Transmetropolitan: Amo todo esto

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5 min readJun 19, 2017
imagen: cabezascortadas.com

Por: Darío Alejandro Alemán

El periodista, como el literato o el pintor, inicia su carrera como un detective con ánimos de paparazzi. Siempre hay una figura a la que seguirle los pasos, una escritura a imitar, una fama a compartir. Comienza entonces a pisar cuidadosamente donde pisó el otro, a seguir sus huellas por la cenagosa senda del estilo y del método. Se disfraza, o se trasviste, y asume su papel como un sobrado imitador de Elvis en Las Vegas.

Dicho esto, debo confesar mi pecado: he intentado ser Spider Jerusalem. Pero sucede que mis zancadas no son tan largas como las suyas, que a mi pie le queda ancha la marca de su zapato y que no tengo el coraje suficiente como para raparme y rellenar mi piel de tatuajes. Me siento avergonzado, avergonzado hasta del título de este trabajo porque sé que, de leerlo Spider, de seguro atusaría un “¡Follaperros, que te den por culo!” Pero resulta que Spider no existe y es solo una invención macabra y genial salida de un cómic que leí hace poco con voracidad, a descuido de otras tantas responsabilidades. En verdad, me alegro de que no exista un tipo así, sino me resignaría a dejar esta profesión. Sería muy jodido tener que admitir que hay un Dios, que es periodista, y para colmo, drogadicto.

Imagen: comicvine.gamespot.com

Spider Jerusalem nació en 1997 por obra y gracia de un escritor llamado Warren Ellis, como protagonista del cómic Transmetropolitan. Ellis concibió a su hijo pródigo como un periodista con cara de demonio al que le tocó vivir en una ciudad post apocalíptica y algo ciberpunk, muy lejana de cualquier pesebre de la vieja Judea. Allí, le encomendó la tarea de salvar a su sociedad de la estupidez y la destrucción, otorgándole solamente el don de la palabra.

Hasta aquí lo que sería una reseña de Transmetropolitan. El resto es pura exégesis de sus canónicos dibujos y sus apócrifas escrituras.

El universo de Spider Jerusalem es una maravilla tan aberrada y distópica que solo el esperma combinado de Phillip K. Dick, Orwell y Huxley pudo haberlo engendrado. Los humanos de este mundo han sobrevivido a cataclismos nucleares, las peores enfermedades les duran lo que tarda en curarse un resfriado, reciben información con solo respirar y se implantan cables y extremidades metálicas como si fuesen piercings.

En esta sociedad el desarrollo tecnológico le ha quitado al hombre la capacidad de creer. Ya no hay nada oculto para la humanidad a excepción de su naturaleza idiota. Bajo esta crisis de fe nace en las calles una religión por segundo, con devotos imbéciles que creen que la castración será tenida en cuenta por San Pedro a las puertas del Paraíso. Solo la televisión ha sobrevivido como culto milenario, levantando por doquier altares a la irracionalidad humana. Sin embargo, en las élites del poder político gobierna el cinismo de auténticos monstruos cuyo actuar haría retractarse de sus palabras al mismísimo Maquiavelo… Llegado a este punto, ya no sé siquiera si hablo de Transmetropolitan, pues todo esto me resulta tenebrosamente familiar. Creo –no lo sé– que he viso cosas similares en las noticias.

Imaginar a Spider Jerusalem no es difícil. Basta con pensar a Hunter S. Thompson cubierto de tatuajes y con una plaza en el martirologio de los luchadores por los derechos humanos. Spider, como Thompson, es un periodista ácido y vulgar. Pero la gente lee sus columnas redactadas al calor de las drogas y la nicotina que consume todo el tiempo. Cree que no hay mejor estímulo para sus sinapsis neuronales que el humo de sus cigarrillos (marca Carcinoma), ni ambiente más favorecedor para la creación que cocteles de píldoras sazonadas con alcohol. Las alucinaciones solo son el clímax erótico de su musa inspiradora.

Su estilo es mordaz, directo y en primera persona: todo lo que se necesita para hacer periodismo gonzo. Aquí viene a la mente, de nuevo, Hunter S. Thompson y su decadente y depravado derby de Kentucky, o el Tiburón Rojo cargado de éter y marihuana que lo acompañó en su asqueroso y temerario viaje a las Vegas. Pudiera pensarse que Thompson y Spider son dos egocéntricos que se pintan de aventureros para hablar de sí mismos pero, en verdad, hablan de cosas que les superan: el sueño americano y la idiotez humana. Ellos solo son el ojo observador (algo afectado por las drogas) que revela una realidad imposible de ver para el periodista “imparcial”.

Spider Jerusalem emprende una cruzada contra los poderes políticos y por la verdad; sin embargo, es un mentiroso empedernido. Víctima de su propio engaño, dice aborrecer a la ciudad que lo mismo le aplaude que le condena. Su sueño es vivir como un asceta y dejarse una facha bien excéntrica, a lo Alan Moore, pero todo es una falacia. Desde una montaña solitaria no se puede hacer periodismo.

Como todo héroe –o antihéroe– debe tener un villano, Spider tiene al Presidente Gary Callahan como enemigo mortal. Uno tiene el don de despertar a las multitudes con sus artículos, mientras el otro las adormece con sus discursos. Transmetropolitan nos presenta la pugna entre la prensa y los políticos, una relación que, idealismos románticos aparte, es más de complicidad que de desencuentros. No obstante, la figura de Spider Jerusalem es un llamado al periodismo que invita a creerse el viejo cuento –tejido por las fantasías de algún británico– de que la prensa es el Cuarto Poder. Pensar al periodismo como la voz del pueblo es una ilusión pervertida de grandes magnitudes. El periodista debe ser la conciencia del pueblo, su vigilante, su superhéroe.

Transmetropolitan es una reivindicación del cómic, uno de los tantos méritos que lo avalan para la promoción formal a “Noveno Arte”. Si existe Transmetropolitan no pueden existir, por una cuestión básica de respeto, gaznápiros que vociferen que el cómic es “cosa de niños”. Realmente no dudaría en dispararle a todas esas eminencias y bastiones de la alta cultura, con la pistola “provoca diarreas” de Spider. Él tampoco lo haría.

En fin, que Warren Ellis ha creado un universo tan bien estructurado y parecido al nuestro que da escalofríos pensar que todo eso salió de la mente de un solo hombre. No logro apartar la idea de que la infinita paradoja borgiana del “soñador que es un sueño de otro” pueda ser cierta. ¿Seremos producto de la increíble imaginación de un demiurgo con alma de escritor? Y si es así ¿Dónde está nuestro Spider Jerusalem?

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