El fin del sueño europeo
Desempleo, hambre, miseria… El drama de Europa alcanza dimensiones inesperadas, mientras que los políticos parecen haber tirado la toalla ante la recesión. Camilo Jiménez, de SEMANA, recorrió Atenas, la capital de la crisis.
- Publicado el 10 de marzo de 2012 en la edición 1558 de la revista Semana
- Por Camilo Jiménez Santofimio
Érase una vez la Bolsa de Valores de Atenas. Corría 2007, cuando residía en una construcción neoclásica ubicada en la avenida Sofokleous. En aquel tiempo, la calle era algo así como el Wall Street griego y la Bolsa, un estandarte nacional. La crisis mundial no había estallado y en el sur de Europa se batían las banderas de la prosperidad. Ese año, la Comunidad Económica Europea -la ‘abuela’ de la Eurozona de hoy- cumplía medio siglo de existencia. Había júbilo por doquier. The Guardian ofreció en su portada un brindis: “¡Por 50 años más!” y una encuesta entre ciudadanos del continente reflejaba optimismo: la mayoría auguraba a la unión monetaria un medio siglo más de triunfos.
Pero hoy, cinco años después, hay edificios calcinados en el centro de Atenas, y Grecia y otras naciones, viejos emblemas de la Eurozona, se hunden en una de las crisis más devastadoras de su historia. Millones han perdido su trabajo, los estados han cortado salarios, pensiones, gastos en salud, educación y cultura, y cientos de miles protestan enfurecidos ante la impotencia de los gobiernos. El drama europeo ha alcanzado dimensiones inesperadas: en la cuna cultural de Occidente hoy predominan el hambre, la miseria y la frustración. Y al visitar la calle Sofokleous es fácil comprender la violencia de la crisis: la Bolsa de Valores ha desaparecido, dejando atrás un edificio vacío y ruinoso, y la vía, hoy sucia y maloliente, se ha convertido en una de las más deprimidas de la capital.
A pocas cuadras de la antigua Bolsa, en la calle Sofokleous, la repartición de comidas gratuitas más grande de Atenas abre sus puertas. Es mediodía y la gente se agolpa en las instalaciones. Hoy 1500 personas han venido por pasta y un pedazo de pan. Pululan drogadictos e inmigrantes, pero cada vez son más los griegos del común que se suman al tumulto. Tienen hambre y aquí el arzobispo de Atenas y sus auxiliares regalan alimentos. En la espesa fila se producen gritos y movimientos bruscos y se ve cómo algunos esconden el rostro bajo una capucha para que nadie los identifique. “Estamos parados ante el abismo por el que Europa se está desplomando”, dijo a SEMANA Maria Pini, una desempleada que reparte comida voluntariamente (ver testimonio).
Es difícil decir cuándo Europa comenzó a precipitarse, pero lo cierto es que desde hace por lo menos tres años el mundo advierte con terror que la economía de la región está lejos de ser la más estable de la Tierra. Ni los brindis de 2007, ni la introducción del euro en 1999 lograron dar al traste con las diferencias entre los poderosos del norte europeo y la pobre periferia del sur. La crisis bancaria de 2008 destapó una cruda verdad de la globalización. En un mundo interconectado, la quiebra de Lehman Brothers y el cataclismo de los mercados de hipotecas producido por los banqueros salvajes de Wall Street tuvieron consecuencias para todas las naciones. Para Europa fueron devastadoras. Durante la bonanza, los estados más frágiles se habían hecho dependientes de los servicios financieros, de bonos contaminados y créditos subprime. Se habían endeudado, no tenían costumbres de ahorro, cobijaban una burocracia fallida y se habían embriagado a punta de corrupción. Y así quedaron fuera de competencia: no dieron más con el ritmo de gigantes como Alemania y Francia.
