Caminata nocturna

En la tierra se escuchan gritos

Gonzalo Trinidad Valtierra
CanCerbero
Published in
6 min readOct 20, 2022

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Para Pablo Lorenzo Doria

Las copas que traía encima fueron suficientes para que Alfredo optara por caminar hasta su casa. Consciente de que en el camino encontraría putas de ambos géneros, se dejó llevar por la promesa de cuerpos voluptuosos. Lo suyo era verlas, hablarles, preguntarles su tarifa sin jamás haber llevado a una sola, mujer u hombre, al hotel. Alfredo tenía una novia hermosa, a la que amaba por sobre todo en este mundo. Ese día, después de horas de estar sentado en la cantina, de haber comido, reído y disfrutado en compañía de sus cuates, en cuanto el aire fresco acarició su rostro, volvieron a él las dificultades de la vida diaria. Por eso, y porque su novia había ido de visita con su abuela, prefirió andar a pie, para prolongar su regreso a casa. Al cobijo de la noche y el trago.

Una tras otra, formadas en fila o recargadas en los paraderos y casetas telefónicas, las putas le dedicaban una mirada que él respondía con la sonrisa. Alfredo era un apasionado de las figuras voluptuosas. Le gustaba ver a esas criaturas, con poca ropa, ofreciendo sus encantos a los automovilistas que bajaban la velocidad en cuanto veían algo de su agrado. Tenía cien pesos en el bolsillo; en el mejor de los casos podía pagar una chaqueta a la vuelta de la esquina. Pero Alfredo no tenía necesidad de una chaqueta. En cambio, quería saciar su curiosidad, mirarlas tanto como pudiera, sin incomodarlas, sin parecer un pervertido, cosa que le repugnaba. Estaba seguro de que él hacía algo normal e inofensivo: mirar a las putas.

Se acercó a una mujer alta y delgada, con un par de tetas a punto de reventar. Le preguntó si era hombre, si la tenía grande y cuánto le cobraría por coger. Quinientos pesos más hotel, papi, anímate, ándale. En seguida se alzó la falda y le mostró una verga de buen tamaño, a juicio de Alfredo. El pubis depilado parecía enmarcar el tronco adornado con un lunar. Le dio las gracias y siguió caminando. Era cuestión de hacerlo una vez para que sintiera la necesidad de repetirlo. Preguntaba lo mismo a cada una. Y cuando se topaba con una mujer de nacimiento, le preguntaba incluso con más amabilidad, cuánto le costaría metérsela por el ano. Las mujeres no se atrevían a mostrarle nada, a diferencia de los transexuales, a quienes no les importaba enseñar las tetas o la verga, e incluso dejar que los tocaran, con tal de conseguir un cliente. Las mujeres eran muy reservadas en comparación. Y por esa razón las trataba con delicadeza, como si una parte de su novia estuviera contenida o reflejada en ellas.

Continuó andando hasta que, al asegurarse de que su teléfono seguía en su bolsillo, se le ocurrió una idea. A la siguiente puta, pensó, le ofreceré cien pesos por tomarle fotos de su ano o sus tetas. Cien pesos no es poco, se dijo a sí mismo, convencido de que su idea era de lo más justa. Además, no tendría que tocarlas, cosa que no ponía en peligro el amor y respeto que le profesaba a su novia. Cómo le hubiera gustado confesarle que eso le excitaba, hablar con las putas, preguntarles cosas, mirarlas. Perdía el control con el simple hecho de verlas ofreciéndose en la calle. Así que la idea de pagarles por fotografiarlas le pareció perfecta.

Hacía varias calles que caminaba con la verga endurecida. Tenía ganas de mostrársela a las putas, para que supieran cuánto lo excitaban, aunque no pudiera pagarles, aunque no quisiera llevarlas al hotel. En cuanto vio a una que estaba de pie justo en una esquina, se acercó a ella al tiempo que admiraba su figura. Era muy alta y tenía unas piernas torneadas que sostenían un par de nalgas musculosas. Debe ser hombre, pensó, y se excitó aún más al imaginar cómo sería su verga.

