Carnaval

Una crónica de encuentros y desencuentros

Luis Aguilar
CanCerbero
Published in
12 min readMar 9, 2023

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Desperté el martes con una sensación similar a la desolación, era el quinto día de carnaval y aunque de manera oficial concluía el miércoles, en Río era un secreto a voces que todo terminaría hasta el domingo.

A lo largo de los cinco meses que llevo en Río, no había cruzado camino con algún amigo y a unos días de iniciar la fiesta de la Ciudad Maravillosa, tuve visitas que atendí con gusto.

I

Yolanda y yo nos conocimos casi doce años atrás; ella administraba un bar en el centro de la Ciudad de México, yo participé en una revista independiente de literatura. Fue su sobrino quien nos contactó y en aquel bar ubicado en la calle de Allende presentamos varios números de la revista. Desde la primera vez que nos vimos comencé a llamarla tía, ella respondió diciéndome sobrino.

Los años pasaron y la revista llegó a su final, fue una muerte anunciada. Ganamos dos años consecutivos premios para financiar los tirajes que el editor utilizó para mostrar sus verdaderas intenciones: pasear por restaurantes de la ciudad y ninguna deuda fue saldada, todo en nombre de la literatura. Vaya hijo de puta. Tía Yolanda, debido a las porquerías de los reyes inmobiliarios, fue sacada del local donde tenía su bar bajo el pretexto de que vendieron el edificio, ni siquiera pudo iniciar algún proceso de demanda. Así concluyó el Allende Red, un gran sitio donde curiosamente, la última vez que bebí bajo su techo conversé con el Rambo, un nómada superior a los dos metros de altura proveniente de Brasil.

Gracias a las redes sociales nos encontramos en Río de Janeiro, la intención era ponernos al día y asistir a clases de yoga, sin embargo todo mejoró cuando me enteré que por caprichos del destino, el departamento que rentó junto con dos amigos está en el mismo edificio donde vivo desde hace cuatro meses.

Bebimos unos tragos en casa, sus amigos nos acompañaron. Una velada agradable donde Tía me contó el túnel que atravesó durante el 2020. Además de tristeza y desesperación, al salir aceptó que debía disminuir el consumo de fiestas y demás.

La escuchaba, me sonaban sinceras sus palabras e imaginé que un caminar como el que tuvo hasta finales del 2021 sólo podría dejarla con una sensación de reinicio. Lo comprobé algunos minutos después cuando de su boca salió: ahora dejé de usar ropa negra, traigo tenis verdes cuando pensé que nunca me quitaría las botas o estoy en medio de la batalla por aceptarme tal y como soy. El lenguaje entre líneas.

Aceptarse como es, me hubiera gustado apuntar que creo comprenderla, tanto que inicié esta caminata por el cono sur con las ganas de saber quién es este que habita mi cuerpo. Me contuve por la genuina sonrisa que se dibujó en su rostro.

Frases como amor propio o aceptarse a sí mismo se han prostituido al grado de perder valor, ni siquiera nos detenemos a intentar comprender su importancia. Aunque por otro lado hay quienes dicen amarse, rayando en ser unos despreciables que imaginan merecerlo todo.

Coincidimos poco el resto de sus días en Río, ella conociendo los rincones de la ciudad, yo trabajando para mantener mi vida, ni siquiera para obtener tranquilidad, si algo arrebata el empleo es energía, creatividad y tiempo para reflexionar, a cambio a la quincena uno recibe su dosis de esperanza.

II

Un fin de semana antes del inicio del carnaval, Erick desempacó en casa. Es mi primo, llevamos algunos años con puntos de vista similares y él también es viajero. En menos de seis meses viajó a Brasil dos veces, la primera ocasión regresó a México por temas de trabajo, recuerdo que además de enojado, se fue confundido.

Conforme los días avanzaron me di cuenta que su desbarajuste interno seguía y la ira mudó a inseguridad. Lo veía desenvolverse en la ciudad con extremo cuidado, sus silencios en restaurantes o el bajar la voz al pedir trago en bares, el lento caminar o bien, su negativa a salir solo. Me recordó a mí en mis primeros meses en Brasil.

