Odio a Scott Card

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10 min readJul 20, 2016
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por: Yadira Álvarez Betancourt

Un reloj roto da la hora exacta dos veces al día.
Orson Scott Card. “La Sombra de Ender”

No fue La Saga de Ender lo primero que leí, sino Maestro cantor, y poco faltó para que echara a la basura el libro y al escritor. Leer, durante casi diez páginas, una compleja descripción de todo lo que pasaba en la mente de un solo personaje estuvo a punto de acabar con mi paciencia. Por suerte no cerré el libro de forma definitiva.

Maestro cantor, curiosamente, es tal vez una de las historias mejor logradas de Scott Card en cuanto a construcción de personajes, seguida muy de cerca por Esperanza del venado. Sin embargo, cuando hablamos de Orson Scott Card, lo que viene a la mente de los lectores de forma inmediata e irremisible es la saga de Ender. “Oscura como el pecado e igualmente luminosa y suculenta”, decía un amigo, cómplice de lecturas clandestinas. Tratándose de un autor cuya formación religiosa es en extremo radical, usar las palabras “pecado” y “suculenta” para calificar una de sus obras por fuerza invita a leerle para ver en dónde radica la contradicción. No obstante, ese mismo amigo que calificó de un modo tan perversamente atractivo la saga de Ender, me recomendó enseguida que leyera primero Esperanza del venado y Maestro cantor, y que Ender podía dejarlo para después.

Con una educación muy estricta en la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, Scott Card podría simplemente haber encausado su obra de forma exclusiva por el camino que tomó en sus inicios: análisis histórico religiosos de las bases fundacionales de su religión, ensayos sobre modos de educar en su credo y obras de teatro breves, de contenido religioso y de carácter proselitista o catequizador. Por suerte para nosotros, con su salto a la fantasía y a la ciencia ficción ganamos una visión más del género: la perspectiva de un devoto.

La construcción de líderes prácticamente desde el embrión, los éxodos, los dilemas éticos y religiosos de nuestros tiempos, sumados a búsquedas y crecimientos personales al mejor estilo “camino del héroe”, son el sustrato temático de donde bebe para crear su obra.

En el año 1977 Ben Bova, editor de Analog, le descubrió como narrador de ciencia ficción. Fue en esta revista y en OMNI donde publicó la mayor parte de sus primeros relatos. Para Scott Card fue como una epifanía: la creación en este género no estaba divorciada de su concepción religiosa. Del curioso maridaje establecido por el autor entre ambas líneas –una religiosa y la otra puramente creativa y proyectiva– quedan como secuelas muchas contradicciones y preconceptos visibles en su discurso narrativo. De estos se agarran sus detractores para calificarlo de buen fabulador pero narrador sectario, propenso a predicar mensajes tendenciosos implícitos en el modo de actuar y decir de algunos de sus personajes y en los conflictos que se generan, a veces de modos no del todo creíbles, forzados por una lógica cristiana.

En el año 1978 recibió el Campbell Award al mejor autor novel, y su obra comenzó a recibir mayor atención por parte del público. En esta época, relatos como Capitol (1979) y Hot Sleep (1979) –novela que reescribió más tarde como La crónica de Worthing y Unaccompanied Sonata and Other Stories (1980)– revelan un mayor interés en los aspectos emotivos y psicológicos de los personajes.

Esta tendencia aleja al autor, como a otros escritores de los ochenta, de la llamada ciencia ficción dura, centrada en la divulgación tecnológica y las ciencias puras. Por otro lado, no podemos tampoco calificar su obra de perteneciente a la ciencia ficción blanda, más dirigida a los aspectos humanos y a los dilemas sociales, con un estilo lírico, lleno de imágenes poéticas. La obra de Scott Card se ubica en una especie de punto intermedio científico, político, social y tecnológico, donde él y otros autores desplegaron mundos enteros de futuros posibles. Algunas de estas creaciones no están demasiado lejanas de nuestro hoy y, en cierto modo, es como si proyectaran en sus relatos el camino que seguirán tendencias actuales –la carrera armamentista, los pactos entre naciones, la manipulación gubernamental, los siempre amenazantes apocalipsis guerreristas, la migración, el fanatismo y la violencia–.

En el año 1985, su cuento corto El Juego de Ender obtuvo los premios Nébula y Hugo, historia que posteriormente alarga hasta convertirla en una novela, con mejor acogida en el público que el relato original. El eje de esta novela lo constituye el tema tradicional de Scott Card, el proceso de crecimiento y maduración de un niño, sometido por el medio y los adultos a desafíos más allá de los que a su edad debería afrontar.

