Las máquinas de hacer dinero

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11 min readMar 15, 2016
Kalia León / Cachivache Media

Por: Julio Rodríguez

Hay cosas que no queremos ni regaladas. Para entender la inconveniencia de, por ejemplo, adquirir un contenedor de residuos tóxicos, no hay que pasar un doctorado. Pero cuando se trata del comercio de algo sometido a la especulación económica, el tema se complica pues allí de alguna manera hay mucha gente haciendo mucho dinero vendiendo mucha basura. El excesivo comercio de tal “bien” no es saludable y ha sido la causa de innumerables “explotes” económicos de repercusiones mundiales, como fue el caso de las hipotecas subprime o hipotecas basura ¿Cuál es la magia mediante la cual algo, que en realidad apesta, es percibido al comienzo como una maravilla?

Para empezar, se nos da muy bien creer ciertos mitos, como ese de que los precios de las viviendas siempre subirán, idea en la que tuvieron fe los estadounidenses hasta el año 2006. Fue en ese momento que tales precios se derrumbaron, arrastrando consigo al mito en cuestión, a la economía yanqui, y de paso al sistema financiero internacional. Y todo comenzó justamente con la compraventa compulsiva de las hipotecas subprime.

A grandes rasgos se trató de lo siguiente. Supongamos que usted necesita una casa, pero al no tener dinero, lo pide prestado al banco. Usualmente la probabilidad de que se lo den es proporcional a su capacidad aparente de devolverlo a plazos, junto con los intereses. En el caso subprime esta consideración no fue atendida pues desde el punto de vista del prestamista, usted siempre era un negocio aceptable. Daba igual que usted tuviera un buen trabajo como que fuera un borracho impenitente, el hecho de que iba a comprar una casa era toda la garantía necesaria. Si no cumplía los pagos, el prestamista se quedaba con la vivienda, que ya en ese momento valdría más que cuando usted la compró (recuerde que supuestamente “los precios de las casas siempre irían en aumento”). Estados Unidos se saturó de este tipo de hipotecas, con lo cual se llenó de gente dejando de pagarlas, lo que a su vez trajo consigo que un montón de familias se quedaran sin sus viviendas pues estas pasaron a ser de los bancos. De pronto estos últimos eran los flamantes propietarios de infinidad de casas vacías que no tenían comprador. El exceso de oferta hizo que el precio de la vivienda se derrumbara.

Es casi inevitable preguntarse si esto era tan difícil de prever. Mas, como expresé al inicio, cuando interviene la especulación el tema se complica. Especular es comprar algo a fin de venderlo cuando esté más caro, o venderlo para luego comprarlo cuando se abarate. Se trata en definitiva de no sacarle provecho al bien en sí, sino a las oscilaciones de su precio. El especulador moderno nunca tiene contacto físico con lo que compra, y gran parte de su labor la realiza en su computadora. Así vende y compra cualquier cosa que alguien pueda querer, ya sea petróleo, alimentos, o un derecho (por ejemplo, una hipoteca, entendida como el derecho de cobrarle al que está viviendo en una casa hipotecada, o de quedarse con ella si el individuo no paga).

Es obvio que el éxito del especulador está en relación directa con su capacidad para predecir las oscilaciones de los precios. En el esquema más sencillo, el asunto depende de la oferta y la demanda real; si está a punto de comenzar una guerra en todo el Medio Oriente, es lógico pensar que la disponibilidad de petróleo se reducirá, el precio aumentará y por lo tanto es el momento de comprarlo en grandes cantidades. Pero la entrada en acción de los especuladores introduce un ruido con el cual a veces ni ellos mismos saben lidiar. Una gran parte del incremento en la demanda, y por tanto del precio, puede no provenir de la necesidad real sino de la avidez de los propios especuladores. Estos, al ver que el precio sigue subiendo, compran aún más, previendo que la bonanza continuará, formándose así un círculo vicioso de aumentos artificiales que puede terminar creando la famosa “burbuja especulativa”, estructura incapaz de sustentarse eternamente.

