La crónica perdida durante 300 años
México en 1554
La ciudad apenas nacía y ya reclamaba por alguien que la narrara, que describiera el trazo de sus calles, la arquitectura de sus construcciones y las personas que en ella habitaban. Un toledano, sin proponérselo, escribió la primera crónica de esa urbe. El libro permaneció perdido más de trescientos años, hasta que fue rescatado en el Siglo XIX.
Habían pasado algo más de treinta años desde que los españoles habían fundado la Nueva España sobre la sangre y las ruinas de la antigua Tenochtitlán.
Corría el año de 1554. El profesor de Retórica de la Real y Pontificia Universidad, que apenas un año antes inaugurara sus cursos, ideaba una forma en la que sus alumnos pudieran tener un ejemplo claro de lo que implicaba su clase. Pensó en un texto para estudio y usó el recurso aplicado desde los tiempos de Platón: el diálogo.
Sería la misma universidad el primer punto de atención de este profesor originario de Toledo, España: Francisco Cervantes de Salazar. Dos personajes, Mesa y Gutiérrez, recorren los amplios patios del edifico, los pasillos y describen las anchas columnas. De aquella universidad sólo una pequeña parte de la fachada se salvó, gracias a la intervención de José Vasconcelos, quien la descubrió y decidió preservarla, aunque fuera manteniéndola en una bodega, antes que verla destruida del todo. Hoy es posible ver ese pedazo de historia, que sobrevivió a nuestra mano destructora, en la calle de San Ildefonso.
En los diálogos siguientes Cervantes de Salazar nos sumerge en esa ciudad joven, cuyos límites no excedían lo que hoy conocemos como Centro Histórico. Esta ocasión con tres personajes: Zuazo y Zamora, habitantes de la Nueva España, y Alfaro, un español que está de visita.
Comienzan la travesía en la calle Tacuba, una de las calzadas principales de la antigua ciudad mexica, de tanta importancia que el gran cronista Artemio de Valle Arizpe le dedicó un libro: Por la vieja calzada de Tlacopan. Es en esta calle donde inician su recorrido los viajeros. Apenas la tiene a la vista, exclama Alfaro, el forastero:
¡Cómo se regocija el ánimo y recrea la vista con el aspecto de esta calle! ¡Cuán larga y ancha!, ¡qué recta!, ¡qué plana!, y toda empedrada, para que en tiempos de agua no se hagan lodos y esté sucia…
Cervantes de Salazar describe después las casas, sólidas en su construcción, dispuestas a lo largo de la calle. Y nos da luz sobre su arquitectura. Menciona que parecen fortalezas porque, al no poder amurallar la ciudad contra posibles irrupciones enemigas, las mismas casas sirven de protección. Además de que su altura no es mucha pues así permiten que circulen los vientos que alejan los miasmas de la laguna que aún existía. La factura de estas casas les permitía, también, soportar los terremotos que desde siempre aquejan a la ciudad.
De nuevo describe Cervantes de Salazar en voz de Alfaro:
Prudente determinación; y para que en todo sean perfectas, tampoco exceden de la altura debida, con el fin, si no me engaño, de que la demasiada elevación no les sea causa de ruina, con los terremotos que, según oigo decir, suele haber en esta tierra…
Los personajes continúan el recorrido, hablando de aquella ciudad lejana que era atravesada por varias acequias, cuya plaza mayor también sorprende a Alfaro por su vastedad y las construcciones que la circundan. Cuando dan con las casas de los indígenas, dispuestas más allá de la traza de la ciudad, mencionan que están construidas sin “orden” y que son pobres en su hechura. Tal vez sin proponérselo, pero dejan ver que desde el nacimiento de esta ciudad no sólo estas viviendas sino también sus habitantes son como entes ajenos a ella. Cuestión que no ha cambiado.
Relata Zuazo:
Desde aquí se descubren las casuchas de los indios, que como son tan humildes y apenas se alzan del suelo, no pudimos verlas cuando andábamos a caballo entre nuestros edificios.
El título original del libro es Commentaria in Ludovici Vives Exercitationes Linguae Latinae. A Francisco Cervantes de Salazar. Mexici, apud Joannem Paulum Brisensem, 1554, escrito en latín, como correspondía a la asignatura, fue editado en 1554 por Juan Pablos, y se agotaron los ejemplares.
Trescientos años después aún se hablaba del libro, como si de una leyenda se tratara, pues nadie parecía poseer una copia. En el Siglo XIX, José María Andrade decidió donar un ejemplar que tenía, aunque incompleto, al erudito mexicano Joaquín García Icazbalceta, para que lo tradujera al español. Pero el historiador no pudo llevar a cabo la traducción sino hasta 1875. Así lo publicó, en una edición con las hojas faltantes.
Años después, durante sus investigaciones en archivos ubicados en España, Francisco del Paso y Troncoso descubrió un ejemplar íntegro del libro original. Es así como los diálogos completos de Francisco Cervantes de Salazar llegaron a nuestros días con un título reducido y más certero: México en 1554.
La ciudad está viva y lo estará mientras no perdamos su memoria. Caminar por Tacuba es andar sobre una calle con siglos de existencia. Ir hasta la iglesia de la Santísima Trinidad es estar a unos pasos del lugar donde vivió Francisco Cervantes de Salazar. Un libro pensado para uso estudiantil, y que estuvo perdido tres siglos, se convirtió en la primera descripción que se hizo de esta ciudad. Las historias que forman esta metrópoli están ahí, al alcance de la mano. No hace falta, a veces, escarbar mucho para encontrarlas.