Eres demasiado resignado para que algo te prenda, la propia vida no te mantiene;

al contrario, eres tú el mantenedor.

Dueño de tu propio tiempo, ¡qué bellas son tus manos extendiéndose hacia quien invitas a adentrarse en tu desierto particular! Como quien cuenta las arenas que, cuando vuelan, revelan tus pensamientos.

Y cómo tu sonrisa es tan generosa y tímida, como los dibujos sinuosos en los montes. Qué triste aquel que no se da cuenta de que tu presencia tiene tiempo contado, a pesar de él mismo estar grabado en tu piel. Qué triste para el mundo no devolverte el arrullo de tu presencia en él.

Tu abrazo es más seguro que cualquier canto que pueda crear, ni siquiera el desierto con su paz de un útero. Injustos nosotros, injusta la vida que no sabe envolverse con cadencia en tus brazos, pero también sabe que hay una hora pronta para esperarte.