Judaísmo: una herencia que se afirma con el tiempo

Camila Landaburu
Camila Landaburu
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6 min readJun 16, 2020

Feigui Silberstein de Grunblatt es parte del movimiento Jabad Lubavitch, una rama del judaísmo. Luego de vivir en Canadá y Estados Unidos, se instaló en la Argentina y fundó su propio templo. Con 33 años y 5 hijos, anhela cumplir con los 613 preceptos de su religión.

Feigui Silberstein en su oficina del Templo de Jabad Buschiazzo ubicado en Palermo.

―Feigui, ¿devuelta vas vos?

Es invierno en Montreal. El millón y medio de habitantes de esta ciudad se resguarda dentro de sus casas para combatir esta cruda estación. Suena el timbre. Con 13 años, Feigui Silberstein baja ansiosa la escalera y pasa de largo a su madre Bayla. Como todas las semanas, los cristianos evangélicos tocan su puerta con el objetivo de captar a esta familia judía y llevarla hacia su religión. Esta niña curiosa pasaba horas hablando con ellos en la puerta de su casa. Nunca se dejó convencer, pero fueron muchas las preguntas que le surgieron a raíz de estas visitas.

― Papá, ¿cómo sabemos que hay un Dios? ¿Cómo sabemos que existe la Torá? Quizás los cristianos tienen razón…

A su padre le costaba entender que uno de sus hijos cuestionara aquello tan sagrado para él, pero sabía que lo mejor era que la pequeña transite su camino sin presión. Confiaba en que algún día encontraría las respuestas a sus dudas. Al fin y al cabo, era tiempo lo que Feigui necesitaba.

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Feigui Silberstein es la sexta hija de nueve hermanos. Su padre, el rabino Rabbi Zushe Silberstein, es una figura muy importante dentro de la comunidad judía canadiense. La familia Silberstein pertenece al movimiento Jabad Lubavitch, que propone un estilo de vida particular: los practicantes se dedican la mayor parte de su tiempo a estudiar y a enseñar la Torá, el libro sagrado de la religión judía. A los 18 años, Feigui dividía su día en dos: a la mañana enseñaba la Torá, y por la tarde era profesora de física y matemática de chicos de quinto año de la secundaria.

El principal precepto del estilo de vida Jabad consiste en encontrar qué necesita el mundo de uno, entender por qué Dios nos trajo al mundo y qué podés aportar en él. Esta idea se impregna en el clan Silberstein con convicción.

Llegado el momento, el nido familiar se fue vaciando detrás de este objetivo: ocho hermanos se distribuyeron de a pares por Florida y Westchester (Estados Unidos), Toronto (Canadá) y París (Francia). En cuanto a la “crazy” de la familia, tal como Feigui se define, su destino estaba a 9.037 kilómetros de casa.

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Sentado en un sillón en el lobby del hotel Plaza de Manhattan, Nueva York, Mandy Grunblatt esperaba al futuro amor de su vida. Afuera nevaba, pero Feigui no lo sentía: por primera vez en 20 años hablaría con un hombre que no era de su círculo familiar y eso la impacientaba. La cita se extendió más de lo pensado, con miradas y risas de por medio, pero siempre manteniendo la distancia, tal como su religión lo exige. Estaban tan compenetrados en su conversación que no se percataron de que el hombre de la mesa de al lado había dejado sus asuntos para escucharlos. “Perdón, siempre soñé con ver cómo era una primera cita entre dos judíos jasídicos”, respondió el hombre ante la mirada acusadora de Feigui.

Al igual que este curioso, hay muchas otras personas ajenas al judaísmo que se sienten atraídos por esta religión tan única, en la que los hombres y las mujeres que no están casados no pueden tocarse y deben dejar la puerta entreabierta en caso de estar en un mismo sitio. Aún cuando están casados, las restricciones continúan: durante el momento de nidá (el período de menstruación), los cónyuges tampoco pueden tocarse, directa ni indirectamente, es decir, no pueden agarrar un mismo objeto o sentarse en un mismo sillón si no hay alguien entre medio de ellos y deben dormir en camas separadas. Y, al momento de conseguir pareja, el “match” debe quedar en manos del shadján, un casamentero que selecciona al hombre y a la mujer considerando las tradiciones y los valores familiares. En el caso de Feigui, su “cupido” fue Levi, su hermano mayor, quien conocía a Mandy de la infancia.

