Un café y nueve películas a la espera de la estatuilla

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10 min readFeb 15, 2017
Imagen: newyorker.com

Por: Laura Liz Gil Echenique

A solo unos días de la gala de premiaciones de los Premios Oscar 2017, el próximo 26 de febrero, la estatuilla por la Mejor Película se la disputan nueve filmes (La La Land, Manchester by the sea, Fences, Hidden figures, Moonlight, Lion, Hacksaw Ridge, Arrival y Hell or High Water), cada uno con una carrera más o menos exitosa dentro del marco de festivales y premios del pasado año. Como es habitual predomina el drama como el hilo conductor, y se incluyen otros géneros, en esta ocasión el musical, la ciencia ficción, el drama bélico, el western y el thriller, todos orgánicamente trabajados desde la historia de personajes para nada superficiales.

Estos nueve títulos serán los primeros en la lista de la mayoría de los cinéfilos para los próximos meses, en un abanico que va desde los que disfrutan las películas con rositas de maíz hasta los que analizan las trayectorias de directores y elencos.

Yo, ni una cosa ni la otra. Sin palomitas, pongo un termo de café y programo unas cuantas madrugadas maratónicas para ver filmes. Aprovecho y comienzo viendo La La Land. Tiene un poco para todos los gustos: el que le sigue la pista a los elencos puede deleitarse con la trayectoria de este director al que evidentemente le interesa la música, y en cuanto a actuación, no hay dudas de que el protagonista de Drive (2011) también puede bailar. Dos horas con pinceladas diversas: un poquito de música y colores refrescantes a la onda de los años 50 y el toque de la historia de amor tan llevada y traída… aunque a pesar de todo, la chica no se quede con el chico.

Aparte de las innumerables citas a los clásicos del musical, La La Land habla también de los tiempos de sacrificarlo todo en pos de la pasión al trabajo. Ya hace mucho nos dimos cuenta de que los buenos finales tampoco asumen el “vivieron felices para siempre”, probablemente porque el optimismo de autores y espectadores va decreciendo cada día más. Este filme ya pasó a la historia por sus 14 nominaciones, lo que la sitúa junto a Titanic, y con esto me pregunto si pasará a engrosar el catálogo de películas románticas que retransmiten año tras año durante el verano y días feriados en la televisión cubana.

Este musical, escrito y dirigido por Damien Chazelle, desde All That Jazz (1979) ningún otro filme con historia y canciones originales había recibido una nominación a mejor película. Si Chazelle gana, será el cineasta más joven en obtener el premio a Mejor director (32 años), sin contar que sus últimos dos títulos, Whiplash (2014) y La La Land (2016), han sido ambos nominados en la categoría de Mejor Película. El director y guionista, evidentemente interesado en las tramas musicales, ya se había aventurado a hablar del tema con el guion de la película Grand Piano que dirigió Eugenio Mira.

Vuelvo al panorama general y relleno mi tacita de café al tiempo que repaso la lista de las nueve nominadas a “mejor película del año”. Hago una parada en Manchester by the sea y Hell or High Water, ambas, junto a La La Land, que también recibieron una nominación a Mejor guion original.

Manchester by the sea, escrita y dirgida por Kenneth Lonergan y con seis nominaciones, es una película signada por el propio silencio del protagonista, Lee Chandler (Casey Affleck), quien debe volver a su pueblo natal a raíz del fallecimiento de su hermano Joe. Antes del momento en que Lee debe regresar a esta ciudad a orillas del mar, somos testigos de la vida de alguien apático y anestesiado. El gran enigma radica en entender dónde está la base de su comportamiento: una tragedia familiar de la que nos enteramos casi en el centro del filme. Sin embargo, durante toda la película el pasado en la mente del personaje convive con el presente de la historia.

La forma de narrar está acompañada de un lirismo en las imágenes y en la banda sonora, me recuerdan otro gran filme sobre la muerte, Departures (2008). No obstante, la relación con la cinta de Yōjirō Takitay, que recibió el Oscar a la Mejor Película Extranjera en el año 2009, es sobre todo temática, ya que ambos filmes tienen sensibilidades y puntos de vista distintos sobre el asunto.

