Casarse en México

#Francisco Marzioni
Chicas
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11 min readDec 8, 2020

La primera vez que hablamos seriamente de casarnos fue una noche estrellada de verano. Hacía ya cuatro meses y medio que habíamos aterrizado en México, vivíamos en la pieza de servicio de una casa donde había una agencia de publicidad en la que trabajábamos. Nos prestaban ese cuarto, nos prestaron también una cama marinera donde dormíamos y a veces descansábamos, un carpintero nos fabricó un par de estantes para libros y otras cosas, habíamos subido de la agencia un mueble que no usaban donde poníamos ropa, teníamos un baño muy chiquito sin puerta. La pieza tenía su propia terraza, un cuadrado un poco más grande que la habitación, que se inundaba cuando llovía. Nuestro gato se había acostumbrado a vivir ahí, y yo me di cuenta que también lo estaba haciendo. Escuchábamos Telegraph Road, en su maravillosa versión en vivo del disco Alchemy.

Well a long time ago, came a man on a track
Walking thirty miles with a sack on his back
And he put down his load where he thought it was the best
He made a home in the wilderness

He built a cabin and a winter store
And he ploughed up the ground by the cold lake shore
And the other travellers came walking down the track
And they never went further, no they never went back

Lucy estaba tirada en una de las camas. Habíamos apagado la única luz que teníamos y la noche se derramaba en la pequeña terraza, expandiéndose en el cielo de la Ciudad de México. No había mucha contaminación, eran vacaciones todavía, y había una cantidad insólita de estrellas. Se recortaban los edificios de la Colonia Escandón, con sus habitantes que iluminaban sus cuadrados, con las plantas de hojas oscuras en sus techos, con las antenas de televisión antiguas y la frescura tranquila de un barrio pacífico. Yo estaba parado con mis brazos apoyados en la parecita de cemento, mirándolo todo con ojos asombrados. Lucy me decía que nunca le había prestado atención a Dire Straits, que le parecía una especie de folk-country con pasajes progresivos. Sabias palabras. El tema duraba trece minutos y me hacía acordar al auto de mi hermano mayor, donde la había escuchado por primera vez durante un viaje a Córdoba. La ruta, la pampa, el centro de la Argentina, hasta el corazón cosmopolita, políglota y babilónico de la Ciudad de México. “Lucy, yo quiero quedarme. No quiero volver a Argentina”, le dije. Casarnos, en esa conversación, apareció como una de las posibilidades.

La vista desde la terraza, pero de día.

Con los días empezamos a juntar los papeles que me permitirían pedir la residencia temporal. Preguntamos a nuestros conocidos. Uno me dijo que para quedarme debía ser contratado por una empresa que esté habilitada para contratar extranjeros. La agencia donde trabajaba no quería hacerlo, yo estaba ahí por un proyecto temporal. Un conocido me ofreció los servicios de un abogado que me anotaría como empleado de una empresa fantasma. Me pareció muy arriesgado, y francamente un poco border. Unos días después de rechazar la posibilidad, a ese abogado lo arrestaron por estafar a inmigrantes ilegales. Lucy me dio el consejo más acertado: “Andá a la oficina de Migraciones y deciles que querés quedarte. Que ellos te digan lo que tenés que hacer”. Así lo hice.

La oficina de Migraciones es un lugar antiguo y frío, aunque bastante limpio y ordenado. Los mármoles, columnas y mapas del México antiguo se combinan con carteles informativos de gobierno redactados como para niños de jardines de infantes. Esperé unas tres horas que me atiendan, sentado en una silla razonablemente cómoda y leyendo un libro porque no permitían usar celulares. Me atendió un gendarme que ayudaba a los funcionarios en los casos más simples. Le conté que en poco más de un mes se me vencía la residencia de turista y quería quedarme. Me preguntó si tenía pareja mexicana. Le dije que sí. “Casesé”, fue la orden del Gendarme. Al decirla, inmediatamente miró por encima mío para que pase el siguiente. Traté de sondearlo por si había alguna otra forma, pero volvió a darme la orden con mayor vehemencia: “¡Casesé!”. Me fui rápidamente a comer un burrito de pastor en la esquina -los recomiendo- y a meditar sobre eso.

