Trolear es un placer

Cachivache
Cachivache Media
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11 min readMay 26, 2017
Ilustración: Mayo Bous / Cachivache Media.

Por: Yadira Álvarez Betancourt

Advertencia: Este no es un bestiario de los tipos de trol que puedes encontrar (o ser) dentro de la comunidad virtual, ni un recetario de cómo exorcizarlos. El presente escrito está más cerca de ser un ejercicio justificativo del troleo, con un par de usuarios, entre ellos yo, en el rol de abogados del Diablo, y la Red como infierno y escenario para las fechorías y descubrimientos de todos. Así que si eres del tipo correcto, puro y respetuoso de las reglas, o tu orientación política y emocional incluye, en versalitas negras, variantes de “ODIO AL USUARIO TROLL” o “NUNCA ALIMENTO AL TROLL” o incluso “MATO AL TROLL DONDE LO VEA”… mejor no sigas leyendo.

Trolear es un deporte practicado por un porciento elevadísimo de los usuarios de cualquier red. Cada uno de nosotros ha troleado, aunque sea un poquito. Para hacerlo nos refugiamos en el eufemismo o justificación más a mano: “me estaba aburriendo”, “todos decían la misma bobería”, “quise que lo vieran desde otro punto de vista”, o el mejor y más simple… “me entraron ganas de fastidiar”.

Malas noticias, no hay defensa posible ni vericueto legal que te exonere de responsabilidad: al menos por un momento y sin intenciones reales de molestar, ESTABAS TROLEANDO A ALGUIEN… y te gustó.

No sientas vergüenza ni pienses mal de ti mismo, no actives los controles internos para evitarlo: es natural, incluso necesario. Echar la mezcla explosiva de nitrocelulosa y acetona en el motor es una tentación ineludible cuando una comunidad virtual se pone demasiado políticamente correcta y sosa, cuando la línea de discusión desbarranca sin remedio por el camino de lo mediocre y el tema comienza a morir o cuando el debate merece en definitiva que alguien se arme de valor y lo mate con ensañamiento y alevosía.

¿Está mal el troleo? Tal vez. Nadie debería tener el derecho de mover a su antojo el tempo de un debate, que es definitiva el resultado de la conjunción de todas las voluntades involucradas. Pero piénsalo sin prejuicios ni resentimientos. ¿Está justificado el troleo? ¿Se dará el caso en el que funcione como una acción de bien social para escarmentar a quienes no piensan antes de decir algo superficial o absurdo en un medio que consideran cómodo para construirse cualquier identidad? ¿Es una ruptura de los consensos que sugiere ver un tema desde una perspectiva completamente diferente? Claro, todo ello si se cumple con ciertas reglas igualmente aplicables a deportes de combate declarados olímpicos, o sea:

1. No golpear con la cabeza.

2. No tirar polvo a los ojos del adversario.

3. No utilizar más armas que el cuerpo.

4. No morder, agarrar ni escupir.

5. No insultar.

6. No perseguir.

7. No emplear factores como la religión, la filiación política, nacionalidad, raza, extracción social o género entre los argumentos para atacar la opinión de un adversario.

8. No liberar información delicada de naturaleza personal.

9. No cuestionar las costumbres sexuales o alimenticias o ambas, de nadie.

Entonces, ¿puede ser que el trol, si se adhiere a determinadas reglas de conducta, sea la necesaria fuente de contradicciones que fomenta el desarrollo?

Pero antes de mencionar a la gallina troleadora hay que hablar del pobre huevo, víctima y/o victimario del troleo: el usuario de la comunidad virtual. Hablamos de Comunidad Virtual en letras mayúsculas, pero bien podríamos hablar de muchas comunidades, algunas masivas, ultracomerciales y públicas. Otras igual de grande pero más clandestinas, comunidades consumidoras de freeware y con una filosofía heterodoxa y casi anárquica. Y existen pequeñas y selectas comunidades para intercambio de información específica.

