Lake Mungo: un coctelito de terror y documental

Javier Montenegro Naranjo
Cachivache Media
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7 min readJul 14, 2017
La familia Palmer, protagonistas del mockumentary acerca de la muerte de su hija y las consecuencias que tuvo para ellos. Imagen: wheresthejump.com

Realizar una cinta de terror donde los sustos no sean provocados por sonidos estridentes, gritos de los protagonistas o aparición repentina de un ente (sea el monstruo o el ser etéreo de turno que agreda a la cámara o a los protagonistas) es bien difícil. The Changeling (o Al final de la escalera) lo logró al sugerir la presencia de algo sobrenatural a través de momentos cotidianos, como la conocida escena de la pelota. Y a partir de ahí muchos le copiaron de distintas formas.

Con esta idea de sugerir, o más bien, de no tener un monstruo o fantasma visible, Paranormal Activity triunfó en taquilla. Sabíamos que existía, pero solo conocíamos qué hacía o dónde estaba a través su interacción con el medio. Claro, a Oren Peli no le bastó con esto y en más de una escena agarró a la protagonista por una pierna y la arrastró por toda la casa; eso fue una apuesta arriesgada, porque solo podías conseguir dos reacciones en el espectador, o se le erizaba la piel, o se desternillaba de la risa. Por suerte para él, somos de naturaleza cobarde y la mayoría de las personas gritaron despavoridas ante tal agresión.

Cintas como Tesis y Los otros, de Alejandro Amenábar, y El orfanato, de Juan Antonio Bayona, también han explotado esa idea del espacio maldito a través de un fantasma que no necesariamente ataca. En Tesis, donde no existe un argumento sobrenatural, el miedo de los protagonistas hacia el posible asesino y los espacios que este ha visitado crean una atmósfera de terror mucho más asfixiante que cualquier suspenso habitual de la industria cinematográfica. Esa idea del espacio o lo invisible como antagonista es algo que solo directores muy confiados de su capacidad se arriesgan a hacer.

Este recurso de sugerir, de mostrar un ser que pueda dar miedo sin atacar, que su mera presencia logre incomodarnos, no es tan usado en el cine de terror. Y cuando se hace, por desgracia, pasa sin penas ni glorias. Es triste, pero la mayoría de los amantes del género preferimos el monstruo, el susto fácil, y no tanto la presencia extraña, ajena a nuestra realidad. De ahí que Tesis, Los Otros y El Orfanato, por seguir con los mismos ejemplos, sean cintas reconocidas, pero sobretodo veneradas por un público específico dentro del cine de terror.

En la misma cuerda de Paranormal Activity se encuentran una serie de películas que pretenden hacer creer al espectador en una supuesta realidad del filme. Esta furia, iniciada con The Blair Witch Project, no busca tanto hacernos creer que el metraje es algo verdadero como emular la primera persona de los videojuegos. A través de esto, puede lograrse una mayor inmersión en la cinta si todo lo que ocurre en pantalla “lo vemos con nuestros propios ojos”. No es lo mismo observar cómo matan a tres muchachos en el bosque, un relato con una narrativa clásica, que verlo a través de la cámara de uno de los protagonistas. Como mínimo, nos sentimos identificados con el desconocimiento del escenario que sufre la víctima, o de otros elementos que por lo general se le muestran al espectador en clave narrador homodiegético.

Tomar el género documental para narrar una historia de terror no es algo habitual. Discovery Channel y Art & Entertaiment han incursionado, en busca de espectadores, en una suerte programas serios donde abordan lo paranormal con la misma naturalidad con que hablan de física. El fantasma como hecho científico. Está claro que estas historias no son reales, y aunque no lo admitan, en mi opinión muy personal, cada uno de estos episodios “serios” son en realidad pequeños mockumentaries. Tomaduras de pelo al espectador en aras de una mayor audiencia.

Imagen: johnsaavedrajr.com

Sin embargo ¿qué pasa cuando decides optar por el mockumentary para contar una historia de terror? Después de una larga introducción, llegamos al zumo de este artículo: Lake Mungo, estrenada en el 2008 y que pasó sin penas ni glorias por festivales del género. Pero después de cierto tiempo, como en ocasiones ocurre, el filme se va convirtiendo en una obra de culto.

La trama se desarrolla alrededor de la familia Palmer (tal vez haya un guiño a Twin Peaks en el nombre), devastados por la muerte de su hija, ahogada en el Lago Mungo (título de la cinta y sitio real en Australia) durante un picnic. Hasta ahí no hay nada sobrenatural. El director, Joel Anderson, se toma su tiempo para presentarnos a una familia que afronta con mucha dificultad la pérdida.

Anderson no nos deja solo con el testimonio de la familia, sino construye toda una realidad entrevistando a compañeros de escuela de Alice, su novio, padres de esos compañeros, amigos de la familia y colegas del trabajo del padre; la intención es tratar de dibujar unos personajes bien definidos, o que al menos nosotros creamos que tienen una personalidad bien delimitada gracias a la percepción que tienen otros de ellos, y no nosotros que solo les conocemos a partir de su desgracia.