La historia es contada desde la visión de Andrew Wiggins, un niño que en la era del control de natalidad ha sido marcado desde la misma concepción como última esperanza de la Humanidad para aniquilar la amenaza alienígena de los insectores. El bullying, el distanciamiento entre padres e hijos, el maltrato psicológico infantil y la sobre exigencia institucional son fenómenos que oscurecen la trama y se erigen en combates que el protagonista debe librar para subir niveles en su desarrollo como futuro almirante de la Armada de la Humanidad.

Cada agresión sufrida por el niño de seis años es justificada por los adultos involucrados en su adiestramiento militar como el único medio de “despertar” sus capacidades de líder y combatiente en la última ofensiva humana contra los planetas insectores. El deseo de perfección, la empatía, la búsqueda de lealtad, una voluntad extrema de supervivencia y su comando de niños soldados son las únicas armas que puede esgrimir Ender Wiggin para prevalecer. Aun así, la Flota Internacional le utiliza, convirtiéndole a él y a los miembros de su comando, a través de un juego virtual, en los destructores no intencionados de toda una civilización.

Scott Card disecciona con extrema crueldad la mente del niño soldado y mete al lector bajo la piel de los jugadores, de los hermanos de Ender y de cada personaje infantil que aparece en la dramática manipulación que bordea el fin de todo lo humano. Una manipulación concebida precisamente para que la Humanidad triunfe sobre sus supuestos enemigos, quienes sucumben, más que por el arma lanzada contra el planeta de las Reinas, ante la inexorabilidad de una mente fabricada con el fin exclusivo de destruirles.

La novela había sido calificada de “imposible de filmar” debido a su fuerte carga de monólogo interior. Sin embargo Summit Entertainment y los estudios Lionsgate se atrevieron a materializar la historia, autorización del autor mediante, en el año 2013. En el guión se fusionaron elementos de El Juego de Ender y de la novela perteneciente a la saga paralela de Las Sombras, La Sombra de Ender. Y aunque el resultado no podría calificarse de perfecto y la cinta no logró convertirse precisamente en un filme de culto, justo es decir que resultó una aceptable puesta en escena de una historia bien difícil de recrear.

Las edades de los actores que juegan los roles protagónicos no eran adecuadas. Sin embargo, hubiera sido difícil mostrar un niño de seis años con la elevada madurez que despliegan en la obra el Ender literario y sus coprotagonistas, Peter y Valentine Wiggin, Julian Delphiki y Petra Arkanian. Amén de que la recreación del peligro y la indefensión a que es sometido el niño soldado posiblemente hubieran sido demasiado fuertes para un actor de menos de quince años. “Mi libro ya está presente en la mente de cada lector. Esta es la película de Gavin Hood” alegó el escritor cuando vio algunos cortes, dejando muy claro que apreciaba el esfuerzo y la calidad de la puesta en escena, pero que su novela era independiente, el original indiscutible.

La Voz de los Muertos (1986), continuación de la Saga de Ender, obtuvo igualmente los premios Hugo, Nebula y Locus, convirtiéndose Scott Card en el primer autor en obtener por dos años consecutivos dichos lauros. Es una historia distinta de la que le precede, más introspectiva, lenta, menos centrada en desafíos juveniles y más en cuestiones éticas profundas y dilemas familiares. En esta entrega los hermanos Wiggin son convocados a la colonia Lusitania, donde un asesinato ritual incomprensible en una comunidad mixta donde conviven seres humanos y alienígenas, desencadena un drama que amenaza con afectar a toda la Humanidad. Podría decirse que El juego… es una novela adolescente pero La Voz… es un desafío adulto y universal.

Otras novelas de esta saga son Ender en el exilio, Guerra de regalos, Ender el Xenocida y cierra con Los hijos de la mente. Una saga paralela, denominada popularmente Saga de las Sombras de Ender, abarca La sombra de Ender, La sombra del Hegemón, Marionetas de la Sombra, La sombra del Gigante y Sombras en fuga. Todas hilan las historias de los compañeros de Ender en la Escuela de Batalla, de sus hermanos los maquiavélicos Peter y Valentine, y de una tierra en peligro permanente de anarquía y caos guerrerista. En esta saga la política humana, la genética, la religión y la ética tienen un tratamiento destacado, aunque por momentos el discurso sucumbe a un exceso de ingenuidad política y cierta tendencia americanista.

