Diálogo con el mar

Crónica brasileira

Luis Aguilar
CanCerbero
Published in
7 min readMay 11, 2023

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¿Cuánta angustia ha podido sepultarse
en la malla invisible de tus siglos
para engendrar tus negras tempestades?
Elías Nandino

Observo el mar, actividad diaria que ha aumentado su frecuencia desde que soy desempleado. Ahora me dedico a broncearme tirado sobre la arena y a contar las olas, según mis registros, cada siete olas con poca fuerza, llegan tres seguidas con el ímpetu suficiente para revolcar a una persona.

A pesar de las banderas rojas a lo largo de la costa de Copacabana en señal de peligro-precaución por la fuerza del mar, a la gran cantidad de bañistas parece importarle poco o nada, yo estoy en el segundo grupo, así que un gran número de personas gozan del agua cálida para refrescarse de los incendiarios 35 grados centígrados y su calor.

Varios pensamientos inundan mi cabeza, el menor es aquel que me lleva a la preocupación por encontrar mi siguiente trabajo, antes se cruza el hartazgo de hacer lo mismo a lo largo de quince años y el asco por emplearme en sitios que permiten cualquier práctica de sus empleados con el fin de atraer dinero a la organización. La verdad es que me angustia la necesidad de atarme a un empleo para ser funcional o cumplirme algunos caprichos.

Es demasiado, aunque desconozco si son mis sensaciones o el rayo del sol estrellándose en mi espalda lo que me obliga a echarme al mar.

—¿Va a demorar mucho? — es la respuesta de la mujer a quien encargo mis cosas: chanclas, encendedor y canga (un pedazo de tela para sentarse sobre la arena, en portugués se pronuncia canya).

—Menos de diez minutos.

Asiente con la cabeza y me encamino al mar molesto conmigo por la necesidad de hacer responsable a un extraño de mis pertenencias. La inseguridad de las playas brasileñas.

La temperatura del agua es fría, sospecho que dentro de los próximos dos días lloverá gran parte del día en la ciudad. Mis premoniciones se fundan en mis visitas al mar, he intentado comprenderlo, sin embargo estoy intranquilo por la pregunta de aquella mujer entrada en sus setenta años, eso me hace imaginar su piel arrugada y blanco de su cabello, pero aún con energía.

—¿De dónde eres? — me dice al agradecerle por cuidar mis cosas — , tu acento es extraño.

Su actitud se modifica cuando escucha mi país de origen, se vuelve más fraternal y comienza a dibujar una sonrisa en su rostro.

—He visto algunos programas y películas sobre sus fiestas del día de muertos.

—Sí, es una tradición que se ha ido transformando, yo creo que se está perdiendo el verdadero sentido.

—¿Pero siguen bailando y desfilando disfrazados? — la sonrisa se mantiene.

El costo de que películas de detectives ingleses o caricaturas con personajes morenos del racista Disney hablen acerca de una tradición que desconocen y les parece divertida, es que el mundo imagine carnavales en México. El país también se ha encargado de desaparecer la esencia, las raíces de nuestros antepasados. Respondo que eso no sucede e intento explicarle el sentido de las ofrendas, en pocas palabras le digo que son manjares para nuestros muertos. Comida o trago que les gustaba en vida.

—¿Y qué piensan sobre los muertos, la persona muere y reencarna?

—Eso de reencarnar es un tema poco común en México, a veces pienso que la mayoría solo quiere morir y basta.

—Pero regresan a comer a su ofrenda, entonces creen en los espíritus — sigue sin borrar la sonrisa — en Brasil creemos en los fantasmas, por lo menos yo que he tenido algunas experiencias.

Estoy seguro que en otro momento me hubiera interesado conocer sus experiencias, pero hoy su sonrisa me causa desconfianza, además la mente insiste en resumir los acontecimientos de mi último empleo. Despedido o renuncia, ¿hay diferencia? Supongo que es el ego quien prefiere que se diga que renuncié, pero al final es lo mismo, ese trabajo llega a su fin.

La mujer se distrae y habla con un hombre similar a su edad, más tarde me enteraré que es su esposo. Aprovecho la distracción para tirarme en la canga, me tomo un respiro. Mujeres hermosas bronceándose el bum bum (forma elegante de llamarle al culo entre los brasileños), música, familias bebiendo, vendedores ambulantes, un día cualquiera. Cuando la mujer intenta regresar a hablarme me pongo de pie y le encargo mis cosas.

—Susúrrale al mar — me dice después de aceptar cuidar mis pertenencias y regresando a su gesto de la sonrisa, esta vez me parece más grande y exagerada.

¿Qué le puedo susurrar al mar? Le diría que estoy hasta la madre de que las personas intenten llenar sus vacíos con un empleo, que la voracidad y egoísmo con que alguien actúa por conseguir un aumento de sueldo me resulta patética. Cuando caigo en cuenta ya estoy en las olas, hablando con el mar, le pido claridad y fuerza.

