Iñaki

Sebastián Robles
Chicas
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12 min readApr 30, 2024

1.

Yo estudiaba Guión mientras Buenos Aires olía a pólvora y llantas quemadas. Una noche, una compañera llegó tarde a Creatividad. Después de clase, nos juntó a los cuatro que solíamos rodearla.

-No saben qué me pasó -dijo.

Se llamaba Laura. Contó que había entrado en contacto con el productor de una miniserie argentina con capitales españoles.

-Es una superproducción -explicó, desorbitada-. Y está buscando guionistas.

Era nuestro segundo año en la carrera. Cada vez más, durante las clases, surgía la pregunta: “¿cómo se entra?”. Los docentes respondían con abstracciones: trabajo, talento, esfuerzo. Todos sabíamos que no se llegaba lejos sin buenos contactos.

-Me pidieron que arme un equipo -dijo Laura.

2.

Al día siguiente conocimos a Iñaki.

La reunión fue en un Burger King de avenida Santa Fe, cerca del Alto Palermo. Laura había ido con tacos altos.

-Vos conducís -dijo Ezequiel, que hablaba como un locutor de radio.

Ella asintió, complacida.

El local tenía una planta baja grande, con muchas mesas. Cinco o seis estaban ocupadas por personas que conversaban entre sí, intercambiaban hojas de papel impresas, anotaban cosas en cuadernos. Entre las mesas, yendo de una a otra, circulaba un barbudo alto, vestido con un tapado negro. Reconoció a Laura apenas entramos.

-Qué bueno que llegaste.

La abrazó con familiaridad impostada. Uno a uno, le dimos la mano. Iñaki nos invitó a sentarnos alrededor de una mesa que estaba desocupada.

-Esto mola -dijo, con acento porteño.

Gesticulaba rápido, como si estuviera desbordado. Ni bien empezó a hablar, ya parecía estar yéndose. Sin que se lo preguntáramos, contó que había emigrado a España unos años atrás, donde se había casado con una madrileña cuya familia era accionista mayoritaria de un multimedios que incluía, entre las ramas de su negocios, la producción de películas y series de televisión.

-Trabajamos con Almodóvar -explicó.

Después de colaborar en una serie de producciones que enumeró con atropello, Iñaki había conseguido luz verde para su proyecto más ambicioso: una miniserie post apocalíptica ambientada en Buenos Aires que sería distribuida en todos los países de habla hispana, y también en Estados Unidos.

-Quiero ver al Obelisco en una lluvia radiactiva, naves espaciales en Barrancas de Belgrano -se exaltó-. Todo hecho mierda.

Hablaba como un iluminado.

-Como el Eternauta -murmuró Rodrigo, que formaba parte de nuestro equipo.

Iñaki se molestó por la comparación.

-Mejor -subrayó-. Y quiero que ustedes lo escriban. Bueno, vos no. Con esa actitud mejor no.

Rodrigo empalideció. Ezequiel cruzó con él una mirada de reproche, pero Laura asumió su liderazgo con naturalidad:

-Rodri es un excelente dialoguista -dijo-. Lo necesitamos.

Eso apaciguó a Iñaki, que nos explicó que necesitaba que escribiéramos los trece capítulos.

Por las dudas, yo había llevado un currículum en la mochila. Entendí que no sería necesario. Pregunté si contábamos con alguna síntesis argumental de la miniserie.

-Ahora se las traigo -dijo Iñaki, que pareció aliviado por tener una excusa para abandonar la mesa.

-Qué increíble todo esto -dijo Carla, que había ido muy maquillada y con las uñas pintadas.

-Gracias por esta oportunidad.

Ezequiel tomó a Laura con la mano.

-Muchas gracias -repetimos todos.

Ella sonrió.

-Vamos a tener que trabajar duro.

Iñaki estaba a unos metros de nosotros, conversando con un grupo de cuatro chicas que habían ido con carpetas grandes de cartulina, ahora apoyadas sobre la mesa.

