Trastorno

Los días de Fulanita

CanCerbero
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4 min readMar 19, 2024

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Por Fulanita de Tal

Sentí celos de su amiga. Ella falleció hace unas tres semanas. ¿Cómo puede una sentir celos de una mujer cuyo cuerpo ya no existe, cuya presencia — por más que la mente de quienes la recuerden se empeñen en preservar — se disolverá con el tiempo?

Estando trastornada.

Desde hace unos meses dejó de perturbarme aparatosamente sentirme trastornada; más de media población del mundo lo está. Ahora sólo me perturba, a secas.

Por si sentir celos de alguien muerto no fuese suficiente, debo aclarar que con Él no tengo más que una relación de amor platónico, en el sentido coloquial (no filosófico) del término. Él me concede su tiempo, sus palabras, incluso me envía fotografías de su cuerpo, si se las pido, y claro que se las pido. Es extraño sentirme así, estoy enamorada de Él como estuve enamorada por primera vez en la vida. Se llamaba Alberto, se llama, quizás, si sigue vivo.

Estábamos en tercero de primaria, él era el sobrino del maestro; que, por cierto, y sin venir al tema, les contaré que resultó ser pederasta, y me salvé de sus magisteriales garras sexuales debido a mi rebeldía. Su modus operandi era el siguiente: «castigaba» a alguna alumna por cualquier cosa: el uniforme desarreglado, las uñas largas, la tarea «incompleta», etc. Mientras todos se iban de recreo, el maestro se quedaba con la susodicha y ahí mismo, en el salón de clases, en algún rincón, ejecutaba sus fechorías. Debo decir que antes hacía trabajo de campo. La castigada pasaba primero por ser «La mejor» del grupo, la que tenía derecho de sentarse junto al profesor. Él iba estimulando puntos erógenos de las pequeñas. Recuerdo que a mí, un día del turno de ser «La mejor», me limpió las orejas con trocitos de una hoja de papel que arrancó de una de mis libretas. Hasta hoy es uno de los recuerdos más placenteros que tengo, erógenamente hablando. Sus caricias, siempre discretas al inicio, incitaban, provocaban deseo de más. Y es que no es cualquier cosa. Hablamos de que las receptoras teníamos, en promedio, ocho o nueve años. En la mayoría de los casos se trataba de las primeras caricias de esa especie. Afortunada o desafortunadamente, creo que más lo segundo, yo fui estimulada eróticamente años atrás, de manera que no me llamó la atención estar con el maestro a solas.

El día que me dejó sin recreo simplemente no obedecí. Tenía que comer, tenía que jugar, eso era para mí lo más importante. Hasta hoy, no he aprendido a renunciar al placer a cambio de cumplir con una responsabilidad. No me importa, no lo hago. No sé por qué soy así, supongo que uno de mis padres, o ambos (ahora que lo pienso), es o son así, en gran medida debido a sus cualidades de orfandad. Ambos se criaron prácticamente en la calle. Agradezco esos genes de libertad que tantas satisfacciones me han otorgado… también penas; pero eso ya es fruto de mi pasión por la culpa, heredada también de ellos.

Bueno. Me siento enamorada de Él como estaba de Alberto. Consciente de que es un «amor imposible». No me molesta, por el contrario, le pone cierto sazón a mis días. Me emociona que responda mis mensajes y me escriba también por su cuenta. Me enloquece que me diga palabras románticas. Aunque nunca hablemos de planes futuros, aunque ambos sepamos que en algún momento uno de los dos se rendirá. Secretamente sé que primero será Él quien se aleje. Los hombres de mi vida siempre se alejan de mí hasta el momento en que yo me canso de tal alejamiento y me voy. Yo no me alejo, me voy definitivamente. Entonces sufren mucho porque me extrañan, les da síndrome de abstinencia; y es que no soy tan mala compañía. Soy divertida, tierna, dadivosa, leal (exceptuando un par de situaciones especiales) y me encanta coger. Siempre estoy dispuesta a cumplir fantasías sexuales. Mis trastornos, aunque son muchos, no pasan, en realidad, de pequeños berrinches, desencuentros sin importancia severa. Como los celos que sentí de su amiga muerta, por ejemplo. Como querer poseer su tiempo, su alma, su cuerpo, sus pensamientos. Pero nada más. Es lo que hace y siente prácticamente cualquier amante. Procuro trabajarlo en medida de lo posible.

Le dije que sentí celos de Ella y Él me dio explicaciones como si Ella estuviese viva y como si nosotros tuviésemos una relación. Se me juntaron las emociones y me salió humo de la cabeza. A veces creo que no soy humano, sino volcán, uno del estilo de mi paisano Don Goyo, que permanece hirviendo en su interior; que parece que se calma pero no se calma y parece que explota pero no explota, o explota pero no fatalmente. Que se hace más grande, más letal y más viejo conforme pasa el tiempo.

Photo by Nsey Benajah on Unsplash

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