Tonia, la lotería que nunca va a llegar

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6 min readSep 1, 2017
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por Alberto C. Toppin

Dice Buena Fe, en una de sus tantas canciones, que arreglaría el barrio si se sacara la lotería. O sea, si obtuviera, así de la nada, suerte mediante, unos muy felices millones de dólares. Como si eso sucediera en Cuba. Como si tamaña suma de dinero cayera de tan solo estar sentado, a veces frente a un ordenador, esperando.

Aunque Tonia Ahmed lo cree. A medias, porque no está en Cuba, ni siquiera en América. El jueves 29 de junio, cerca de las 9 de la mañana hora de La Habana, ha utilizado una cuenta de Hotmail para contactar a algunas personas por correo electrónico. Se tomó la increíble molestia de escribir apenas catorce palabras para saludar, invitar a que le respondan y mencionar que ha extraído la dirección electrónica de los destinatarios de sus respectivos perfiles en LinkedIn.

Maldito LinkedIn. Maldito Microsoft.

Y por cortesía se le contesta. No tan escuetamente, sin ánimos de sonar rudo, pero aclarándole que Google devuelve varias personas con ese nombre y LinkedIn, ninguno. Facebook unos pocos y a Twitter mejor ni llegar. Se le pide más información y llega con veintiuna horas de retraso.

Tonia Ahmed Abdullahi dice tener unos 25 años. Bien puestos, a decir de las dos fotos que ha enviado. En una de ellas viste una blusa negra de mangas cortas, aretes pequeños, cabello recogido y en su muñeca derecha resalta, sobre la piel tostada que no llega al ébano, un pulso negro sencillo. Por boca aparecen dos labios gruesos bajo la nariz claramente chata; por fondo, la familiar estampa de calles sin asfaltar, empolvadas, bordeadas por casas descoloridas con algún tanque plástico encaramado en una torre improvisada y ladeados postes de tendido eléctrico. En la otra fotografía ha desechado las mangas y viste lo que alguna vez se llamó en Cuba “bajaichupa”: un tope rosa con pantalón negro, reloj plateado, pelo suelto y ojos entrecerrados, provocativos, dentro del rostro igualmente inclinado como en la primera imagen, sobre una pared oscura y corrugada.

No resulta coincidencia que Abdullahi sea el apellido del ministro de educación somalí fallecido en un atentado suicida el 3 de diciembre de 2009, cuando permanecía en el hotel Shamo de Mogadishu. Tonia aclara que es su pariente. Más preciso: dice que es su única hija. Eso, después de equivocarse de género al saludar y de expresar su alegría por haber recibido respuesta. A la altura de la segunda línea suelta una insinuación y la teje con notable chapucería gramatical. Dice tres veces la palabra hombre en una misma oración, garantiza confianza por parte de ella y pide que no se le traicione.

Porque hay razones y de sobra en su nuevo correo. Menciona que su padre le ha dejado una suma en un banco senegalés y que solo hay tres personas en el mundo que lo saben — además de los banqueros que custodian el dinero, claro — : ella, el reverendo Paul Boris y yo, el primer hombre de su vida.

Y afirma, encima, que en la cuenta hay unos 6 millones 700 mil dólares, de los cuáles el 15% será donado a quien la ayude a transferir ese dinero a otra parte, pues la guerra civil en Somalia le hizo huir hacia Senegal y asilarse en un campo administrado por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, sin estatus legal con capacidad para hacer un retiro en efectivo u otro tipo de transacción. Y que quiere oír la voz de quien la va a ayudar, que la llame al 00221765439206 o que contacte al reverendo mediante el correo revpaul_boris@yahoo.com.

De más está decir que se evita la llamada: resulta fácil camuflar las estratosféricas tarifas internacionales con un robo de teléfono móvil y una mudanza. A Tonia no le interesa. Entre leves descripciones de su situación de refugiada — en las que no falta el deceso de su madre hace 19 años — , pide los datos de aquel que la ayuda, desde el nombre hasta la dirección particular y laboral, teléfono, ocupación profesional y país de residencia. Arguye que la información es necesaria para redactar una carta oficial al banco y nombrar a quien hará los trámites por ella.

