Queridos patitos

Pwanerd
Cartas sobre cosas que pasan
7 min readOct 11, 2019

El martes 11 de septiembre de 2018 compré un cuaderno rojo y empecé a escribir. Siempre me pareció que escribir, como hablar, es una manera de sacarse las cosas de adentro, de volverlas reales y de tomar distancia para ver cómo solucionar eso que sentís que te hace daño. Así que ese 11 de septiembre, hace más de un año, salí de esa librería grande que está sobre la avenida Acoyte con mi cuaderno rojo bajo el brazo, después de haber estado, fácil, cuarenta y cinco minutos intentando elegir uno. La marca es vacavaliente, y algo de eso hay en esta carta.

Me acuerdo que cuando llegué a mi casa, me senté en el baño con la puerta cerrada y mi ex haciendo su vida del otro lado, y escribí llorando sobre lo mucho que me dolía todo, sobre lo mal que me sentía y sobre lo enojada que estaba. En parte era por la situación que estábamos viviendo ambos, eso de separarnos pero seguir conviviendo. Pero eso también estaba detonando otras cosas que nada tenían que ver con él. A medida que releo las entradas que le siguieron, veo que a una Delfina cada vez estoy más dolida, más enojada, más angustiada. Pasa más tiempo entre fecha y fecha, y en algunas empiezo a cuestionarme el por qué de las cosas: por qué seguir escribiendo, por qué seguir intentando sentirme bien, por qué seguir acá. En resumen: por qué seguir viva.

Hoy es el Día Mundial de la Salud Mental y este año se buscó poner el énfasis en la prevención del suicidio. No hace mucho admití por primera vez — sin bromear — que había pensado más de una vez en terminar con todo.

Historieta de Josh Engel — IG @obtuse_engel

El humor siempre ha sido una vía de escape y un recurso importante cuando tengo que lidiar con cosas que no me hacen bien, pero también cuando necesito traer alivio, ya sea a mí misma o a otrxs. Hacer reír — más bien, reírme a carcajadas — es algo que se me da bastante bien. Cuento con orgullo que mi risa hace que otros se tienten. He enviado audios tentada que mis amigas han reproducido divertidas en reuniones con otras personas. Así que sí, soy la graciosa, pero también la del humor negro. Y el 01 de octubre de este año le conté a amigxs que tenía turno con la veterinaria mental, con la doctora de los patitos, para ver si dejaban de actuar cual Rebelión en la granja y podíamos ponerlos en fila, al menos a algunos. La verdad de la milanesa es que a la psiquiatra le dije que ya no me río como antes, y que cuando lo hago es para reprimir el impulso de llorar a los gritos.

Entre la primera entrada en mi diario de vómito emocional y la última (que es del viernes 04 de octubre) pasaron muchas, muchísimas cosas. Me fui de grupos de WhatsApp sin dar explicación. Me borré de redes sociales por algún tiempo. Dejé de atenderle las llamadas a mi mamá. Dejé de responderles a mis amigas y a mi novio. Dejó de interesarme la facultad y luego dejé de ir. Dejaron de interesarme las cosas que más me gustan en el mundo. Empecé a mirar Grey’s Anatomy de nuevo; perdí la cuenta cuántas veces la vi, pero sé que siempre lo hago por el mismo motivo: para no pensar. Y eso: dejé de pensar, porque pensar traía dolor, angustia, ansiedad, bronca, y por último, nada. Un vacío interno horrible de mirar. Y horrible de explicar. Cada vez que intentaba volver a socializar, en algunos casos, ya era tarde: ¿cómo le explicás a alguien que estás luchando constantemente contra tus propios pensamientos? ¿Cómo explicás lo que te pasa y cómo pueden ayudarte cuando sentís que nadie se preocupa en preguntarte?

Entre el 11 de septiembre… ¡qué digo!, antes de esa fecha… pero pongamos que desde ese día y al día de hoy, las pequeñas crisis, ataques, situaciones, o como quieran llamarles, también se acrecentaron. Un día salí de mi (ex) laburo ubicado en Suipacha y Santa Fe, empecé a llorar y terminé en Corrientes y 9 de julio sin mucha idea de cómo volver a mi casa. No porque no supiera dónde estaba mi casa, sino porque no podía hacerlo sola. Nunca había estado tan desesperada. Al día siguiente busqué ayuda psicológica. Me admitieron, y por cuarenta minutos semanales durante seis meses sentí que estaba perdiendo el tiempo de una manera astronómica. Quedarme en mi casa llorando capaz hubiera sido un mejor plan. Cuando terminó “la terapia”, no volví. Y mi angustia, mi ansiedad y mi pozo negro en el medio del pecho no se habían ido a ningún lado, sino más bien habían aumentado.

