Gorbachov en Bulgaria

Sebastián Robles
Chicas
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4 min readNov 19, 2021

Las elecciones parlamentarias de 1986 transcurrieron con absoluta normalidad en Bulgaria. Competían entre sí tres listas que formaban parte del Partido Comunista. Los integrantes de cada una de ellas habían sido homologados por el soviet de Moscú, así que no se esperaban sobresaltos. El secretario general del comité central, Todor Zhivkov, era muy criticado en los subsuelos de Sofía por los pobres resultados económicos de los últimos años. Estos comentarios desfavorables se multiplicaban, incluso, en algunos estamentos de la burocracia. Por tal motivo, Zhivkov resolvió adherir en líneas generales a las medidas de liberalización de mercado impulsadas por la Unión Soviética a través de la Perestroika. El parlamento recién electo emitió un decreto que estableció flexibilidades en el comercio de la carne, los granos y el petróleo, que sufrían grandes períodos de desabastecimiento. Y eso fue todo.
Unos meses después de los sufragios, el comité central de Moscú le anunció a Zhivkov la próxima visita del camarada Mijail Gorbachov. Era la primera vez que un secretario general del Partido pisaba Bulgaria desde 1984, cuando Konstantin Chernenko realizó una visita oficial de tres días. El entonces máximo dirigente de la Unión Soviética estaba enfermo, según algunos, de Alzheimer. Se lo trató como solía hacerse con Brezhnev, es decir, con el máximo de los oropeles. Artesanos de la región de Pravets confeccionaron un cuerno de cabra con incrustaciones de oro y alabastro, muy común en la región para llamar a las ovejas. Los obreros de la región del Svenlov obsequiaron, en nombre del sindicato metalúrgico de Bulgaria, un casco con la insignia de la Unión Soviética labrada en plata. Todas las noches, con la discreción correspondiente, eran enviadas a su habitación en la residencia oficial las mujeres más bellas de Sofía y alrededores. Cada una de ellas recibía, por parte de los asistentes de Chernenko, un breve libreto de los rumores que debían poner en circulación, referidos a la virilidad del secretario general, que a esas horas dormía como si ya no fuera a despertarse.
Zhivkov ordenó planificar un recibimiento similar para Gorbachov. El servicio diplomático búlgaro era muy deficiente y estaba intervenido por dobles agentes o funcionarios que obedecían directamente a Moscú. Nadie conocía los propósitos de la visita. Dos días antes de su llegada, un funcionario diplomático advirtió que el mandatario soviético viajaba a todas partes con su esposa Raisa, así que se suspendieron las acompañantes nocturnas. A última hora, el comité central de Sofía recibió desde el Kremlin la orden de no realizar ningún tipo de recepción oficial, al menos durante el primer día de su visita.
-El camarada viene a trabajar -anunciaron.
La primera reunión tuvo lugar a las ocho de la mañana, apenas una hora después de que el avión de Aeroflot aterrizara en la capital de Bulgaria. Gorbachov saludó a Zhivkov con una calidez solemne, apesadumbrada.
-Lamento esta tragedia -dijo.
Se refería a la radiación ingresada al país desde la central nuclear de Chernobil, que había explotado unos meses antes.
-Son cosas que pasan -dijo Zhivkov-. El pueblo búlgaro es resistente a todo, incluso a la energía atómica.
Soltó una carcajada. Gorbachov insistió:
-Nuestros pueblos están en peligro. Es necesario hacer reformas.
Recién entonces, Zhivkov comprendió que el líder del Partido Comunista lo estaba felicitando por la legislación que él había impulsado en el parlamento.
-¿Cómo piensan llevar adelante las medidas?
-Eso no es problema -respondió el jefe de estado búlgaro, que llevaba más de veinte años en el poder.
Gorbachov lo miró a los ojos. Irradiaba una firmeza extraña, que Zhivkov no había visto en otros secretarios generales. No era confianza en sí mismo, ni en la autoridad que le daba su cargo, sino en las ideas que sostenía, como si su sola fuerza tuviera la capacidad de cambiar la realidad.
-No, camarada -dijo-. Ese es todo el problema.
Zhivkov lo escuchó con atención. Se sentía como en una asamblea del Komsomol de Sofia, cuyo orador era algún estudiante universitario entusiasta que había releído a Lenin en versiones completas, salteándose los prólogos y las notas al pie. Gorbachov expuso sobre el sentido de las reformas. Era un hombre lúcido y amable, que exponía sus argumentos con claridad. Bulgaria, con su gobierno títere, siempre se había alineado con las políticas del Kremlin. El secretario general del Partido Comunista no tenía la necesidad de explicarle nada a su colega, que estaba dispuesto a comportarse como un subordinado. Por eso, Zhivkov vacilaba.
-Usted se propone una tarea imposible -dijo al final.
Gorbachov sonrió.
-Nada es imposible.
La reunión finalizó con un compromiso de Zhivkov para avanzar de manera efectiva en las reformas de mercado. Durante el resto de su visita, Gorbachov mantuvo conversaciones con sindicalistas, funcionarios y hasta se hizo tiempo para dialogar con dirigentes nacionalistas proscriptos desde la década de 1940, con el propósito de conocer sus planteos de primera mano. Se despidió de Zhivkov en el aeropuerto de Sofia.
-Yo vi el corazón abierto del comunismo -dijo mientras le estrechaba la mano-. Si no cambiamos, no tenemos futuro.
El despegue del avión se demoró debido a que el viento del este había traído más radiación de la aconsejable para volar. Cuando partió, Zhivkov llamó a un asistente y le ordenó que acelerase las ejecuciones de opositores.
-Sean discretos -dijo-. No nos queda mucho tiempo.

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