Los años del chimpancé

Tomás Richards
Chicas
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21 min readMay 24, 2023

No todo está en internet. Plegado en el interior de un ejemplar de Maniobras y ejercicios de combate en gran escala (Círculo Militar, 1979) de Von Bülow, que consiguió cierto amigo en la biblioteca del Servicio Histórico del Ejército, descubrimos el escrito que ahora traduciré al castellano. La despareja disposición tipográfica –deleite visual que las computadoras ya nos han hecho olvidar– sugiere que fue redactado a máquina de escribir por esa misma fecha. El texto de Von Bülow, se sabe, es pródigo en datos cuantitativos, tanto geográficos como logísticos, que buscan fundamentar ciertos principios estratégicos. Podría decirse que a su lector le interesaron menos las prodigiosas historias de guerras patrióticas que ciertas proposiciones universalmente válidas del combate a gran escala. De la vida personal de la autora del escrito, la reconocida primatóloga Jane Goodall, Wikipedia señala que nació en abril de 1934 en Londres, que estuvo casada con un noble holandés, el barón Hugo van Lawick, fotógrafo de vida silvestre, y también más tarde con Derek Bryceson, un miembro del parlamento de Tanzania que llegó a director de parques nacionales de ese país, puesto desde el que aplicó algunas de las extravagantes tesis de su esposa. Goodall fue caricaturizada en un episodio de Los Simpsons en el que una científica protectora de los chimpancés obliga a los primates a extraer diamantes de las entrañas de la tierra para enriquecerse. Aún vive.

A continuación, el escrito.

Gombe, 8 de enero de 1974

Ayer por la tarde pasó algo horrible. La ruptura que venimos observando desde hace casi dos años entre la comunidad de Kasakela y la comunidad de Kahama llegó a un pico de violencia que me cuesta aceptar. No fui yo la testigo de tan brutal episodio sino Hilali, que estaba en el lugar. Por eso ni siquiera puedo imaginarme la escena. Algunas veces sucede que un grupo de chimpancés choca contra otro. En apariencia esto se da por disputas territoriales. Los machos de la comunidad pasan al frente, a veces seguidos por las hembras en celo, y arrastran palos, agitan ramas, lanzan piedras y mueven la maleza profiriendo gritos y rugidos frente a los machos de la comunidad rival. Suele no suceder mucho más que esto. En general, el grupo de menor cantidad de integrantes se retira prudentemente del lugar. Otras veces hay peleas violentas.

Sin embrago, lo de ayer, que Hilali me relató esta mañana en el campamento todavía consternado, escapa a mi entendimiento.

Al parecer Godi, perteneciente a la comunidad de Kahama, se había alejado de su grupo para ir hacia unos árboles frutales. Nada extraño: los chimpancés suelen apartarse para disfrutar de una comida en solitario. Mientras hacía esa travesía, una patrulla de ocho chimpancés de la comunidad de Kasakela, se internaba rápida y cautelosamente en el territorio de los Kahama. Hilali dice que iban en fila india, en silencio, con el pelo erizado y aguzando tanto el oído como el olfato. Cargaban con cierta excitación contenida, unos nervios que no terminaban de dispararse. Godi, que comía trepado a un árbol, no los escuchó llegar.

De golpe, los machos más veloces de la patrulla se lanzaron sobre él y lo derribaron. Godi quedó atónito un instante, apenas unos segundos, antes de que su instinto de supervivencia se activara y se largara a correr. Liderados por Satán, los atacantes fueron tras de él corriendo hombro con hombro. Por fin, Beethoven alcanzó a tomarlo de una pierna, como en un tackle de rugby, y lo tumbó boca abajo sobre el barro.

Entonces Satán saltó sobre la cabeza de Godi con las dos patas y enseguida se sentó sobre ella sujetándole las extremidades con fuerza. Los otros dos, Beethoven y Orson, empezaron a golpearlo con saña. Goliat, un macho adolescente, y Mimí, una hembra, gritaban en segundo plano azuzándolos.

Orson, que es el más viejo de los machos de Kasakela, empezó a morder con sus escasos dientes gastados a Godi, que no llegaba ni siquiera a gritar ya que su rostro estaba hundido en el barro. Los otros golpeaban el cuerpo de la víctima con puños, patadas y palos. Que los chimpancés usan palos a modo de herramientas para escarbar hormigueros o a modo de disuasión es algo que sabemos hace una década. Pero que los utilicen como armas de ataque directo es algo inédito.