Desde entonces, la crisis agita su cola desde las aldeas celtas de Irlanda hasta los bordes más lejanos de Transilvania, desde los enclaves africanos de España hasta los pueblos cubiertos de hielo de Finlandia. Y ha logrado agrietar a las democracias más desarrolladas del planeta. Cuando se festejaron los 50 años de la ‘nueva Europa’ se celebraba también un récord: era el periodo más prolongado de paz en el otrora hostil Viejo Continente. Pero hoy las naciones han descubierto que unir gentes tan diversas en un mercado único y bajo una sola bandera es una empresa colosal. En algunas partes el bienestar ha desaparecido y en otras se tambalea, y mientras tanto movimientos radicales cuestionan valores ilustrados como la igualdad, la tolerancia y el multiculturalismo. Una peligrosa herida ha empezado a abrirse en el corazón de Europa. Y lo peor de todo: viejos resentimientos, que durante siglos condujeron a cientos de batallas, se encuentran en apogeo. El sueño europeo se está disipando.
En la calle
SEMANA viajó a esta Europa (ver galería) que hoy tiene en vilo al mundo con el fin de entender qué quiere decir una crisis para los habitantes de esa parte del orbe. Pues para los colombianos, que durante 200 años de historia no han conocido otra cosa que la inestabilidad económica y social, no es fácil comprender la pesadumbre del Viejo Continente.
En Atenas no hace falta ver el cruel espectáculo del reparto de alimentos para chocar con la crisis. En las plazas se ve gente tirada en rincones, durmiendo sobre colchonetas y bajo cobijas regaladas. Los comerciantes atienden sus negocios con amargura porque muy pocos compran. Como los españoles, portugueses e irlandeses, los griegos han perdido su capacidad de adquisición. La economía se encoge a gran velocidad mientras el costo de vida sube. Los déficit que algunas naciones han generado para mantenerse vivas son escandalosos y han llegado a superar, en casos como el de Irlanda, el 30 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), cuando la media exigida por Bruselas es del 3. El PIB de Grecia se contrajo un 7 por ciento a finales de 2011, con la consecuencia de que el PIB de toda la Eurozona también perdió tamaño, lo cual centrifugó el desempleo y la miseria y que afectó el consumo, la inversión y las exportaciones. Y la recesión recae especialmente sobre los jóvenes, sin distinguir talentos, títulos, clases sociales o nacionalidades. “Nos quieren arrebatar nuestro futuro”, le dijo a SEMANA Albert Ordóñez, el líder del movimiento estudiantil de Valencia, España Faavem, “Siento miedo porque no sé cómo será el mañana”, admitió una abogada de Lisboa (ver testimonios). Y las mismas palabras se oyen en los cafés y las tabernas de Atenas.
El sueño europeo también se esfuma para los mayores, que nacieron y vivieron en él y que ya no tienen el ímpetu para protestar o emigrar. “El sistema financiero me ha arrojado a la calle”, dijo a SEMANA Yiorgos Barbakouris, un productor musical de 60 años que hasta hace poco vivía una existencia apacible y hoy pasa sus noches, deprimido, en un camarote de un hogar para desamparados en Atenas. Barbakouris hace parte de quienes los europeos hoy irónicamente llaman “los nuevos pobres”: habitantes de la Eurozona que han caído de la cómoda clase media al mundo bajo de la pobreza. “Empezaron a cortarme el salario hasta que no pude pagar el arriendo y terminé en la calle”, cuenta. Cada semana, 300 personas se acercan al hogar en busca de techo. “Pero -según Barbakouris- no hay campo para muchos más”.
Y así unos terminan en la calle, mientras que los que tienen suerte regresan a la casa paterna. “Europa está retornando a ese pasado en que, por falta de plata, varias generaciones vivían en la misma casa”, dijo a esta revista Maria Pini, del reparto de comidas de Atenas, que es periodista y a sus 52 años ha tenido que volver a su cuarto de niñez. Pini era redactora del Eleftherotypia, uno de los diarios de mayor prestigio en Grecia, que en diciembre tuvo que declararse en bancarrota. Ella no es la única que cree que Europa está echando hacia atrás. Los analistas advierten sobre los peligros de las políticas de ahorro que la ‘Troika’ (Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo) ha impuesto sobre los endeudados. “Todo me hace recordar a la Alemania prehitleriana, en la cual un ministro de Finanzas destruyó la economía del país a punta de políticas de ahorro”, escribió el gurú financiero Peter Bofinger.
