Memorias de extinción 7

VIII

Andrés
Castillo de Huesos
5 min readJul 11, 2018

--

No conocí la paz mental hasta que Marcos llegó a mi vida. Ninguna de mis relaciones previas había durado más de uno o dos meses. No soy una persona fácil de amar, sobre todo porque creo firmemente que no merezco serlo. Mis inseguridades y depresiones eran la daga que asesinaba toda relación personal. La roca que tenía que llevar a la cima de la montaña solo para verme caer nuevamente y empezar desde el principio.

Él sabía que sería así, dios sabe que se lo advertí durante meses antes de aceptar su invitación a salir. Pero él no se dio por vencido y prevaleció. Las primeras semanas no fueron nada menos que mágicas, por primera vez sentí lo que era estar verdaderamente enamorada. Dormir en su regazo me traía una tranquilidad que hasta ese momento me era desconocida. Era considerado, generoso, gracioso, romántico, y tenía el mejor gusto musical de cualquier persona que hubiera conocido.

También era muy guapo. Con su cabellera negra y ondulada que le llegaba hasta el cuello, poblada pero pulcra barba, fino y delicado rostro, penetrantes ojos azules, y esbelto cuerpo de piel blanca, sabía que estando con él era la envidia de muchas. Y eso me hacía sentir bien.

Para la tercera semana ya se habían manifestado los primeros ataques de inseguridad. De no sentirme suficiente. De preocupación cada vez que una mujer que considerara más hermosa que yo (que no eran pocas) pasara a su lado. Después de dos meses las peleas se habían vuelto consistentes; la depresión me hacía no querer salir de la casa, ni comer, ni existir. Él demostraba profundo amor pero yo no lo sentía. Se sentía como un prisionero de mi depresión, no lo expresaba, pero yo lo sabía.

Aun así, sobrevivimos un año juntos. Cada día me volvía más dependiente. Eso me preocupaba, y a mi psicóloga también. Ella me recomendaba buscar otras actividades que mantuvieran mi mente ocupada, intereses propios ajenos a él y a la relación. Lo intenté en vano. Nada en este mundo era tan importante para mí como él y el miedo a perderlo no me permitía concentrarme en nada más.

Las cosas llegaron a un punto de quiebre recién cumplido el año y medio de relación. Unas tres semanas después de la aparición del virus. Acababa de ser despedida de mi segundo trabajo ese año. No por ser mala en ello, simplemente un día desperté con tal depresión que decidí no ir, ni al día siguiente, ni al día después de ese.

–Pensé que las pastillas iban a ayudar –Me dijo, cabizbajo, con un tono de decepción y cansancio, estaba postrado en una esquina de la cama–. Ni siquiera me dijiste.

Estábamos en la habitación alquilada que compartíamos desde hacía ocho meses, era pequeña, fría y no muy acogedora, pero era accesible para nuestras disposiciones económicas. Una tenue luz naranja de atardecer entraba por la ventana, el suave viento movía las cortinas, y en el fondo, Lennon y McCartney cantaban en el White Album, pero ya hacía bastante rato que habíamos dejado de percatar la música.

I’m so tired, I haven’t slept a wink. I’m so tired; my mind is off the brink.

–Las pastillas son para ayudarme a concentrar. No previenen los ataques depresivos –Expliqué, excusándome torpemente. Yo también estaba decepcionada conmigo misma –. Ya te lo he dicho antes.

–Sí. Lo sé –Replicó, más fastidiado –. Lo sé, lo sé. Supongo que a veces necesito que me lo repitas porque no puedo creer que suceda una y otra y otra y otra

–¡Detente por favor! –Lagrimas empezaban a correr por mis mejillas. Me sentía aturdida, atacada, incomprendida.

You’d say I’m putting you on. But it’s no joke. It’s doing me harm.

–Tú no me entiendes –Ahora las lágrimas me salían a chorros, y mi voz se rompía un poco –, después de todo este tiempo, tú aún no me entiendes.

–No Aisha –Su tono se elevó, el cansancio se tornaba en enfado –, te entiendo perfectamente. ¿Tú me entiendes a mí? ¿Tú entiendes el peso que es tener encima tu felicidad, tu salud mental, tu vida completa? Es como si estuviera viviendo dos vidas. Te amo. Pero no es justo –Su voz bajo de tono hasta ser casi un susurro –, no es justo.

You know I give you everything I’ve got for a little piece of mind.

Un gigantesco peso se me vino encima. Un oscuro fantasma me abrazaba. Ya sabía que todo lo malo que sucedía en la relación sucedía por mi culpa, desde hace mucho tiempo lo comprendía. Pero en ese momento algo nuevo se reveló ante mí. Lo notaba por su semblante cansado, por su rostro que había parecido envejecer 10 años. Era una carga, nada más que una bola gigantesca de estrés sobre su espalda, así como la depresión y la inseguridad lo eran sobre la mía.

–Te estoy destruyendo, ¿no es cierto? –Ahora lo miraba directamente.

Él levantó la mirada y correspondió la mía. Había tristeza en sus ojos, era obvio que él sabía lo mismo que yo.

–No es eso, es que…

–No lo niegues por favor –Lo interrumpí–.No digas algo solo para no herirme.

–Solo estoy cansado. Cansado y frustrado. Creo que si continuamos así… No entiendes, tú no quieres mejorar. No importa cuánto hacemos. No importa cuánto amor te doy.

–Lo he intentado Marcos. Lo siento. Lo último que quería era ser tóxica para ti, para nosotros. Lo último que quería era que te cansaras de mí.

–No estoy cansado de ti.

I’m so tired, I’m feeling so upset. I’m so tired. I’ll have another cigarette.

–Creo que debo dejarte ir — Nunca antes en mi vida había dicho algo con tanta convicción. Lo creía firmemente, en lo más profundo de mis entrañas. Lo amaba demasiado como para robarle la felicidad.

Sus ojos se abrieron agigantados. Su tono azulado empezó a brillar a través de la repentina aparición de lágrimas. Su boca se abrió como para decir algo. Quería contradecirme, de eso estoy segura, quería decir que este no sería el final. Pero estaba agotado, sabía tan bien como yo que no podía continuar.

Me senté a su lado en el borde de la cama y nos abrazamos con fuerza. Él empezó a llorar en mi hombro. Yo lloré con él.

–Te amo –Susurró en mi oído.

Dos días después ya había empacado sus cosas y se había ido de la habitación.

--

--