De algún modo Godi logró darse vuelta y empezó a dar unos chillidos en que se conjugaban el dolor y el terror. Puede sonar muy antropomórfico, pero Hilali mismo usó esa palabra para describir los alaridos: terror. Según él la paliza no duró más de diez minutos, al cabo de los cuales los chimpancés soltaron a su víctima, que quedó gimiendo inmóvil en el barro. Por último, cuando ya el grupo se retiraba eufórico, Satán se volvió sobre el cuerpo inerte de Godi, levantó una piedra de unos ocho kilos con sus brazos y se la dejó caer sobre la cara.

¡Cuánta crueldad! (¿Es correcto hablar de crueldad?) ¿De qué se trata todo esto, Santo Dios?

Gombe, 2 de febrero de 1974

Todavía sin noticias de Godi. Desde aquel ataque nadie del grupo de recolección de datos lo volvió a ver. Tampoco los rastreadores pudieron dar con él. La comunidad de Kahama está nerviosa, quién sabe si por la ausencia de Godi o por algo más. Es común que los chimpancés se oculten para morir. Temo que lo hayamos perdido.

Gombe, 7 de febrero de 1974

No hay explicación para el ataque a Godi. ¿Tendrá algo que ver con el fin del reinado de Mike como macho alfa de la comunidad? Desde su muerte la comunidad de Kasakela se dividió progresivamente –casi podríamos decir civilizadamente– en dos grupos que se repartieron el norte y el sur. De los catorce machos que tenía la comunidad bajo el gobierno de Mike, ocho se quedaron al norte, en Kasakela, junto a doce hembras y sus crías, y los otros seis se desplazaron a Kahama, al sur, junto a siete hembras. Todo había sido relativamente armonioso hasta ahora. A veces, inclusive algunos machos se cruzaban en la zona fronteriza de ambos territorios y compartían algunas horas junto al otro grupo. Las hostilidades empezaron aparentemente de golpe, pero me resisto a creer que no existan causas previas.

Gombe, 13 de marzo de 1974

El valle está raro, su atmósfera moral atraviesa una gran tensión. El tiempo transcurrido entre el ataque a Godi, en lugar de aplacar los ánimos parece haber incrementado la hostilidad. La frontera entre ambas comunidades es un polvorín solo recorrido por los machos. Las hembras se mantienen lejos y apartan a sus crías, incluso recurriendo a modos bruscos, por no decir abiertamente violentos, algo fuera de lo común en el trato de los chimpancés hembras para con sus hijos.

De noche, en el campamento, a veces oímos alaridos y golpes de piedras y palos. No son sonidos de enfrentamiento. Más bien parecen actos preliminares de la guerra.

Anoche discutimos con Emilie, una de las voluntarias, acerca de usar el término “guerra” respecto a estos acontecimientos. “Creo que la guerra humana es algo que es muy diferente”, dijo ella. “Sin embargo hay muchos otros tipos de animales en el mundo que participan en este tipo de comportamiento. Las hormigas, por ejemplo”, repliqué yo. Fue una discusión amable y constructiva. Ella argumentó con bastante razón que una guerra es una serie de enfrentamientos, algo que aquí no ha tenido lugar.

Gombe, 15 de marzo de 1974

Y sin embargo, quizá eso que parecen actos preliminares de la guerra sean la guerra misma.

Gombe, 29 de abril de 1974

Fui testigo. Hoy a la mañana hubo un nuevo episodio de violencia. La víctima fue el joven macho Dre, de la comunidad de Kahama. La escaramuza duró unos veinte minutos y fue brutal. Estuvo comandada por Larry y, como en la anterior, la hembra Mimí también participó, esta vez en serio. Otros dos participaron: Orson y Big Ben.

Dre al principio se defendió, llegando a herir incluso a Orson, lo cual al parecer reavivó la furia de los atacantes y provocó que Mimí se involucrase con patadas y mordidas. Cuando los atacantes lograron imponer su superioridad numérica, Big Ben, que es un macho de tamaño mayor de lo normal, empezó a retorcer y tironear las extremidades de Dre, como si estuviese intentando desmembrar un adulto de colobo después de una cacería. Dre chillaba de un modo horroroso pero ya no tenía cómo resistirse. Orson saltó sobre su cabeza tres veces y los gritos se apagaron hasta convertirse en unos gemidos resignados.

