Madre

Manu de La-Chica
Cartas a C.
Published in
3 min readMay 7, 2017

Mi liberadora:

Las madres son el primer y último refugio. Son lo primero que uno encuentra cuando nace. Son, de hecho, las que te dan la vida. Sales de ellas y vuelves a ellas. Siempre. Les da igual que las hayas llamado de todo, que les hayas dicho que se vayan, que hubiese momentos en los que no quisieras tener nada que ver con ellas. Les da igual. Ellas esperan, en silencio, para acogerte cuando vuelvas.

Porque ese silencio es uno de los síntomas de que las madres lo saben todo. Saben qué te va a hacer bien antes de que tú lo sepas, y saben qué vas a hacer antes de que lo hagas. Yo no sé cómo lo hacen. No sé ni siquiera si ellas mismas lo saben.

¿Te acuerdas de ese momento de pequeña cuando ibas a subirte a la silla de la cocina? Te paraste, miraste a un lado, te asomaste a la puerta para comprobar que mamá no venía y entonces comenzó la aventura. Ella te había dicho muchas veces que no te subieses, que te podías caer, que la llamaras a ella. Pero también te había castigado, te había dicho que esa tarde no ibas a merendar nada hasta que te acabaras lo que te habías dejado en la comida. Tú querías las galletas. Querías coger una a escondidas. Subiste a la silla, abriste el armario, la cogiste, lo cerraste, te bajaste, levantaste los ojos y sí, ahí estaba mamá, mirándote, en silencio. “Yo, yo…”. “Cómetela, pero que sea la última vez. Luego tienes que tomarte las judias, eh”.

No castigaba. Sólo miraba. Y estaba ahí. ¿Por qué narices estaba ahí? ¡Si tú habías mirado antes!

Ella sabía que podías caerte. Y se había acercado por si acaso, pero no iba a cortar tu aventura. Tú querías ser el ciclista más rápido de la clase y ella te limpiaba las heridas. Tú necesitabas a alguien que te escuchara y ella se acercaba para llenarte de paz. A ti te daba miedo mirar la oscuridad y ella te daba la mano para que tú olvidaras.

Miguel Delibes decía de Ángeles, su mujer, que “con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. También se la aligeraría a sus hijos. Y a todos por igual, porque las madres no entienden eso de dividir el amor. Lo dan por entero a cada uno de sus hijos.

Las madres son esas personas que aligeran, las que aparecen y son capaces de hacer olvidar a los que caminan en el borde, las que no pretenden aparecer en la televisión sino simplemente aparecerse a aquel que la necesita, las que tienen una alegría sincera, las que no empalagan, las que ven siempre lo positivo y prefieren confiar en la buena intención de sus hijos. No quieren destacar, sólo aparecen en esos momentos olvidados en los que uno las necesitan. Están para él. No importa qué pase alrededor.

Y en esos momentos te miran con ternura, sin deseos de una reivindicación egoísta de su advertencia, simplemente buscando tu bien. Miran más allá de lo que otros llaman belleza física o psicológica. Para ellas, tú no eres bueno por lo que has hecho. Eres bello porque eres. Sin artificios de ningún tipo. Y ellas estarán allí siempre para lo que necesites, porque un cirujano no puede ausentarse en medio de una operación urgente, cuando el paciente más lo necesita.

Para ellas siempre es momento de amar. No hay espacios en blanco. No hay descansos. Aunque estén en silencio, no ignoran. Están esperando que tú des el primer paso. Si no, ya se acercarán ellas para que no te caigas.

Por eso, no te preocupes: ella estará cuando la necesites. Así que, con confianza, sigue ciega tu camino,

M.

--

--

Manu de La-Chica
Cartas a C.

Me gusta contar historias. Aprendí en el Diario de Navarra, El Español, Je Suis Réfugié, Rome Reports y Stolperstein.