Un miércoles a la mañana, entramos al Registro Civil correspondiente a la Colonia Escandón para preguntar si teníamos los papeles que se necesitaban para casarnos y cuáles nos faltaban. Una señora muy seca pero amable nos hizo pasar a una oficina chiquita, que tenía algunos austeros adornos y, literalmente, una 486 clonada. La señora miró nuestra carpeta y nos dijo “vayan a hacer este papel”. Entonces fuimos a la cuadra siguiente donde había un ciber, imprimimos un papel que sacamos de internet, y volvimos a mostrárselo. “Bien, ahora vayan y hagan este otro papel”. Volvimos al mismo ciber y repetimos la operación. “Ahora tienen que llenar este formulario”. Lo llenamos. Tuvimos que hacer un enorme esfuerzo para recordar el cumpleaños de nuestros padres. Cuando se lo dimos a la señora, nos dijo: “Ahora hablen con ese señor de la oficina de al lado que le va a hacer unas preguntas”. Fuimos con el señor de al lado, que nos atendió con una sonrisa. Nos hizo las preguntas, las contestamos una por una. Volvimos con la señora. “Ahora vayan y saquen fotocopias de estos dos papeles”. Fuimos y sacamos las fotocopias. Se las llevamos. Ella miró todos los papeles, consultó su 386 clonada -la computadora se hacía más antigua con las horas- y me preguntó cuándo se me vencía la residencia de turista. Le dije. Se asustó. “Es muy poco tiempo”, afirmó severamente. Abrió un libro grande, de esos biblioratos de contador. “¿Qué les parece el viernes a las 8:30?”. “¿Qué cosa el viernes?”, le dije con una sonrisa boba e ingenua. “Casarse. El turno más próximo que tengo es pasado mañana a primera hora”. Nosotros estábamos en silencio, totalmente consternados. “Si no lo hacen el viernes, no van a llegar a presentarlo en Migraciones”. “Bueno”, dije yo, “si es así, que sea el viernes” y miré a Lucy. Ella seguía sorprendida. “Los espero el viernes a las 8:30, traigan dos testigos”, dijo, anotando la cita en el bibliorato.

Fuimos a una pizzería que estaba a una cuadra del registro civil a comer. Reíamos y llorábamos un poco. Estábamos muy emocionados. Lucy le habló por teléfono a todo el que pudo. Comimos una pizza muy rica y creo que mandé unos mensajes por Whatsapp. Afuera era miércoles y la avenida estaba repleta de autos que iban y veían, la gente hacía trámites, entraba y salía del subte, el mundo seguía girando. No podíamos creer que tuvieran la impunidad de actuar como si nada estuviese pasando. Caminamos de vuelta a la agencia y les contamos a nuestros compañeros. Por azar del destino, todos nuestros parientes estaban de viaje, por lo que no teníamos a nadie que apadrine nuestra boda. Talia e Iskander se ofrecieron muy entusiasmados. Talia era Copy y a veces Jefa de Cuenta, una chica dulce, amorosa y divertida que se había transformado en una amiga muy querida y lo sería, con el tiempo, mucho más. Iskander era el diseñador gráfico, un hiphopero salido de un video de Control Machete y la primera persona que saludé en México que no es mi pariente político, pero que desde ese día se convertiría en uno, de alguna extraña manera.

Al día siguiente fuimos a hacer los anillos. La plata en México es muy barata, y se consigue Plata 925 por muy poco dinero. Fuimos a una zona donde hay varias joyerías populares. Enseguida nos adaptaron un par de anillos que nos costaron 700 pesos, lo que en ese entonces eran unos 40 dólares. Al salir, muy contentos y siguiendo la tradición mexicana, comimos. Los mexicanos después de hacer algo importante comen en una fonda. También dimos una vuelta por el mercado y compramos cigarrillos contrabandeados de marcas extrañas y coloridas que resultaron imposibles de fumar, y otras cosas estúpidas. Nos reímos mucho. Yo miraba todo con fascinación. Todavía lo hago. México nunca deja de sorprenderme. Esa noche, recuerdo vagamente, nos costó dormir. Preparamos la ropa del día siguiente y hablamos del futuro. La terraza seguía tan hermosa como aquella noche en que decidimos quedarnos en México, un mes antes. El gato dormía como si no pasara nada.

A las siete y cuarto salimos caminando con Talia e Iskander al Registro Civil. Los dos estaban bien vestidos pero no overdressed. Iskander tenía una camisa y parecía un narco en el casamiento de la hija. Insistí, recuerdo, que siga usando la gorra de siempre con las letras DC. Yo tenía una camisa fantástica que nunca más volví a usar. Lucy tenía un vestido azul que le quedaba precioso, realmente precioso. Parecía una muñeca tecno. Entramos al registro civil y otra pareja se estaba casando. Los esperamos. Cuando nos tocó a nosotros nos llevaron a una habitación prácticamente vacía, de paredes muy altas de color celeste agua y bastante desmejoradas, con reboque caído y un cristo demasiado pequeño colgado en una pared. Había un escritorio de durlock vacío. Esperamos un rato, muy ansiosos y nerviosos. Hacíamos chistes tontos. Parecía una broma de la secundaria. Nos sacábamos fotos movidas. Entonces llegó la Jueza. Una señora de edad madura, muy altiva y que trataba de hacer algo digno en esa oficina de gobierno olvidada. Parecía muy severa. Tratamos de comportarnos. No recuerdo qué me dijo. Algo de las obligaciones. Sí, si, ya se todo. Cuando dijo “Los declaro marido y mujer”, nos besamos con un beso fuerte que todavía tengo prendido en mi boca. Y entonces, desde algún lado, empezaron a sonar unas trompetas. “¡Si tu quieres bailar / Sopa de Caracol!”. Talia había puesto el tema en su celular y bailaba, ante la atónita mirada de la jueza, completamente indignada. Lanzamos carcajadas mientras Talia e Iskander nos festejaban. Creo que por un segundo la Jueza supuso que todo era una broma. Me disculpé mascullando unas palabras y prácticamente salimos corriendo. Nos abrazamos, nos sacamos fotos. Nos dábamos cuenta que había sido verdad porque la alegría en cambio de apagarse, crecía. No se qué otro trámite hicimos y salimos del Registro Civil. Talia dijo que nos esperaba en la agencia y se fue. Fuimos con Iskander, que es muy buen fotógrafo y tenía una cámara, a sacarnos fotos por las callecitas pintorescas del barrio camino a la agencia. Él insistió que posáramos con su moto, yo trataba de esconder la panza pero creo que no me salió.