Entre sus miembros puede haber fieles monógamos dedicados a un solo grupo y libertinos polígamos con niveles variables de dedicación a varios grupos y, dentro de estos, a subgrupos.

El usuario de cualquiera de estas comunidades ha sido definido como ciberhabitante, o ciberciudadano, que vive (en) la red como si esta fuera un ecosistema o una conurbación a la cual el carácter de virtual no resta un ápice a su percepción como sitio material.

“Hoy en día tiene sentido hablar del ciberespacio como de un lugar”, refiere el escritor de ciencia-ficción Bruce Sterling, uno de los fundadores del movimiento cyberpunk “Porque ahora la gente vive en él. No unas pocas personas, no sólo unos pocos técnicos y algunos excéntricos, sino miles de personas, personas corrientes. Y no durante poco rato, sino durante horas a lo largo de semanas, meses, años. Hay gente que se ha conocido y se ha casado allí. Hay comunidades enteras viviendo en el ciberespacio hoy en día…”.

Estas comunidades virtuales tienen un fuerte impacto sobre la percepción que las personas tienen de sí mismas, y conforme sucede en el afuera –el lento y limitado off-line que sacaba de sus casillas a un personaje del también escritor de ciencia ficción Dan Simmons– la proyección social del yo pasa por un enrevesado y sistemático proceso de construcción personal y grupal. Dicha imagen en la condición online goza de la ventaja o desventaja de que la percepción de lo que eres es incompleta. En general más que de materia visible y palpable y las sensaciones asociadas, la condición online está hecha de información: texto e imagen, bytes y píxeles.

Por ello la construcción de un avatar personal que sea nuestra representación simbólica en el ciberespacio depende de la propia habilidad para construirlo en el imaginario del prójimo, del tiempo y la información de los cuales se disponga para pulir esa construcción y de la visión que se tenga sobre uno mismo.

Para muchas personas la realidad y la virtualidad se entretejen para armar una cotidianidad híbrida tan coherente que deslindar las fronteras de cada espacio se hace difícil. Navegan por los entornos que eligen y se incorporan a las comunidades de preferencia para debatir, jugar, seducir e interconectar de todas las formas posibles, de modo que no es erróneo calificar su estado como dos vidas con algunos puntos de contacto entre ambas (el horario de almuerzo, por ejemplo).

Se puede incluso hablar de adicción a esa segunda vida en el metaverso y de altos niveles de dependencia determinados por un tipo de trabajo que requiera largos períodos de tiempo online o simplemente de una necesidad de reconocimiento e interacción que el tiempo offline no ofrece al usuario.

La diversidad de personas que conviven en el metaverso implica diversidad de opiniones y objetivos, algunos mutuamente excluyentes, e incontables matices y estilos para expresar esta diversidad. El debate es otra forma de definirse y modelar el yo virtual.

La práctica del troleo es de las más (im)populares formas de opinar, y una de las más agresivas para ese alter ego cibernético que los usuarios fabrican. Es un mecanismo destructor de consensos, que emplea como estilos el sarcasmo, el choteo y la compulsión por actuar a contracorriente de tendencia defendidas (o al menos toleradas) por todo el mundo. Es el aguafiestas por excelencia.

El debate en internet sobre si los trols realizan alguna función útil, es confuso e interminable. El concepto de trol en sí es tan amplio que sugiere un elevado nivel de contradicción, pero si todas las definiciones dadas hasta ahora han de ser aceptadas, la respuesta sería “sí y no”.

Si la definición que se adopta es la de “usuario provocador que se dedica a publicar mensajes irrelevantes, insultantes y falsos en una comunidad en línea, con el fin de molestar o provocar una respuesta emocional negativa o hasta un enfrentamiento”, por supuesto que no es una función positiva. Tampoco lo es cuando, amparado por el anonimato que garantiza la red, usurpa identidades, actúa como agente provocador, intriga para obtener beneficios y privilegios en la comunidad y acosa a usuarios concretos.