-Creo que son las vestuaristas -dijo Laura.

-¿Nos pagarán por esto?

La pregunta generó incomodidad. En clase, nuestros docentes eran enfáticos en el rechazo a las ofertas gratuitas de trabajo.

-Es una superproducción -razonó Rodrigo-. Hay guita.

-¿Y por qué nos llaman a nosotros?

Después de un silencio que se hizo demasiado largo, Laura tomó la palabra:

-No somos cualquier cosa -dijo-. Somos estudiantes de segundo año en el Iser. No hay muchos como nosotros. Él lo sabe y por eso confía. Un guionista con experiencia le va a cobrar más caro, obvio, pero nosotros lo podemos hacer igual de bien, o mejor. Nos está dando una oportunidad.

-Sí -se entusiasmó Ezequiel-. Está buscando algo nuevo, con impacto. Podemos hacerlo.

Iñaki se demoraba en volver. Cuando lo hizo, no traía ninguna síntesis argumental y hasta parecía haberse olvidado de ella.

-La semana que viene, necesito la constancia de Cuil de todos -dijo-, así armamos los contratos.

Le agradecimos.

-No te vamos a defraudar -dijo Ezequiel.

-¿Para cuándo necesitás los capítulos? -preguntó Rodrigo.

Iñaki le apoyó una mano en el hombro.

-En dos meses empieza el rodaje -dijo-. Mañana salimos a buscar locaciones.

La reunión duró media hora más. En su segunda o tercera vuelta por nuestra mesa, Iñaki nos dejó algunas hojas impresas. Eran bocetos dibujados a lápiz de la protagonista, parecida a la chica de Matrix, aunque esta vez nadie lo dijo en voz alta. Luego nos entregó perfiles de los personajes y un listado con los títulos de los trece capítulos. Entendimos que era todo lo que tenía. Sospeché que había sido escrito por los ocupantes de las mesas aledañas, pero no dije nada y yo mismo lo olvidé por un rato.

-¿Pedimos algo para comer? -preguntó Laura.

-Yo me tengo que ir en un rato -advirtió Ezequiel, que tenía cinco hijos y vivía en Banfield-. Igual mañana nos juntamos. Hay que darle prioridad a esto.

Hicimos fila con Carla frente al mostrador. Iñaki se nos acercó antes de que llegara nuestro turno.

-¿Les puedo pedir un favor? -dijo-. No manejo efectivo y ayer me robaron las tarjetas, estoy esperando que me las repongan. ¿Me pagan una merienda? Mañana les devuelvo.

-No hace falta -dijo Carla.

-¿No preferís un combo? -pregunté.

Pero él solo pidió café de filtro y una medialuna.

3.

Al día siguiente nos dividimos: Carla y Laura acompañaron a Iñaki a recorrer locaciones, mientras que los demás nos reunimos en el departamento de Rodrigo. Ezequiel llevó facturas.

-Muchachos -dijo, solemne-. Esta puede ser la oportunidad de nuestras vidas.

Discutimos posibles argumentos. La historia transcurría en un futuro impreciso, después de una explosión nuclear en Atucha. Los sobrevivientes eran mutantes, y por alguna razón que debíamos inventar nosotros también había extraterrestres y zombis.

-Nuestra protagonista es la del dibujo -reiteraba Ezequiel cuando alguno esbozaba una trama que no la tenía como personaje principal.

