Astrología y fascismo en la obra de Roberto Arlt

Juan Terranova
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14 min readApr 7, 2024

Juan Terranova

En el capítulo 20 de la séptima temporada de Los Simpsons, Bart, Nelson y Milhouse, con un documento falso, entran al cine a ver Naked Lunch, la película de David Cronenberg basada en la novela de William Burroughs. La película se estrenó en 1991 y Bart on the road, el episodio, es de 1996. Cuando los tres amigos salen del cine, Nelson dice: “Hay, por lo menos, dos grandes mentiras en ese título.” La frase, perspicaz, también le calza al libro Astrología y fascismo en la obra de Arlt de José Amícola. Al parecer el ensayo de Amícola se publicó por primera vez en 1981, aunque la primera edición argentina, en Weimar Ediciones, con un fotograma reconocible de la película El gabinete del Doctor Caligari en tapa, es de 1984.

Enseguida, la “explicitación introductoria” ya nos pone sobre aviso. Acá el uso del lenguaje es más asertivo. Se trata de una “explicitación” y es “introductoria.” En dos páginas, Amícola plantea un programa y una lectura que, según él, tienen que ver con su procedencia social. Trazando una ligera arqueología sobre la figura de Roberto Arlt, afirma que tuvo una “creciente popularidad a partir de la década del 60”, que antes lo rodeaba el silencio y que él recién tomó contacto con su obra en 1975: “(…) en la Universidad de Hamburgo asistí a los cursos del hispanista Dieter Reichardt, en cuyas clases la obra de este escritor aparecía como un hito de la novelística argentina.” Enseguida Amícola aclara que “para mi gran sorpresa la bibliografía sobre Arlt callaba absolutamente toda implicancia política” y que se dedicó al tema aprovechando la “rica documentación” de la que disponía en Alemania. ¿En Alemania sí y en Argentina no? La verdad es que ya existía para esa época una enorme cantidad de ensayos académicos y periodísticos que leían a Roberto Arlt en clave política y, de hecho, las lecturas de su obra, de una u otra manera, merodean el debate sobre el gusto literario y su relación con lo social, por lo menos, desde su muerte, aunque es posible que también antes. De forma llamativa, el mismo Amícola va a citar algunos de esos trabajos en su libro, por lo cual el adverbio absolutamente es, más que exagerado, falso.

Luego de resbalar de esta manera, Amícola sigue metiendo la pata. En el último párrafo de la “explicitación introductoria”, dice: “Perteneciendo yo mismo a la pequeña burguesía y consciente de esta pertenencia, siento que mi afinidad con Arlt significa una lucha contra la figura de Borges, estandarte ideológico de la gran burguesía.” También se queja de que Arlt, hacia 1970, no sea enseñado en “los manuales de literatura argentina” y afirma que estudiar a Arlt implica “minar” –usa ese verbo– la ideología de la citada “gran burguesía.” Por fortuna, al día de hoy, estos equívocos ya fueron desarmados. Lecturas recientes, y no tan recientes, tanto de Arlt como de Borges, nos liberan de esas dicotomías facilistas. Ni Borges ni Arlt son estandartes de nada y muchas veces la misma producción literaria de cada uno de ellos se escapa y complejiza las categorías políticas de la Argentina, más allá de la impronta ideológica de sus autores. Hoy también sabemos que escribir sobre un tema no implica necesariamente una adhesión lineal a ninguna lucha por más que se la pregone y explicite. Podemos anticipar así que, lejos de querer analizar cómo aparecen “astrología y fascismo” en Arlt, Amícola propone, en realidad, una lectura de Arlt desde la izquierda, y no la izquierda más inteligente. Aunque ni siquiera se trata de eso. La operación es todavía más desfachatada.

Con un estilo escolar, resumiendo argumentos y citando a Dostoyevski, Amícola se lanza:

“(…) si bien es cierto que el astrólogo confiesa en el monólogo interior al principio de Los lanzallamas que él no sabe hacia dónde va (a diferencia de Lenin), esta declaración de ignorancia descarta de plano la creación de una sociedad socialista para apuntar al juego de borrar las fronteras entre estos dos tendencias que fue típica del fascismo.”

