Hardcore Foodporn

Lucía Malvido
Chicas
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5 min readAug 22, 2018

Cuando yo era niña todos los demás habitantes de mi casa eran grandes. Mis hermanos estaban en los mejores años de su adolescencia y lo único que hacían era deslizarse por los pasillos con sus cuerpos atléticos para llegar hasta la mesita del teléfono, buscar las llaves del auto e irse a hacer algo cool que a mí me estaba vedado. Cuando padre y madre estaban trabajando, quedaba la nona Luci, quien me cuidaba mientras escuchábamos alguna sintonía de la radio. Ella misma proponía tareas para que yo no me convierta en una ostra: dibujar, hacer burbujas, figuras de papel, jugar y hacer pequeños proyectos con las cosas de coser, enhebrar collares de cuentas o fideos, limpiar o pulir algún objeto, cepillar, lavar la ropa, peinar a los muñecos. Y aunque cuando estábamos yo y la abuela casi siempre encontraba algún quehacer, la infancia en mi recuerdo es el reino del perpetuo combate contra el aburrimiento.

La cocina era uno de los lugares de mi nona y mi mamá. Mientras ellas cocinaban, se me invitaba a jugar ahí o improvisar alguna actividad sin hacer mucho lío. Conforme fui creciendo me empezaron a tener en cuenta para colaborar con tareas sencillas como limpiar semillas, pelar frutas, revolver una masa, rellenar, ordenar, separar, contar, lavar, etc. Entre la abuela y mamá habían coleccionado, durante decenas de años, recetarios y revistas de cocina que guardaban celosamente bajo el mueble del microondas gigante y, en los momentos de mayor ociosidad, me dedicaba a hojear esas publicaciones, muchas de las cuales tenían fotografías y, las más viejas, ilustraciones a color o en blanco y negro. Recuerdo los dibujos hechos con microfibra de un recetario Royal cuya edición era más la de un folletín que la de una revista. Habría sido viejísimo y quizás se ha fijado mejor en mi memoria porque estaba cuidadosamente protegido con una envoltura de papel manteca. Era un documento muy solicitado en invierno, cuando empezaban los preparativos para el pastel de frutas y los regalos nutricios que las mujeres de mi familia producían en serie para regalar a vecinos, colegas, familiares y amigos. El recetario Royal era todo en blanco y negro y cada tanto la impresión se permitía unos detalles en tinta verde y roja. Cerca del pie de página de algunas recetas aparecía el arte en miniatura de un autor anónimo, pequeños budines montados en platos altos, adornados con hojas de encino, cerezas y bellotas, o esos pedazos de carne rellenos que después hay que atar con hilo de piola, unas estampitas del naturalismo tardío que preservo fijas en el recuerdo como caramelos en un tarro traslúcido.

Recetario Royal

Después estaban los libros de tapa dura y las revistas de los 60’s y 70’s que introducían en la temática cocinera la nueva cosa de la fotografía de producto. Entre los factores que influyeron mi crianza están esas imágenes extraordinarias, esa idea osada de la cocina escenográfica e impracticable. Atmósferas foráneas, glaciales, filtros acuosos que transformaban la comida en paisajes desoladores del fondo del océano o en barrocas reuniones de personajes deformes. Durante los años que he pasado junto a mi pareja hemos conversado sobre la sensación incómoda y mórbida que me provocaba la revisión de estas publicaciones. Recientemente descubrí una cuenta de Twitter que se llama 70’s Dinner Party (@70s_party). Apareció para notificarme que esa obsesión romántica por la comida, esa ola kitsch que se plasmó en mi alma como un sello postal, no había pasado desapercibida: hay otros seres como yo que experimentan angustia, nostalgia, náuseas, ilusión, simpatía y excitación cuando leen los complicados títulos de esas recetas imposibles o ante la visión de comidas completas sumergidas en gelatina.

Recetas de aspic
Aspic de champiñones

Como todo lo maravilloso de internet, una vez sabiendo lo que uno busca, los encuentros se multiplican rápido. Hay un montón de páginas, entradas de blogs y colecciones de pinterest relacionadas a esta extraña etapa de la cocina que algunos incluso llaman Scary Food, un momento que podría ser calificado más como una cocina editorial porque, como puede confirmar el cocinero contemporáneo que se anime a hacer el experimento, estos platillos están hechos más para la exhibición que para llevar a la boca. Me gustaron las entradas de este blog: https://badjellyblog.wordpress.com/ donde un trío de anglosajones intentan las recetas y el resultado general es terrible. También robé imágenes de este artículo donde se menciona el nombre de la autora de la cuenta de Twitter, Anna Pallai, quien también ha editado un libro respecto a este raro experimento de las décadas pasadas. La gente de la revista El estímulo compiló algunas de estas fabulosas ilustraciones.

“Ensalada” de limón y queso :P

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Lucía Malvido
Chicas
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(CDMX, 1985) Mexicana y argentina por partes iguales. Mi patria es la Internet. Escritora de oficio. Lectora de vocación.