En Manchester by the sea el ir comprendiendo poco a poco las actitudes del personaje central nos permite crear un vínculo empático con él y al final quedarnos con la pregunta: ¿Qué sucede cuando la justicia nos ampara pero la consciencia nos condena? Este guion no trata una gran historia sino una gran contradicción, y eso es lo que la convierte en un filme valioso. Los dos personajes centrales, Lee y su sobrino Patrick de 16 años (Lucas Hedges), no caen en los manidos lugares desde donde se cuentan las experiencias con la muerte, y quizás por esa forma de acercarse al drama ambos actores resultaron nominados. Podría decirse que la sensibilidad está atenuada, pasada por el filtro del dolor, la distancia y la culpa, este último un tema al que director y guionista ya se había acercado en su filme Margaret (2011).

En Hell or High Water, dirigida por David Mackenzie y escrita por Taylor Sheridan, la forma de contar y la estética están signadas por los géneros en los que se mueve el filme (thriller, western y drama). La película maneja cierto aire de derrota; en el caso de uno de los personajes combinado con la necesidad de salvar la economía familiar, y en el del otro con un espíritu suicida, que en todo momento nos hace creer que el personaje tiene muchos motivos para no valorar la vida, aunque nunca descubramos con certeza de dónde nace esta actitud.

Otro elemento que advertimos es la denuncia al sistema en que estos dos hermanos se desenvuelven, desde el funcionamiento de los bancos locales hasta el sistema judicial que al final es capaz de dejar impune a uno de los culpables. En este sentido también resulta interesante la subtrama del personaje del Ranger, un viejo oficial a punto de retirarse, que más allá de los mitos y la buena intuición desarrollada durante sus años de servicio es desplazado por nuevas generaciones mucho menos comprometidas o más intuitivas.

De las seis cintas restantes nominadas a Mejor Película, cinco están nominadas a Mejor Guion Adaptado (Lion, Fences, Arrival, Hidden Figures y Moonlight). Resulta interesante que la tercera parte de los filmes nominados está basada en hechos reales (y Hacksaw Ridge, Hidden Figures y Lion), todos con mensajes inspiradores y optimistas, aunque por suerte no simplificados a la mera anécdota de la trama central. Mis lecturas sobre esta edición de los premios confirmaron este criterio. De acuerdo a Cheryl Boone Isaacs, presidenta de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, el tema de este año “es la inspiración. Es sobre los sueños haciéndose realidad, sobre la capacidad [de las personas] de expresarse a sí mismos, lo que estoy segura también incluirá discursos de agradecimiento. Y realmente esperamos que nuestros nominados hablen del viaje que debieron recorrer para llegar hasta donde están, hasta ese escenario en el que estarán parados. Creo que el público ama este tipo de historias”.

Desde distintas perspectivas todos los filmes nominados comparten esencias similares: la fe y el aliento. Y aunque tampoco hay que entender esta edición de los premios como una especie de manual de autoayuda para personas deprimidas y necesitadas de aliento, es cierto que las películas de la selección tienen cierto optimismo y vocación para continuar pese a los obstáculos.

Una vez más, la importancia de las historias, algo que ha caracterizado a los premios Oscar. Y no se trata de un acto complaciente con la audiencia, no hay por qué utilizar el adjetivo hollywoodense de una forma despectiva para hablar de películas entretenidas. Y aunque es cierto que hay un interés en cautivar a las grandes mayorías, un grupo importante de las nominadas de este año se abstienen de hacer ciertas concesiones. Habría sido más fácil contar la historia de amor de La La Land, sin que al final los protagonistas se queden separados. En el caso de Moonlight, ya era bastante conflictivo narrar una historia de amor entre un chico y una chica en un barrio marginal de los Estado Unidos en medio del tráfico y consumo de drogas; sin embargo, el director y guionista Barry Jenkins decidió contar la parte más dura: una historia de amor de dos muchachos afroamericanos pasando el triple de dificultades en este mismo contexto. Tampoco hizo demasiadas concesiones Garth Davis , director de Lion, al pasarse la primera mitad de la película contando la historia de un niño de cinco años en la India, con el idioma original de las zonas en que se desarrolla la trama y una gran cantidad de planos sin diálogo.

