El cartel de la FIFA

Cómo un grupo de empresarios y dirigentes corrompieron el fútbol mundial y lo llevaron a la crisis más grande de su historia.

Camilo Jiménez Santofimio
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16 min readNov 25, 2016

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  • Publicado el 30 de mayo de 2015 en la edición 1726 de Semana
  • Por Camilo Jiménez Santofimio

Vivía al borde. Poseía aviones, refugios de lujo en islas secretas y cuentas millonarias en paraísos fiscales. Trabajaba en un piso entero de la Torre Trump de Nueva York, y ahí mismo, unos niveles más arriba, mantenía un apartamento solo para sus gatos. Gastaba 4 millones de dólares al año con su tarjeta de crédito, y cuando quería salir a comer o beber lo hacía a bordo de una lujosa Hummer. Chuck Blazer, secretario general de la Confederación de Fútbol de América del Norte, América Central y el Caribe (Concacaf), era un hombre sin límites.

Pero una noche de noviembre de 2011, mientras conducía una moto por la Quinta Avenida, su vida de repente cambió. Un agente del FBI y otro del Servicio Interno de Impuestos (IRS) lo hicieron orillarse, se identificaron y le dijeron: “Podemos ponerle ya mismo unas esposas. O puede cooperar con nosotros”. En ese instante Blazer, uno de los hombres más poderosos del fútbol, perseguido por evadir impuestos, recibir sobornos y lavar activos, decidió convertirse en un informante.

El pasado miércoles, tres años y medio después de la escena en la Gran Manzana, el mundo conoció el resultado de las pesquisas desatadas por Blazer. Apenas los relojes de Zúrich, Suiza, dieron las seis de la mañana, una docena de fiscales sin uniforme entró a la recepción del Baur au Lac, un hotel de cinco estrellas en el centro de la ciudad con vista a los Alpes. Los agentes pidieron los números de habitación de siete funcionarios de la Fifa, los sacaron de sus camas y los llevaron presos.

Horas después, la fiscal general de Estados Unidos, Loretta E. Lynch, apareció rodeada de la plana mayor de la Justicia de su país: el fiscal del Distrito de Nueva York, Kelly Currie; el director del FBI, James Comey, y el jefe de investigaciones del IRS, Richard Weber. En una hora, los cuatro presentaron una investigación que revela cómo un grupo de empresarios y de dirigentes de la Fifa usó los métodos de una mafia para manipular contratos, corromper durante 24 años el fútbol y extraer ilegalmente más de 150 millones de dólares. “Se trata de un mundial del fraude”, dijo Currie. Y Comey añadió: “Hoy le estamos sacando una roja directa a la Fifa”.

Lynch explicó luego las claves de la acusación. Los siete detenidos de Zúrich hacen parte de una lista de 14 personas, entre funcionarios de la Fifa y ejecutivos de empresas de marketing deportivo (la mayoría latinoamericanos), acusados de pagar millones de dólares en sobornos con el fin de obtener los derechos de transmisión y promoción de torneos internacionales. Dijo también que pediría en extradición a los detenidos, que allanaría las oficinas de la Concacaf en Miami –hecho que ya ocurrió– y que también investiga los mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022. Al final anunció, con tono desafiante, que el trabajo continuará.

Desde entonces, el fútbol está estremecido: tanto sus directivos, patrocinadores y protagonistas, como sus miles de millones de seguidores en los cinco continentes de la Tierra. Las reacciones de exfutbolistas, empresarios y políticos no se hicieron esperar. Y el nombre en boca de todos ha sido el del presidente de la Fifa, Joseph Blatter, quien salió en un primer momento a la defensiva, pero con el paso de los días empezó a revelar su nerviosismo e inseguridad. Así y todo, y aunque suene increíble, el viernes fue reelegido presidente de la entidad para que maneje sus destinos durante cuatro años más.

