Remembranzas y olvidos

Una crónica interiorista

Luis Aguilar
CanCerbero
Published in
7 min readSep 8, 2023

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Me mudé de hogar. Es un cuarto dentro de una casa con el resto de los habitantes viajeros, a diferencia de un hostal, los tiempos de estadía suelen ser más prolongados. Por otro lado, el barrio se aleja del turismo para acercarse a una de las tantas realidades donde viven los cariocas, al menos eso me hace pensar estar a una calle de las faldas de la favela Santa Marta, famosa porque en 1995 Michael Jackson filmara su video musical They don´t care about us. Ahora parece que a nadie le importa, es una montaña más en Río repleta de habitantes.

La vista que solía tener a un paso de la playa pasó a ser el interior de una casa a veinte minutos del mar más cercano, las hermosas costas de Ipanema. En menos de un año sumé un tercer escenario en mi vida, de nueva cuenta Río me sorprende, además la rotación de inquilinos me ha hecho interactuar y seguir probando mi portugués e inglés. Así que un día apareció en casa Alba, una colombiana a quien imaginé de 18 años de edad antes de saber su nombre; después de unos días me enteré que le encanta viajar, probará unos meses como nómada digital y es su primera vez sola en Latinoamérica.

Supongo que hablar la misma lengua facilitó las cosas, la plática fluyó sin complicaciones e íbamos a la playa a cualquier oportunidad. Hace unos días regresó el sol caliente a una ciudad que vivió tardes lluviosas; la Ciudad Maravillosa hierve y con los pies en la arena la observé alejarse en dirección a las olas. Me quedé pensando en sus planes, similares a otros que he escuchado: encontrar un gimnasio, trabajar, conocer lugares turísticos y enfiestar.

Aquellas son actividades usuales de una estirpe de viajeros, es sólo que por un momento me suena a añoranza por el hogar o vivir el ideal, prestando poca atención a lo que ocurrido entre ambos extremos. Recuerdo cuando salí de la Ciudad de México, invitaba a mis amigos a visitarme en Chiapas, pretendía llevar un pedazo de mi vida pasada a un lugar nuevo, a momentos que exigen mudanzas internas. Alguna vez me visitó una morra con quien habíamos acordado alejarnos un tiempo. Fue como si la distancia nos estrechara, tal vez fue mi incapacidad de relacionarme.

Sospecho que es difícil dejar el pasado por lo que brindó, principalmente cuando los sujetamos a recuerdos, esas trampas placenteras de las mezclas entre imaginación y memoria, haciéndonos volver una y otra vez, cerrando la puerta a la realidad.

Alba me ha contado de sus exnovios, habla tanto que en tres días me he hecho una idea de cuánto se entrega a sus galanes. A veces, al escucharla, pienso en mis exnovias; de algunas extraño ciertos detalles, sin duda me ha costado sacármelas, una razón más que se sumó a la lista de los beneficios que imagino traerá este viaje.

Es la incapacidad de resolver lo que lastima lo que hace viajar a ciertas personas, la falsa idea de que al convivir en nuevos escenarios algo crece o mejora, cuando en realidad llevamos el desorden interno a donde quiera que vayamos. De ahí el aferrarse a ciertos sabores, el temor a experimentar las ciudades alejadas de las fotos promocionales o las ganas de llevar nuestra rutina con nosotros.

Alba sigue en el mar, pocos playeros sobre la arena, sospecho que la mayoría somos extranjeros y mientras el sol inicia su descenso, un hombre me ofrece playeras de futbol. Es inusual, al menos es la primera vez que intentan venderme esta mercancía. La deformidad amarillenta de sus dientes atrapa mi curiosidad, parece que los limaron, quizá sea una enfermedad que sencillamente carcome el calcio.

— Você quere camiseta? — sonríe, respondo que no — , onde es você: Chile, Argentina? — contesto que soy mexicano.

Decidí quedarme en Río hasta aprender el idioma, sigue siendo un reto y cada que hablo son satisfacciones internas. Ensimismado en mis patéticos autoelogios lo observo hincarse a mi lado izquierdo, me obliga a doblar el rostro sobre mi hombro. Todas las veces que hemos ido a la playa, es una constante que Alba cargue consigo una bolsa y dentro la laptop del empleo, me parece innecesario sin embargo argumenta que es por su trabajo.

— Eu soi du São Paulo — le respondo que su acento es claro — . Tengo tres años en Río — esto último lo dice en español.

Fue fugaz, aunque para mi fortuna alcancé a distinguir una seña en su mirada, observando a alguien detrás de mí. Recordé la bolsa y al girar el rostro a la derecha, un vendedor de cigarros jalaba hacia sí la mochila; aproveché el parálisis de su sorpresa para ponerme en pie.