Y luego completa:

“El modelo de conductor político ambiguo lo tenía Arlt a la vista en el modelo de Mussolini (1883–1945) al que el astrólogo pretende imitar expresamente cuando dice: “Hay que descubrir algo grosero y estúpido… algo que entre por los sentidos de la multitud como la camisa negra… Ese diablo ha tenido talento. Descubrió que la psicología del pueblo italiano era una psicología de barbero y tenor de opereta….”

El fragmento que elijo resulta barroco. Hay cita dentro de la cita. Amícola introduce a Mussolini, y después cita al personaje de Artl. Pero el engrudo se termina por entender. Para Amícola, no hay ninguna intención socialista en el Astrólogo. Y enseguida agrega: “Es pasmoso descubrir que todos los hechos que se plantean en la sociedad secreta del Astrólogo tienden a prefigurar a todos aquellos del Drittes Reich.” Homologar fascismo y nazismo, utilizarlos como si fueran seudónimos, es un error epistemológico e historiográfico grosero. Fascismo y nazismo fueron movimientos bien diferenciados, en muchas características constitutivas incluso opuestos, tanto como las naciones que los vieron nacer, enemigas en la Primera Guerra Mundial, aliadas recién en la Segunda. No reconocer los préstamos e intercambios entre fascismo y socialismo es todavía mucho menos disculpable. Sobre todo, atendiendo al tema que quiere tratar Amícola. El trazo grueso afecta también a la dupla socialismo y comunismo que él presenta y usa como sinónimos. En la página 35 de su libro, Amícola sentencia: “Si el fascismo se adueñó de fórmulas y elementos superficiales del socialismo, no es válida la afirmación inversa.” Para sostener esta afirmación vuelve con el motivo de la pequeña y la gran burguesía y habla de “los verdaderos socialistas.” Pero de inmediato tiene que abrir el paraguas conceptual frente a las evidencias: “Este peligroso cruce de fronteras de muchos socialistas (y anarquistas) hacia el fascismo no significa que se tratara de vasos comunicantes sino que el socialismo había degenerado en esquemas vacíos.”

Amícola conoce y cita a Georges Sorel, teórico del sindicalismo revolucionario, reclamado al mismo tiempo por fascistas y socialistas, tanto italianos como franceses. Y también cita una carta de 1932 en que Pierre Drieu de la Rochelle le cuenta a Gonzalez Tuñón sobre la mezcla de ideologías y prácticas políticas que conviven en ese momento en Europa: “(..) en el fascismo europeo, y sobre todo en el alemán, están muy mezclados, al menos por el momento, elementos socialistas.”

Es curioso como Amícola postula una idea –verbigracia la separación irreconciliable de socialismo y fascismo en sus etapas iniciales– y luego da pruebas de lo contrario. Cuando lee Los siete locos y Los lanzallamas va a operar de forma similar. En la página 41, insiste en que el Astrólogo es “un ideólogo como solo pudo darse en la década del 20, heredero de Sorel en su admiración conjunta de Lenin y Mussolini, pero decididamente imitador del segundo.” Amícola no logra explicar por qué esto es así y el adverbio, una vez más, exhibe la duda en vez de disiparla. En el capítulo titulado “La obra en interrelación con condicionamientos psicosociales”, repasa a los demás personajes de las dos novelas y Haffner se convierte en el “fascista por resentimiento”, Hipólita es la “fascista por cálculo”, Erdosain es el “fascista vacilante”, y así. Le lleva su tiempo, sus devaneos y amagues, pero Amícola termina concluyendo que “a pesar de las imprecisiones del escritor argentino en materia política, estamos ante Arlt en presencia de un antifacista.” La frase es un momento importante de Astrología y fascismo en la obra de Arlt. Cuando su autor la escribe, algo se libera en él. Es lo que quería decirnos desde el principio, la verdad que tiene para darnos, casi la única, y todos sus esfuerzos están puestos en convencer al lector de que se trata de un enunciado irrefutable. Pero ¿por qué? En realidad, Amícola se habla a sí mismo. Arlt sería un antifascista porque el Astrólogo es el villano de sus novelas y lo podemos identificar, no sin algunas piruetas retóricas, como un fascista. Amícola se queda tranquilo: está estudiando y analizando a un antifascista y por eso escribir sobre Arlt significa una lucha… etcétera.

