Queridas cosas rotas

Pwanerd
Cartas sobre cosas que pasan
3 min readOct 10, 2019

Todo lo que tengo está roto. Vino así o duró poco. Me agaché y se rasgó el jean. Con el dedo gordo le hice un agujero a mis zapatos negros. A los rojos les quebré la suela. El saco verde está remendado hasta el hartazgo, como yo. Cada vez que me lo pongo escucho cómo ceden las costuras un poquito más.

Las mochilas me rompen la espalda. Presionan esos lugares que acumulan años de mala postura, hasta que optan por rendirse al peso de lo que sea que haya puesto adentro y terminan en el piso. Las estampas de las remeras se endurecen rápidamente y se resquebrajan, pero no se salen: se quedan ahí, orgullosas de mostrarle al mundo lo mucho que tardan en romperse, como si se resistieran a la idea de una remera lisa y sin marcas.

Mi primera computadora también vino rota. Bah, vino con dos píxeles quemados bien en el medio de la pantalla y, para variar, la garantía también me falló: para considerar cambiarla tenían que ser tres píxeles consecutivos o cinco separados (¿qué clase de regla ridícula es esa?). Me compré un celular hace un par de semanas y ya tiene la pantalla rayada. El fondo de todas las ollas que poseo está rayado y nunca sé cómo las rayo. Mi abuelo me regaló seis vasos y ya rompí uno. Ni bien me mudé al departamento que llamo hogar, se rompió la estufa. O quizás lo elegí porque en el fondo sabía que no andaba. La hice arreglar y cuando empezó el frío se rompió de nuevo.

Hay cosas heredadas que también vinieron falladas: no sé si me las dieron porque estaban rotas o si las acepté porque estaban rotas. Una cómoda con cajones duros y una pata floja (que intenté asegurar con cuerdas), legado de un ex novio de mi mamá; el equipo de escuchar vinilos de mi abuelo, con los parlantes inflados por haber quedado interminables días y noches bajo una gotera; un escritorio de PC y una biblioteca, de padre y madre respectivamente, que se bambolean ante el menor roce o atisbo de cercanía.

Todo lo que tengo está roto, aunque no todo salió de una fábrica. La gata vino con las orejas cortadas y una pupila estallada, aunque quizás es incorrecto incluirla en este listado porque ella no es mía, sino más bien yo soy suya. Y si tengo que incluirme, la lista es larga: tendinitis en las piernas, esguinces múltiples en los tobillos, un hombro luxado, las cervicales aplastadas, la espalda encorvada, el intestino demasiado vago.

En algún momento, quizás de tanto codearme con cosas rotas, me empecé a romper yo también. O a creer, como toda mi compañía, que no tenía más arreglo. Hay cosas que no tienen remedio y hay días donde pondera un sólo sentimiento: yo tampoco.

Queridas cosas rotas: lo roto también sirve.

Originalmente publicado en el newsletter Cartas sobre cosas que pasan → https://mailchi.mp.

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Pwanerd
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Pequeño espacio para ensayos, relatos, poemas y reflexiones.