Tres días después envía un nuevo correo. Necesita que su representante se ponga en contacto mediante un email a atijariwafabanque@fastservice.com, más específicamente al señor Nigel Foster, Director de Remesas Internacionales de la institución financiera. Rogando confianza, ofrece el número de la cuenta y la dirección postal de una de las 19 oficinas del Attijariwafa Bank Senegal-BST — el principal banco senegalés después de que en noviembre de 2007 su oficina central, originalmente marroquí, añadiera más de las tres cuartas partes del capital de la Compañía Bancaria del África Occidental a su 70% del banco BST — , y pide que se le confirme cuando haya comunicación.

Foster, desde su oficina en el Caisse 36 XOF Yoff de Dakar, no tarda más de lo habitual. Pide un certificado de defunción del ministro somalí, una copia del certificado de nacimiento de Tonia, una declaración jurada de cualquier tribunal senegalés de primera instancia para apoyar la reclamación, los datos de la cuenta bancaria receptora, una copia escaneada de algún documento de identificación del nuevo representante y un poder de un abogado senegalés residente en su país de origen — que debe ser miembro registrado de la Asociación de Abogados de Senegal — para concederle a Tonia las facultades legales suficientes en cuanto al procedimiento de la reclamación/transferencia. Este último documento debe firmarse y sellarse en un tribunal de magistrados en Senegal y ser rubricado también por Tonia en presencia del magistrado principal.

No pierde la calma. Refugiada como está, envía tres documentos que alegan dónde y cuándo nació, cómo murió su padre y a quién pertenecía la cuenta de los casi 7 millones. Sobre el abogado, dice que le preguntará al reverendo, y cuando lo hace, responde con los contactos de Barrister Tijani Islam, abogado principal de un bufete senegalés.

Cuando Tijani menciona que todos los trámites costarán unos 970 dólares vía Western Union, Tonia, metafóricamente, acaba de desaparecer. Metafóricamente porque lo que nunca existió difícilmente deja de existir. Porque, más allá de un discurso construido con el corta y pega de Google Translator, Tonia es solo un nombre vacío que los códigos de Windows han permitido teclear. Es el tejido meticuloso de hechos, direcciones, procedimientos y avaricias.

Difícilmente Tonia haya visto el medio kilómetro de arbustos que sirven de entrada al hospital Keysaney — donde dice haber nacido hace más de dos décadas — y que sobresalen entre el pasaje desértico a orillas del Océano Índico. Quizá nunca ha puesto un pie en Somalia, en el extremo geográfico y político opuesto a donde supuestamente está, y apenas haya logrado ir más allá del templo, el cementerio, la comisaría y el único quiosco de Yoff, el barrio suburbial donde está la sucursal del banco que guarda la fortuna y que carece hasta de calles con nombre. O puede que Tonia sea Koeman Samir Kallon, la persona que recibirá la remesa en efectivo y que simula ser la secretaria de Tijani en el Rue czp 19 pk Sule Lane, la dirección que Osmand y Google Maps nunca lograron encontrar.

Lo más probable es que Tonia haya contactado con otra persona que recibió, hace ya tres semanas exactas, el primer correo que enviara a más de una dirección y que justificara con LinkedIn. Puede, incluso, que esa persona no haya reparado en que cada uno de los contactos que da la joven — desde los del reverendo Paul Boris hasta la casa de abogados — permanecen en bases de datos de páginas antifraude desde hace años, y que, en el caso del número telefónico de su amigo religioso, lo acompañan otros 99 números. Seguramente esa víctima no ha visitado nunca la página del Comité Español de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados — donde una decena de personas buscan indistintamente a Diana Godlin Aziku, Amina Abdel, Mariyah Aludra, Lanika Ayeisha Mukhtar y a otras refugiadas en Senegal — , y mucho menos se ha tomado unos minutos en escribir a la propia representación del refugio para que nunca le contesten por lo lleno que debe estar el buzón de entrada con correos que buscan a una mujer desplazada.

Y si esa persona no es alemana, probablemente desconozca que, según el sitio anti-scam django-hurtig.com — que registra el procedimiento seguido por Tonia como una forma de robo electrónico — , el 78,75% de los 8 097 contactos falsos allí recogidos desde el 2010 hasta la fecha ha recibido respuesta, y unos 1751 lograron que se hiciera alguna que otra transferencia a su favor. Por supuesto, engaño mediante.

Definitivamente, el barrio tendrá que esperar.

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