Sin embargo, el Astrólogo aparece como un personaje más complejo. En la primera parte de Los siete locos, Arlt lo deja que monologue frente a Erdosain. Lo cito en extenso:

“¿Qué es lo que se opone aquí en la Argentina para que exista también una sociedad secreta que alcance tanto poderío como aquélla allá? Y le hablo a usted con franqueza. No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda. Creo que no se me puede pedir más sinceridad en este momento. Vea que por ahora lo que yo pretendo hacer es un bloque donde se consoliden todas las posibles esperanzas humanas. Mi plan es dirigirnos con preferencia a los jóvenes bolcheviques, estudiantes y proletarios inteligentes. Además, acogeremos a los que tienen un plan para reformar el universo, a los empleados que aspiran a ser millonarios, a los inventores fallados –no se dé por aludido, Erdosain–, a los cesantes de cualquier cosa, a los que acaban de sufrir un proceso y quedan en la calle sin saber para qué lado mirar…”

El párrafo es famoso, y anticipa y describe, entre otras cosas, todo el siglo XX argentino posterior a los años 20 y buena parte del siglo XXI. Sociedades secretas, sí, uno de los temas de esa época, pero no solo de esa época, y muy rápido aparece la duda entre lo bolchevique y lo fascista con una “ensalada rusa” incomprensible, teológica y superadora como respuesta. Algo que ni Dios va a entender… Luego un “bloque” donde entra el todo y a la vez, su fraccionamiento. La lista resulta inspirada. Primero, “jóvenes bolcheviques, estudiantes y proletarios inteligentes.” Pero en seguida, esa población, de fácil identificación, es golpeada y ampliada al universo: “empleados que aspiran a ser millonarios, a los inventores fallados, a los cesantes de cualquier cosa, a los que acaban de sufrir un proceso.” En resumen, los que no saben y están en la calle. La descripción se ajusta a Erdosain. El protagonista de la novela encaja en todos esos arquetipos. Por eso el Astrólogo se apura a contenerlo. Pero también entra ahí la mayor parte de la población argentina, incluido el lector de Arlt en esos años, y el lector, no menos perplejo, de esta nota. ¿O no? Hay una búsqueda de masividad en la descripción que se va haciendo más puntual, más psicológica y abarcativa a medida que avanza. Los siete locos salió en octubre de 1929. ¿Es una aberración pensar que ese párrafo anticipa El Aleph, que Borges escribe y publica hacia 1945? La enumeración conlleva, sino una refutación del cuento y su lirismo por la vía política, al menos su relativización. Reformar el universo…

Volviendo a Amícola, no es osado decir que desautoriza la ambigüedad esencial del Astrólogo, esa ambigüedad sensual que es su centro y su potencia como personaje. Aunque, podríamos arriesgar que no importa tanto qué es el Astrólogo sino qué puede ser, y en qué puede derivar su proyecto político. Es un personaje que, sobre todo, se piensa en el futuro, en lo incierto y vertiginoso del futuro. Y mientras el Astrólogo se escapa hacia la historia argentina que llega, Amícola tampoco puede realizar una operación de lectura tan simple como separar a los personajes de su autor. En un momento se queja porque los locos de Arlt no demuestran con suficiente contundencia las posiciones ideológicas de su creador, que serían, por supuesto, de izquierda. Dicho esto, suena imperdonable rebajar la obra de Arlt a una mera denuncia del fascismo tanto como describir a Arlt como un poco hábil e imperfecto antifascista. ¿No era mucho más fácil encontrar ese Arlt de izquierda en la biografía del escritor que forzar sus ficciones? Los estudios literarios, vía el formalismo ruso y el estructuralismo francés, ya estaban bien desarrollados, incluso en las universidades alemanes de los 70, como para acometer tremendos pifies.

