Kaputt

Estragos causados por leer a Malaparte

Enrique I. Castillo
CanCerbero
Published in
4 min readMar 16, 2023

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Leer a Curzio Malaparte provoca abrir los sentidos. Imágenes de la guerra transcurren en la mente conforme pasan las páginas. No como si se tratara de una película. Es más bien como revivir recuerdos. Los de alguien más, sí, pero incrustados en nuestras cabezas. Y no son remembranzas de batallas cruentas y de violencia explícita, Malaparte habla de las ruinas humanas que acompañan a la guerra.

Leo Kaputt en una vieja edición. Va conmigo en mis trayectos diarios. Aguanta bien al principio. Después del segundo día comienza el desmoronamiento. El del libro y el mío. Su lomo empieza a despegarse. No me preocupa, si lo sujeto bien aguanta el ajetreo. A mí, un estremecimiento me recorre la espina dorsal cuando leo:

Salí al huerto, empujé la cancela y me senté junto al borde del camino, al lado del cuerpo de la yegua. La lluvia me mojaba la cara y se deslizaba por mi espalda. Respiré con avidez el olor de la hierba mojada, y en aquel perfume fresco y embriagador se difundía poco a poco el hedor blando y fofo de la carroña, venciendo también el olor del acero putrefacto, del hierro en descomposición y del metal podrido. Tenía la sensación de que la antigua ley humana y bestial de la guerra aventajase la nueva ley de la guerra mecánica. En el olor de la yegua muerta me encontraba como en una patria antigua y recobrada.

Portada del libro Kaputt, escrito por Curzio Malaparte
Portada del libro Kaputt

Es inevitable preguntarme dónde está mi patria. Tal vez en los miles de muertos y desaparecidos, en las mujeres que matamos todos los días. Somos el país de los cadáveres. Ríos subterráneos de sangre yacen bajo nuestros pies y ese líquido servirá para alimentar a nuevos seres, que nacerán sedientos. Esta patria huele a sangre.

Para el cuarto día, el lomo se desprende en partes, quedan expuestos los cuadernillos. Los hilos que sostienen las tapas comienzan a aflojar. Tal vez debería llevarlo a que mi amiga lo repare. Algo en mí se resiste. Ya empezamos este camino y abandonarlo ahora sería desleal. Este libro y yo llegaremos al final, aunque estemos a nada de rompernos.

Es imposible acallar la realidad. Para nosotros sería más sencillo si lográramos olvidar que la muerte ha hecho de nuestro país uno de sus lugares preferidos. Fingimos olvidar. Pero Malaparte nos dice que no podemos contener a los muertos:

Luchan en silencio con las uñas y con los dientes, no retroceden ni un solo paso, no abandonan la presa, no huyen nunca. Combaten hasta el fin con un valor frío y testarudo: riendo o haciendo muecas, pálidos y mudos, con sus ojos de locos en blanco abiertos de par en par.

Curzio Malaparte vivió las dos grandes guerras del Siglo XX. No es de extrañar que ocasionaran que sus libros sean descarnados, nacidos de su mirada quirúrgica y su escritura mordaz, a veces crítica, otras desgarradora y desesperanzada. Vio a Europa morir y después ser resucitada para al poco tiempo agonizar. En la guerra, dice él, nadie gana, ni siquiera los vencedores.

Escribió que el horror desatado con la Segunda Guerra Mundial no nació del odio, sino del miedo. El que tenían los alemanes. No a la muerte o al sufrimiento. Su miedo era a la vida, aquello que estaba vivo pero que no eran ellos: los débiles, los viejos, los niños. Si Europa les hubiera tenido piedad, dijo Malaparte, habrían sanado de su dolencia.

Pero carecemos de piedad. Existe, como la caridad, más en libros que en la vida. En Kaputt, Malaparte nos deja ver que el legado de esas guerras, la herencia de nuestros padres y la de nosotros, es el derramamiento de sangre. Y no hay de otra porque la violencia es inherente al ser humano. Y será ella, la violencia, el signo de nuestro tiempo.

Han pasado más días y conforme avanzo en la lectura, el libro desaparece. Cada vez que sale de mi mochila pequeños pedazos de la portada y el lomo van a dar al suelo. La contraportada pende de los hilos. Cada página que pasa es un golpe de martillo que resquebraja algo en mí. Mis párpados yacen también en el suelo. Sólo me queda aguardar a que la noche nuble mi vista y cubra el espectáculo de nuestro mundo en descomposición.

Fotografía del escritor Curzio Malaparte
Curzio Malaparte

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