Una vez que su víctima pareció derrotada, los chimpancés gritaron al aire y sacudieron el follaje en lo que me atrevería a describir como un festejo. Se dieron algunos empujones entre ellos, al parecer sin intensiones agresivas. Mimí mordió al inerte Dre en un muslo hasta desgarrarle la piel. Brotó sangre y ella, poseída por la euforia, tiró y tiró hasta arrancarle una tira de piel a Dre. Con las manos ensangrentadas, lanzó un grito al aire y se golpeó la cabeza y el pecho. Ya el resto del grupo empezaba a alejarse y ella se unió chillando.

Dre no se movió más. Unos minutos más tarde las hembras Samantha y Panamá llegaron a la escena y, chillando, lo arrastraron dentro del follaje. Creo difícil que Dre haya sobrevivido.

Definitivamente los chimpancés intentaron matar a Dre, no me quedan dudas al respecto. ¿Es posible descartar la premeditación como elemento de la ecuación? En otras palabras, ¿es posible que detrás de esta violencia haya algo más que un impulso instintivo colectivo? ¿Qué rol ocupa la crueldad? ¿Puede el mal –por llamarlo de alguna forma– tener un papel en esta guerra?

Gombe, 12 de mayo de 1974

Esta mañana tuvo lugar la primera represalia de la comunidad de Kahama para con la de Kasakela. Hasta ahora no habían respondido a los ataques de los otros. Un grupo de los de Kasakela se movía con bastante sigilo por una zona segura para ellos. Satán encabezaba y al centro iba Beethoven. El resto eran tres hembras y dos crías. De repente, el chasquido de una rama. Todos se pusieron alertas e intentaron penetrar el sotobosque con sus miradas. Un nuevo sonido frágil. Los pelos se erizaron pero ninguno se movió. Entonces la vieron entre el follaje: era la enorme, torpe e inofensiva sombra de un jabalí de monte. Hubo gestos de alivio y los chimpancés siguieron su marcha.

Cinco minutos después volvió a sorprenderlos otro sonido. Era el chillido de una cría. Los machos se miraron fugazmente y se lanzaron detrás del chillido. Se internaron mucho en la maleza y vieron cómo una hembra de Kahama huía por los árboles con su cría a cuestas. La persiguieron pero iba muy adelantada y decidida. Ni siquiera se detenía para mirar cómo iban sus captores.

Pero todo aquello resultó no ser más que un señuelo. Mientras Satán y Beethoven se cansaban alejándose, cinco hembras de la comunidad de Kahama lideradas por Samantha y Panamá caían sobre las tres hembras y dos crías de Kasakela. Iban en un estado de frenesí parecido al celo. Las hembras de chimpancé no suelen entrar en celo a la vez más que por casualidad. Es decir, su celo nunca se sincroniza. Pero esa excitación y agresividad coordinada da que pensar. ¿Podrían los ciclos sexuales de esas hembras, de algún modo aun misterioso y oculto para nosotros, haberse regularizado a fin de incrementar la potencia del ataque? ¿Puede la naturaleza de los chimpancés lograr una excitación pareja y generalizada tal como la que observamos en mujeres humanas cuando, por ejemplo, salen los Beatles a escena? Y si la respuesta fuese afirmativa, ¿se habrá adaptado el ciclo de las hembras al de la hembra líder Samantha o se tratará de una adaptación al azar?

En todo caso, lo que siguió fue muy salvaje. Las hembras de Kahama golpearon a las otras sin piedad ni pausa. Patadas, puñetazos y mordidas cayeron sobre las tres víctimas y sobre sus crías. Estas no reaccionaron, justamente por estar con crías encima. Como estrategia de defensa una hembra con hijos nunca reacciona. Esta pasividad característica le impide volverse una amenaza para el atacante; así su cría permanece fuera de peligro. Panamá, con los ojos inyectados en sangre, se lanzó sobre la hembra que iba sola. Mientras la sujetaba de los brazos por detrás y le mordía la cabeza, Samantha le pateaba el vientre son saña. Su reacción de desesperación puede ser señal de gran dolor pero también de preñez. ¿Estará encinta esa hembra? ¿Lo sabrían sus rivales?