Además, Amícola debería saber que los personajes nos abarcan, nos contienen y nos dominan. Hamlet está más vivo que Shakespeare y va a seguir hablando cuando nosotros no seamos más que un recuerdo. El capitán Nemo, Martín Fierro, Nick Adams y el malhumorado Alcestes nos van a sobrevivir, caminando con alegría por el siglo XXI y proyectándose más allá sin que podamos hacer nada más que verlos irse. Se los acusó de mil atrocidades, se los celebró, se los vistió con muchas ropas diferentes, pero ellos siempre cambian y sorprenden, recibiendo la vida de generaciones enteras de lectores agradecidos. El Astrólogo, Erdosain, Astier, Hipólita, pertenecen a ese grupo.

Así las cosas, llama la atención la ausencia del peronismo en Astrología y fascismo en la obra de Arlt. Es verdad que Arlt murió en 1942 y no alcanzó a ver el golpe del 43, ni menos las elecciones del 46, pero su obra, y sus tan manoseadas posiciones ideológicas, prefiguran, sino todo, buena parte de lo que vendría después de su muerte. Y eso es uno de los más consistentes logros de su obra. El Astrólogo ¿se refiere, piensa, intenta definir al peronismo? ¿Qué peronismo? ¿El proto-peronismo del GOU? ¿El redentor peronismo de Trabajo y Previsión, el justicialismo, el de la resistencia, el esoterismo de López Rega, Montoneros, el peronismo de la Renovación, el menemismo? ¿Abarca su mirada el piadoso kirchnerismo, la social democracia neo-alfonsinista de Alberto y sus excrecencias liberales como son el desfalleciente macrismo, surtido y continuado por Patricia Bullrich, los antivacunas, los psiquiátricos de las marchas del Covid, Revolución Federal y esos que hoy llamamos los copitos? Es tentador ejercer esa lectura. De una u otra forma, Arlt los contiene a todos. Pero ¿qué piensa Amícola del peronismo? En su libro le dedica poco espacio, pero escribe: “Ni siquiera mucho más tarde el tercer camino elegido por Perón en 1945 sería el régimen del terror y la agresión armada y la explotación que el Astrólogo quería escenificar.” ¿Seguro? Es obvio que a Amícola el peronismo no le gusta y si lo excusa, es solo para seguir acusando al Astrólogo de fascista.

Quizás se podrían señalar otros exabruptos de Astrología y fascismo en la obra de Roberto Arlt, como, por ejemplo, las alucinadas comparaciones entre el lector pretendido por Arlt y otros personajes más afirmativos y progresistas de las novelas. Sin embargo, la operación de lectura se reduce a la descripta. Resumiendo: Arlt, bueno, Borges, malo; fascismo, malo, comunismo, bueno. Esta síntesis puede parecer injusta. No lo es. Para Amícola, la izquierda internacionalista no puede ser maquiavélica ni lábil, ni especular de forma cínica y pragmática, ni mucho menos ser autoritaria. Sin tanta sorpresa, la historia nos demostró que puede ser eso y cosas muchísimo peores. Pero no hay que asombrarse tanto. Jean-Jacques Rousseau llegó a decir que el hombre es bueno por naturaleza y se hace malo por culpa de las instituciones sociales. Bastante después, Homero se escribía en la mano un machete esencial para trabajar en la planta nuclear y tomar una cerveza en el bar de Moe: Lenny, white. Carl, black.