Como precuelas de estas sagas están las dos novelas de la Guerra Fórmica, La Tierra desprevenida y La Tierra en llamas, donde se perfila el personaje Mazer Rackhan, héroe de la primera ofensiva insectora y posteriormente entrenador de Ender. También se muestran las tensas relaciones entre los gobiernos humanos ante una guerra cuyo principal peligro –más que la preponderancia de una u otra alineación política o empresarial y el ego nacionalista– es la amenaza a la supervivencia de toda la especie.

En su momento la crítica se preocupó por la aparente concesión que hacía Scott Card al mercado, dejando de lado el tratamiento temático presente en dos novelas tan monumentales como Maestro cantor y Esperanza del venado. El escritor y crítico Norman Spinrad ha comparado la aparición de El Juego de Ender al surgimiento de las historias sobre Valentine y Majipoor escritas por Robert Silverberg, de mucha menor entidad que su anterior obra pero con una clara voluntad de alcanzar el éxito popular.

Además, Spinrad califica a Ender como un héroe autofabricado, perfecto y capaz aún desde la infancia de solucionar todos los desafíos intelectuales y sociales que se le plantean, incluso a costa de su propia humanidad. Mientras que el Ansset de Maestro… y la Asineth de Esperanza… tienen que realizar un largo y difícil viaje hacia la edad adulta, la sabiduría y la madurez, antes de empezar a cambiar el mundo que les rodea. Según Miquel Barceló, en las notas al pie de presentación de Maestro cantor, en la edición de Gigamesh:

“Ender, a pesar del sentimiento de culpa por su genocidio, está, en cierta forma, por encima del bien y del mal y se presenta como un demiurgo capaz de solucionar todos los problemas de los demás. No ocurre así con los protagonistas de Maestro Cantor o de Hart´s Hope. En estas novelas vemos (…) cómo la formación sentimental y humana de unos niños se traduce en su evolución como personas, en su maduración y crecimiento moral y emocional. Y ésta es la síntesis de lo que un lector tiene derecho a esperar: percibir que los personajes de las novelas “viven” sus experiencias y son modificados por ellas, al igual que nos ocurre en la vida de cada día a cada uno de nosotros. El mismo Spinrad alega: «En Hart´s Hope y Maestro Cantor, Card demuestra ampliamente que comprende el significado profundo del relato del héroe arquetípico y que puede comunicarlo al lector con fuerza y claridad (…) ¿Y por qué estas últimas obras [El Juego de Ender y La Voz de los Muertos] le han proporcionado el nivel de ventas, los premios y los lectores que le fueron negados tras obras artística y moralmente superiores como Hart´s Hope y Maestro Cantor?». Esa es una buena pregunta…”

En 1987 Norteamérica redescubre a Scott Card con la reedición de Maestro Cantor, la publicación de Wyrms y el inicio de una nueva obra de fantasía: The Tales of Alvin Maker II, prevista como una serie de siete libros en los que se recrea el pasado de unos Estados Unidos alternativos. Paralelamente surge la Saga del Retorno, de excelente factura, pero a la que muchos detractores (y otros no tan detractores pero sí excelentes lectores y críticos) han calificado de refrito sobregirado del Libro del Mormón. Esta idea no es tan descabellada si nos enfrentamos a la lectura simultánea de ambas obras. Justo es decir que la calidad narrativa de la Saga del Retorno supera con creces la del Libro del Mormón, así que me quedo con la primera; al fin y al cabo, las versiones bien desplegadas y con calidad narrativa de escrituras religiosas son permitidas en la ciencia ficción y constituyen una más de las vertientes temáticas del género.

Sin ser panfletario ni perder el toque, danzando en el peligroso borde que coloca a su obra cerca del rechazo de algunos sectores del público, Scott Card provee a los lectores de historias de ciencia ficción futurista, postapocalíptica y fantástica, y en la cuerda de los éxodos planetarios. Con su extensa obra literaria, demuestra que es posible mantener al lector fiel a un escritor (aun cuando ese lector en específico tenga deseos de vez en cuando de agarrar al autor por el cuello a causa de ciertas desavenencias que ya les contaré algún día).

Recomiendo enérgicamente leer a Orson Scott Card. En lo personal sugiero, a quienes puedan encontrarla en la edición de bolsillo de Plaza & Janes, la serie de cuentos La gente del Margen. Acérquense con cuidado y elevando un tanto su nivel de tolerancia a la manipulación teológica. Pero no dejen de acercarse, aunque a veces le odien un poquito.

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