Mientras tanto, las otras tres hembras se encargaron de las dos madres. No necesito decir que fue una lamentable demostración de furia. Lo que vale la pena consignar es que una de las atacantes tomó a una de las crías de una pata y la golpeó contra el suelo varias veces. Sin duda buscaba matarla, pero no es posible saber si lo logró ya que la madre logró arrebatársela de las manos y huyó llevándola consigo.

Cuando terminaron con la hembra sola, Samantha y Panamá se fueron contra la madre que quedaba. Su objetivo parecía ser quitarle la cría. Y seguramente lo hubiesen logrado si en ese momento no hubieran irrumpido Satán y Beethoven con toda su fuerza para defender a las hembras. La intervención de los machos torció de modo contundente la correlación de fuerzas y las hembras de Kahama se replegaron hasta perderse entre gritos y alaridos en el follaje.

Considero que esta venganza es señal suficiente de que el fenómeno al que asistimos por estos días en el valle puede ser llamado “guerra”. Deseo no estar en lo cierto.

Gombe, 14 de mayo de 1974

¿Qué pensar del ataque de las hembras de Kahama a las de Kasakela? Pareció estar destinado a ellas, pero en especial a sus crías. ¿Existirá alguna clase de conexión entre hembras tanto para el bien como para el mal? Lo del bien, lo admito, es más una expresión de mi deseo. Lo único observado hasta ahora fue una peculiar vocación de daño de hembras contra hembras. En un punto podría decirse que buscaban atacar la descendencia, como si procuraran dañar a más largo plazo que cuando los machos se trenzan en disputas de efectos más acotados. La mirada diabólica de Panamá es algo que difícilmente consiga olvidar alguna vez.

Gombe, 1 de julio de 1974.

Hoy tuve presentimientos siniestros todo el día. Estuve en el campamento ordenando unas muestras y ocupándome de completar pedidos de provisiones. La situación creada por los rebeldes de Zaire está complicando el aprovisionamiento y la cantidad de energía que tengo que poner en esas cosas viene incrementándose. Sin embargo, como una música de fondo en mi espíritu, presentí la muerte todo el día, como si un viejo orden estuviese cayendo en algún lado con consecuencias impredecibles. Suena desmedido, lo sé, pero no encuentro palabras mejores para describir ese sentimiento.

Por la noche mi pálpito se vio confirmado en cierto modo. Nadie vio cómo ni a quién atacaban, pero unos pescadores que pasaron por casualidad dijeron haber oído el sonido de un enfrentamiento feroz hace dos días en Kahama.

Gombe, 4 de julio de 1974

Después de rastrillar el área de Kahama durante los últimos tres días nuestro equipo de campo encontró el cuerpo sin vida ni forma de Ferguson. Estaba tirado muy cerca del curso del Kahama. Sus lesiones –que no describiré– incluyen mordidas y desgarros. ¿Canibalismo?

Gombe, 29 de julio de 1974

Ayer Emilie fue evacuada del campamento debido a un brote de chikungunya. Esta enfermedad es transmitida por una clase de mosquito que aquí abunda. El nombre del virus significa “retorcerse” en la lengua kimakonde y los síntomas realmente le hacen honor. El traslado se demoró bastante más de lo deseable debido a los rebeldes del Zaire y su perniciosa influencia en la zona.

Gombe, 7 de septiembre de 1974

Hace dos días vimos algo tremendo. Madam Bee, de la comunidad de Kahama, fue atacada por dos hembras de Kasakela mientras se refrescaba junto a su cría en un arroyo. Las dos, una de las cuales era Mimí, aparecieron de repente por detrás de ella y le arrebataron la cría en apenas segundos. Atemorizada, Madam Bee cruzó el arroyo y permaneció allí gritando mientras las dos hembras apedreaban a su cría. Cada tanto Madam Bee intentaba volver para salvar a su hijo, pero las dos hembras la intimidaban.