Si yo sé estas cosas en principio, ellos las saben mejor. Pero suele faltar la información, el poder de cómputo, y las ecuaciones necesarias para reconocer cuándo se está en presencia de una burbuja, y para predecir cuándo y cómo acabará, que en el mejor de los escenarios será desinflándose de a poco. Lo ideal para un especulador es vender justo antes de que los precios comiencen a bajar, y la pregunta de los 10 millones es cuándo se está en ese pico. Así pues, estos trajeados especímenes se velan entre sí, cada uno con el temor de que el otro esté más informado que él. Si de pronto uno de ellos vende todo su petróleo, ya sea por precaución, o porque le llegó un rumor -cierto o no- de que se realizarían conversaciones de paz en el Medio Oriente, o para confundir a los otros, o simplemente porque se volvió loco, esto puede provocar que todos los demás intenten desesperadamente hacer lo mismo: soltar lo que suponen sea una papa caliente, vender. Se desata el pánico financiero acompañado de la gritería que vemos en las películas de Wall Street. Los precios se derrumban en corto tiempo en un círculo vicioso opuesto al anterior, ocurriendo en el peor de los casos el estallido de la burbuja a lo subprime.

Volviendo a la pregunta del primer párrafo ¿por qué se desató el furor por la compra de basura, en este caso basura en forma de hipotecas? En parte por la labor especulativa antes dicha, que dificulta reconocer el valor real de ciertos bienes negociables. Pero la irracionalidad es la base de todo. Por una parte, ya hablamos de la creencia en mitos como que el precio de la vivienda sube eternamente. Está además la comodidad de pensar que si las cosas van bien, seguirán igual. Por último hemos visto lo que técnicamente se llama “cascada informativa”, fenómeno que de manera coloquial describimos como “mono ve mono hace”.

¿Cómo se multiplica el dinero?

Pero ¿de dónde salen los dólares? Me refiero, por ejemplo, a esos con los cuales los especuladores comercian tantos bienes negociables mucho antes de que estos den frutos, si es que los van a dar. El dinero proviene por supuesto, del endeudamiento del especulador con un banco, operación llamada “apalancamiento”. Los llamados “bancos de reserva fraccionaria” (casi todos lo son) usan un mecanismo llamado “multiplicador de dinero”, que si bien no es una fábrica de billetes, hace honor a su nombre. En un mundo a la vieja usanza, para saber cuánto dinero usted tiene, debe sumarse lo que hay en su billetera, lo que hay en su casa y, posiblemente lo más importante, lo que guardó en el banco. Sin embargo en la actualidad, este no pudiera devolverles el dinero a todos sus clientes al mismo tiempo pues en cada instante solo posee una pequeña fracción de esa suma total. El resto, ya se sabe, está invertido. Mas la naturaleza de gran parte de esa inversión es sorprendente.

Suponga que una persona A coloca 1000 dólares en el banco. Luego llega B y recibe como préstamo los 1000 que depositó A. Con ese dinero, B compra un auto a C, que coloca los 1000 de vuelta en el banco. En resumen, B tiene un auto de 1000 dólares, y por su lado, tanto A como C son (o creen ser) los poseedores de 1000 dólares en el banco. Pero en el banco no hay 2000 dólares, sino solo esos primeros 1000 que han entrado dos veces. Si esta operación se repite, se tendrá que: A, C, E, G, I, K y M son (o creen ser) cada uno de ellos, los felices poseedores de 1000 dólares; mientras que B, D, F, H, J, y L habrán comprado, cada uno de ellos, un auto. Todo eso con aquellos 1000 dólares iniciales que depositó A. Naturalmente, el interés que paga el banco por depositar dinero en él, es menor que el que exige por prestar, con lo cual a los banqueros les conviene repetir la maniobra antes descrita. En realidad por cada una de las entradas de dinero, el banco por ley debe retener un porciento llamado “reserva de caja” (10 % en Estados Unidos), que impide que la operación pueda repetirse hasta el infinito. Aún así alcanza para que por cada suma entrada con un 8 % de interés, el multiplicador lo convierta en 80 % de interés que recibe como beneficio el banquero. Todo esto es más factible desde el momento en que la mayoría del dinero ya no es en forma de papel, sino de números en computadoras.

