Shaquille O’Neal, una nueva leyenda en La Habana
Un nuevo mito visita Cuba. Shaquille O’Neal llegó a La Habana como parte de un programa donde el deporte funciona como medio para el desarrollo académico, el liderazgo y el trabajo en equipo, según declaraciones del departamento de Estado. Es posible, pero la visita de Shaq es algo más, como si los Estados Unidos enviasen a Superman par de días a la isla del Caribe para convertir la leyenda en una realidad.
O’Neal es puro carisma. El sol lo está matando pero él sonríe. Intenta impresionar a uno de los chicos con una mirada intimidante cuando le anotan una canasta o cuando les bloquea un tiro. Son las diez de la mañana y el calor en el Vedado es agobiante.
El 34 de los Lakers demora en salir de la guagua, no estará más de dos horas con los niños y la prensa, pero aun así prolonga su aparición en escena. Las canchas de 23 y B están acondicionadas gracias a la visita anterior de Steve Nash, Dikembe Mutombo y Ticha Penicheiro. No. Shaq no es el primero ni será el último basquetbolista de la NBA en viajar a La Habana, pero su visita tiene un sabor especial. A pesar de las distancias, a pesar del bloqueo y gracias a las antenas parabólicas ilegales, The Big Cactus es un héroe más cercano para los fans del básquet de lo que fue Lázaro Borrell.
Shaq se seca el sudor con una toallita blanca. Su pullover negro evita un contraste profundo para los fotógrafos. Deja pasar a uno, dos, tres niños, y de pronto un tapón monstruoso y sin esfuerzo. Con solo tocar la bola, esta sale despedida a una velocidad bestial. Ojos entrecerrados y cara seria, eso es lo que le toca a su víctima, como si el bloqueo no fuese suficiente. Los chicos sonríen. Él también.
Shaquille es un showman. Lo sabe y lo disfruta. Medir dos metros y dieciséis centímetros, tener habilidades monstruosas para jugar al básquet y ser un tipo tan carismático como para que te inviten al Comedy Central Roast o ser el anfitrión de tu propio show son características que no todos los días pueden encontrarse en un ser humano.
Después de fungir como entrenador, se coloca como referí de un partido, y a la hora de cobrar unos tiros libres, le explica a la niña cómo hacerlo. Curioso, Shaq es el segundo jugador con más fallos en la historia de la NBA desde la línea de libres. Cinco mil trescientos diecisiete. Lo escribo porque tal vez con números no se entiendan la magnitud de la cifra. No podía evitar sonreír mientras le decía a la chica cómo lanzar el balón.
No jugó, ni siquiera a tres puntos al estilo callejero. Está claro, hubiera sido una matanza. Lo único que hizo Shaq fue pedirle el balón a uno de los chicos, decirle que mirase, que así era como se hacía y clavar la bola con un dunkeo espectacular. Imágenes como esas activan mementos guardados en algún sitio lejano de la memoria que, según Juan Villoro, si lo recuerdas es que no lo viviste. Yo no recuerdo a los Lakers ganando ningún anillo, pero sé que los vi. Sin embargo, sí tengo muy nítido, por absurdo que suene o por construido que parezca, un dunkeo de O’Neal en el séptimo juego de la final de Conferencia frente a los Trail Blazers en el año 2000. Fue el highlight de ese partido, donde Kobe le sirve el balón a Shaq y este la clava como dictan los cánones. Era el final de una remontada épica, el primer pedazo de historia de aquellos tres anillos. Por algún motivo, ese día me quedé hasta bien tarde “viendo el play”, por esas razones místicas donde uno siente que algo mágico va a pasar. O quizás no vi nada y es un recuerdo construido por completo, como casi todo lo que recordamos de la infancia.
Ya casi al irse, después de tomarse algunas fotos con los pocos aficionados, justo antes de montar en la guagua, Shaquille O’Neal simuló ser atropellado por un Lada. Un nuevo chiste, más risas. Más que un embajador del deporte, Shaq es un embajador de la risa, del humor.