Los señalamientos contra Blatter son apenas lógicos. Desde su fundación en 1904, la Fifa no había vivido un escándalo semejante. Aunque la Justicia gringa aún no ha dicho si él está o no involucrado en la red criminal, la mafia que envenenó al fútbol se ha fortalecido durante los 17 años que lleva al frente de la organización. Durante ese tiempo, la otrora prestigiosa institución impulsora del balompié global se convirtió en una banda de estafadores y criminales.

Resulta increíble que unos dirigentes, dueños de uno de los activos más rentables y populares del mundo como el fútbol y gobernantes de un conglomerado de naciones más grande que la ONU, se dejaran carcomer de esa manera por la codicia y la sed de poder. Durante la era Blatter, la idea de que la Fifa no necesita controles y que puede resolver sus problemas por sí misma ha terminado siendo su apocalipsis. La dirigencia, representada en el poderoso comité ejecutivo, no ha sido capaz de renovarse y aplicar normas de ética. Así, terminó ahora en la mira de la temida y eficaz justicia de Estados Unidos.

El caso, como lo insinuó la fiscal Lynch y como lo dijo melancólico el propio Blatter durante un discurso, promete “nuevas malas noticias”. Y si se llega a más capturas y se aborda con el mismo ímpetu otros temas espinosos como la elección de sedes para el Mundial, podría terminar de configurar la tormenta perfecta para el negocio del fútbol. La investigación ha causado un temblor solo equiparable al escándalo que acabó con la carrera del ciclista estadounidense Lance Armstrong y sacudió ese deporte, o a la caída del legendario presidente del Comité Olímpico Internacional Juan Antonio Samaranch, después de conocerse que escogía las sedes a cambio de sobornos.

Pero esta crisis es también una oportunidad para reformar un modelo de negocio que entre 2010 y 2014 le generó ingresos a la Fifa por 5.718 millones de dólares, de los cuales 70 por ciento entraron solo por los derechos de transmisión y comercialización del Mundial de Brasil de 2014. Ese dinero debería servir no para enriquecer a algunos y quebrar la ley, sino realmente para cumplir con los principios fundacionales de la entidad: “Desarrollar y promover el juego del fútbol a nivel global”.

Vergüenza Latina

El fútbol del continente americano, agrupado en la Concacaf y la Confederación Suramericana de Fútbol (Conmebol), resultó ser el nido de mayor corrupción en el interior de la Fifa. La investigación hace graves acusaciones a dirigentes del calibre del paraguayo Nicolás Leoz, exmiembro del comité ejecutivo; del uruguayo Eugenio Figueredo, exsecretario general de la Conmebol; del venezolano Rafael Esquivel, presidente de la Federación Venezolana de Fútbol; y de los menos conocidos, pero quizá más poderosos Jack Warner, oriundo de Trinidad y Tobago y exvicepresidente de la Fifa, y Jeffrey Webb, de las Islas Caimán, actual vicepresidente.

Todos ellos y los demás investigados tendrán que enfrentar cargos. Entre otros, concierto para delinquir, fraude, lavado de activos y obstrucción de la Justicia. Podrían purgar penas de hasta 20 años en una cárcel federal. Todo gracias a la cooperación de Chuck Blazer, que durante años había sido una de las fichas clave de Blatter en el continente y que, después de aceptar la oferta del FBI en Nueva York, espió a sus colegas con ayuda de un micrófono oculto en un llavero.

Según la acusación de 164 páginas publicada por el Departamento de Justicia, los 14 acusados y un grupo de 25 cooperantes desarrollaron un sistema de corrupción que se volvió “endémico” y que les sirvió para decidir a quién venderle derechos de transmisión y comercialización de las competencias durante casi medio siglo. No hay un torneo que se haya salvado de su influencia: todas las Copas América desde 1991; las Copas Libertadores desde 1996; las Copas de Oro y los campeonatos suramericanos de categorías menores.

