Flash

#Francisco Marzioni
Chicas
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7 min readDec 29, 2020

“Mi nombre es Wally West”. En los primeros cuadros de aquel cómic de 1986, Flash trabajaba como courier de órganos para transplantes. Después de recorrer EEUU de costa a costa tenía que comer cantidades suprahumanas de calorías, por lo que el dibujante lo muestra deglutiendo una montaña de hamburguesas. Wally es el continuador del oficio de Flash, comenzado por su tío Barry, muerto en acción muy poco antes de esta historia. Barry funciona mejor muerto que vivo. Su recuerdo potencia a Wally, le da ética, conciencia, una referencia a la cual agarrarse cuando corre demasiado rápido. O lento, porque su velocidad es mucho menor. Barry podía viajar en el tiempo, vibrar entre las paredes y traspasarlas, mientras que Wally sólo puede correr como una especie de superatleta, pero no mucho más. No le alcanza, y lo sabe, no se siente tan bueno como su mentor. Ese peso lo complejiza, lo vuelve atractivo para los ojos de un niño atormentado por la idea de convertirse en un adulto a la altura de sus mayores.

Con los sucesivos números Wally consigue su propia galería de enemigos, pero también hereda a los de su tío Barry. Los enemigos de Flash siempre fueron de lo más interesante del universo DC, una colección de personajes pintorescos y variados que compusieron las historias más surrealistas que se recuerden. En el tiempo de Wally los enemigos de Barry están viejos, cansados, prácticamente retirados. Se reúnen en un bar a conversar y recordar el pasado. Una escena melancólica y tierna como nunca se había visto antes en el comic. Wally los conoció cuando era Kid Flash y también luchó contra ellos. Cuando crece se convierte en una especie de nieto adoptivo de todos.

Hay un comic en particular que no recuerdo con precisión pero lo voy a narrar igual. El Flautista asalta un banco o una joyería. Flash estaba en otra cosa y le avisan lo que pasó. Pero en cambio de ir a la escena del crimen va derecho a este bar, y lo encuentra ahí, tomando una cerveza, tranquilo. Se le sienta al lado, lo saluda tranquilamente y entabla más o menos este diálogo.

- ¿Estás tomando las pastillas?
- No, no… la verdad que no.
- ¿Qué dijimos sobre tomar las pastillas?
- Que hay que hacerlo todos los días.
- Entonces… ¿vas a tomar las pastillas?
- Sí, lo voy a hacer, tenés razón… Disculpá, no se en qué estaba pensando.
- No hay problema. Pero no te olvides, ya sabés. Todos los días.
- Sí, si, claro Flash. Gracias. Pasa que a veces extraño mucho al otro Flash.
- Sí, yo también…. Bueno, chau.
- ¡Chau Flash!

Después va saliendo del bar y se cruza al Amo de los Espejos. Este enemigo es un poco más heavy que el otro, tiene más rencor adentro, está amargado por el fracaso. Se pone a hablar con Wally y le dice. “¿Sabés lo que pasaba con tu tío? Todos nosotros éramos capaces de dominar el mundo. Controlábamos el clima, los espejos, controlábamos los metales, el magnetismo, podíamos mover montañas y secar los mares, podríamos haber conquistado el universo con nuestros poderes… Pero Barry nos hizo pelear contra él, hizo que nos obsesionáramos con vencerlo, y nos pasamos la vida tratando de ganarle… Y después se murió y nosotros nos hicimos viejos y ya no podemos hacer nada. Ganó. Sin saberlo nos ganó y ahora nos damos cuenta que perdimos el tiempo asaltando bancos y joyerías. Nos ganó….”

La tragedia de los enemigos de Flash -la vejez, la sensación de haber desperdiciado los dones otorgados, la frustración- funcionó como un teaser sobre lo que la vida nos tendría preparados a mí y a mis amigos. Yo era joven y hermoso y todavía me quedaba mucha energía para correr por la vida, así que cuando mi profesora de lengua de segundo año nos dijo que hagamos una redacción para completar un trabajo práctico, y nos dio tres argumentos posibles entre los que se incluía “un científico recibe un golpe de rayo y productos químicos de un laboratorio que que le dan superpoderes”, no dudé en garabatear en la hoja Rivadavia de mi carpeta la frase “Mi nombre es Wally West” y narrar completo -palabra por palabra- aquel primer cómic que me había impactado tanto. Lo escribí como si yo hubiese inventado todo eso, con ese mismo impulso, esa velocidad, esa inspiración y esa Fe.

