Escritura Nocturna — historia corta

Andrés
Castillo de Huesos
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4 min readAug 15, 2019
Pintura de Vladislav Cadaversky

Eran las tres de la mañana y El Escritor no había escrito una palabra.

Estaba sentado en su incomoda silla de plástico, la única que se podía costear, su espalda lo estaba matando y el sueño lo estaba alcanzando. El cursor parpadeaba sobre la hoja en blanco en la vieja laptop marca Acer cuya pantalla apenas podía generar suficiente luz para iluminar su rostro. Su novia estaba durmiendo en el colchón que estaba tirado en el piso, a un lado de la mesa de tocador que había rescatado de un basurero y que ahora utilizaba como escritorio.

Quería escribir un poema, un poema para ella. Había escrito muchos antes, sobre guerra, sobre pobreza, sobre sus demonios. Pero no podía escribir uno para ella. De vez en cuando volteaba a verla dormir pacíficamente, en busca de inspiración, pero no se la daba. No era que no la amaba, él hubiese dado la vida por ella. Pero no lo inspiraba. Ella era buena, y él no. Y la gente buena no inspira a la gente mala. Les generan cólera, vergüenza, inseguridad, y, sobre todo, celos.

Eran las tres y cinco de la mañana y ya habían transcurrido tres horas y cinco minutos del cumplimiento de su cuarto aniversario como pareja. Él no tenía ni un centavo para sacarla a una elegante cena, ni siquiera para invitarla al cine a ver una película. Pero quería darle algo, algo que ella apreciaría por el resto de su vida. Después de todo, fue su manera de escribir, su danza con las palabras, lo que la atrajo a él en primera instancia.

Pero no salía ni una letra.

Se levantó de la silla y salió del pequeño cuarto hacia la sala-comedor-cocina de su tipo estudio. Tomó un vaso de agua y se apoyó en el tablero. Sus ojos se percataron de algo en la lacena que yacía abierta, una botella de vodka barato a medio tomar. De pronto, el recuerdo de la última botella volvió a él.

Había sido menos de una semana atrás, durante otro particular momento de bloqueo creativo, en el que engulló toda una botella de vodka en menos de una hora. Esto resultó en una violenta pelea con su novia, ya no recordaba el motivo, pero cada vez que veía los golpes morados en su delicado rostro y las cicatrices de la cortadura de los vidrios de la botella que le lanzó, podía recordar la magnitud. Sin embargo, también resultó en algunas de sus mejores prosas. A la mañana siguiente del evento, mientras ella empacaba para irse, él se arrodilló y le pidió disculpas, jurando que no volvería a suceder.

Pero eran ya las tres y veinte de la mañana de ese naciente día, y él había decidido beber, solo un poco.

El primer trago le generó una sensación divina. El cuarto, una amarga. Para el décimo-sexto, ya estaba mareado. Entró al baño y se lavó la cara. Se miró al espejo. El reflejo le regalaba una sonrisa de oreja a oreja y lo miraba fijamente. Tocó su rostro. Imposible, él no estaba sonriendo.

-Está dentro de ti- Le dijo el reflejo en el espejo.

-¿Dentro de mí?- Preguntó, extrañado.

-Él- Le respondió el reflejo. –Llevala con él.

Y él entendió.

Salió del baño, no sin antes mirar su reflejo por última vez. Notó una sombra negra en su pecho, pero no le prestó atención. Tomó la botella, ya prácticamente vacía, y la golpeó con fuerza contra el tablero, rompiéndola en mil pedazos. Lo que quedó en su mano fue una filosa y peligrosa arma.

Se dirigió al cuarto. Cuando abrió la puerta, notó que su novia estaba medio despierta, un poco confundida.

-¿Qué fue ese ruido? — Preguntó, antes de darse cuenta de lo que su novio llevaba en la mano.

Eran las tres y cuarenta y cinco de la mañana, y ella pensó que sería su última hora en este mundo.

-¡¿Qué haces?! ¡No, por favor!

Él se acercó y levantó la mano donde llevaba el pico de la botella rota.

-Llevala con él- le decía su reflejo, parado detrás de él.

-¡Por favor!-Suplicaba ella.

Ella lo empujó antes que pudiera blandir su arma. Él se desplomó sobre la mesa de tocador y su vieja laptop salió volando. La pobre luz de la pantalla ilumino por un momento el rostro de ella. Y él lo vio. Y supo que ella estaba ahí, y que él no. Y recordó que ella era buena, y pensó que él… podría serlo.

Lanzó un grito y levantó el pico de botella. Luchó contra la fuerza que lo incitaba, y clavó el filo en su propio cuello.

Él cayó al suelo, y ella vio como una nube oscura emergía de su pecho y salía volando a través de la pared. Corrió hacia él y lo abrazó.

Eran las tres y cincuenta y nueve de la mañana, y la sangre salía chorreante de su cuello, y todo a su alrededor se volvía penumbra, él se sentía su abrazo. Y estaba feliz, porque ella por fin lo había inspirado.

Fin.

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