El lamentable espectáculo duró pocos minutos, no más de cinco, hasta que finalmente la cría murió casi sin hacer ruido. Madam Bee, sin animarse a intervenir pero tampoco a huir, gritaba y se golpeaba la cabeza. Si me preguntaran alguna vez si los chimpancés pueden demostrar dolor en un sentido moral o espiritual no dudaría en describir los gestos de Madam Bee durante esta escena. Su mirada había adquirido una inusitada y profunda pena. Y sin embargo no atinaba a hacer nada útil por su cría, como si una fuerza extraña la paralizase.

Pero eso no fue todo. Mimí tomó el cuerpo de la cría muerta y, después de arrancarle un pedazo de piel, empezó a comer su carne. Cada dos o tres bocados frenaba, el hocico enteramente ensangrentado, y miraba a la madre ya resignada. Los agujeros de la nariz se le contraían y expandían. Evidentemente hiperventilaba. Comió varias veces de la cría muerta hasta que arrojó su cuerpito lo más lejos que pudo. Después las dos se volvieron hacia el lugar del que habían venido y desaparecieron.

Estoy acostumbrada a ciertas violencias por parte de los machos. Violencias que no pocas veces terminan en muerte. Pero esta clase de violencia entre hembras es algo para mí nuevo. Además, lo sistemático de todo esto empieza a llenarme de dudas respecto de la verdadera naturaleza de los chimpancés.

Gombe, 25 de septiembre de 1974

Leo en una revista francesa una entrevista a Mick Jagger, de los Rolling Stones. En un pasaje habla del fenómeno de las mujeres desquiciadas en sus conciertos. Jagger menciona, aunque de un modo menos florido, que las fanáticas llegan a orinarse encima durante esos episodios de histeria masiva. También dice que muchas veces las mujeres los arañan y los muerden.

Sé que se trata de un pensamiento heterodoxo, pero veo en esas mordidas obvios intentos de incorporar, literalmente, parte del ser del ídolo. Todo héroe es objeto de un culto y, por ende, de sacrificios. Me pregunto si habrá algo de eso en el comportamiento recientemente observado entre las hembras chimpancés.

Gombe, 2 de noviembre de 1974

Encontramos un feto muerto de chimpancé en la zona de Kasakela. ¿Se tratará del que llevaba en el vientre aquella hembra víctima de Panamá y Samantha? No lo creo. Aquel ataque fue en mayo. ¿Entonces? ¿Un aborto espontáneo de otra hembra? Difícil, casi imposible, determinar de qué se trata. De todas formas tomamos muestras para analizar en laboratorio.

Gombe, 25 de diciembre de 1974

Navidad. Fecha agitada por esta parte del mundo ya que los rebeldes de Zaire han decidido intensificar su actividad y Mobutu parece decidido a derrotar los tribalismos. Esta situación ejerce presión sobre el territorio en que estamos nosotros. Ahora el Centro de Investigación teme que la zona sea declarada como peligrosa. El río que traga todos los ríos amenaza también con tragarnos a nosotros. Mi principal deseo para el año que viene es que la guerra interna no se trague a los chimpancés.

Gombe, 7 de enero de 1975

Se cumple un año del inicio de la guerra de los chimpancés. Durante este tiempo he empezado a desconfiar realmente de ellos, a dudar de la bondad innata que creí que los habitaba. Pero también albergo dudas acerca de nuestro proceder como científicos. Me resulta duro confesarlo y por eso lo expreso por primera vez en esta bitácora. No es tema de debate entre los que conformamos el grupo de investigación. Los chimpancés de Gombe vienen siendo aprovisionados con comida hace años por parte nuestra. La semilla de esta duda la sembró al pasar Josep Call hace como un mes. Simplemente dijo: “¿No habremos sido nosotros con las bananas?”. Fue casi un chiste en medio de una conversación más grande con más personas. Pero desde entonces me pregunto, ¿no habremos sido nosotros? Este conflicto violento entre grupos podría deberse a causas no naturales. Nosotros, nuestra actividad, podríamos ser esas causas no naturales.

Aunque, claro, este escrúpulo que viene creciendo en mí podría no ser más que un intento de mi inconsciente por negar la naturaleza maligna de los chimpancés.

Gombe, 22 de enero de 1975

Hace semanas que no vemos al macho joven Berni, de la comunidad de Kahama. Parece muy probable que haya habido un ataque no registrado y lo hayamos perdido.