La profesora me devolvió el trabajo práctico y le puso un 8. No explicó por qué me negó el 10, supongo que habría tenido problemas con la prosa. Aquella trampa me dio una notoria satisfacción. Por un lado le había devuelto a la profesora con su propia moneda: ella robó el argumento y yo robé la historia. Pero por otro lado, advertí secretamente que había descubierto algo nuevo en mí: no sólo podía inventar algo propio -lo que estaba sobradamente probado a partir de las decenas de cuentos que ya había escrito en mi vida hasta entonces- sino que también podía reescribir algo. Mi preocupación no era inventar, ser algo nuevo, sino continuar la tradición que me había tocado, ser digno del manto que me fue otorgado.

Muchos años después, conocería en persona al escritor Juan Terranova. Yo había leído su libro “El pornógrafo” y comencé a seguir su blog en el año 2006. Un tiempo después lograría cruzarme con él en Rosario, donde le regalé un libro para chicos que se llama “El rinoceronte y su cría”. Elegí ese libro por dos razones: a él le gustaban los rinocerontes y tal vez ese simpático relato infantil de tapas y hojas duras donde se describía la forma en que estos animales cuidan al único hijo que tienen en la vida sería improbable que lo tenga en su biblioteca. Me agradeció el regalo con sincera sorpresa y aceptó mi invitación a la ciudad de Rafaela, donde yo vivía, a realizar un evento que, luego, tuve que organizar para que él haga los 600 kilómetros que la separaban de Buenos Aires. Adivinaba que Terranova era una persona a la que le costaba realizar actividades 100% lúdicas, por lo que lo invité a no se qué clase de taller en el que él sería el maestro. Conseguí dinero público para financiarlo y él fue a la ciudad.

Yo era un joven escritor aspirante a ser ciudadano de la República de las Letras y él un integrante activo de la nueva ola literaria de los suplementos culturales. Pasamos un par de días juntos en los que fui su orgulloso anfitrión. Caminamos por las calles del centro, lo llevé a tomar café en La Gloria e inclusive dimos un paseo por mi barrio, el 30 de octubre, donde me dijo algunas cosas que nunca olvidé y las tomé como lecciones importantes. Una era que tenía que leer a Juan José Saer. La otra cosa que me dijo fue “el problema de nuestra generación no es inventar algo nuevo sino continuar la tarea que hicieron otros”, hablándome de los difícil que es a veces ponerse la mochila de la tradición a la hora de escribir y dibujar algo que sea digno de nuestros Padres Fundadores. Cuando me dijo eso pensé en Wally West, en el cuento de la clase de Literatura, en mis propios relatos apenas publicados silenciosamente en mi blog. ¿Cómo iba a hacer para ser parte de esa tradición corriendo tan despacio?

Creo que esta es la única foto en la que estamos juntos

Ahora, en 2020, tengo dos poemarios publicados, otro inédito y una novela que terminé de escribir hace poquito. Quiero pensar que mis mayores dirían que soy un buen alumno, pero ya no me preocupo tanto por eso, más bien les agradezco sinceramente el haberme mostrado el camino. Terranova pasó de ser una figura lejana a un amigo muy querido, y hoy cumple 45 años. Publicó al menos treinta libros (no se si más) y es uno de los escritores más talentosos que leí en mi vida, además de ser un gran amigo, una persona amable, cariñosa y suficientemente rompebolas para que siga siendo divertido tratar con él tantos años después. A veces entro a un bar que existe sólo en mi mente y tengo que recordarle a Terra que se tome la pastilla. A veces, salgo de ese bar y Terra es el viejo maestro que me cruzo y me canta la posta. Por ejemplo, me dijo que tengo que escribir y publicar estas historias sobre Flash. Había una más, pero me la olvidé. A veces me confundo y ya no se quién es el enemigo, el héroe, el alumno, el maestro. Solo se que es 28 de diciembre y Terra está en un bar con mis amigos festejando su cumpleaños. Quisiera pasar a saludarlo pero no puedo, estoy acá, muy lejos, tratando de crear mi propia historia, de escribir algo nuevo. Salud viejo amigo, que siempre tengas una joyería que asaltar. ////CHICAS.

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