Uno de los esquemas mejor investigados por el FBI es el que involucra a la Copa América. En 1991, la empresa brasileña Traffic obtuvo los derechos para manejar la transmisión en televisión y radio y la comercialización de esa competencia. Para ello, el entonces presidente de la Conmebol Nicolás Leoz habría exigido un jugoso soborno. La idea era establecer una colaboración por varias ediciones de la copa y renovar cada vez las condiciones de las coimas. Traffic accedió y, así, obtuvo los contratos hasta 2010. Esto es interesante para Colombia (ver recuadro), pues, según la acusación, Traffic también recibió la Copa América de 2001, organizada por la Federación Colombiana de Fútbol, por medio de dineros calientes.

Pero la relación Traffic-Conmebol vivió un giro en 2010. Ese año Leoz, presionado por el deseo de algunas federaciones de recibir mayores ingresos, decidió contratar a otra empresa para la prestación de esos servicios. Se trata de la argentina Full Play, que se mostró dispuesta a desembolsar una cifra más tentadora que la de Traffic. Así, Full Play y la Conmebol firmaron un contrato que les daba a los argentinos los derechos de transmisión y comercialización de las Copas América de 2015, 2019 y 2023. Traffic se sintió traicionado, reaccionó con ira y demandó a la Conmebol ante la justicia norteamericana.

La pelea, sin embargo, terminó pronto. Y todas las partes salieron felices. Como por arte de magia, en 2013, Traffic, Full Play y una empresa más llamada Torneos y Competencias (TyC) pasaron a unirse para conformar la firma Datisa. Esta surgió en una reunión el 21 de mayo de 2013, y solo cuatro días después, en Londres, los dirigentes de la Conmebol y los socios de la recién nacida empresa pusieron sus firmas en un contrato que les daba el control sobre los derechos de transmisión y comercialización no solo de las tres copas en cuestión, sino también de una nueva edición especial: la Copa América Centenario, para celebrar los 100 años del evento en Estados Unidos en 2016.

La repentina paz entre las compañías, según el FBI, tiene una explicación: la Conmebol propuso acabar el pleito dejando participar a todas a través de la nueva empresa y exigió por ello un paquete de 100 millones de dólares en sobornos. El negocio se cerró en una reunión el 1 de mayo tras una conferencia de prensa en el sur de la Florida. Acordaron pagar los 100 millones en cinco tandas: dos inmediatamente y las tres restantes a lo largo de los años. Por cada pago, el hoy fallecido jefe máximo del fútbol argentino Julio Grondona, Leoz y Figueredo debían recibir 3 millones de dólares cada uno, y los restantes siete presidentes de las federaciones suramericanas 1,5 millones cada uno. A esto se sumó un pago adicional de 10 millones de dólares para la dirigencia de la Concacaf. Se trataba de un robo multimillonario, y todos parecían saberlo. Según la acusación, al final de la reunión Alejandro Burzaco, el accionista mayoritario de TyC, dijo: “Todos podemos salir afectados por este asunto (…). Todos podemos ir a la cárcel”.

El maletín del sudafricano

Otro caso escandaloso reseñado en la investigación de Estados Unidos tiene que ver con Jack Warner, no solo el segundo hombre de Blatter en el poder de la Fifa durante años, sino también presidente de la Concacaf hasta ser suspendido en 2011. Los gringos están convencidos de que Warner aprovechó una relación que su familia tenía con funcionarios sudafricanos para organizar partidos amistosos y votar por la candidatura de Sudáfrica por la organización del Mundial de 2010. Las pesquisas contienen detalles impresionantes, pues el FBI logró reconstruir cómo Warner se paseó por varios países para recibir ofertas de sobornos antes de decidir por quién votar.

Tras los juegos amistosos, y después de mostrar una buena disposición hacia la “causa sudafricana”, Warner mandó a un familiar suyo a París a recoger un regalo que le habían dejado en un hotel. El familiar llegó a Francia, tomó un taxi, entró al cuarto y tomó un maletín repleto de fajos de 10.000 dólares. De inmediato volvió al aeropuerto y tomó un vuelo a Trinidad y Tobago, donde la plata, después de un par de operaciones para evitar rastreos, terminó en una cuenta de Warner.