Cuando todo esto está servido, comienza la experiencia paranormal. Lo clásico: ruidos en la casa, puertas que se abren y cierran, personas diciendo que sienten una presencia extraña. Pero la cinta en ningún momento intenta asustarnos a través de la recreación de estos hechos. Más bien nos sugiere cómo algunos miembros de la familia empiezan a actuar de forma rara, producto de la muerte de Alice.

Detrás de este relato paranormal en realidad se nos muestra cómo una familia afronta la pérdida de uno de sus miembros. En primer lugar está Matthew que dejó a su hermana sola en el agua, nada del otro mundo excepto cuando ella no sale viva del lago: una culpa que funciona para explicar su comportamiento. Luego está la madre, que no es capaz de ir a reconocer el cuerpo de la hija ahogada y “no cierra la herida, el ciclo” como dice su esposo en el documental. Y luego está Russell, el padre, quien primero experimenta la supuesta presencia del fantasma de la hija en la casa, una suerte de forma de negar la muerte.

Por el documental desfilan todos los tópicos de las películas de fantasmas y a la vez evita los lugares comunes. Por ejemplo, Russell cuenta cómo vio al fantasma de su hija, pero cinematográficamente no se recrea el suceso, como haría cualquier documental de televisión en busca del miedo o la sorpresa; Anderson deja la cámara fija para que el padre cuente cómo fue esa experiencia. Se logra un efecto diferente, menos de temor y más perturbador.

A partir de este comportamiento del padre, que afirma haber visto el fantasma de su hija, la familia se derrumba lentamente. De eso va todo. Como mockumentary, Lake Mungo no pretende asustarnos (aunque sí sentí miedo en más de una escena), todo el tiempo la propuesta es que asistamos al duelo de esta familia y sus formas de afrontarlo.

Mathew decide estudiar fotografía para canalizar el dolor. Comienza a tomar imágenes de su alrededor y en algunas de las instantáneas descubre al fantasma de su hermana; decide colocar cámaras de grabación en la casa y descubren Alice en algunos de los videos. Estos videos, que emulan un poco el éxito de Paranormal Activity, siempre son imágenes de pésima calidad, donde apenas se aprecia una figura moviéndose en el fondo. Y de ahí salen otras dos ideas que nos propone Anderson: a veces una silueta basta para ver lo que queremos; una imagen en movimiento o el reflejo en un espejo son pruebas suficientes para la familia de la presencia de su hija. La otra, desarrollada un poco más adelante, y sin planes de spoilers, es de cómo, cuando buscamos algo en específico, no nos percatamos de la presencia de algo más, como nos muestra Anderson en una de las secuencias de créditos más bellas del cine de terror.

Ante las pruebas evidentes del fantasma, la familia decide contactar un síquico conocido del pueblo. Una vez más los clichés, pero manejados de forma diferente. Nada de extravagancias, nada de “siento una presencia”, simplemente una persona normal que afirma tener determinadas facultades para ver un poco más allá que la mayoría de los mortales e intenta ayudar a la familia.

A esta altura usted debe pensar que le he contado medio documental, pero nada más lejanos de la realidad. Si algo logra con éxito Lake Mungo, es cerrar pequeñas historias dentro de su relato y sorprendernos a cada rato con un giro inesperado. Su estructura está muy bien definida. Cada personaje de la familia, junto al síquico, componen diferentes hilos narrativos entre los que Anderson se mueve para no aburrirnos. Constantemente el documental tiene picos emocionales, ya sea a través de la presencia del fantasma o el descubrimiento de un nuevo elemento para la familia.

Hacernos sentir miedo no solo de la muerte de alguien cercano, sino de lo que podamos descubrir de esa persona una vez fallecida, es otro de los grandes temas que nos presenta Lake Mungo. Y si vale la pena o no indagar en lo que desconocemos. Además, cuando la cinta se aleja de lo paranormal nos hace sentir más sobrecogidos: nuestros mayores miedos no tienen por qué estar relacionados con fantasmas, solo es necesario desconocer algo para temerle.

De hecho, cuando terminé de ver Lake Mungo, a pesar de su final ambiguo en cuanto a lo paranormal, sentí un vacío que no era capaz de explicar. No estaba relacionado con los fantasmas, sino con la muerte. Cómo algo tan habitual en nuestras vidas puede cambiar todo repentinamente, y de cómo a veces es mejor dejar las cosas donde están. Una gran tesis desarrollada contando una gran mentira como si fuese realidad. Quizás sea porque la realidad a veces necesita de pinceladas de ficción para que seamos capaces de asimilarla con mayor facilidad.

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Javier Montenegro Naranjo
Cachivache Media

Amante de los videojuegos, pelis clase Z y especialista en caso de apocalipsis zombie.