El mundo fantástico y siniestro de Adela Fernández

Cuentos al fin reunidos

Gonzalo Trinidad Valtierra
CanCerbero
Published in
5 min readJul 6, 2023

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En 1993 Edmundo Valadés incluyó El montón de Adela Fernández en el primer tomo de la antología Cuentos mexicanos inolvidables. Un libro compacto que tenía la intención de congregar lo mejor de la narrativa breve mexicana del siglo XX hasta la fecha de su publicación.

Como sucede con todas las antologías, esta era una selección caprichosa. No obstante, quién mejor que Edmundo Valadés, editor de la legendaria revista El Cuento y autor de algunos cuentos inolvidables él mismo, para dirigir esta colección con motivo del día nacional del libro.

Años antes don Edmundo había publicado La Jaula de la tía Enedina en la antología sucinta Los cuentos de El Cuento (UNAM, 1981). Este libro era una muestra de los textos que, a juicio de Valadés, definían mejor el cuento, sin recurrir a la tediosa preceptiva o la inquietante descripción de las leyes secretas del género breve, que a fin de cuentas, una vez enunciadas, pierden su poder de conjurar la vida.

Además de dar a conocer la obra de Adela Fernández a los lectores mexicanos en diversas ocasiones, don Edmundo había situado a esta extraordinaria narradora entre los mejores cuentistas mexicanos, al incluirla junto a autores tan reputados como Juan Rulfo, José Revuelta y Rosario Castellanos.

De entonces a la fecha han pasado al menos 30 años, si tomamos como punto de partida 1993. Treinta años durante los cuales Adela Fernández ocupó un lugar más bien anecdótico en el panorama de las letras mexicanas. Cosa que finalmente podría dar un merecido vuelco. Pues el Fondo de Cultura Económica publicó a finales del 2022 los Cuentos reunidos de Adela Fernández, en una edición muy decorosa.

Este libro consigna la totalidad de la narrativa breve de la autora, conformada por dos libros de corte fantástico y siniestro, Duermevelas (1986) y Vago espinazo de la noche (1996), luego de que la autora decidiera que su primer libro El perro (1975) se disgregaría para dar forma y contenido a esta dupla.

Al parecer, El montón y La jaula de la tía Enedina habrían sido parte de esa primera publicación. Se encuentran entre las narraciones mejor logradas de la autora, tanto por su factura y estilo, como por la contundencia y tratamiento de sus temas. Pero son sólo una porción de lo que Adela alcanzó valiéndose de este género literario tan elusivo como cambiante.

En Duermevelas, el primero de los libros incluidos en esta colección, nos encontramos con un guiño de la autora que pretende definir la naturaleza de sus historias.

«Mi mamá decía que a mí me atacaban las duermevelas porque de pronto me quedaba dormida en cualquier sitio y hasta de pie podía conciliar el sueño. Era una caída repentina en otro mundo lleno de imágenes; sin embargo, no perdía por completo la conciencia, mantenía los ojos abiertos y podría escuchar todo cuanto decían: “A la niña ya la atrapó otra duermevela y cuando despierte se soltará a contarnos historias insensatas y sin juicio”.»

Lo que para la visión racional de los adultos resultaba «insensato y sin juicio», para los soñadores como Adela era una oportunidad de ver el mundo desde otra perspectiva. Una donde la realidad y la fantasía se mantienen acopladas, como parte de un mismo mecanismo.

No solo La jaula de la tía Enedina, Yemasanta, Hipocausto, El hombre umbrío o Reloj de sombra mezclan realidad y fantasía con un toque de originalidad, sino que lo hacen de un modo tal que trasciende la anécdota para para ser leídos una vez y recordados toda la vida, como decía Edmundo Valadés al definir el cuento.

En ellos se mezclan el pensamiento mágico de los pueblos indígenas y las propias ensoñaciones de Adela, para conformar un universo narrativo que por momentos recuerda al de Leonora Carrington y Amparo Dávila, ambas afectas a ese modo surrealista y fantástico de contar historias que, en su aparente inverosimilitud, nos revelan el horror y desconcierto que atraviesa a sus personajes.

Lo onírico, el sueño, el silencio, la multiplicación, son conceptos que Adela pone en juego para echar a andar sus cuentos. Lo hace de forma concisa, tratando de maximizar el sentido de cada frase en el menor número de palabras. Así, termina por crear algunas piezas de orfebrería narrativa que no agotan su sentido por mucho que uno las escudriña. Gran oficio el de esta cuentista que cuanto menos dice, más contundente suele ser.

En estas duermevelas se cumple lo que decía Denise Levertov en su ensayo Trabajando y soñando, «el trabajo del arte es tan parecido al sueño que a veces no sé quién es quién». Y en efecto, Adela logra que el lector confunda el sueño con la vigilia. Que, por así decirlo, comparta el estado de las duermevelas. Y es que los cuentos, pese a abordar temáticas como el machismo, el abandono, la violencia familiar y otros igual de fuertes, se mantienen al margen del realismo naturalista con el que otros autores exploran los mismos temas.

En cuanto a Vago espinazo de la noche, Adela afina sus recursos, los mismos que ha desplegado en sus primeros libros. La concisión, un estilo directo con frases a veces líricas, a veces sumamente contundentes, imágenes muy bien logradas donde lo visual prevalece por encima de lo sonoro, hacen que estos cuentos «crueles, negros y cínicos» mantengan al lector pegado al libro.

Pero es esta una obra con una búsqueda diferente. En donde el humor negro, el cinismo y el pesimismo subvierten el orden de la realidad. Tal es el caso de cuentos como Apostasía, Mecanismo, Stasho, El montón y Vago espinazo de la noche. Aquí, aunque persiste lo fantástico, es el escarnio el que gana la partida.

La madre obsesionada por el abandono del marido que desquita sus frustraciones con su hijo. El niño que confiesa que no lo quieren en su casa. El hijo que decide asesinar a su padre para salvar a su madre de futuras humillaciones. Los huérfanos que hacen un pacto suicida para arruinarle la vida al prefecto del hospicio. Enunciados de esta forma no parecen mucho. Pero una buena cuentista como Adela hace maravillas con muy poco. Después de todo, la fuerza del cuento no radica en el argumento, sino en el tratamiento, en la intensidad y la tensión con la que el cuentista trabaja su materia en unas cuantas páginas.

Sin duda, los lectores hemos ganado la oportunidad de conocer a fondo la obra de esta narradora mexicana. Una obra que circulaba sólo en primeras ediciones de difícil acceso o en las antologías que Edmundo Valadés se encargó de publicar. Estos cuentos fantásticos y siniestros al fin reunidos vienen a completar el panorama de nuestras letras, siempre cambiante y lleno de sorpresas.

Photo by Leonardo Yip on Unsplash

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