Luego, pocos meses antes de la elección final de la sede mundialista, programada para mayo de 2004, Warner y un socio hasta ahora anónimo viajaron a Marruecos, país que también quería organizar el certamen. Allá, luego de ver la presentación que le tenían preparada, él y sus interlocutores llegaron al tema de los sobornos. Los marroquíes le ofrecieron 1 millón de dólares si les aseguraba la totalidad de los votos de las 41 asociaciones de la Concacaf.

La cifra, sin embargo, no parecía suficiente. Y Warner, además, se acababa de enterar de que la asociación de fútbol de Sudáfrica estaba dispuesta a pagarle nada menos que 10 millones de dólares si le daba los votos a ese país. Warner tomó la decisión de apoyar a Sudáfrica, cuya federación, preocupada de que los sobornos salieran de recursos públicos y desataran un escándalo, le pidió ayuda a la Fifa: esta le pagó los 10 millones a Warner y los descontó del dinero que, luego, le giró a Sudáfrica por la organización de la Copa Mundo.

La Justicia de Estados Unidos considera que este esquema de corrupción es común a lo largo y ancho del mundo. Las 209 asociaciones representadas en la Fifa tienen cada una derecho a un voto, y estos votos tienen el mismo valor sin importar el tamaño del país que representan o la relevancia que tiene el fútbol en sus naciones. Así, un voto de las Islas Cook, país de 10.000 habitantes donde muy poca gente practica el fútbol profesional, es igual de valioso al de la Federación Alemana de Fútbol, la más grande del mundo con más de siete millones de agremiados. Cuando quieren comprar mundiales o votos para elecciones de la dirigencia, los corruptos se concentran en países pequeños, donde los controles al fútbol son prácticamente inexistentes, o en lugares como América Latina, donde la corrupción ha permeado la cultura de los negocios.

Está por verse qué nuevas noticias le traerá al mundo este escándalo. Pero algo que debería significar es el fin de la Fifa como una entidad que se considera a sí misma superior a los Estados, las leyes y la ética. Ya dentro de la misma Fifa soplan vientos de revolución. Michel Platini, presidente de la Uefa, anunció que el próximo 6 de junio, después de la final de la Copa de Campeones de Europa, se reunirá con los suyos para definir si quieren seguir haciendo parte de la institución. Y patrocinadores como Visa y Master Card insinuaron estar dispuestos a tomar medidas. Pero, por ahora, lo paradójico es que el cambio tendría que ser liderado por Joseph Blatter, el hombre sobre el cual hoy reposan las miradas sospechosas del mundo entero.

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¿Y Colombia qué?

La investigación de la Fiscalía de Estados Unidos menciona en dos oportunidades a la Federación Colombiana. Ahora esta deberá explicar sus actuaciones.

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La acusación que la Justicia gringa publicó el pasado miércoles pone el foco en la Federación Colombiana de Fútbol (FCF) en dos ocasiones. La primera se da en el punto 128 del documento. Allí se habla de un contrato de 1991 entre la Conmebol y la empresa Traffic, que le permitía a esta última manejar los derechos de transmisión de la Copa América hasta 2011. Este poderoso acuerdo se logró mediante el pago de sobornos y se renovaba cada cuatro años mediante anexos. Uno de estos tiene que ver con la celebrada en Colombia en 2001. “Todos fueron conseguidos mediante el pago de coimas”, escriben los investigadores.

El segundo cuestionamiento a la FCF surge en el punto 249 de la acusación. Allí los investigadores hablan sobre el pago de 100 millones de dólares en sobornos por la adjudicación de los derechos de transmisión y comercialización de las copas de 2015, 2019 y 2023, así como la edición especial de 2016: la Copa América Centenario. Esa plata debía pagarse en cinco tandas de 20 millones, y de cada tanda los presidentes de las asociaciones de cada país debían recibir una tajada. Colombia parece estar entre los países que debían recibir cuatro pagos de sobornos de 1,5 millones de dólares cada uno.