La única de las nominadas a Mejor Película que quedó sin mención en los apartados de guion fue el último filme de Mel Gibson, Hacksaw Ridge. Una película que reafirma la trayectoria de este director quien ya había incursionado en los temas históricos con su filmes Braveheart (1995) y Apocalypto (2006), y también en la temática religiosa con The Passion of the Christ (2004). Lo que tiene de particular esta película es la convicción con la que está narrada la historia de la fe de este personaje. Como suele ocurrir en las películas basada en hechos reales, el final del filme está acompañado de entrevistas a algunos de los protagonistas reales de la historia. Por supuesto, también sirve para comprobar que el personaje principal está interpretado por un actor mucho más galán que el de la vida real (Andrew Garfield), que por su interpretación ha sido nominado a Mejor Actor.

El tópico de la lucha a favor de la igualdad de derechos raciales en Estados Unidos fue otra temática recurrente en el catálogo de las nominaciones. De los nueve filmes abordados, una tercera parte está dedicado a este asunto: Hidden Figures, Moonlight y Fences.

De esta última, que le ha reportado a Denzel Washington una nominación como Mejor actor, no diré demasiado. A riesgo de equivocarme, diré que es un filme que conserva el espíritu de la obra de teatro de la que parte, abarrotando la narración con un exceso de diálogo que en ocasiones resulta agobiante. La necesidad del personaje central de exponer sus pensamientos todo el tiempo es asfixiante y me resultó difícil ver la película de principio a fin. Quizás es porque, pese a la nominación de guion a August Wilson, el dramaturgo no logra desprenderse de su visión teatral, como tampoco lo logra Denzel Washington en su interpretación como actor y en su rol de director. Otra de las razones que hacen que esta película parezca una obra de teatro bien filmada es el trabajo con los planos y las locaciones, obviamente diseñados desde el estatismo teatral, pero restándole el riesgo y la cercanía de la que el otro medio dispone.

Casi terminando las tazas de café me vienen a la mente imágenes de otro de los filmes nominados, el toque de ciencia ficción en estos Oscar 2017: Arrival, de Denis Villeneuve. Una película que sin abandonar el drama nos hace cómplices de una visión bastante complaciente y positiva de la llegada de seres alienígenas a la Tierra. Una vez más la necesidad de tener algún tipo de fe de que las cosas irán mejorando y de que podemos hacer frente de manera pacífica a los obstáculos.

Arrival cuestiona nuestra capacidad de comunicarnos y nos vuelve a plantear preguntas concretas sobre el tiempo y la memoria. Dos temas que han dado tela por la que cortar a la ciencia ficción como género y a muchísimas películas que exploran los laberintos del recuerdo, cómo es el caso de Memento (2000) e Inception (2010), ambas de Christopher Nolan. El guion del filme me hace cuestionarme cuáles son las historias que recordamos y cómo lo hacemos; ya es tiempo de pensar desde perspectivas menos lineales. Arrival no escapa de esa intención de continuar alentándonos a hacer cosas extraordinarias. Parecería que además de todo, las películas nos invitan a ponernos de acuerdo, a ganar las cosas con conversaciones, incluso cuando parezcan conversaciones imposibles.

Antes de terminar, me detengo en una película que me atrapó y conmovió, tanto por su estética visual y banda sonara, como por su guion: Moonlight, escrita y dirgida por Barry Jenkins a partir de la historia de Tarell McCraney. Un filme, dividido en partes y que transita por la vida de Chiron, un joven afroamericano, hijo de una madre drogadicta. Desde la infancia hasta la adultez del también apodado Black, el filme va moviéndose por donde se mueven sus personajes. Una forma de contar bastante peculiar, que asume no tanto las palabras como el silencio, las imágenes, los sonidos y el tiempo.

Una película que hace frente a estigmas sociales al presentar personajes que no son ni tan buenos ni tan malos, y que se mueven en universos cuya lógica está condicionada por la sobrevivencia y no por los valores.

Al final del repaso, queda la satisfacción del visionaje, más allá de quién se lleve el próximo 26 de febrero la estatuilla por la Mejor Película. La razón por la que se escriben, filman y actúan película es la necesidad de conectar no tanto desde la técnica como desde los sentidos y las emociones; no hay premio que compita con las subjetividades de cada uno de los espectadores. Y aunque es cierto que, como apuntara Laurent Jullier en su libro ¿Qué es una buena película, “hay gustos más o menos universales” a usted no le quedará otra que verificar si todo esto que he dicho tiene algún sentido o es solo mi subjetividad haciendo de las suyas. Porque cuando miré en el fondo de mi tacita de café tantas veces rellenada, no vi el futuro, como las protagonista de Arrival, sino el placer de haber vivido nueve fragmentos distintos de vida.

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