En ausencia de Laura, más interesada en las relaciones públicas que en la escritura, había asumido la conducción del equipo. Rodrigo y él eran amigos, colaboraban entre ellos en todos los trabajos prácticos. Aunque nunca discutimos por ningún motivo, mi relación con él era distante, de mutua sospecha. Yo desconfiaba de su voluntad de poder y sus comentarios despectivos hacia todo lo que oliera a vanguardia. Era un conservador recalcitrante, que conocía de memoria los repertorios de Alberto Migré y Maestro y Vainmann, pero desdeñaba por narcisista cualquier experimentación estética que se apartara un milímetro del camino de “contar una historia”. Yo estaba en el otro extremo. No me interesaban las telenovelas, fumaba y leía a Henry Miller y escribía historias originales pero extrañas, que no financiaría nadie en su sano juicio. Estábamos en una encrucijada, y lo notamos rápido: el guión que resultara de nuestra colaboración debía aspirar a la masividad, y al mismo tiempo contener un grado de locura suficiente como para estar a la altura de las aspiraciones de Iñaki.

-Te necesito -dijo cuando Rodrigo fue al baño.

Nos miramos.

-Contá conmigo.

Quedamos en que yo me encargaría de los perfiles de los personajes. Había partes escritas, que debía hilvanar en relatos coherentes. Además, para la densidad que se proponía la historia, era necesario construir una buena cantidad de personajes secundarios. Estimé que, durmiendo poco, el trabajo me llevaría dos días y medio, pero me entusiasmaba. Era algo que podía hacer bien, darles profundidad a las peripecias. Ezequiel y Rodrigo se ocuparían de las primeras síntesis.

-¿Le vamos a dar los guiones así nomás, o los registramos antes?

La pregunta nos bloqueó. Deliberamos un rato. El temor principal era que todo fuera un montaje para robarnos los guiones.

-Hasta que no hayamos firmado el contrato, no le mostramos nada.

Pensamos en la posibilidad de pedirle consejo a alguno de nuestros docentes. Mariano Velazco, por ejemplo, escribía telenovelas para Televisa. Ezequiel descartó la idea:

-Quizás yo sea paranoico -dijo-, pero no quisiera avivarlo de que existe esto. Es un buen profesor, y también es nuestra competencia. Esto es algo nuestro.

Rodrigo y yo estuvimos de acuerdo. Entonces llegaron Laura y Carla, que venían de reunirse con Iñaki.

-¿Dónde estuvieron?

Lucían exaltadas. Se habían encontrado con Iñaki a la mañana, en Chacarita. Con ellas, había un fotógrafo y dos asistentes de producción, que también habían estado el día anterior en el Burger King. Iñaki llegó tarde, con anteojos de sol y aspecto de haber dormido poco o no haber dormido. Al rato pasó a buscarlos una combi blanca que los condujo hasta Zárate, donde visitaron unos galpones. Iñaki evaluaba alquilarlos para instalar ahí los decorados. También las había llevado a recorrer un campo.

-Me preguntó si ya tenemos escrita la escena del aterrizaje -dijo Laura.

-¿La tenemos? -preguntó Ezequiel.

-¿Qué aterrizaje? -dije.

Me sentí incómodo.

-Bueno, por eso -dijo Laura-. Igual le contesté a todo que sí y quedó conforme. Está desbordado. No quiere problemas, necesita que le resolvamos las cosas.

A la vuelta, en la combi, Iñaki había contado un poco más sobre su suegro español, un magnate que había hecho su fortuna como contratista del Estado en la época de Franco.

-Estoy muy cansado -dijo y apoyó su cabeza sobre las rodillas de Carla, que lo recibió con ternura cauta. De regreso en Chacarita, las llevó a El Imperio para conversar sobre las formalidades del contrato.

-Le di las constancias de Cuil -dijo Laura.

Luego ella y Carla pagaron la pizza porque Iñaki andaba otra vez sin plata.

4.

-¿Cómo llegaste a él?

-Es conocido de unos conocidos -dijo Laura- Ya les pregunté. Saben menos que nosotros.

-Nos está cagando -protestó Rodrigo.

-A veces pienso lo mismo -dijo Ezequiel-, pero no nos está sacando nada.

-Yo le pagué un café -dije.

La discusión, que podría haber terminado ahí, escaló en intensidad.

-Yo elijo creer, viste.

Ezequiel encendió un cigarrillo.

