Pásele, marchanta: levántale

Las dulzuras del hogar

CanCerbero
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3 min readJan 16, 2024

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Por Emiliano Pérez Cruz

El muy cabrón se enojó. Y el viejo no supo ni por qué. Pero entristeció cuando el muy cabrón del nieto, enojado, dejó de frecuentarlo. A estas alturas, la juventud/ Sólo puede llegarme por contagio, escribió el poeta Sabines. El muchacho llegaba a visitarlo cada ocho días, y juntos desayunaban entre plática y plática y luego se encaminaban hacia El Bordo (de Xochiaca) donde, como cada sábado, el tianguis de ropa y chácharas se extendía a lo largo de tres kilómetros, exhibiendo mercancía de todo tipo.

Resultó que el muchacho gustaba del néctar de los dioses, y el viejo lo acompañó a la pulquería del barrio y alguna otra del centro de la ciudad.

–Vámonos a vaguear –decía con su parco entusiasmo el viejo, y del altar dedicado a la Virgen del Carmen tomaba el dinero que consideraba gastarían.

Entre los puestos de cháchara se desplazaban el viejo y el muchacho. Preguntaban precios de mochilas, de una charola para la comida del gato, del par de repisas donde lucirían bien aquellos viejos trofeos deportivos, de un marco de madera de caoba donde luciría la foto de ambos, el muchacho y el viejo pasando el rato entre la gente en un fin de semana relajado, bajo el aún ardiente sol del otoño.

Muy cálido el muchacho, gustaba de caminar con el viejo entre puestos de herramientas usadas, de libros viejos, de abarrotes y verduras. Examinaban ediciones tostadas por el sol, cacharros disfrazados de antiguallas, juguetes para coleccionistas, pedacerías para reparar el mueble averiado…

Luego, un tentempié para recuperar fuerza, un litro de pulque y una cerveza helada para ambos hidratarse y sentir los pies ligeros, sentados bajo la sombra de una lona y aspirando el aroma del copal que desprende el incensario de la curandera que en el tianguis hace limpias, ahuyenta malas vibras y espíritus chocarreros.

–Pásele, marchanta: levántale, aquilate, lique, pique y califique; evalúe, pregunte, por ver no se paga y de la vista nace el amor…

–Llévate el cenicero de pedestal, pa; te quedará bien junto a tu sillón de fumador…

–Trátalo tú, regatea y vemos si vale la pena, m’hijo…

Sin prisa, la gente se desplaza, mironea, escarba entre montones de casetes, discos, ropa en pacas, detergentes, fierros viejos, medicamentos apilados, frutas y verduras, abarrotes, lencería, campismo, ferretería, electricidad, todo para embellecer a las féminas, carriolas para el bebé, trastes, perfumería…

En el puesto de pollos asados deciden comer y bajar bocado con un tarro de tepache. Sobre el brasero, el comal con sopes y tlacoyos y nopales asados con ajo espolvoreado. Al muchacho el sol le ha coloreado los cachetes y al viejo le resbalan goterones de sudor por la frente, que absorbe con el paliacate colorado que lleva atado al cuello.

–Pónganos dos tacos de carne asada a cada quien –pide el muchacho y el viejo asiente, aunque por la tarde la pesantez estomacal le obligué a ingerir agua con sal de uvas.

Displicente, la gente se encamina arriando a los chamacos, consintiendo a las mascotas, con playeras y shorts y sandalias para orear el pie de atleta, los callos y los talones agrietados.

Es fin de semana en el tianguis, paseo dominical muy del gusto del muchacho y del abuelo, que afloja el codo e invita las cervezas “pa’ la calor, m’hijo, questá pegador. Salucita”.

Photo by Enrique Bancalari on Unsplash

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