Mi caminata llorosa hasta el Obelisco fue un paseo en el parque en comparación a agosto de este año, donde dos veces distintas terminé en la guardia por dos ataques de pánico. El segundo fue la frutillita del postre, y el motivo principal por el que estoy escribiendo esta carta hoy. Tengo 28 años, una salud física impecable según todos los médicos, pero aún así caí a la guardia con 39 de fiebre y 124 latidos por minuto. Es mucho: en reposo, el corazón oscila entre 70 y 80. Había tomado 75mg de diclonefac sódico porque me dolía todo el cuerpo y 0.75mg de clonazepam sublingual porque estaba convencida de que me iba a morir y de que mi novio me iba a encontrar cuando volviera del cine, dos horas cuarenta y cinco minutos después, tirada en el piso del baño. Pero no, volvió antes, me calmó, y me llevó a la guardia. ¿Entienden que mis 124 latidos por minuto era mi corazón más tranquilo? Quién sabe en cuánto estaba antes. El médico me hizo un electrocardiograma porque sencillamente no le encontraba motivos a mis altas pulsaciones, a pesar de que le había dicho que acababa de sufrir un episodio agudo de angustia y ansiedad. Yo no sabía que eso era un ataque de pánico. Se ve que él tampoco, porque me trató la fiebre con un gramo de paracetamol, me dijo que vuelva si me subía de nuevo, y que haga reposo.

Como dije antes: hoy es el Día Mundial de la Salud Mental y este año se buscó poner el énfasis en la prevención del suicidio. De todas las veces que pensé en hacerlo (y luego de todas las veces que efectivamente me lastimé), siempre encontré razones para no llegar al final de la línea: mi mamá y mi gata son las más importantes. Soy hija única, mi mamá y yo somos sólo nosotras dos incluso cuando nos peleamos; y la gata es mi responsabilidad. Las horas del sábado al domingo 22 de septiembre no las pude dormir, y eso que había tomado el somnífero que me dio la psiquiatra que me hizo una entrevista de admisión en la obra social. Había tenido una semana de mierda, ya había buscado cómo hacerlo, y el fin de semana terminó de explotarme la cabeza. En mi delirio por falta de horas de sueño hice la lista de quién debería quedarse con mis cosas, mis muebles, mis libros, mi ropa… mi gata. Cuando llegué ahí me di cuenta que ella es mía y yo soy suya, y que no podría quedarse con nadie, y eso me frenó. Pero también me di cuenta que me había olvidado de ella mientras hacía mis planes mentales, y peor aún, me había olvidado de mi madre y de mi novio que han estado haciendo malabares para cuidarme y contenerme de la mejor manera posible. Después de eso vino la culpa, y el círculo volvió a empezar.

Lo digo por última vez: hoy es el Día Mundial de la Salud Mental, pero también hoy es el día en el que empecé a tomar antidepresivos. Con un diagnóstico, con un acompañamiento psiquiátrico, sin la presencia de un trabajo tóxico que me dinamitaba el cerebro, y con un pequeño pero gran grupo de personas que me contienen y me dicen que está bien admitir que no me siento bien.

Voy un día por vez.
Y es un montón.

Si llegaste hasta el fondo de esta carta, leíste todo y reconociste alguno de estos síntomas y comportamientos en alguien, escribile.

Llamale.

Tocale el timbre.

Si te ignora, insistile.

Porque está luchando contra sí mismx.

Hacete presente.

Y sí: esto es jodido para vos también, que no entendés qué mierda le está pasando, por qué reacciona así, por qué se borra.

Pero frená un segundo y no te rindas.

Porque probablemente ellxs ya se rindieron y a veces necesitás una mano amiga que te agarre y te diga “mirá, la escalera para salir del pozo es por acá. Vení, vamos que te acompaño. Y si todavía no estás listx, me quedo acá un rato con vos hasta que quieras. O hasta que puedas”.

Y creeme que luego te lo van a agradecer.

Originalmente publicado en el newsletter Cartas sobre cosas que pasan → https://mailchi.mp.

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Pequeño espacio para ensayos, relatos, poemas y reflexiones.