-Podemos adoptar dos actitudes -dijo-. Una es ser cínicos y no mover un dedo hasta que no hayamos firmado. ¿Estamos de acuerdo?

Todos asentimos.

-¿Qué pasa si en una semana cae el tipo con el contrato y nosotros no tenemos nada?

El día anterior, sin entrar en detalles, habíamos consultado a Velazco acerca del plazo razonable para firmar un contrato.

-No entiendo la pregunta -dijo él-. Sean más específicos.

-¿Cuánto tiempo puede pasar desde que te confirman un proyecto hasta que te contratan?

Velazco, un exitoso autor de telecomedias, dudaba.

-Depende -dijo al final-: días, semanas.

Ezequiel recordó sus palabras.

-Nadie firma contrato de un día para el otro. ¿Y si tuvimos mucha suerte, y la dejamos pasar por desconfiados? Yo no me lo perdonaría. Quiero seguir adelante, pero con ustedes. Solo, es imposible.

Nos interrumpió el celular de Laura. Era Iñaki.

-Quiere que uno de nosotros lo acompañe al casting.

-Yo voy -dije.

Los demás aprobaron.

5.

El casting se hizo en el piso de arriba de una discoteca palermitana, a la mañana temprano. Era una oficina vacía, con matafuegos en las paredes. Yo pedí el día en el trabajo.

-Acá va a estar la oficina de la productora -explicó Iñaki-. La semana que viene nos mudamos.

Nos sentamos en el piso. Además de Iñaki había un sonidista, tres productoras y un camarógrafo que grababa todo.

-Es para el making of -dijo.

Las aspirantes al papel protagónico eran recibidas en la entrada por una de las productoras. Iñaki había publicado un aviso en Clarín, y al rato se armó una fila de cinco cuadras.

-¿Trajiste algún parlamento? -preguntó.

Me alegré de haber llevado varias fotocopias, que aligeraron la espera: mientras una candidata pasaba, otras dos o tres estudiaban su escena. Iñaki parecía preocupado.

-Joder, tenemos que resolver este tema hoy mismo -dijo-. El tiempo se nos viene encima, y necesitamos protagonista.

En una reunión anterior, nos había asegurado que la decisión de que los papeles principales fueran interpretados por actores desconocidos no obedecía a razones económicas, sino estratégicas.

-¿Quién conocía a Mark Hamill antes de Star Wars? Nuestra estrella es Buenos Aires postnuclear. No dependemos de los actores.

El día del casting manifestó que había apalabrado a Gael García Bernal para un personaje secundario.

-Ay, me muero -dijo una de las productoras.

Él lo minimizó.

-Es un enano-dijo.

Al principio, Iñaki se mostró carismático con las actrices. Les explicaba algunas características de la superproducción, igual que a nosotros en Burger King, y trataba a todas como si tuvieran muchas posibilidades de quedar seleccionadas, les daba indicaciones sobre cómo hablar y pararse y enfatizaba la importancia del personaje.

A medida que pasaron las candidatas, su entusiasmo disminuyó.

-Una peor que la otra -me susurró al oído.

-La última no estaba tan mal -dije-. Es alumna de Norman Briski.

Me había impresionado su actitud desenvuelta. Nos encaró sin la cautela de sus competidoras. “¿Ustedes son el jurado?”, había dicho, como si le causara gracia. Además tenía el pelo corto, casi como un varón, me recordaba a Trinity en Matrix.

Iñaki frunció los labios con desdén.

-Da lo mismo si estudió con Lee Strasberg o el soldado Chamamé -dijo-. Muy canchera, cree que es artista. No nos sirve.

Dos horas más tarde, cuando habían pasado diez o doce candidatas, pareció dudar con una. Era petisa y tímida, hablaba tan bajo que no se entendía la mayor parte de sus palabras.

-Esta puede ser -dijo-. Qué opinás.

-Es buena -coincidí.