Cruzaron palabras rápidamente; se agradaron. Ella dijo llamarse Maya, aceptó que le tomara dos fotos por cien pesos. Avanzaron hasta donde un camión de carga servía como refugio. Alfredo activó su celular, apuntó y tomó la primera foto, mientras Maya estaba inclinada, separando sus nalgas con ambas manos para mostrar un ano bastante abocardado, pero hermoso a la vez, de un color oscuro, intenso, como un tulipán de pliegues simétricos. Fue una pena que el flash no estuviera encendido: no captó la perfección de ese culo trabajador, del que Maya se sentía más que orgullosa.

Espera, no prendí el flash, déjame tomarla otra vez. Me vale verga, papito, dijiste dos y va una. No manches, no salió, no cuenta, dijo Alfredo. Va una y apúrate porque pierdo clientes. Se resignó a tomar sólo una foto con flash. Maya se puso frente a él y le mostró su verga, más pequeña que la de Alfredo, por lo que no se sintió intimidado. Le hubiera gustado agarrarla para endurecerla. Pero en vez de eso, preparó el celular y justo antes de tomar la foto, Maya se lo arrebató y caminó a toda prisa hacia la avenida.

No mames, devuélvemelo. ¿Qué cosa? El teléfono, dámelo, por favor. No sé de qué hablas, papi. Otras putas se acercaron, conscientes de lo que su amiga había hecho, decididas a ayudarle a consumar el robo. ¿Qué te hace este pendejo, manita? Está loco, dice que le robé su teléfono. Me lo acabas de quitar mientras te tomaba la foto. ¿Andas de culero tomando fotos, papacito? Mejor llégale que te va a cargar la verga. No me voy a ir sin mi teléfono, le pagué cien pesos por tomarle dos fotos. En ese momento Maya sacó el celular de la bolsa. Estaba activa la cámara, así que se tomó una selfi, posando, como si fuera a compartirla con sus amigas. Te va a costar, le dijo, doscientos pesos. No traigo más dinero, aclaró Alfredo, desesperado. Su corazón latía como un toro, pero estaba muy lejos de transmitirle brío. Por el contrario, sintió que se ahogaba.

Que te la mame a cambio del teléfono, manita, dijo una y todas rieron.

En ese momento sonó el teléfono. Maya llevó el índice a la pantalla para responder. Alfredo sintió pánico al imaginar que podría ser su novia, sólo ella llamaba a esas horas, seguramente para saber si había llegado a casa después de ver a sus amigos. No le quedó otra opción, corrió hacia Maya y la empujó justo cuando un camión cruzaba Tlalpan a toda velocidad. Los huesos tronaron cuando el camión la golpeó y luego pasó sobre ella.

Las amigas de Maya se quedaron paralizadas un par de segundos y comenzaron a gritar al ver que su amiga tenía el cuello girado, como un maniquí. A parte de eso, su rostro estaba intacto, cada cosa en su lugar, el rímel, el labial, la brillantina…

Alfredo levantó el celular, que había volado varios metros para caer en una jardinera llena de basura. Sólo podía pensar en que su novia no hubiera escuchado nada. La adrenalina se apoderó de su cuerpo. Huyó por la oscura calle donde había tomado la primera foto. Un par de putas lo persiguieron, mientras otra lloraba y maldecía junto al cuerpo de su amiga.

La persecución los llevó hacia una colonia desconocida, en donde Alfredo, aterrado, dio vuelta a la izquierda y luego a la derecha, según el instinto, hasta que perdió a sus perseguidoras entaconadas. Se detuvo, tratando de ocultarse entre dos coches, y escuchó la voz de su novia en el celular.

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En la tierra se escuchan gritos, ¡Ay, Bacantes!, 2021

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