Sobre el caos

Cachivache
Cachivache Media
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5 min readOct 7, 2016
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por: Carlos Ávila Villamar

Ser observador puede traer recompensas jugosas. Como cuando descubrí que los viejos casetes de música de mis padres, en los que todavía están grabadas canciones en inglés de los años ochenta, fueron fabricados nada más y nada menos que en Corea del Norte (revisen los casetes de sus padres, cuando tengan la oportunidad). Ese país lejano y controversial del que de vez en cuando nos llega alguna noticia o un cargamento de jabón. Sí, los casetes importados de la rígida Corea del Norte se usaron para grabar música de sus peores enemigos, los norteamericanos. Una contradicción que deja muy atrás a los discos de The Beatles que vinieron de la Unión Soviética, hoy comprados como pan caliente por los turistas.

Igual podemos pensar en la foto del trabajador de Pepsi, detrás de un muro, tomando una Coca-Cola . Fotografía anónima que le dio la vuelta a internet hace un tiempo. O podemos pensar en el armamento cubano que combatió en Girón, heredado de Batista, hecho en los Estados Unidos. Enumero ejemplos que me saltan a los ojos cuando pienso que el azar deja fuera de control a los símbolos creados por el hombre. Un símbolo queda libre desde el momento en que se imprime o publica, no hay ningún control sobre él. El mundo da muchas vueltas, resume la sabiduría popular.

Si usted va a la Lenin o probablemente a cualquier otra vocacional cubana y está muy aburrido, o si es observador, podrá ver en la cuarta planta un verdadero compendio de cultura sobre los muros descascarados. Letras de canciones, poemas terribles de Rubén Darío, poemas terribles de estudiantes, recuerdos de enamorados (es posible hacer el registro sentimental de algunas personas solo revisando los muros), dibujos de Naruto, dibujos emo que sobrevivieron al 2009, declaraciones bárbaras de mejor albergue o cubículo… en fin, un anónimo compendio de la forma de pensar de una sociedad en un medio determinado.

Tal vez por eso prefiera el viejo nombre de muro al ya no tan nuevo de biografía, que se usa en Facebook. La biografía de una persona en Facebook tiene muy poco que ver con su vida real, más parece el sitio donde por fin puede hacer de su vida un libro, o una película, o una serie, el espacio de representación por excelencia dentro de internet. Hecho para publicar mucho más que fotos personales. Vivimos en la era del meme, risueña expresión de la cultura, en la era del tuit, del trendic topic, ideas abstractas flotando en el vacío. El cartel se ha vuelto la manifestación cultural de vanguardia, como lo fue durante el art nouveau.

A diferencia de los carteles tradicionales, la nueva maquinaria se mueve espontáneamente y lo normal es que no tenga respaldo de ninguna institución. Esto es importante. Habrá excepciones, claro. Se dice que Vladimir Putin tiene toda una división encubierta de publicidad política a base de memes, que intentan glorificar la imagen de Rusia para el mundo. Pero lo normal es una cultura volátil, rápida y ambigua, que corre por sí sola con cierta ingenuidad.

Probablemente el fenómeno comenzara con el surgimiento del correo electrónico. Recordemos los mensajes en masa con diapositivas de PowerPoint adjuntas, que prometían revelar el secreto de la felicidad o, si se tenía suerte, eran compendios de chistes, armados con imágenes prediseñadas y tipografías horrorosas. Las redes sociales catalizaron el fenómeno y lo elevaron a su máxima expresión. Todos los días uno se topa con innumerables publicaciones de maestros anónimos de la autoayuda, gurús de bisutería, y comediantes clase C. Fotogramas de películas famosas mezclados con dudosas frases de Albert Einstein o Jorge Luis Borges. Noticias falsas. Maldiciones digitales (“si no pegas este post en menos de dos horas…”) cuyo origen y propósito siguen siendo un misterio para mí.

Parecerá sin duda que redacto una crítica a la cultura de masas. Me estoy riendo de mis propias líneas en este preciso instante. Tal vez hasta haya cambiado algunas. Baje su rifle, lector, somos amigos. Estaba hablando de la libertad del símbolo o de la imagen o de la palabra (es la tercera vez que hago este tipo de sucesiones en este artículo). Y luego de la libertad de publicación. La cultura de masas evidencia un retorno al arte anónimo y colectivo del medioevo, dentro del cual todo era lícito. No existía la noción moderna de plagio. Un juglar podía tomar versos de otro juglar y adaptarlos sin ninguna consecuencia. El pintor era un obrero desconocido al igual que el arquitecto. Durante el medioevo, debido al declive de la palabra escrita (la educación se restringía a las cortes y monasterios), la cultura se propagó oralmente sin ningún control. Pasajes de la Ilíada fueron traducidos e incorporados a cantares de gesta franceses o españoles.

El medioevo fue, como el internet, un alegre caos cultural, que solo concluyó verdaderamente con la aparición de la imprenta. Aquello que estaba impreso (libros, diarios, luego revistas…) ya estaba respaldado por una institución. El poder respalda al medio y el medio respalda al poder. La cultura durante muchos años permaneció funcionando en una sola dirección y sentido. El hombre consume el diario y punto. Cuando más lo comenta con un amigo y las palabras se las lleva el viento.

El internet se ha burlado de la imprenta, instrumento de las instituciones o poderes, y ha dado voz a las masas. Con sus estragos y beneficios, por supuesto. Fran Lebowitz escribió que la peor secuela de los blogs y las redes sociales era inculcarle a las personas la creencia de que sus pensamientos importaban. Hay que aceptar que Facebook ha convertido en filósofos y escritores a personas con el coeficiente intelectual de un pulpo de laboratorio, que sabe abrir botellas y distinguir los colores. Pero también ha dado voto a aquellos que por una razón u otra han sido silenciados por la sociedad. Publicar en sí ha dejado de ser un problema. El problema es ahora cómo ser consumido o cómo consumir. Una vez que alcanzamos la libertad no sabemos qué hacer con ella.

Un hombre calvo y obeso toma una foto en Alaska con su familia y alguien la utiliza como base para un montaje, y luego el montaje pasa a formar parte de un video recopilatorio, y luego el fotograma del video se convierte en un meme, y la idea del meme es adaptada por alguien más (ya se desecha la foto de Alaska, solo importa el texto) en una publicación sobre deportes extremos, que tiene poco éxito y pasa al olvido, hasta que una persona la redescubre y su memoria trata inútilmente de recordar de dónde le suena. Nada, que el mundo da muchas vueltas.

Aceptar el caos parece la única forma de mantenerse cuerdo ante las saturaciones del mundo contemporáneo. Estamos hechos de caos. Cada hora que pasa se genera más contenido en internet del que podríamos revisar a lo largo de toda nuestras vidas. Resulta una afirmación tan cierta como aplastante. Aceptando el caos como lo único verdadero en el mundo, se llegará a una necesaria tranquilidad intelectual. Nuestros ojos recorrerán con calma los titulares y se permitirán el asombro de vez en cuando. Habremos aprendido que el mundo es incognoscible, pero no por eso habremos de dejar de ser observadores.

Me viene a la cabeza un hombre que flota boca arriba, mecido suavemente por el oleaje, en unas aguas con cientos de metros de profundidad. Eso es un internauta.

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