Manola

Una amistad de largo aliento

Luis Aguilar
CanCerbero
Published in
5 min readMar 30, 2023

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Recuerdo que cuando te conocí fue tan placentero como mi primera vez en el mar; todos mis amigos de la secundaria se referían a ti con vergüenza y mis primos mayores con burla, creo que ningún adulto me habló de ti. Aquella vez estaba boca abajo sobre mi colchón, esperando que el Play Station iniciara la pelea, un videojuego de luchas donde la presentación de cada luchador era con un video en carne y hueso, así que apareció una mujer y por primera vez me fijé en los pliegues de las piernas antes del abdomen. Desde ese momento me vuelve loco la cadera femenina, pero esa tarde mi cuerpo activó algo que terminó con un líquido blanco saliendo del pene.

Los años pasaron, en la adolescencia eres una compañera importante, la herramienta indispensable ante los impulsos descontrolados de las hormonas; si tan sólo alguien nos hubiera dicho que mujeres y hombres somos calientes por igual. A cambio vivimos el llamado del sexo con temor a ser padres jóvenes o avergonzados de que nos vean con la verga erecta. Recuerdo que en la secundaria tuve a mi primera chava, me enamoré perdidamente de ella, me costó trabajo acércame a besarla, varios días, pero cuando por fin la barrera se superó, nos agarrábamos a besos en cualquier sitio, el miembro despertaba, y por más que ella lo sobara siempre fue por encima del pants, así que tenía que regresar a ti, Manola.

En la prepa, antes de encamarme por primera vez en mi vida, tuve otra chava educada bajo el mandato divino de visitar la iglesia los domingos y días de navidad. Hacíamos poco, el billete era escaso, cuando ahorrábamos las salas de cine eran nuestro cuarto de hotel, pero eso sucedía dos veces al mes y el empujar de la verga contra el pantalón era todos los días. Solíamos jugar baloncesto y para los dos fue fácil acordar que tras la vuelta de la cancha a su casa, subiríamos a la azotea de su edificio. Desde ahí visito todas las azoteas que puedo, detesto desperdiciar una vista, y es que esas tardes de adolescencia se trataron de sentarnos en el escalón, besarnos delicioso y masturbarnos mutuamente. Terminábamos la sesión con el primero que se viniera, y casi siempre fue ella. De nuevo recurría a ti, porque eso sí, nomás mi chava de prepa conseguía su objetivo, se vestía y me obligaba a bajar a casa.

Después todo cambió y te visitaba poco, jamás dejaste de gustarme, es sólo que alguna temporada en la universidad viví una fiebre extraña de algunas compañeras que bastaban unos besos para que empezaran a jalarle el cuello al ganso, mejor si era en las instalaciones, quizá los baños o salones, tal vez las salas de entrevistas, algunas otras en las escaleras. Fue divertido que alguien hiciera el trabajo hasta que me enrolé en una relación, hoy sigo pensando por qué dejé de hablar con la verdad, tan sencillo hubiera sido decirle a mi chava que ella me gustaba tanto como mis compañeras. De a poco se cansaron de mí y me quedé solo con el gusto a la infidelidad en sitios prohibidos.

En un empleo un vato dijo: como dice mi abuelo, el secreto para un matrimonio largo se llama masturbación. Quería decirle que suena mejor Manola o chaqueta, pero al ver los rostros de desagrado de mis compañeras, supuse que nadie lo hacía. Por un largo periodo abandoné a mi novia más leal, la que se cambia de cuerpo, nombre y rostro a mi placer, y lo hice porque le propuse a mi ex chava la solución del abuelo del vato del trabajo, a lo que ella respondió que mejor le platicara mis fantasías. Lo hice, fue mutuo, y con el paso del tiempo cada día se cumplían menos, como si el desinterés nos tomara o el deseo mudara a estabilidad y monogamia, ¿por qué esas ganas de capturar la belleza?, ¿por qué nos es tan difícil vivir en libertad? A partir de ahí prestó más atención a los comentarios de la gente y dejé de intentar llevar una relación larga con ayuda de la chaqueta.

Entonces comencé a viajar, aquí se complicó todo porque venía de una pandemia con menor cantidad de sexo respecto a mis meses previos al encierro. Llegar a un nuevo sitio ofrece un sinfín de posibilidades pero antes de encontrar el ritmo y tomarle gusto, hay días de soledad donde los recuerdos surgen como salvavidas pero también son una prisión, éstos combinados con un ser solitario en medio de mujeres hermosas, suelen jugar malas pasadas, sobre todo cuando la chava a la que asechas te manda al demonio.

Así que hay días donde sueles aparecer, cada vez me gustas menos, es una lástima porque eres necesaria. A veces me paso días que se extienden a semanas sin vernos, en ocasiones lo hago para ponerme a prueba y cuando regreso es bajo el pretexto de que me entreno para postergar la eyaculación, expandir mi energía en todo el cuerpo o por la búsqueda de una nueva sensación.

Llevo días viajando en bicicleta sobre un camino pegado a una laguna, algunos espacios dan guarida que los indigentes utilizan para cubrirse de la lluvia o el candente sol. A medida que llega la noche, algunos de estos habitantes de la calle se reúnen en cierto sitio que juzgan solitario, y quizá lo sea, es sólo que un grupo de cinco indigentes suele llamar la atención. Claro que me dirigí a ellos para ver qué sucedía, lo que encontré fue que todos se la jalaban, unos frente a otros. Seguí de largo pensando en el juego de la galleta, aquel donde cinco vatos se paran en círculo frente a una galleta y se masturban hasta terminar, quien lo haga al último, se come la galleta.

Los indigentes, el juego y regresar a mis recuerdos se podría evitar si fuéramos netos, quizá haya ventajas e incluso recurriríamos menos a ti, Manola. Y yo pienso que así debería ser, ¿cómo sabes cuánto te quiero si nunca te extraño? Tal vez otorgarías conocimiento o liberarías tensión, quizá sólo sean justificaciones para seguir contigo.

Hay que aceptar que tienes pésima reputación entre la gente y creo que es justo porque prefieren hablar de ti en secreto o menosprecio, soy creyente que hay beneficios en convivir contigo, es solo que la inmediatez por el placer se entromete y creas más dificultades que privilegios.

Photo by Sebastian Dumitru on Unsplash

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