— ¿Estás pendejo? — recalqué el español, ese gozo olvidado de insultar en mi lengua volvió, lo disfruté de inicio a fin — , filho da puta!

Di un paso hacia él, estoy seguro que ensanché el pecho y me sentí grande al ver que aquellos dos eran menores de estatura. Apreté los puños, endurecí el rostro.

— Desculpe, cara.

— A la mierda, cabrón — agité el brazo — ¡a chingar a tu madre!

Se alejó, ahí comprobé la cercanía de tres vendedores más a la redonda, el silencio y atención prestada por el resto de los turistas, y la ausencia de policías. Al volver la mirada hacia el de las playeras lo hice con ganas de limarle el resto de la dentadura. Aceleró el paso hasta emparejarse con su compañero.

A partir de ese momento estuve inquieto, atento a cualquier vendedor, era la primera vez que intentaban robarme y esta vez casi sucedía por mi distracción. Pensé en mi padre, en lo mucho que detesto sus ataques de prepotencia con tal de hacer valer su punto, pocas veces lo vi hacerlo para algo importante o trascendental.

Si bien casi me sucede una novatada, es una realidad que nunca había encarado e insultado a alguien, sospecho que fue la confianza de estar en mi país lo que me mantuvo relajado. Sea cual sea la razón, aquella fue una muestra de que algo en mí es diferente.

Una de las cosas que tanto me insistí al salir de México era el encontrarme, claro que sigo buscando, es sólo que ahora entiendo el precio que se paga. La necesidad de aceptar lo que que soy, conocer las herramientas que tengo para hacerle frente a la vida, al menos así me cuesta menos aceptar mis debilidades, sigo creyendo que se puede hacer fuerte desde ahí.

Regresó del mar, parecía feliz y antes de contarle lo sucedido con los vendedores se soltó a platicar algo sobre sus exnovios, que ya los comenzaba a olvidar y que se había ayudado de la terapia.

— Fueron cinco sesiones, parce — me sorprendió la energía con que regresó del mar — , ahí fue donde me enteré que la culpa es de mis papás, de mi papá más que nadie.

En silencio observé su risa ligera, como si la gracia fuera a aminorar lo que sintiera. Al parecer la ansiedad disminuyó cuando le dijeron que tenía problemáticas como cualquier persona, que los padres cometieron errores en su educación y que atrayendo energías positivas las cosas mejorarían. Soluciones de sanadores actuales.

— Sí son culpables — respondí — pero también nosotros nos agarramos de ahí para dejar que nos cargue la chingada.

— A veces hay cosas que pesan demasiado.

Los rayos del sol disminuyeron de intensidad hace varios minutos, el rumor del mar aumenta, será una noche con marea elevada, quizá mañana llueva y Alba se desmorona. Le sobrevienen las lágrimas, se desbordan de sus ojos, deslizan por sus mejillas dejando a su paso el halo del escurrimiento; se cansa de apretar los dientes y vencida por el impulso suelta el llanto, el púrpura encendido de su rostro se transforma en escarlata profundo. Es mi facilidad para que las personas me confíen sus demonios.

La escucho atento, me esfuerzo por entender que sin importar la gravedad o tamaño de la situación, lastima a la persona. Río de Janeiro tiene ese efecto en la gente, las obliga a desnudarse para entrar en sus playas y sin darse cuenta exponen el alma.

De nueva cuenta pienso en mi padre, también en mamá, tal vez ellos son los primeros que más me costó dejar atrás, aunque tampoco es sencillo aceptar que en esta versión que vivo, ellos son figuras ausentes, eso me ha ayudado a verlos como dos seres humanos haciendo lo que pueden por salir bien librados de las exigencias de la vida.

Alba toma su tiempo, creo que pocas veces ha hablado tanto en su vida, también imagino que confiesa desde el fondo, hay un punto donde al rostro le es imposible ocultar el dolor, como contracciones previas a liberarse. Así lucía aquella rola (bogotana), a quien su familia le chupaba la dulzura de su piel bronceada, apaga el brillo de su frondosa cabellera negra y pronuncia la quijada, contraste que embellece sus facciones delicadas.

Si es la insatisfacción la que nos obliga a escapar de la vida, ¿por qué costará decidirse a tomar esa salida? Como esos dolores que dejamos de enfrentar y crecen, ese acompañante silencioso e invisible, incómodo, ese era el tipo de malestar que reflejaba Alba.

El frío ayudó a relajar los ánimos y llegó antes de que cayera la obscuridad, tomamos camino a casa. Ni un solo vendedor de cigarros, una playa vacía, como caldo de cultivo que recibe emociones, algunos lo perciben y salen desechos, pero con la posibilidad de un nuevo inicio, una esperanza que quizá sea desagradable ante lo incierto del resultado.

Al día siguiente Alba dejó la casa, se fue sin despedirse.

Photo by Agus Dietrich on Unsplash

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