Solo fue un gracias

Manu de La-Chica
Cartas a C.
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3 min readAug 14, 2017

De Miguel d’Ors en un bus romano.

Mi predilecta:

Solo fue un gracias. Volvía de trabajar y conseguí sentarme en el autobús. Fue raro, porque normalmente la gente se apelotona después de estar esperándolo media hora. Hay codazos, miradas de le cedes tú el sitio o me vas a hacer levantarme, quejas y gritos al conductor. Pero ayer no. Había espacio de sobra. Se podía respirar.

Yo ya había abierto el libro que llevo siempre en la mochila cuando el conductor volvió a abrir las puertas. Un señor entró en silencio, sin distraer a nadie, sin querer llamar la atención, y cruzó todo el autobús para agradecer al conductor que le hubiera esperado treinta segundos más. Luego se volvió al asiento al que había echado el ojo nada más subir. Solo un gracias. El único gracias. El único social entre autómatas.

¿Por qué yo nunca me he acercado a hacer algo así? ¿Por qué hay que hacerlo? ¿Por qué lo vemos como algo bueno si es su trabajo?

Creo que la única manera de sobrevivir es la de convencerse de que todo instante es un regalo. Desde que te abran la puerta hasta nacer, pasear por el Trastevere, haber podido ir hoy a trabajar aunque sea verano, que exista gente buena que no llama la atención, que alguien pensara que los pobres de la plaza de san Pedro debían tener un espacio para ducharse, que haya voluntarios que salven a los que se ahogan (e incluso a xenófobos), que el mundo siga adelante aunque vuelvan los nazis, que seas.

Y no sólo que seas ahora. Recuerda Miguel d’Ors en uno de sus poemas que “Para tú sola vida cuántas vidas hicieron falta”. Imagina, por ejemplo, que en 1977 ese bendito mosquito no hubiese distraído a tu padre. O que tus abuelos hubieran decidido que era mejor que tu madre estudiara Historia en Barcelona en vez de en Madrid. O que le hubiese gustado más vestir de azul. Quizá nos conocemos porque, en la guerra civil, una copa de más llevó a una muchacha granadina al adulterio, o porque Salvador decidió en el 36 que no huiría a Lisboa con el resto de la familia. A lo mejor estamos aquí por ese moro malherido que capturaron las tropas de Isabel. O por la serenata que cantaba Marco desde la ventana de su domus. Puede que sea por la flecha que no acertó en el cervatillo, por una zanahoria y las chispas que saltaron entre dos piedras.

No fue solo por unos dados, o quizá sí, pero esa vieja sonrisa se acercó para dar las gracias. Un gracias sin gritar desde la parte de atrás, sin aires de grandeza. Un solo gracias, sin peros ni matices, sin letra pequeña o asuntos pendientes. Un gracias tal, que reí al oírlo porque era real.

Puede que tú también lo hagas al leerme.

M.

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Manu de La-Chica
Cartas a C.

Me gusta contar historias. Aprendí en el Diario de Navarra, El Español, Je Suis Réfugié, Rome Reports y Stolperstein.