Ayer fui feliz
Veintiún años es poder beber en los Estados Unidos, aunque no me atraiga demasiado. Es también estar cada vez más vivo. Eso fue lo que le dije a varios que me preguntaron qué se sentía, aunque no sé si lo dije por no sonar pesimista con un “ya un día menos para morirme” o porque el sol acompañaba. Luego pensé que era verdad, que cada año eres más libre y más tú.
Creo que Asad piensa lo mismo. Él cumplió 22 años el mismo día. Ha vivido toda su vida en Dadaab, uno de los mayores campos de refugiados del mundo. Cuando le conocí el año pasado, lo primero que me preguntó fue si había leído algún libro de Gabo (Gabriel García Márquez). Le respondí que no, y él que venga, que consiguiera “El amor en los tiempos del cólera”, era buenísimo, se lo había leído varias veces en inglés y yo podía hacerlo en el original. No aguanté ni dos páginas. Eso no se lo dije; pero anteayer, cuando le felicité, me respondió en español: “Felicidades a ti también. Qué coincidencia tan dulce”.
Crecer es no rendirse: conocerte mejor y tener menos claro qué vas a hacer cuando acabes la carrera.
Quiero pensar que es porque buscas el sitio donde puedas ayudar más. Sabiendo que eres muy poco, como el bizcocho que nos tomamos en el estudio de radio. Yo era el último en entrar para cerrar el programa con la entrevista a Mikel (he descubierto que el acento va en la i después de demasiadas preguntas) y A. la primera en marcharse. Entrenaba. Eso dijo. Y lo disimuló tan bien que (la otra) A. insistió varias veces en que no se le olvidara. Ella y J. volvieron con el dulce y las dos velas.
El cumpleaños feliz me recordó al de unas horas antes. Al de Parchís, chis, chis, cuando solo estábamos cuatro en el estudio. Y al abrazo.
Crecer es, decía, que el yo va abarcando más. Así que L. y yo no disimulamos cuando se necesitaban voluntarios para acabarse el pastel.
Como tampocó disimulamos J. y yo durante la barbacoa del sábado. Justo después, cuando volvimos a casa, T. me mandó un mensaje: “Estamos en el mejor sitio del mundo con las mejores personas del mundo”. Y suena a cursilada, sí, pero a mí a estas alturas ya me da igual.
Yo, por esas personas, volvería a comenzar la carrera. Por personas así volvería a abandonar mi casa. Porque son de esos que piensan que lo que importan son las vidas de los otros. No taponan a otros por si les cierran las puertas. Ni se les ocurre.
Sorprende, porque a veces te preguntas qué sacan ellos de ayudarte. Que seas feliz, te podrían responder. O nada, simplemente nada.
Cuando comencé a escribirte estas cartas intenté explicarte qué era para mí el amor. Te conté varias teorías que había oído sobre el Yo y el Tú. Pero es más sencillo. Son esas personas imprescindibles, las que aunque faltan están ahí.
Las mejores personas del mundo… Ayer, fui a celebrar mis 21 con C. y D.. Pedimos un cubo de birras y unas bravas y ellos se pusieron un poco pesados con invitar. Si pagas tú, te debemos una comida o algo. Ya ves tú, es que ni lo había pensado. A mí me apetecía sentarme con ellos y hablar del nihilismo de entreguerras, y del no-beso de dentro de unos meses, de los carteles que sacaremos y del silencio mientras vemos una película. Estar ahí. Con ellos es suficiente.
Ayer, entre clase y en clase, en sus sonrisas y mis risas, en la espuma de la cerveza y el humo de la vela, fui feliz. No todos pueden decirlo.