Kalia León / Cachivache Media

¿Qué representa entonces el dinero en nuestros días? Representa deuda. Puesto que el tipo de “riqueza” que adquiere una persona que recibe un préstamo bancario, es solo la promesa de que otro que lo adquirió antes, vaya a su vez a devolverlo. Y este otro lo que posee es la promesa de uno anterior a él, y así sucesivamente. El valor del préstamo que usted recibe no se corresponde entonces con una cantidad de oro guardada en el banco -como en los viejos tiempos- sino con la capacidad de otra persona, quizás menos solvente que usted, de pagar el préstamo que él recibió. Pero no olvidemos que cada préstamo viene con un interés que hay que pagar al banco. ¿De dónde provendría entonces ese otro dinero adicional? Al tratarse de dinero de nuestros días, será una entidad también respaldada por deuda. Es decir, para pagar el interés de la deuda no queda más remedio que crear más deuda. El mecanismo se mantiene funcionando mediante el endeudamiento constante de la población, de las empresas, del gobierno…

Si le parece esto difícil de comprender y contrario a la lógica, y si tiene además la impresión de que lo narrado aquí significa que hay algunos creando dinero de la nada en su propio beneficio, pues ha acertado, es lo que está pasando. Pero esta dinámica truculenta donde verdaderamente comienza es más atrás, en el banco central.

La Reserva Federal

En teoría un banco central (BC) trabaja en función del pueblo. Es la única institución que produce la moneda de un país y esta es, supuestamente, un bien público. Ahora analicemos el más famoso BC que existe: la Reserva Federal de los Estados Unidos. En ese país por lo común “federal” significa “perteneciente al gobierno central”. Aquí el engaño comienza con que en este caso “federal” es un nombre propio, no un calificativo. Contrario a lo que la mayoría supone, el banco central de EE.UU es una institución privada, y lógicamente sus accionistas no están allí para hacer caridad.

Simplificando, pero sin abandonar lo esencial, la creación de los dólares en la Reserva puede describirse del siguiente modo: Pongamos que en determinado momento el gobierno yanqui necesita X cantidad para fabricar cárceles, escuelas, poner gente en la Luna, invadir un país, construir carreteras, etc. Para obtener este dinero, pudiera elevar los impuestos pero esto se ve feo, conlleva un costo político. O puede pedirlo a los de la Reserva Federal, que lo entregarán gustosos. Estos sí que tienen, literalmente, una máquina de hacer dinero. Pero cada dólar que dan va asociado a un interés muchísimo mayor que el costo de crearlo. ¿Y de dónde va a sacar el gobierno el dinero para pagar este interés? De donde se crea el dinero, es decir, de la propia Reserva Federal. Entiéndase bien: para pagar una deuda, hay que endeudarse más… Tan cierto como que 1 + 1 es 2, es el hecho de con este sistema el gobierno yanqui siempre estará endeudándose con esa empresa privada llamada “Reserva Federal”, que no es ni federal ni posee reservas. Es una trampa 22 perfecta, la estafa de las estafas, y es la población quien pierde con ella. Resulta ser la causa de que un millón de dólares de hoy valga menos que un millón de dólares de antes. Es sencillo, la creación de dinero de la nada provoca incrementos en la oferta de dinero que no se corresponden con aumentos de cosas que comprar. Disminuye el valor del dólar, aumentan los precios, se produce la inflación. Y esta no es la única triquiñuela de la Reserva Federal.