Para entonces, ya había entendido que Iñaki solo buscaba que le dieran la razón.

-Mejor no -me dijo al rato-. A vos te gustó porque sos guionista, sólo ves una parte del todo. El que decide soy yo.

Al mediodía, la fila de aspirantes todavía era de cinco cuadras.

-No vamos a llegar con todas -dijo el camarógrafo.

La búsqueda estaba orientada a actrices entre 18 y 22 años, preferentemente sin experiencia cinematográfica. Vinieron estudiantes de teatro de capital y desde los puntos más remotos del conurbano. Alguna que otra había viajado especialmente desde Rosario y Córdoba, y muchas más eran originarias de alguna provincia y vivían en la ciudad. Estudiaban en talleres prestigiosos, clubes de barrio y centros culturales. Muchas eran universitarias, de carreras tan disímiles entre sí como Agronomía, Administración de Empresas y Sociología, de instituciones públicas y privadas. Leían a Galeano, Milan Kundera, Paulo Coelho, Roland Barthes, Osho, Mario Benedetti y Cortázar. Escuchaban a Soda Stereo, Los Auténticos Decadentes, los Redondos, los Fabulosos Cadillacs, los Piojos, Manu Chao. Además del teatro y los estudios, se dedicaban a buscar empleo o conservar el que tenían. Había recepcionistas, cajeras, telemarketers, depiladoras. La mayoría eran de clase media, pero la amenaza de la pobreza aparecía en casi todas, cuando se presentaban: por el desempleo, la ruina familiar o las obligaciones de un empleo sin porvenir.

-Qué hacemos con todo esto -se preguntó Iñaki cuando promediaba la tarde.

Parecía abrumado.

El camarógrafo avisó que en media hora se iba.

-Me esperan en el canal -dijo.

-Una más -dijo Iñaki-. La última.

La chica entró sin pedir permiso, como si ya supiera que estaba destinada a ser elegida. No era especialmente talentosa ni tenía atributos físicos destacables en comparación con las otras. Recitó sus líneas con claridad, pero no me convenció en ningún momento. Cuando finalizó, Iñaki estaba aplaudiendo. Sus ojos parecían más grandes y radiantes, como siempre cuando vislumbraba el esplendor de su propia genialidad.

-Es ella -dijo.

Y dio por concluido el casting.

6.

Fue la última vez que lo vi. Al día siguiente llamó a Laura para contarle que nuestros contratos estaban a punto de salir. No volvió a comunicarse. Lo buscamos en todos los horarios posibles, pero el celular estaba apagado. Ezequiel fue el último en abandonar el proyecto.

-No me arrepiento de nada -dijo.

Un año después, en una fiesta que se realizó en un departamento cercano a la Facultad de Medicina, compartí sofá con un estudiante de Antropología y una chica que se presentó como actriz. Yo estaba sentado en el medio. El alcohol y el porro circulaban con generosidad.

-Una vez conocí a un loco -dijo ella-. Decía que yo era una estrella.

Contó su experiencia en un casting. Tardé unos minutos en reconocerla como la última candidata.

-¿El tipo se llamaba Iñaki?

Celebré la coincidencia. Ella no parecía impresionada.

-Ese -dijo.

Al día siguiente del casting, Iñaki la citó para discutir los términos del contrato. La chica fue con su hermano, que era abogado. Se reunieron en un Bonafide.

-Parecía todo en orden -contó-. Él me hablaba de la historia, yo era la heroína de los mutantes. Nos vimos dos o tres veces más. Me llevó a Zárate, decía que tenía planes. Yo me sentía Uma Thurman, imaginate.

Un día, Iñaki no llamó más y ella no pudo contactarlo. Cuando terminó de contar, encendió un cigarrillo. A través del humo y el ruido de la fiesta adiviné su melancolía.

-No entiendo para qué lo hizo. No me robó nada, no me estafó. Ni siquiera me tocó el culo -dijo.

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