Nada de astrología, poco sobre el fascismo, entonces, y un “obra de Arlt” que se circunscribe a Los siete locos y Los lanzallamas, citando apenas algo de los cuentos y las aguafuertes, pero marginando otras novelas, textos menos conocidos y el teatro. Eso ofrece Astrología y fascismo en la obra de Arlt de José Amícola. Por lo tanto, valga la redundancia, el libro sobre las derivas y los funcionamientos del fascismo y la astrología en la obra de Roberto Arlt todavía está por escribirse.

De embarcarse un ensayista a sondear estos particulares, el punto de partida sería, sin muchas vueltas, Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, un tempranísimo texto que, publicado en 1920, y pese a su rareza, ya demuestra que Arlt poseía una sobresaliente ductilidad a la hora de escribir y una capacidad lectora que, no en pocas ocasiones, se le fue negada. En ese texto, el joven Arlt condena el esoterismo pero se deja influir por su sensualidad y su arrojo y anticipa bastante del grotesco y la bizarrería que luego aparecerán en las partes más pregnantes de su obra. La futura investigación podría terminar con Al margen del cable, 1937–1941, un grupo de crónicas publicadas en El Nacional, diario de México, recuperadas recién en el 2003. En esa colección, Arlt narra en clave de film noir la violencia nazi y ofrece sus últimos esfuerzos creativos.

Termino. Fascismo y astrología se tocan y convocan. Cuando hay crisis económica y política, el sujeto moderno exige previsibilidad, muchas veces prescindiendo de un mínimo umbral de racionalidad. Es una demanda a la vez agresiva y genuina, casi podríamos decir atávica. ¿Por qué pasa lo que pasa? ¿Por qué nos dijeron que no iba a pasar esto y está pasando? En los años 20, protagonistas de esa primera y asombrada posguerra mundial, los vencidos, presos de los ecos no tan lejanos de una propaganda mecánica, comenzaron a sufrir extrañas enfermedades. Los rostros que volvían de los campos de batalla ya no eran jóvenes. Las máquinas habían brillado en toda su opacidad mortuoria. El arte se volvía incomprensible y la música se aceleraba, mientras el dinero perdía valor mes a mes, día a día. Hay un correlato de horror inexplicable entre el gas letal de la batalla y la inflación. En Alemania, en los países de Europa del Este, pero también en Francia, en Italia y hasta en ciudades de América como Chicago, Río de Janeiro y Buenos Aires, esoterismos de todo tipo impregnaron los salones, las publicaciones y las psicologías de Occidente. Las teorías de Sigmund Freud se hacían populares mientras un repertorio de ilusiones magníficas enturbian el ambiente. En Nueva York, la bolsa de valores Wall Street comenzaba a estrangularse a sí misma. Lo que se veía no era lo que ocurría. Siempre había algo más por atrás. Periódicos y almanaques proponían juegos de adivinanzas pero también predecían el futuro inmediato. Las familias escuchaban grabaciones magnetofónicas y la música sonaba sin orquestas, mientras durante todo el día voces amables narraban tragedias diurnas en la radio. Necesitamos saber qué va a pasar. Necesitamos que se nos hable sin máscara. Necesitamos respuestas políticas porque la vida cotidiana se vuelve inestable y ridícula en sus rodeos, sus verdades a medias y sus promesas de campaña. ¿Por qué no recurrir, una vez más, al antiguo rito nocturno de mirar las estrellas? ¿Por qué no hacerles preguntas a los muertos si son los vivos los que nos mienten? ¿Quién puede decir que las marcas de una baraja o los versos de un libro oculto tiene menos autoridad que la ciencia y las universidades en el día a día de la gran ciudad? Estos estados sociales, inquietos, de transformaciones aberrantes y veloces, suelen generar narraciones interesantes. El alto modernismo europeo se desarrolló en condiciones como esas. Sobran ejemplos en nuestro país, Latinoamérica y Estados Unidos. Roberto Arlt escribió sobre y desde ese universo con una inspiración y clarividencia irrepetibles. A nosotros nos toca descifrarlo, intentar una lectura piadosa y actual que, al menos, no sea humillada por su desbordante talento.///

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