Cuando llegamos a la agencia, Talia y todos los que trabajaban con nosotros nos esperaban con un desayuno de tamales. Según entendí por las fechas y ocasiones en las que se los come, los tamales son una especie de símbolo de prosperidad. Comimos en la cocina de la agencia. Brindamos con coca-cola. Reímos, cantamos, boludeamos. Para nuestros compañeros fue como una hora de comida que se extendió a dos. A las tres de la tarde todos iban a irse -muchas agencias de publicidad en México trabajan sólo medio día los viernes- y era muy probable que nos quedemos solos, en una agencia de publicidad, condenados a la piecita de inmigrante donde dormíamos todos los días. Yo le dije a Lucy: “Vamos a un hotel”. Nos cambiamos y salimos a caminar, buscando un hotel para quedarnos. No iba a tener Luna de Miel, pero al menos íbamos a tener Noche de Bodas. Eran las 11 de la mañana. Entramos a un hotel que, después me enteré, en realidad era un telo, pero que los telos en México se alquilan por turnos de 12 horas. ¡Doce horas! Bueno, era más que suficiente. Sin embargo, nos dijeron que teníamos que esperar dos horas para tener una habitación. Yo simplemente estaba indignado y enojado con el delirante sistema de telos del país. Salimos y caminamos mucho más. Lucy recordaba que había un hotel no muy lejos. Fuimos caminando bajo el sol, estábamos muy cansados. Llegamos a un hotel que se veía bastante bien, y el precio de la habitación era algo que podíamos pagar. La tomamos. Cuando subimos, vimos que estaba mucho mejor de lo que habíamos creído, no era lujosa pero bien ordenada, limpia y con una cama espectacular. Y lo mejor de todo: cortinas Black Out. Nos bañamos e hicimos algo que esperábamos desde hacía mucho tiempo: dormimos una profunda siesta.

Al levantarnos, parecía que habían pasado dos meses, y sólo habían sido dos horas. Muy calmadamente nos volvimos a vestir y fuimos a comer. teníamos vista una parrilla uruguaya, que son mucho mejores que las argentinas porque es carne de verdad bien hecha y no te estafan en el proceso de comerla. Un par de amigos se acercaron a comer con nosotros y, de algún modo, festejar. Los uruguayos eran muy piolas y la pasamos joya, nos comimos un asadazo como Dios manda. Luego de eso, volvimos al hotel hasta el otro día. Algo que recuerdo es que, en un momento, vi en la tele Batman Begins, y en la tanda publicitaria salió un anuncio de la cuenta en la que trabajábamos. Al día siguiente nos robamos todo lo que pudimos de la habitación y nos fuimos.

Hoy, 8 de diciembre de 2020, cumplimos 3 años de casados. Ya no vivimos en una pieza de servicio, sino en nuestro propio departamento. No vamos a festejar nada porque ambos tenemos que trabajar mucho esta semana, pero el fin de semana ya vimos una parrilla uruguaya en nuestro barrio que queremos visitar. Amigos nuestros que se han casado ya se divorciaron, y nosotros aún no pudimos viajar de Luna de Miel. Esperamos hacerlo el próximo año. México ha sido bueno con nosotros y nos dio todo lo que necesitábamos. Honramos nuestros votos legales y estuvimos juntos en la salud y en la enfermedad, en las buenas y las malas, en la concordia y las peleas. Mientras yo escribo esto, Lucy habla en una videollamada. Nuestra vida ahora es trabajar, disfrutar el tiempo juntos, pasear lo que podamos, escuchar música en youtube, hacer las compras, preparar las compras, comer las compras, trazar planes para el futuro, hablar de lo que nos gusta compartir. Hemos escrito millones de palabras y en cada una estuvo el otro para leerla. Nuestra historia no es especial, pero es nuestra y eso nos alcanza. Y, Dios lo permita, queremos que siga así. Por muchos más asados, hoteles, amigos que se unen a la aventura, tamales, trámites y departamentos. Y nuestro gato todavía no se enteró, duerme en el sillón como si nada hubiera pasado. /////CHICAS

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