Pero a veces el simple acto de discrepar puede ser tomado como una agresión, sobre todo si estamos ante una comunidad en la que priman la inflexibilidad y la carencia de análisis, donde el consenso es, más que un producto de la reflexión permanente y del ejercicio valorativo de la crítica, un resultado del deseo de pertenencia. Sitios donde el elogio, la promoción, el proselitismo y la venta constituyen las máximas imperantes.

Las reacciones que estas comunidades generan en la gran masa de habitantes del metaverso es la predecible: no a todo el mundo le gustan Justin Bieber, el sistema operativo Windows, las Siete Sombras de Grey, la socialdemocracia, las novelas colombianas, el Evangelio o StarTrek. Y algunos de los usuarios exploradores que llegan por pura casualidad (o por pura maldad) están (o creen estar) en pleno derecho de decir y argumentar por qué no es de su gusto el producto que todos están aclamando.

Pero la verdad última es que cualquier usuario que tenga una opinión distinta a la mayoría pondrá en peligro la ilusión de consenso, y será calificado de trol aun cuando sus argumentos para discrepar sean válidos. Está arremetiendo contra el fundamento vital de esa comunidad, por tanto se le atacará y/o se le ignorará hasta que él mismo desaparezca o se le invitará a irse.

Esta visión que etiqueta al troleo como “mal comportamiento en la red” a menudo abarcará no solo al usuario disruptivo que simplemente canaliza su resentimiento siendo un pesado con todas las de la ley e insultando la inteligencia y los sentimientos de todo el mundo. Quien discute la lógica de un factor o grupo de factores tolerados o celebrados por la mayoría, ocupa injustamente el mismo banco que el tipo que se despierta, hace crujir los nudillos y dice “hermosa mañana para explotar indios” antes de sumergirse en Internet a buscar una comunidad para convertirla en lo que quedó de la Estrella de la Muerte luego de que Luke diera por terminada su visita.

Ariel Causa, veterano trol de convicción y ejercicio, intenta explorar las razones: “la reacción tan virulenta hacia todo lo que parezca troleo parte de una verdad fundamental: somos emocionales. Podemos ser confrontados con la razón pero nuestras reacciones son emocionales. Si la forma en que nos confrontan es traumática, la gente reacciona negativamente: las personas rechazan la verdad si se dice a gritos. La verdad dicha amablemente será mejor digerida pero fácilmente olvidada, evadida. El usuario o comunidad se justificará, le quitará importancia y seguirá en sus trece. Habría que repetírselo una y otra vez y el tiempo del que se dispone en red no da para tantas clases ni para un proselitismo prolongado. Tarde o temprano alguien le gritará…”

Esa misma falta de análisis y flexibilidad convierte a la comunidad en blanco fácil de quien no buscan debatir, sino romper el consenso y demostrar a las malas la falta de inteligencia o de perspectivas que predomina en el grupo. La diversidad de criterio debe ser respetada; no apruebo el uso de cocteles molotov en Internet aunque tengan un color ambarino tan lindo, resplandezcan como estrellas cuando explotan y provoquen una divertida onda de choque que tire los papeles al suelo y rompa cristales. Pero si nos atrincheramos, ocupamos un sector del metaverso por pequeño que sea, y orquestamos pequeñas cacerías de brujas contra los que no están de acuerdo, eventualmente aparecerán invasores que querrán sacarnos de nuestra posición o desarticularla solo porque sí, porque las trincheras se hicieron para ser vulneradas por alguien y ya.

De hecho, la práctica sugiere que los invasores de ocasión se pasarán el link en una versión digitalizada y remasterizada del “tiro de barro al gnomo” de “David el Gnomo”. Y la ola de bárbaros a las puertas de nuestra fortaleza digital no tendrá para cuando acabar.

Y en ello subyace alguna de las características identitarias de un buen troleo: es ejecutado por un individuo y/o grupo de ellos poseedores de una perseverancia descorazonadora, una memoria prodigiosa para llevar el conteo de argumentos a favor y en contra y una pasión por el acto de decir la última palabra.

