El menú televisivo se sirve enlatado

Camila Landaburu
Camila Landaburu
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5 min readJun 16, 2020

Columna de opinión

El otro día hice algo que hace mucho tiempo no hacía. Volví del trabajo, me serví un café y me senté a ver tele. Si no me equivoco no lo hacía desde que terminó Sos mi Vida, la novela que protagonizaron Natalia Oreiro y Facundo Arana en El Trece. La situación me generó nostalgia, y me acordé de todas esas horas que años atrás me pasaba mirando televisión.

¿Por qué eso que antes hacía con tanta naturalidad ahora me resulta extraño? El sillón era el mismo de siempre, está en casa desde que tengo 8 años. Ahí sentada vi todas las películas de Disney, Chiquititas, Alma Pirata, Son de Fierro, Casi Ángeles y muchas otras novelas que me hacían olvidarme todo lo que pasaba alrededor. El tamaño de la pantalla fue cambiando, pero no me puedo quejar porque cada vez es mejor. Claramente, yo no soy la misma. Mis tiempos, mis gustos, mis hábitos cambiaron. Hoy no tengo el tiempo libre que tenía antes, y si lo tengo prefiero mirar una serie en Netflix. Pero no soy la única que cambió, la televisión de aire argentina también.

De un año a otro, con más o menos sutilezas, los cinco canales nacionales pegaron algún tipo de volantazo. La televisión resignificó la pantalla de acuerdo con la respuesta de la audiencia, la modificación en los hábitos de consumo y una premisa clara: que cierren los números. Y la más perjudicada, sin duda, fue la ficción nacional.

Y cuando de números se trata, se vuelven protagonistas las telenovelas extranjeras. Específicamente, Halit Ergenc y Berguzar Korel, los dos actores que abrieron el mercado de las novelas turcas en Argentina en 2015. En la piel de Onur y Sherazade, conquistaron al público argentino en Las Mil y una noche y hoy redoblan la apuesta en Mi vida eres tú, que se emite a las 23 horas en Telefe. Desde ese momento, las producciones enlatadas son furor en el país y ocupan el prime time televisivo.

Novelas turcas, brasileñas, norteamericanas, coreanas son muchos los países que desembarcaron en nuestra pantalla y tuvieron gran alcance. Esta política de adquisición de productos enlatados es comparada con la práctica económica: dumping. Este concepto se refiere al hecho de vender un producto en otro mercado a un precio inferior al de origen o con un precio menor al costo de producción. Cabe destacar que el dumping es una actividad condenada por la OMC (Organización mundial de Comercio) y en muchos países está prohibida para proteger a sus productores.

Pero en un país donde hay escasa regulación estatal y donde lo más importante es el

rating, poco importan los guionistas, productores y actores locales. La justificación de los canales es la siguiente: “mientras que la compra de los derechos para emitir una serie enlatada -que puede pasarse durante tres años seguidos- requiere del módico desembolso de unos 8000 pesos, una tira de ficción argentina cuesta por capítulo alrededor de 80.000 pesos”. Por eso, las cuentas cierran a favor de repetir éxitos envasados si de esquivar el riesgo se trata.

En esta “era de latas voladoras”, no hay paciencia para segundas oportunidades. Fanny, la fan, una de las grandes apuestas de Telefe en 2018, fue levantada a menos de un mes de su estreno, con la excusa de que sus (pocos) seguidores pueden terminar de verla en la página oficial de la señal. Esto generó un profundo descontento para todos los que trabajan en el medio, porque fue una clara vivencia del poco apoyo que tiene la producción nacional. El rating y la rentabilidad tienen una respuesta: las latas extranjeras.

Igualmente, no podemos echarles toda la culpa a ellas. La ficción nacional tiene desde hace años una muy mala costumbre: la ansiedad. En un solo capítulo los protagonistas se tienen que conocer, se tienen que enamorar, pelear y matar. Todo tan rápido que pierde fluidez y aburre. Ya todos sabemos lo que va a pasar en el siguiente capítulo y como va a terminar. En 12 años los canales de aire perdieron 13 puntos de audiencia. Una de las causas de este suceso es la popularización de los servicios de streaming.

Y aquí, otro de los factores que contribuye a la caída en la producción de la ficción nacional: el desplazamiento de las audiencias hacia otras ventanas de exhibición como la televisión paga o servicios basados en internet. Esto exige que los culebrones argentinos se reinventen para atraer a todos los millenials que hoy prefieren mirar una serie española en Netflix a prender la televisión de aire. Hay que acercarle a nuestro público nuevas historias, innovando en la forma de producirlas, contarlas y programarlas.

Es un desafío que tienen las productoras, los guionistas y los actores pero de nada sirve, si no hay un Estado que proteja la industria audiovisual local. La Cámara Argentina de Productores Independientes (Capit) elaboró un proyecto para que la llamada “ley de la convergencia” que realiza el Enacom eleve la cuota de producción de ficción nacional en la televisión abierta e imponga una a la paga, tal como ocurre en el mercado brasileño.

“Hace pocos años se grababa simultáneamente entre 10 y 15 telenovelas, y más de diez unitarios. No considerar a esta industria como una más y no darle el fomento que merece es desperdiciar una oportunidad histórica, ya que todo el mundo coincide en que cada vez se consume más ficción en el mundo”, dijo Sergio Vainman, presidente del Consejo Profesional de Televisión de Argentores, en la Cámara de Diputados de Argentina.

Es una pérdida laboral, ya que la telenovela genera entre 300 y 400 puestos de trabajo por una ficción que dura entre ocho y diez meses. Y también cultural, porque las industrias audiovisuales transmiten al mundo nuestros paisajes y costumbres. La novela Argentina, Tierra de amor y venganza, una producción de Polka que destinó un importante presupuesto para recrear la Argentina de los años 30, demuestra que se puede seguir apostando por la ficción nacional.

La pantalla chica antes era un reflejo de la sociedad argentina y hoy con tantas latas, ya no se sabe qué es. Lo más raro es que tenemos todo pero no se aprovecha. Pese al cambio de paradigma tecnológico y factor monetario, es necesario que la pantalla chica vuelva a tomar riesgos en pos de recuperar competitividad y que la ficción nacional vuelva a liderar la grilla de programación. Este es uno de los momentos, donde todos juntos (los televidentes, los actores, los directores, los guionistas y el gobierno) debemos apostar y confiar en el potencial de nuestro país. .

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Camila Landaburu
Camila Landaburu

Licenciada en Comunicación Social. Geminiana. Soñadora. Mis pasiones son la moda y la política.