Y es que hay algo que nadie avisa, el intentar integrarte a Río es tortuoso, sobre todo cuando dejas la burbuja de los amigos del hostal, gente que en su mayoría quiere beberse a fondo la fiesta sin ganas de conocer nuevos rostros o personas fuera de sus terrenos. Ahí es cuando se dimensiona la profundidad de la soledad.

Percibirlo de aquella manera alimentó cierta sensación de protección en mí, y a decir verdad gracias a esto me animé a poner a prueba mi fluidez en el portugués. Incluso yo me sorprendí de las conversaciones que entablé y del uso del escaso vocabulario que tengo de este bello idioma.

Asistimos al bloco que daría inicio al carnaval, ambos igual de emocionados (días después Erick confesaría que era uno de sus sueños), y nerviosos por todo lo que escuchamos: roban mucho, todos cogen con todos, las calles se vuelven una orgía al ritmo de samba.

Los blocos son formados por una banda de músicos, en su mayoría tocan samba, algunos más forro (fojó), funky (reguetón brasileño) o pagode (una mutación de la samba). Eventos gratuitos en las calles de Río donde se reúnen miles de personas para bailar, beber y caminar siguiendo los pasos de los músicos. La masa de individuos se nutre de vendedores ambulantes de tragos (cerveza, caipirinhas o capivodkas), algunos cargan su bocina para sumar más música al ambiente. También hay puestos de hotdogs, hamburguesas y brochetas de carne, el gusto de los brasileños por la carne solo se compara con su amor al chocolate.

En medio de los océanos de personas, todos entregados al baile y con Erick a mi lado, me llegó un pensamiento: estás aquí para liberarte, sé tú mismo en el lugar donde todo está permitido. Fueron palabras que yo le había dicho a mi primo días antes, ahora regresaban exigiéndome lo mismo, como si tuviera que poner el ejemplo solicitado por nadie.

Erick me tomó un video esa noche, lo subí a las redes y recibí comentarios, alguna parte de ellos coincidieron en que me veía feliz, con ganas de probarlo todo, seguro de mí. La vedad es que por dentro intentaba reconstruir mi desorden de personalidad.

Los días posteriores nos integramos a varios blocos, pero lo seguía sintiendo intranquilo, claramente habitaba un lugar desconocido. Su solución fue drástica. Aquel martes de carnaval me quedé todo el día en cama intentando recuperarme, él salió por la noche, me dijo que vería a una de sus amigas. Resultado: dos noches consecutivas llegó a casa con mujeres diferentes, les ofreció el depa para dormir, con una de ellas, Diana, tuve una conversación agradable sobre literatura en la playa. Cuando logramos hablar sin presencia femenina confesó que había caminado de madrugada en busca de fiesta por calles vacías que cada vez se alejaban más del centro, actividad que los cariocas evitan a toda costa. Es sencillo extraviarse en esta ciudad, una calle errónea y puedes aparecer a faldas de una favela.

Cada uno se pone a prueba de diferentes maneras, quizá la mayoría estúpidas pero funcionales, al menos lo necesario para que el vato que se haya mudado a un hostal decidido a hacerse de una brasileña. El sueño de todo aquel que aterriza en las costas del Atlántico sur.

Photo by Ferran Feixas on Unsplash

III

Tuvieron que pasar casi cinco años y una pandemia para coincidir con Sergio en Río de Janeiro, específicamente en el carnaval. Conocí al vato en mi último empleo en el DF antes de que el trabajo remoto fuera obligado. En aquellos días las cosas se limitaron a cumplir el horario de oficina burlándonos de cualquier compañero, beber ron al terminar el jale y fumar mariguana con diversa música de por medio.

Nos hicimos carnales compartiendo algunas mujeres del trabajo, aunque es una realidad que el vato es un ligador, lo suficiente como para que por cierto tiempo dudara de mis habilidades para llevarme a la cama al sexo femenino.

Para el carnaval él llegó con dos amigos, uno paulista el otro regio. Los cuatro fuimos de bloco el viernes por la noche, sábado por la mañana y domingo a media tarde. Cerveza, ron y gin nos acompañaron además de ciertos estupefacientes que su consumo se limitó a nosotros dos.

Lo único que cambia entre bloco y bloco, además de las personas, son los paisajes. Caminar entre las antiguas calles del centro, quizás atravesar parques de enormes dimensiones, avanzar a un costado de las playas del sur de Río o bien descender de una favela donde se agradece estar entre miles de personas más, la falsa sensación de seguridad, pasar desapercibido.

