Cinco escritores rumanos

Sebastián Robles
Chicas
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6 min readJun 27, 2024

Isadora Tiganus

Nació en 1838, en la ciudad de Constanza. Es autora de tres volúmenes de poesía y un libro de cuentos titulado Cataclismos, muy admirado por Mircea Eliade. Cultivaba el verso libre y una narrativa seca, poco expresiva, que contrastaba con el arrebatado romanticismo de sus contemporáneos. Sus Diarios Personales, publicados por primera vez tras la caída del comunismo, provocaron una revalorización de su obra que todavía perdura. Tiganus realizaba una disección despiadada de los salones literarios de Bucarest y anticipaba en un siglo la decadencia a la que, según ella, conducían algunas tradiciones nacionales. Era una admiradora de Occidente, en especial de las culturas francesa y norteamericana. Su vida se interrumpió de manera abrupta en 1867. Las causas del fallecimiento nunca quedaron claras.

Grigore Enescu

Fue un prolífico autor de novelas sentimentales, hoy olvidadas. Nació en 1847 y vivió durante la mayor parte de su vida en Bucarest. Afirmaba no estar interesado en política, pero lo unían vínculos amistosos y familiares con el partido conservador. En 1895 fue designado director de la biblioteca del parlamento rumano. Cuatro años más tarde, participó de las elecciones y ganó una banca de diputado. Impulsó leyes que ponían límites a las crecientes demandas de obreros y campesinos. Murió en 1903, sin haber sido reeditado. Mientras ingresaba su cuerpo en el horno crematorio, un operario tropezó y accionó la palanca que avivaba las llamas. Esto provocó que él también resultara incinerado. Su familia no recibió ninguna compensación económica, de acuerdo con lo estipulado en la ley Enescu de obligaciones patronales.

Roru Nagu

El cretinismo de los Cárpatos era un fenómeno muy conocido, que despertaba toda clase de supersticiones, muchas de las cuales se remontaban a la mitología de los romaníes y gitanos de la región. Hoy en día sabemos que la baja concentración en yodo del terreno montañoso causa atrofia en la tiroides. Esto provoca inflamación de cuello, enanismo y un escaso desarrollo intelectual.
Ya en el siglo XII, los circos que llegaban a Bucarest contaban con algún enano montañés para exhibir ante el público. Los espectáculos eran crueles y humorísticos. A veces el enano bailaba y cantaba, hacía malabares o colgaba de sogas con poleas y arneses. En otras ocasiones era asesinado en exhibiciones de tiro al blanco con ballestas o armas de fuego.
Roru Nagu no era un cretino más. Contaba con las características físicas de sus antecesores, pero se distinguía por su lucidez y talento artístico. Llegó a Bucarest en 1903 como integrante del circo Popescu. Lo llamaban “el enano que escribe”. Mientras se desarrollaban las funciones, permanecía al margen de la arena, en una pequeña mesa con una pluma estilográfica y un rollo de papel. Los espectadores le hacían llegar notas con temas para desarrollar. Al finalizar el espectáculo principal, Nagu leía en voz alta los relatos de su autoría, que los asistentes ovacionaban.
Era amante de los buenos vinos y de las sonatas de piano. Con el tiempo abandonó el circo y se estableció en un teatro del centro de Bucarest. Se había transformado en una modesta celebridad. Contrajo matrimonio con Adelaida Grühn, una viuda joven de origen alemán, con quien tuvo cuatro hijos perfectamente sanos y normales. Publicó tres volúmenes de relatos que fueron leídos y celebrados por la prensa literaria, que destacaba sus habilidades como narrador. Su carrera podría haber llegado lejos, pero falleció en marzo de 1911, cuando un espectador alcoholizado destrozó su cráneo de un ladrillazo al comienzo de una función.

Roman Petrescu

El espíritu de experimentación formal de los países de Europa central en los años cincuenta y sesenta también llegó a Bucarest, con algunas limitaciones: los libros viajaban en compartimientos secretos de valijas y encomiendas, con cubiertas cambiadas o páginas arrancadas para eludir la temible censura del régimen. Esto no impidió que Raymond Queneau y el grupo Oulipo ejercieran su influencia en un reducido círculo de escritores, entre quienes se destacaba Roman Petrescu.
Nacido en 1936, Petrescu irrumpió en la escena literaria rumana -dominada por un anticuado naturalismo- con Las cajas, una novela coral muy comentada a comienzos de la década de 1970. “El exitoso proceso de industrialización rumano exhibe sus paradojas ante el desencanto que genera la imposibilidad de consumir”, escribió un crítico francés veinte años más tarde. La primera edición vendió ciento cincuenta y tres ejemplares.
Fue su novela más conservadora. En la segunda, Petrescu imaginaba al traductor rumano de El secuestro de Georges Perec, escrita en el original sin la “e”, que era la letra más usada del alfabeto francés. La versión rumana se valía de la ausencia de la “u” para generar el mismo efecto. El traductor no estaba condicionado sólo por el rigor de la regla autoimpuesta, sino también por un agente de la Securitate que censuraba los avances de la obra. Esta superposición de imposiblidades representaba un desafío a su creatividad.
Petrescu redoblaba la apuesta narrativa de Perec, la radicalizaba. Empleaba técnicas disruptivas o extravagantes: los caligramas, el collage, los anacolutos. Su último libro, Dios ha muerto, era una secuencia de puntos y palabras sueltas que formaban los semblantes de Nikolai y Elena Ceaucescu.
Murió en 1979, empalado por un lector.

Angelika Bölöni

Se sentía, en sus propias palabras, “destinada a las letras”. Hija de un obrero metalúrgico y una costurera, fue la primera escritora joven en conquistar el occidente de Europa tras la caída del muro de Berlín. “La sensualidad de Anaïs Nin, el talento de Virginia Woolf y la inteligencia del conde Drácula” afirmó Klaus Loder en la Berliner Zeitung. Su primera novela, Frío en Bucarest, habla de una sociedad decadente, hundida en la crisis económica y en una globalización que no termina de hacer pie. Sus personajes son víctimas de una cultura donde las leyendas y supersticiones reprimidas durante el comunismo regresan con ferocidad. El sexo con arneses y poleas aparece como una respuesta desesperada a esta tensión.
Bölöni fue traducida a catorce idiomas. Saltaba con naturalidad de las páginas literarias a los pasquines sentimentales, que ventilaban escándalos de su vida amorosa. Pansexual, adicta a la heroína, daba pocas entrevistas. Cuando lo hacía sus declaraciones eran crípticas, como si no creyera necesario explicar nada. “Todo está en los libros, soy lo que escribo”, aseguró en un reportaje transmitido por el canal TF1 de Francia.
Sus detractores, que eran muchos, la consideraban apenas una buena promotora de sí misma. Su quinta novela, Saltar al vacío, presentada por la editorial Polirom como una autobiografía, fue concebida como la puesta en abismo de su propia trayectoria de escritora. Bölöni se hacía eco de los rumores de la prensa amarillista y los magnificaba. Su relato es una secuencia deliberada y exasperante de orgías, infidelidades, sobredosis y apariciones furtivas en películas pornográficas. Finaliza con el suicidio de la narradora, que Bölöni llevó a cabo el día del lanzamiento del libro, cuando saltó desde lo alto de una torre de vigilancia en el casco antiguo de Bucarest.

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