Naruto, la historia de un idiota

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5 min readJun 17, 2016
Imagen: animepowerlevel.com

Por: Iván del Toro Hernández

Han pasado 20 años desde que Uzumaki Naruto exclamó que sería el Hokage de la Aldea de Konoha, 17 desde que Kishimoto Masashi lanzara al estrellato al ninja adolescente y 14 desde que Date Hayato hiciera la adaptación del manga al anime, y aún hoy esta animación japonesa continúa como una de las más renombradas del país del sol naciente y el mundo.

Naruto es una serie que nació de un one-shot –historieta de un solo capítulo– para convertirse en un fenómeno global, en una tendencia del cosplay, en un universo de millonarias ideas. Como todo un hito del anime y el manga, este puede darle clases de socialización, serialización, masificación y comercialización de contenidos a las mejores industrias cinematográficas de Occidente. Y todo se desenvuelve con un simple hilo conductor: adolescente quiere ser fuerte, el más fuerte. ¿Para qué? Para protegerlos a todos, para ser reconocido, para tener amigos…

De esta línea nace la historia de Uzumaki Naruto, un ninja un poco torpe, de la Aldea Oculta de la Hoja.

El mundo shinobi –ninja– siempre se asoció al sigilo, al engaño, a la vida en las sombras, elementos casi ausentes en este anime. De hecho, la fortaleza, dígase relevancia, de los personajes es definida mediante una sencilla y repetitiva fórmula: mientras más llamativa y grande sea la técnica, más poderoso es quien la utiliza.

Y créanme que de ostentosas habilidades jamás Naruto (la serie) quedó exenta. Desde el primer Katón –técnica de fuego– de Uchiha Sasuke en su entrenamiento con Hatake Kakashi hasta la continua e inacabable Cuarta Guerra Mundial Ninja, los seguidores de esta franquicia han disfrutado de la habilidad de los mangakas –dibujantes de manga– para crear inimaginables ninjutsus –técnicas ninjas–.

El último representante del linaje Uzumaki vive en un universo plagado de asesinatos sin sangre, como corresponde a un shounen –series para jóvenes entre los 10 y 15 años–, de conspiraciones y batallas donde prima la ley del más fuerte. De ahí que surja la duda: ¿cómo es posible que el personaje principal haya sobrevivido a las contantes peleas a muerte de la serie con solo dos técnicas?

Desde el primer capítulo hasta el 220, que fue la cantidad de episodios que duró la primera temporada, Naruto hizo gala permanente de sus kage bunshins –técnica de replicación de sombras, con la que Naruto crea múltiples clones de él para pelear– y rasengans –técnica que genera una poderosa esfera de energía en la mano de Naruto–. Nada más. Con pésimo taijutsu –habilidad para la pelea cuerpo a cuerpo–, ningún dominio del genjutsu –técnicas ilusorias–, y que decir del ninjutsu –técnicas ninjas que utilizan los elementos agua, tierra, aire, fuego y rayo–, este personaje está inflado, y no explota.

Los mangakas solventaron la ausencia de un buen taijutsu con la eficaz utilización de la técnica de replicación de Naruto. La nula habilidad para el genjutsu, y por ende, para disipar ilusiones, se la adjudicaron a la simplicidad y torpeza del personaje, además, siempre existía para sacarle del aprieto una Haruno Sakura. Y, bueno, el ninjutsu es otra historia.

En cuanto a técnicas ninjas el discípulo de Jiraiya siempre fue el último de la clase. Ni en la primera temporada, ni en los más de 400 capítulos de la segunda (Naruto Shipuden) utilizó un ninjutsu de algún elemento. De hecho, cuando entrenó para controlar su elemento base, el aire, lo mejor que pudo hacer fue fusionarlo con el repetitivo rasengan.

Aunque se debe destacar que nuestro personaje tenía excepciones, poderosas técnicas como el Sexy no Jutsu y el Sexy no Jutsu Invertido con las cuales podía crear incontables hemorragias nasales. Otro toque de como Naruto era literalmente un baka –idiota–.

Con tantas debilidades, ¿cómo es posible que Naruto haya sobrevivido a tantos combates? La respuesta es sencilla: el kyubi.

El kyubi. Imagen: narutopedia.com

Archienemigo del mundo ninja, el kyubi es el biju –bestias legendarias del universo de la serie–que Yondaime –cuarto Hokage de Konoha, Namikaze Minato– selló en su propio hijo Naruto con tal de salvar a Konoha. Desde ese momento, esta legendaria bestia ha ayudado a su Jinchuriki –aquellos que tiene sellado en su interior algún biju– cada vez que estaba en algún problema o en situaciones en las que necesitaba más chakra –energía que los ninjas utilizan para realizar técnicas–.

Como ven, la serie derrocha sutileza para hacer de Naruto un sobreviviente. Cada vez que estuvo en problemas, medio muerto, a punto de perder, sin posibilidades de ganar, gritaba. El kyubi lo salvaría irremediablemente. Puro happy end.

Sin embargo, Naruto, como todo un seguidor del budismo, el cual, por supuesto no profesa en la serie, no quiere solo utilizar al kyubi, desea hacerlo su amigo. Repetitivo, ¿cierto? En ese momento el kyubi deja de ser el demonio destructor de la Aldea Oculta de la Hoja, el asesino de incontables personas, un ente de odio, y se convierte en Kurama, fiel servidor del primer ninja de la historia (el sabio de los seis caminos) y el mayor apoyo de Naruto ante las dificultades que se le avecinan.

Como esta, la serie recurre todo el tiempo a fórmulas narrativas tan antiguas como las de los primeros comics japoneses. Por ejemplo: Sabemos que debe haber un malo, Orochimaru en el caso que nos ocupa, el cual solo puede tener dos finales, convertirse en malísimo e inevitablemente morir, o, de alguna forma, muchas veces inentendible, ayudar al bando de los buenos. Pero no puede haber un único malo, deben existir más, y ahí es donde aparece Akatsuki, eclipsada en un primer momento, pero que luego encuentra su momento de brillar. Sin embargo, cuando el líder de esta organización cambia de bando –gracias, por supuesto, a Naruto–, tiene que nacer otro antagonista.

Otro de los estereotipos del anime que utiliza esta serie es el clásico chico conoce chica, aunque la verdad, esta animación japonesa no tiene un buen guión en cuanto a amor se trata. La misma se desenvuelve más en el campo de la obsesión: Naruto persigue a Sasuke, Sasuke persigue a Itachi, Orochimaru persigue a Sasuke e Itachi, Hinata persigue a Naruto, Sakura persigue a Sasuke, Jiraiya persigue a cualquier mujer… Todo un bucle donde estos adolescentes, y no tan adolescentes, no pueden evitar acosar a alguien. Sí, cuando analizas a fondo la serie notas que Naruto es una alegoría para stalkers.

Mi alma de otaku observa a Naruto como una muestra de la teoría del mal chicle: mientras más los masticas menos sabor tiene, pero no por ello pierde su viscosidad y elasticidad. Los realizadores han encontrado la manera de alargar una página del manga a dos o tres capítulos del anime. Ello sin contar los inacabables episodios de relleno.

No obstante, debemos destacar que más allá de los estereotipos del manga y el anime, como son los personajes andróginos, gritones, vengativos, con un ciego sentido del honor, senos gigantes… Naruto ha creado un universo transmedia donde los fans colaboran en la creación de historias, y ha forjado una industria de venta comparable con franquicias como Star Wars, Pokemon o Dragon Ball, concebido un producto capaz de comercializar subliminarmente el folclor y la cultura japonesa… un mundo donde un idiota puede ser un héroe.

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