Adiós a europa
Por eso cada vez son más fuertes las voces que piden desintegrar la Eurozona: desde exigencias peligrosas como las de los ultranacionalistas húngaros, que piden la disolución de la Unión Europea, hasta disparates como el de imponer el marco alemán en el continente (ver testimonios). Pero hay también estudios serios que muestran que la exclusión de Grecia podría contribuir a frenar la hecatombe helena y reconstruir el país, imitando al Plan Marshall, que ayudó a Alemania a resurgir de las cenizas tras la Segunda Guerra. “Grecia está en bancarrota política y social; aceptar que es insolvente le permitiría comenzar de nuevo”, opina el analista Markus Zydra. En parte, tiene razón: los países receptores de ayudas o candidatos a ellas como Portugal, Grecia, Irlanda, Bélgica, Italia y España han recibido auxilios que ya se acercan al billón de euros. Y aun así -y aunque Bruselas hace poco percibió señales de mejoría- ya se anuncian más ‘paraguas’ para evitar que la recesión se torne en una depresión mundial.
Los líderes más poderosos se oponen a tales alternativas, pues los efectos económicos y políticos de desarmar la región serían desastrosos. Con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy a la cabeza, Europa ha sabido mover sus fichas. Ambos han forzado la elección de tecnócratas como cabezas de gobierno en Italia y Grecia y le han mostrado al mundo que no dejarán caer el euro. El nombramiento de Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo ha sido un espaldarazo a la banca, pues la meta es evitar que la gente corra a los bancos a sacar su dinero. Y en Bruselas, París y Berlín ya se rumora un nuevo revolcón: la transformación de Europa. La tímida unión monetaria podría convertirse en una confederación económica y política, tal como líderes de la talla de Felipe González y Gerhard Schröder lo exigen desde 2011.
Pero el tiempo apremia. Y mientras que los burócratas esbozan el futuro, una generación fracasada se cuaja en Europa. En España, donde más del 20 por ciento de las familias se encuentran por debajo del umbral de pobreza, ya se habla de los ‘ni-ni’ (ni estudian, ni trabajan), en referencia a los 5 millones de desempleados, y de los ‘mileuristas’, aquellos profesionales a quienes les redujeron el sueldo al límite mínimo: 1.000 euros. La organización Caritas advirtió sobre una miseria “más extensa, más intensa y más crónica que nunca”. Las reformas laborales y educativas condujeron a violentos choques con la Policía. Y los jóvenes ya pasan de la indignación pacífica de 2011 al desespero: muchos emigran y otros tantos han demostrado estar dispuestos a irse lanza en ristre contra el sistema. “Si no supiera que haría daño a inocentes, no dudaría un instante en coger una Kalashnikov y disparar contra el parlamento”, dijo a SEMANA una ciudadana griega que, como tantos, perdió su trabajo y sus esperanzas.
El médico Nikitas Kanakis sabe mejor que nadie que la situación es grave. “Estamos experimentando un desastre humanitario”, dijo a SEMANA el director de Médicos del Mundo. Kanakis dice haber estado “en todas las catástrofes humanitarias desde 1990”, pero nada le ha dolido más que tener que atender a sus propios paisanos. Acaba de cancelar casi todas las misiones internacionales planeadas para 2012 y ha obligado a sus voluntarios a regresar. Desde enero ha atendido a 30.000 pacientes, de los cuales la mitad son griegos que no tienen dinero para un seguro de salud. Crecen las enfermedades, la malnutrición y la drogadicción. “Los europeos no sabemos qué es el hambre, eso nos distingue de África y será nuestra némesis”, dice Kanakis. Y recuerda con amargura un cartel que leyó durante una manifestación: “Por recortes en el presupuesto, la luz al final del túnel ha sido apagada”. Kanakis es uno de los miles que aún luchan para que, en Europa, esa luz nunca se apague.