Una de las funciones de un banco central es preservar la estabilidad de los precios. Como acabamos de ver, la Reserva hace justo lo contrario. Entre las prerrogativas de un BC se encuentra la aplicación de la política monetaria de un país, bajando y subiendo las tasas de interés. Aquel que tiene ese poder es capaz, no ya predecir, sino de provocar las subidas y bajadas de la economía, y en consecuencia, especular al seguro. Se sospecha que algunos de los descalabros económicos ocurridos en los Estados Unidos -descalabros que un BC debería impedir- han sido producidos a propósito por la propia Reserva Federal.

¿Por qué el gobierno permite tales barbaridades? Entre pillos anda el juego. Note también que este sistema es una manera solapada de cobrar impuestos al pueblo. De todos modos el último presidente que intentó quitarle a la Reserva el monopolio de la creación del dinero fue Kennedy, y a los cinco meses ya era cadáver. Yo no digo que una cosa tenga que ver con la otra, yo solo lo cuento.

Antes hablé del misterio que suponía la compra masiva de hipotecas inservibles. Eso es solo un detalle, pues la gran basura que han comprado los norteamericanos es este mecanismo diabólico de aparición mágica del dinero, que los empobrece y endeuda de modo artificial ¿Cuál es la causa de que el público se deje estafar de forma tan descarada? ¿Por qué los responsables nunca se arruinan, jamás explotan, nunca se los ve salir por el techo? Lo más sorprendente es que nada de esto es secreto; aun así, es casi desconocido. Como sugerí, el sustento último de tales disparates es la irracionalidad. Por ejemplo, la irracionalidad de que a la gente en general le interese más con quién durmió Justin Bieber que la manera en que es manipulado el dinero público. Los accionistas de la Reserva Federal no suelen andar por ahí alardeando de la riqueza que poseen y menos de cómo la obtuvieron. Pero son unos tipos acerca de los cuales uno puede asegurar que -como se decía en cierta película- la pasan tan bien que seis meses después de muertos todavía se están riendo.

Kalia León / Cachivache Media

Si -como nosotros- necesitas una ayuda en esto de entender de qué va el rollo de la Bolsa y la crisis hipotecaria te recomendamos estas cinco películas:

  • Inside Job: Un meticuloso documental que narra (en la voz de Matt Damon) la crisis financiera de 2008, que su director Charles Ferguson considera que pudo ser evitada por las instituciones norteamericanas y definiera como “la sistemática corrupción de los Estados Unidos por la industria de servicios financieros y las consecuencias de dicha corrupción.”
  • Wall Street: Un clásico del subgénero de la mano de Oliver Stones que muestra cómo un joven broker (agente) de bolsa está dispuesto a hacer cualquier cosa para convertirse en el rey de una colina donde abunda todo excepto los escrúpulos.
  • American Psycho: Versión cinematográfica de la genial novela homónima de Bret Easton Eallis que narra la vida de un yuppie en la ciudad de Nueva York de los años ochenta. No apta para estómagos débiles ni para amantes de los finales felices. No aprendes mucho de economía pero sí de sicología de los corredores de bolsa.
  • The Wolf of Wall Street: Recreación de Martin Scorsese del auge y caída de Jordan Belfort, un joven que se abrió paso en Wall Street y vivió en un exceso total -drogas, corrupción y tratos con el FBI incluidos-.
  • Capitalism: A Love Story: Tras veinte años dirigiendo documentales en los que se adentra en la vida interior de la sociedad norteamericana, Michael Moore presentó este filme donde examina el costo social de los intereses de las corporaciones, capaces de perserguir su beneficio a costa de la ciudadanía de ese país.
  • The Big Short: Flamante ganadora del Premio a Mejor Película en la más reciente gala de los Oscars, la película fue la causa por la que están leyendo este trabajo. A través de un montaje intrincado, que recrea el incomprensible mundo de la bolsa y la crisis hipotecaria, su director Adam MacKay cuenta la historia de un puñado de listos que predijeron la burbuja inmobiliaria y decidieron aprovecharse de ella.

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