Tras la publicación de la acusación, la FCF expidió un escueto comunicado en el que dice que “el comité ejecutivo y su presidente manifiestan que están a disposición de los organismos nacionales e internacionales para aclarar cualquier duda y colaborar abierta y decididamente en el desarrollo de las investigaciones”. Y el viernes, antes del cierre de esta edición, Jorge Perdomo, miembro del comité ejecutivo de la FCF, dijo que efectivamente recibieron 1,5 millones de dólares y que están registrados por concepto de derechos de televisión de la Copa América.

Más allá de las dudas en torno a si la dirigencia del fútbol colombiano está involucrada en los sobornos, es claro que dentro del país este deporte se maneja bajo parámetros muy parecidos a los que han regido a la Fifa: un pequeño grupo de personas toman las decisiones y administran millonarios recursos sobre los que no hablan públicamente. La selección de patrocinios, de operadores de televisión, entre otros, se hace de forma silenciosa.

Hoy, la FCF y la Dimayor manejan dineros que pueden llegar a los 200.000 millones de pesos al año, pero solo rinden las cuentas entre ellos y reportan lo que les toca por ley. Nadie sabe cuánto reciben sus dirigentes en salarios y bonificaciones. Y algo parecido ocurre con los equipos de fútbol, en los que los recursos se manejan en la mayoría de los casos como si fueran las cuentas de empresas familiares. Si la Fifa debe cambiar, también lo debe hacer la forma como hasta ahora se ha gobernado el balompié nacional.

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¿Por qué EE. UU. destapó el escándalo?

La investigación de la Fiscalía estadounidense contra la FIFA puede atizar el enfrentamiento de Occidente con Rusia y afectar las relaciones con los árabes.

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Las versiones sobre la existencia de prácticas corruptas en la FIFA no son nuevas. Lo que resulta inédito ahora es que haya explotado un escándalo de naturaleza judicial, y que su núcleo provenga de una potencia –Estados Unidos- que no tiene una profunda tradición futbolística. ¿Por qué su fiscal, Loretta E. Lynch, se metió en un asunto que tiene ramificaciones en todos los continentes? ¿Cuáles son las atribuciones legales que le permitieron hacerlo?

En la rueda de prensa del miércoles, Lynch explicó las razones: algunos de los delitos que se investigan –lavado de dinero, pago de sobornos, transacciones financieras ilegales– se cometieron o se planearon en Estados Unidos, y utilizaron su sistema financiero. La investigación y las capturas, además, se llevaron a cabo con el respaldo de convenios de cooperación judicial y de lucha contra la corrupción entre su país, Suiza y otros Estados. Desde los años setenta, Washington defiende su derecho a combatir la corrupción en todo el mundo, no solo por la naturaleza de este delito, sino porque casi siempre tiene una dimensión transnacional.

Lo cierto es que pocas veces se había visto aparecer juntos en una rueda de prensa trasmitida por todo el mundo a la fiscal general, Loretta E. Lynch, al director del FBI, James B. Comey, y al jefe de investigaciones del Servicio Interno de Impuestos (IRS), Richard Weber. Lo hicieron conscientes de los efectos que tendría la investigación que llevaban preparando por más de tres años contra altos dirigentes de la FIFA y que, esa mañana, había llevado a capturar a siete de ellos en Suiza. La revelación sacudió no solo al mundo del fútbol, sino también a la política internacional. Pues podría afectar nada menos que los intereses de Rusia y la relación de la Casa Blanca con algunos aliados en Oriente Medio.

Que la plana mayor de la Justicia estadounidense saliera ante las cámaras a acusar a altos mandos de una de las entidades más poderosas del mundo de haberse robado más de 150 millones de dólares en casi un cuarto de siglo y a hablar de la posibilidad de que los mundiales de Rusia (2018) y Qatar (2022) pudieron ser comprados es una decisión audaz, que solo pudo haberse tomado con el visto bueno del presidente Barack Obama. Este sabe que cualquier movimiento de las instituciones con la bandera gringa en otros lugares del globo puede ser interpretado como un acto imperialista: como una reedición de los abusos a los que algunos de sus predecesores sometieron a varias regiones del mundo en el pasado.

