera vez con Dayana Legrá, la caperucita de Ferozz.

Luego de Ferozz, su único largometraje hasta el momento, Molina estrenaría sus Borealis 1 y 2, en 2013 y 2014 respectivamente. Estas son películas menos violentas, donde la parte fantástica se impregna de una poética diferente, y los desnudos y escenas de sexo pueden ser considerados fríos y poco agresivos. En los Borealis no hay sangre. Molina bromea diciendo que es su etapa rosa.

Actualmente está filmando una trilogía de historias de amor en épocas diferentes, Rebecca ocurre en la actualidad, Margarita en los 90 y Alicia en los años 30. Rebecca fue estrenada en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, en diciembre pasado. Cuando las tres historias estén listas, Molina tiene pensado armar un largometraje con ellas.

Jorge Molina. Foto: Fernando Medina / Cachivache Media.

Ayer fue día de descanso. Hoy a las 8 a.m. se filmaron algunos planos en la escalinata de la Universidad. Molina es visto llegar en su bicicleta por un grupo de alumnos que están sentados en las escaleras. Nabila y Katerine se dicen algo al oído, y luego sonríen, cómplices. Filman rápido porque el Rector no dio permiso para rodar allí, por lo que los custodios comienzan a presionar.

A Molina le habría encantado filmar dentro de la Universidad de La Habana, pero ante la negativa convierten una habitación de la Casa del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, en 17 y 2, en el departamento de los profesores. Ahí está Molina, Perdomo y Elaine Corona, la productora del cortometraje que se transformó por un rato en actriz debido a la negativa de quien se pensaba hiciera este papel. Fotos de Fidel, el Che y Camilo cuelgan de las paredes de la habitación. El director de arte, Jorge Charón, se queja de que casi no salen en cámara, con el trabajo que le costó conseguirlas. Sobre la mesa grande que ocupa el centro de la oficina sobresale una pequeña estatuilla de Lenin, junto a los papeles y libros de los profesores.

La Casa del Festival es muy bonita. Blanca, con piso de granito muy limpio, ventanas de cristal, un jardín con el césped perfectamente recortado. Las habitaciones están vacías, lo que las hace visualmente muy amplias. En el patio hay una piscina, lamentablemente, mohosa.

Se filma. Perdomo amonesta a Molina, le dice que así (pullover de los Stones, pantalón de mezclilla) no se puede vestir un profesor universitario, que no puede andar escuchando música con el walkman por ahí, que es posible que lo expulsen de la escuela. Molina intenta defenderse, apela a la libertad, a las contradicciones, que son, según su criterio, invisibilizadas en nuestro contexto.

El siguiente plano es completamente diferente. Molina está en la misma oficina, solo, cuando aparece Katerine. A continuación ella lo provoca, corren las cortinas de la ventana, cierran la puerta. Molina la agarra por la cintura y la sube, violentamente, sobre la mesa. Le arranca la ropa interior mientras se besan, le sube el vestido, se abre la portañuela, pero cuando comienzan a tener sexo tocan la puerta. Molina intenta arreglarse, peinarse. Tiembla, entra alguien.

Son las 6 de la tarde y se recogen todos los equipos. El team Molina está muerto, durante la semana apenas han dormido. Mañana, 16 de abril, es el último día de la filmación. Nabila se acerca, me dice “No dejes de venir mañana. Va a ser el mejor día”. “¿Por qué?”, le pregunto. Me contesta riéndose. “Mañana se filma la orgía”.

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