Quizá el origen de mi distracción fue la atención que presté a mi discurso o responderme por qué le hice caso a una desconocida, pero pierdo la atención. El resultado es que medí mal el tamaño de la ola. De pequeño en Acapulco escuché que unos niños menores de diez años, mi edad en aquel momento, decían: si es muy alta (la ola) te sumerges enconchado, si son bajitas las brincas; aquella enseñanza la he aplicado mi vida entera. Cuando quise brincar esta ola de Copacabana, su altura fue mayor y me arrastró algunos metros.

Sumergido, indefenso entre toda esa corriente de agua, aprieto los ojos, intentó conservar la calma y cubrirme la cabeza con las manos. Mis intentos por enconcharme resultaron inútiles, el mar me azotó contra la arena, me raspé la cadera y codo derecho.

Me quedé unos segundos en el mar creyendo que así evitaría la vergüenza de ser arrastrado y después salí de las olas. El humor del mar estaba para todo, menos para susurrarle mis problemas.

—¿A qué te dedicas?

Soy desempleado con ganas de cambiar su forma de ganar dinero, estoy frente a la oportunidad que le pedí a la vida de hacer algo distinto, molesto por entregarle a un sistema desinteresado en mi sanidad mental, mi energía y en medio de una transformación desde hace un par de años que me tiene alejado de mi familia y amigos con tal de encontrar mi verdadero ser.

—Escritor — respondo.

—Qué bien, eres artista — sonrío, me gusta esa definición — yo tengo dos hijas, una pinta y la otra tiene una galería de arte.

—¿Y tiene algún estilo o corriente favorita, su hija? — algunos años me interesé por la pintura, principalmente por mi dealer de cine quien es pintor egresado de la Academia de San Carlos en México y prefiere vender películas en un tianguis que visité por más de quince años.

—No sé — por primera vez borra la sonrisa — pero a las dos les gusta Frida Kahlo.

Frida y su fama por el mundo, quisiera decirle que es tan famosa que hasta a algunas mascotas las llaman por ese nombre. Sigo sin saber quién la puso en boca de todos, quizás algunos movimientos feministas que la tomaron como estandarte.

Le cuento que la casa de Frida sólo cierra los lunes y el resto de los días hay una larga fila para entrar. Cuando ella menciona a su galán, Diego Rivera, le comento que el hogar que compartieron en matrimonio también es un museo.

—Muchos artistas en México, tú eres el segundo que conozco, ¿todos viven bien? Yo tengo 30 años viviendo en Londres y a sus artistas les va bien.

Tengo ganas de reír, la ironía de la diferencia de realidades entre la gente nos hace imaginar cosas. Eso de vivir del arte es un sueño reservado para países que se denominan primermundistas, para mí son unos imperialistas, o bien siendo amigo de ciertos círculos, pero el talento pocas veces, casi nunca lo consigue.

Dentro del mundo de posibilidades que me ha planteado para ganar dinero, la de escritor la imagino después de cierta madurez que me gusta pensar llega con el tiempo. Me encantaría que llegara cuanto antes, pero por algo sigo sin recibir un premio o publicaciones en revistas o periódicos que me sumen ganancias económicas.

La decepción me aborda, ¿en qué estamos pensando? Vivo dentro de una generación deseosa de enriquecerse de bienes materiales, admirando empresarios que un día agradecen a sus colaboradores por su entrega a la compañía y al siguiente despiden empleados para reducir gastos. El egoísmo magnificado del cual creemos estar a salvo. Historias de mujeres que se acuestan con sus clientes, hombres que prometen aumentos a sus asistentes con tal de encamarlas. Compañeros que dicen ser equipo y acuchillan por la espalda con tal de mantener el trabajo.

Regreso al mar, esta vez sin pedirle a la mujer que cuide mis cosas, ahora me enoja repetirme que el sistema ganó, da igual su nombre, la humanidad perdió la batalla, nos entregamos a formar parte de las filas de empleados vacíos, trabajando por alcanzar el viaje por el mundo que eleve su estatus frente a sus amigos. Quizá valdría la pena aceptar que las expectativas se han reducido. Antes se pensaba en construir una casa, hoy batallamos por extender el pago de la quincena.

Voy confiado, me olvidé de la revolcada de minutos antes, son cosas que ocurren, me digo. Llévate mis miedos, dame seguridad, susurro cada que una ola llega. Por extraño que parezca, me resulta todo menos una ridiculez hablar con el mar, ¿cuántos lo han hecho? Gente de mar, es el último pensamiento que llega a mi mente.

Una nueva ola, esta tiene más fuerza, lo sé porque me hace girar, una voltereta tras otra. Suman dos, maltrechan mis huesos, sacuden mi cuerpo, sólo consigo cerrar los ojos.

Esta vez salgo de inmediato, al volver la mujer desapareció junto con su esposo. La sensación del cuerpo es similar a cuando boxeaba seis rounds. Necesitaba de aquellas sacudidas para respetar la fuerza del mar y saber que cualquier petición tiene un costo, lo sé porque desaparecieron las ideas angustiantes por mi desempleo.

Photo by Giga Khurtsilava on Unsplash

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