Las reacciones no se hicieron esperar. Y el primero en pronunciarse fue el propio presidente ruso, Vladimir Putin, quien un día después de la rueda de prensa en Nueva York tomó el micrófono. Dijo que las acusaciones no afectarán “de ninguna manera” sus planes de celebrar el Mundial en Rusia en 2018. Añadió luego que “no tengo duda de que esto es un complot para evitar que Blatter sea reelegido”. Y, luego, para dejar claro que quería entender el asunto como una agresión de Estados Unidos en el tablero global, sostuvo: “Estados Unidos definitivamente no tiene nada que venir a buscar acá. Este es un ejemplo de cómo busca ampliar su jurisdicción a otros países”. Esta última frase encaja perfectamente en la retórica que el ruso lleva varios años usando para atacar a Obama. Y tiene que ver con un asunto geopolítico que lo tiene a él aislado y aún no encuentra solución: la invasión de Ucrania.

Otros, por lo contrario, parecen haberse sentido aliviados con la decisión de los estadounidenses. El primero fue el primer ministro británico, David Cameron, quien a través de su ministro de Cultura mandó a decir que considera a la FIFA “una de las organizaciones más corruptas” sobre la Tierra y que por ello esta “necesita un cambio en su liderazgo”. Por tal razón, su gobierno, que llevaba años acusando a la FIFA de haber vendido el Mundial de 2018 a Rusia por millonarios sobornos, no votó por Blatter. Y así se sacó el clavo de no haber sido elegido como sede de esa Copa Mundial.

Jugando con los árabes

Un capítulo de tinte político aún pendiente del escándalo tiene que ver con Qatar, sede de la Copa del Mundo de 2022. Su elección para organizar el certamen, hecha en 2010, ha sido el foco de una controversia global por varios motivos. Uno de ellos tiene que ver con que Qatar no posee una tradición futbolística y no cuenta con las condiciones climáticas para celebrar un mundial en pleno verano. Pero el otro motivo es más grave. Desde el mismo día en que los 209 miembros de la FIFA le dieron la sede a ese poderoso Estado árabe, abundan las denuncias de que la decisión habría sido distinta si no fuera por al pago de millonarios sobornos.

Las acusaciones pronto pusieron contra las cuerdas a Blatter y los árabes, y la FIFA decidió realizar una investigación interna. Para ello contrató en julio de 2012 a Michael García, un prestigioso exfiscal estadounidense que trabajó durante 18 meses, entrevistó a 75 testigos y cuyas pesquisas le costaron al organismo 9 millones de dólares. Pero Blatter desconcertó a la opinión al publicar en noviembre de 2014 una versión amañada de los resultados del trabajo de García. Al enterarse de la decisión, este renunció públicamente y consideró “erróneo” el tratamiento que le habían dado.

El caso Qatar había quedado así hasta el pasado miércoles. Pero ese día la Fiscalía General de Suiza anunció que había abierto una investigación penal por la adjudicación de ese Mundial. A esa noticia se añadió el anuncio de que Estados Unidos también revisaría lo sucedido ahí. Aunque en la acusación la Justicia de ese país no menciona a los cataríes, puede esperarse que lleguen en un futuro próximo a conclusiones que exijan llamar a rendir cuentas a posibles involucrados en sobornos.

Sin embargo, esta decisión podría generarle problemas al propio presidente Obama. Junto a Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, Qatar es uno de los pocos socios fieles que le quedan en Oriente Medio. Agredirlo públicamente con una andanada judicial como la que tuvo lugar en Nueva York y Suiza la semana pasada implica poner en riesgo su amistad con los jeques árabes. Y esto podría ser fatal en tiempos en que esa región del mundo arde por cuenta de la inestabilidad democrática en países como Egipto y Libia, por la guerra civil en Siria y el avance sangriento de los yihadistas de Estado Islámico que ya tiene, entre otros, a Irak al borde del colapso.

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