Al cabo de seis meses, Feigui Silberstein se convirtió en Grunblatt. Vivieron un año en Nueva York, en donde ella trabajó como ayudante en un templo judío de Old Greenwich, uno de los barrios más adinerados del país, ubicado en el estado de Connecticut. En ese período nació Jaia (11), su hija mayor. Más tarde se le sumarían sus hermanos: Hanna (9), Gavi (7), Janine (5) y Levi (3).

Igualmente, la vida les tenía preparado otro destino: la Argentina. De la tierra de Carlos Gardel, Diego Maradona y Lionel Messi, Feigui sabía muy poco. A los 22 años, con lo único que relacionaba a la Argentina era con los caballos. Lejos de ser una complicación, esto significaba una aventura más en su vida.

Al pisar la Argentina, Feigui descubrió el peso de llevar el apellido Grunblatt. Su suegro es Tzvi Grunblatt, el director del Jabad Lubavitch en el país. Esto le exigía a la joven pareja una agenda social muy activa, y un vínculo fluido con miembros de la clase media alta. “Yo vengo de una familia muy sencilla. No tengo ni la belleza ni el dinero, pero el autoestima lo es todo”, sostiene Feigui. Esta confianza en sí misma la llevó a generar fuertes vínculos, uno de ellos con Karen Andrea Levy, una mujer 15 años mayor, que conoció a través de su marido. Karen la describe como una mujer muy alegre y llena de valores y cuenta cómo desde sus primeros momentos en la Argentina su idioma no era una barrera para ella, ya que aprendió a hablar español con rapidez.

Más allá del apellido, ser judío en el mundo actual sigue teniendo una carga imperativa fuerte. Hay muchos prejuicios alrededor de esta religión. Esto los condiciona a ser muy cuidadosos en su actuar cotidiano, ya que ante cualquier paso en falso son señalados como “los judíos” y culpan a su religión por ello. Por eso, Feigui educa a sus hijos desde chicos de tal manera que entiendan que llevar el kipá tiene una responsabilidad extra.

“Hay mucha gente que nos miran como locos y eso a mí no me importa. Ya estamos acostumbrados”, afirma Feigui. La gente puede hacer mucho daño con sus miradas, sus susurros y su rechazo social, pero Feigui asegura que nada puede quebrar algo eterno y tan encima de la lógica como el judaísmo.

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Feigui sube sinuosamente las escaleras de mármol blanco que dirigen a su escritorio en la planta alta del templo. Ubicado en Palermo, el templo Beit Jabad Buschiazzo representa uno de los mayores logros de su vida: lo fundó con su marido dos años después de su llegada al país. “Esto no es mío, sino de la comunidad. La idea es que sea como una casa para la gente religiosa y no religiosa”, explica Feigui, mientras saluda a dos mujeres que dejan a sus niños en el jardín maternal del templo.

Toma asiento en la silla giratoria de cuero de su despacho y se pierde entre la multitud de libros que la rodean. Con orgullo, Feigui cuenta que su vocación por enseñar no terminó. Ahora tiene un desafío mayor: transmitir el secreto de la Torá, lo que se conoce como la Cabalá. En sus tiempos libres, prepara espiritualmente a las mujeres para sus bodas y a las niñas que están por cumplir sus Bat Mitzvah. Esta mujer busca derribar el mito de que su religión es machista, porque a pesar de que ser rabina no está a su alcance, cumple un rol muy importante: “el de llevar la esencia y la verdad”.

Feigui se acomoda un mechón de pelo rojizo de la peluca que lleva puesta desde que se casó, otra exigencia de su religión. “No siento nada como un sacrificio, siento honor. Aunque a veces cuesta, lo hago feliz”, dice con firmeza. A sus 33 años, Feigui Grunblatt confiesa no haber encontrado todas las respuestas que buscaba, pero es consciente que para ello aún tiene tiempo. Ahora de algo está segura: el judaísmo es su verdadera pasión en la vida.

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Camila Landaburu
Camila Landaburu

Licenciada en Comunicación Social. Geminiana. Soñadora. Mis pasiones son la moda y la política.