En algunos contextos se tiende más a calificar de trol a la acción concreta y no al usuario, resumido en la frase “trolling for newbies” (pescar novatos), popularizada en los noventa en alt.folklore.urban de Usenet. En ese caso era más bien una broma interna entre usuarios veteranos, que se le gastaba a los más nuevos. Estos se dejaban manipular y con ello demostraban su falta de experiencia en el grupo. A menudo iba más bien sobre la cuerda de hacer sentir incómodos a los recién llegados, una especie de rito de iniciación. Si resistían y no se irritaban hasta el punto de salirse del grupo o reaccionar agresivamente, con el tiempo podían ser aceptados.

Y aquí aparece una de las supuestas o reales utilidades de esta manera de actuar: cuando una comunidad adopta el troleo como su forma de elegir o de moderar el debate, puede ser un poderoso mecanismo de disuasión para los usuarios no del todo convencidos de querer pertenecer o no preparados para incorporarse a ese grupo en particular. El término, más que la provocación agresiva, abarca el humor y una serie de sugerencias sarcásticas a abandonar una línea de pensamiento y adoptar otras. Es un filtro cuasi darwinista que le permite a dicha comunidad purgar sus filas y purificar sus genes.

Es un mecanismo de ruptura de consensos, tanto como un mecanismo para dotar de identidad y reafirmar la cohesión.

El chiste supremo en este asunto, es que suelen coincidir las motivaciones que mueven a troles y troleados: no me gusta de lo que están hablando, no me gusta como lo están haciendo, creo que no están siendo muy lógicos ni inteligentes en el modo de abordar el tema, no tienen ni idea de lo que están diciendo. Solo que no es lo mismo barrer de un golpe todas las fichas golpeando con ellas a adversarios y público, que levantarse y declarar que te niegas a jugar explicando por qué. Y esto último, como ya hemos visto, bien podría ser la advertencia que un imaginario referee haría a ambas esquinas (troles y troleados, tú eliges el color…).

¿Y qué hay dentro de la mente del trol? ¿Qué lo impulsa a actuar de esa manera, a hacer las veces de salmón digital navegando río arriba, río que para variar desemboca en el Mar de Información?

Reconocimiento, prestigio, satisfacción personal y hasta la posibilidad de aparearse con ejemplares de su especie perteneciente (o no) al otro sexo. Eso está claro y son menos escasos de lo que podría parecer los conflictos trol - troleado que han sido dirimidos en la alcoba (u otra habitación o instalación pública, propicia).

Pero también son incontables los duelos, rencores, contrataciones de matones, echadera de sal en el café, llantenes, pataletas, limitaciones de privilegios, rupturas de noviazgos, cambios de casacas merengues por blaugranas e intercepciones en plena calle que comienzan con “tú no eres (nombre del usuario) que entras en (nombre de la comunidad)” y terminan en besos y/o golpes.

Así que cuando les pregunto a algunos de los muchos trols bajo cuyo puente he cruzado, recibo evasivas, golpes de efecto o (sorpresa) más troleo, pero sobre todo, recibo encogimientos de hombros. Cada cual tiene sus razones y elige combatir el potencial Alzheimer de la manera en qué quiere. Si me pongo particularmente intensa con él, si lo acorralo, Ariel me dará su propia versión utilizando las palabras de otro (truco recurrente) y citará a La Memoria de la Tierra de Scott Orson Card, un libro que sabe me gusta mucho:

“Digo esas cosas que enfadan a la gente, no porque realmente crea que son ciertas, sino porque simplemente encontré una manera ingeniosa de decirlas. Es una suerte de arte, el pensar la manera perfecta de expresar una idea, y cuando encuentras esa manera tienes que enunciarla, porque las palabras no existen hasta que las pronuncias”.

Muy en el espíritu del noble arte del que discutimos, me viene a la cabeza la respuesta apropiada en la forma de la siguiente línea del mismo texto: “Un tipo de arte particularmente débil, Nyef, y creo que deberías abandonarlo, antes de que logre que te maten”.

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