Me sorprendo de la velocidad con que nos pusimos al día, bastó menos de una hora y aunque vivimos en el mismo país (él en Sao Paulo), hablamos poco. Pensé varias posibilidades y las que más me resonaron fueron que: nuestra sintonía se limita al trabajo o somos menos amigos de lo que imaginé. Lo que es un hecho es que tal vez lo competitivos que ambos somos reflejó lo vacío que es una vida enfocada a buscar una posición en el mundo laboral.

Con la conversación limitada a señalar a la mejor morra de las calles, hacer comentarios que provocarían risas y acordar quién pagaría la siguiente ronda, la música transcurrió hasta llegar el amanecer del sábado. Ese mismo día por la tarde él acordó con una morra y desapareció. El domingo nos juntamos con otro grupo de personas y nos dejamos llevar, que la vida decidiera. Ese día yo me desaparecí con una morra.

Hasta el lunes pudimos estar en calma tirados en las costas de Ipanema. Dedicados a fumar y beber unas capivodkas (la bebida alcohólica base de las caipirinhas es la cachaça), me confesó que disfruta cada día menos las aglomeraciones del carnaval y que detesta a la gente, curioso para alguien que se gana la vida en ventas. Pienso que también rehúye de la compañía femenina pero sabe conquistarlas, cosa que parece encantarlas; aquel dicho de que hay que ser indiferente para tenerlas en la palma de tu mano, en este caso aplica por completo.

Creo que el vato me compartió de más porque de un momento a otro comenzó a señalar carnosas nalgas entalladas en bikinis. Claro que Río es un agasajo visual y lo disfruto, sin embargo me fue doloroso aceptar que es imposible cogerme a todas, esa depresión me ayudó a normalizar la belleza de las mujeres.

Es una batalla diaria que de a poco me abre diferentes perspectivas sobre el universo femenino, de entrada y creo más importante, quitarme la inservible idea de que solo cogeremos. Por un momento creí que sería algo que podría compartir con Sergio, pero las circunstancia jamás fueron las propicias.

A cambio, donde sí acordamos fue en sacar provecho de las oportunidades que ofrece el carnaval. Principalmente si se entiende que en dicho evento todo se permite siempre y cuando exista respeto, límites que se flexibilizan en medio de una fiesta eterna. La igualdad del caos o el orden del desasosiego.

IV

Un día de la segunda semana de marzo del 2020 desperté desempleado, sin casa, sin viaje a Sudamérica y con la desesperación de gastar mis ahorros para sobrevivir. Lo mejor de esto fue que pude curarme la depresión en el encierro de un depa solo para mí mientras Eduardo se encargaba del contrato y refugiarse con su familia en su natal Coatzacoalcos. Me ofreció estadía en su casa por cinco meses y en mayo del 2021 me ayudaría a tomar un nuevo empleo.

El domingo de carnaval Eduardo aterrizó por la madrugada en Río de Janeiro y mientras se aclimataba a la ciudad, yo bailaba en un bloco iniciado a las 9 de la mañana. Fue por la tarde de ese día que nos reunimos.

Pocas cosas lo entusiasman tanto como viajar, y su motivación crece entre más exótico y distante sea el destino. Brasil era el lugar indicado y de paso enfiestaríamos porque ese wey me ha dejado claro su gusto por el trago y la música. Yo estaba emocionado de ver a mi amigo tras meses.

Parte de mi estrategia para mimetizarme con los habitantes de Río y disfrutar más el carnaval, fue disfrazarme (acá lo llaman fantasía). Pensé en pintarme la cara, usar sombreros de formas variadas y colores llamativos, y es que el carnaval es una amplia galería de estilos y fantasías. Al final lo único que hice fue andar sin camisa y llenarme de brillantina que se adhiere al sudor del cuerpo, gracias a la gente que la avienta al cielo en medio de los blocos.

— Chinga tu madre, Luis — fue lo primero que me dijo — , te crees bien verga andando sin camisa, ¿verdad? — reímos — , acuérdate cuando no dejabas ni que se te ensuciaran los zapatos.

