Memorias de Extinción XII

Andrés
Castillo de Huesos
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3 min readMar 25, 2019

Desde la aparición de Sarah los minutos se extendían por lo que parecía ser una eternidad. La tormenta había cedido un poco pero aún se escuchaban los fuertes golpes de las gotas de lluvia contra la hojalata del techo. Andrea seguía dormida sobre mi regazo y por un momento me sentí su protectora.

Las puertillas de la ventana golpearon nuevamente. Inicialmente lo atribuí al viento, pero ya no se escuchaban los silbidos del mismo a través de la construcción. Eran más rápidos, más secos, como si hubiera…

Como si alguien estuviera intentando entrar.

–Creo que hay algo afuera –Dije, asustada.

–Es el viento –Sarah respondió, incrédula –. Ay, no me asustes.

–Shhhh. Cállate coño.

Sonaban más fuertes, más rápido. Y sonaban…

Y sonaban…

Y sonab…

Las puertillas se abrieron con violencia, soltando un estruendo seco. El viento entró, haciendo que un escalofrío corriera por mi espalda. Andrea despertó alarmada. Sarah soltó un grito y salió disparada a través de la sala hacia uno de los cuartos.

Enmarcado como un perfecto cuadro en la ventana estaba un hombre, o lo que solía ser un hombre, con cabellos desaliñados, piel pálida, rostro ensangrentado y lleno de moretones. Un hueco vacío y oscuro se posaba donde una vez había estado su ojo derecho. Su ropa estaba rasgada y empapada. No sentía el frío viento ni las gotas de lluvia que caían sobre él. Soltaba unos gemidos secos y roncos. Era un infectado.

Aleteaba las manos hacia adentro como intentando alcanzarnos pero estábamos a una distancia considerable. No parecía saber cómo entrar pero empujaba la mitad de su cuerpo por la ventana. En un intento por pararse y correr, Andrea tropezó con el banquillo y cayó al suelo. Yo me agaché para atenderla.

El infectado finalmente dio un último empujón con fuerza, y su cuerpo volteó hacia adentro. Cayendo de cabeza en el suelo de la cabaña. Se reincorporó nuevamente y nos miró como animal que tiene su presa en la mira. Corrió a una velocidad endemoniada en nuestra dirección.

Maldije no tener un arma a la mano. A medida que se acercaba buscaba desesperadamente a mi alrededor algo con que defenderme, con que defendernos. Tomé un pedazo de madera de la fogata, un poco corta y con fuego aún encendido en uno de los extremos.

Ya estaba demasiado cerca. Apreté el tronco con las dos manos y ataqué con toda mi fuerza, dándole un certero porrazo en el la mejilla que volteó su rostro y lo lanzó unos metros más atrás.

El infectado se sacudió la cabeza, como un caballo rabioso. Su cabello había cogido las llamas de la leña y ahora estaba completamente encendido, parecía una bestia del mismísimo infierno. Lo era. Se preparó para un nuevo ataque.

Y una flecha atravesó su rostro.

El agresor cayó al suelo de espalda. Sus brazos y piernas soltaron algún espasmo antes de quedarse fríos. Detrás de mí William se paraba erguido, con otra flecha preparada en caso de que el agresor se moviera nuevamente. Isabel y Francisco corrieron hasta nosotras, preocupados. Andrea me abrazaba fuertemente. Fue ahí cuanto noté que aún sostenía el tronco y la llama ya había alcanzado parte de mi mano. No había sentido la quemadura debido a la adrenalina. Lo tiré al suelo y solté un gemido de dolor. Fui atendida por Francisco, quien nos llevó a la habitación.

Ya todos estaban despiertos, consternados. Alejandro y Eduardo cerraron la ventanilla, no sin antes dar un vistazo afuera en caso de que hubiera más de estos seres.

El final de nuestra particular convivencia estaba anunciado.

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