Para mi fortuna hablamos solo lo necesario de trabajo, en mi mente esa actividad es la más monótona en mi vida, quizá por eso intento hablar lo menos al respecto; mi mala suerte hizo que tuviéramos poco tiempo para conversar con calma, aunque nos buscamos espacios. Uno de ellos fue la mesa de un bar donde se sumaron más personas que nadie se preocupó en descubrir cómo llegaron ahí, pero disfrutamos su presencia.

La vida ha entregado jugosos dividendos al bolsillo de Eduardo, un tipo que se esfuerza a fondo por el empleo. He sabido, desde que nos conocimos cuatro años atrás, de su gusto por trabajar, por lo que imaginaba a mi amigo feliz con su día a día.

Bastó menos de una hora para que el elixir de los dioses, mejor conocido como alcohol, hiciera efecto y relajara la tensión. Ahí me contó las situaciones familiares que lo angustian tanto como para derramar algunas lágrimas.

Pensé varias cosas. La necesidad que tenía por hablar con un amigo, lo sumergidas que están sus emociones bajo la tormenta de los objetivos mensuales y que aquel era el sitio menos esperado para escucharlo. Por más seguridad y fuerza que una persona tenga, se quiebra por cosas que, en medio de un poco de confianza, desbordan con fuerza.

Si alguien lo vio llorar, se tragó sus comentarios, tampoco es que haya berreado pero bastan unas lágrimas para llamar la atención. El ambiente seguía y para Eduardo fue sencillo mudar de humor. Pocas personas disfrutan la fiesta como los veracruzanos, quizá solo se compare con sus ganas de ser pederos, de discutir a la menor provocación.

En ocasiones paraba de bailar para refrescarme y nos cruzábamos en la barra. Conversamos sobre lo bello que es Río, lo fiestero de la gente y varias veces me repitió que estaba hasta la madre, aunque lo hizo con sutileza, por ejemplo: estaría bueno que el desmadre que se traen con los ovnis en Estados Unidos sea cierto y ya nos cargue la verga. ¿Ya viste la serie donde los hongos hacen zombis a las personas? Ojalá fuera cierto, la estamos cagando un chingo.

Pienso similar a él en el hecho de que nos equivocamos como humanos, también en que debería cargarnos la chingada, solo que esta vez me resonó más porque llevo meses dando poca importancia al cagadero que hacemos con el planeta. Quizá sea el egoísmo necesario para sobrevivir como viajero, pero también porque creía que con el buen empleo que tiene estaría feliz.

El lunes por la noche fuimos al Sambódromo da Marques de Sapucaí, una larga pista por donde desfilan carros alegóricos acompañados de comparsas. Un evento que desconocía, otra cara del festival donde nos dedicamos a tomar fotografías, sobre todo cuando comprendí su negativa a tocar los temas que el día previo lo sacudieron.

Corrí con poca suerte ya que jamás vi una orgía, tampoco personas cogiendo en las calles, no presencié ni un robo, a cambio lo que nadie me dijo sobre el carnaval es que deja un desgaste enorme, que en lo particular me cimbró al punto de sentir una resaca moral sin que estuviera arrepentido de algo, pero sí es una sensación de que todo en mi vida es un sin sentido, vivir aburrido de lo que soy.

Me costó varios días regresar a mi ritmo habitual, había comido poco durante los días de carnaval, bebí sin pensar en las cantidades, el dinero en la cartera se drena casi al ritmo que la energía, pero no esa energía que me hace levantarme sino aquella que absorbo de la gente cuando convivo con ellos.

Decidí pasar un atardecer en la playa, solo, hipnotizado por el rumor de las olas. Niños corriendo, escarbando la arena o arrojándose al mar mientras sus padres los observan apacibles. Personas jugando futbol, algunas parejas besándose, vendedores que utilizan lentes o cigarros para vender su principal producto: drogas (mariguana, cocaína o crack). Ahí pensé que sería el único carnaval en mi vida y todo se volvió más obscuro cuando consideré la posibilidad de volver a México.

Me arrojé al mar para que se tragara aquel pesimismo, al salir para secarme con el viento y el sol que comenzaba a ocultarse, supe que da igual el lugar donde viva, jamás se huye de uno mismo. Tampoco lo intento, es solo que plantearme varias posibilidades y tener que tomar una decisión, me produce ansiedad. Tomé la opción de regresar al mar, tomarme un tiempo para mí, tal vez mañana encuentre el camino a casa.

Photo by Ferran Feixas on Unsplash

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