Gombe, 29 de enero de 1975

Mi viejo amigo Malthus ha muerto. Fue el primer chimpancé que me dejó acercarme a él y en todos estos años cultivamos un cariño mutuo e inmenso. Cuando a la muerte de Mike la comunidad empezó a dividirse pareció que Malthus iba a quedarse con los de Kasakela. Y sin embargo, sin explicación, un buen día abandonó a sus compañeros y se mudó al sur con los de Kahama. Esos mismos compañeros son los que lo atacaron hace dos días. Hilali estuvo presente y no duda de la determinación de los chimpancés de matar a Malthus. Su relato está cargado de bronca. “Iría a matarlos yo mismo”, dijo en un momento de su narración Hilali. Y lo entiendo.

Lo atacaron de a tres, sin piedad. Cuando terminaron, Hilali los siguió un tiempo y registró su salvaje excitación. Golpeaban troncos, lanzaban rocas en señal de triunfo. Luego Hilali volvió a donde Malthus había quedado y lo vio sentado, respirando con dificultad y temblando. Con una mano se tomó la muñeca de la otra y la balanceó muerta. Estaba rota, inútil. Sangraba mucho en el rostro.

Ayer volvimos al lugar a buscarlo y sólo encontramos una gran mancha de sangre. No albergo falsas esperanzas respecto a su suerte.

Estuve llorando. Sé que está mal, pero siento unas ganas inmensas de vengar a mi amigo. Me metería ya mismo en el bosque con un buen rifle y los descosería a balazos.

Gombe, 6 de febrero de 1975

Parece bastante claro que los machos de Kahama están condenados. Si Berni vive –cosa que está por probarse– solamente sobreviven dos, él y Sniff. Quizá detrás de esto finalmente no haya más que una disputa por las hembras.

Gombe, 10 de febrero de 1975

Leo la entrada anterior del diario y ya es obsoleta. Hoy murió Madam Bee, atacada por machos. La destrozaron de la misma depravada manera que a los machos antes. Al final, Satán hizo cuenco con su mano y bebió la sangre que manaba de su cuello mientras los demás miraban en silencio. Parecía un ritual demoníaco. Madam Bee murió allí mismo, lo cual nos dio oportunidad de examinar sus heridas. Imagino que en las trincheras de la Primera Guerra pueden haberse visto lastimaduras parecidas.

Gombe, 24 de marzo de 1975

Ayer los rebeldes del Zaire cruzaron el lago Tanganyika y se llevaron a Josep Call, Janine, Rupert y Betty, tres voluntarios estadounidenses llegados hace poco. A nosotros están evacuándonos. Ruego que no empeore todo.

Dar es-Salam, 26 de marzo de 1975

Estamos a salvo en la ciudad mientras las autoridades procuran dar con el paradero de nuestros compañeros. No he dormido en dos días. Siento que no puedo hacerlo. ¿Estarán todavía con vida? La gente del consulado opina que sí, que no tendría sentido político penetrar en un territorio y simplemente matar a alguien.

Pienso también en mis chimpancés, ¿cómo estarán?

Dar es-Salam, 27 de marzo de 1975

Esta mañana conseguí dormir un poco. Por la madrugada supimos que nuestros colegas están vivos. Los rebeldes piden rescate. Aunque toda la cuestión está obviamente fuera de nuestras manos, ya telefoneé a gente de Londres para empezar a conseguir parte del dinero que piden.

Dar es-Salam, 6 de abril de 1975

Lloro la mayor parte del día. A la angustia por los colegas se suma la enorme probabilidad de que nuestro proyecto sea discontinuado.

Ayer llegaron las familias de los colegas. Fue un momento muy triste y tenso. Extraño e incómodo. Los contactos con los rebeldes se espacian y, aunque las autoridades buscan transmitirnos calma, todos nos damos cuenta de que el paso del tiempo no es un buen augurio.

Dar es-Salam, 8 de abril de 1975

Hoy la madre de Janine sufrió una descompensación y tuvo que ser internada unas horas en una clínica del centro. Es una mujer mayor y el clima de esta ciudad no ayuda. El incidente, sin embargo, nos hizo salir de nuestro estado de shock y nos puso en movimiento.

Dar es-Salam, 15 de abril de 1975

Ayer iban a liberarlos pero algo salió mal. No sabemos nada más que eso, nos mantienen casi aislados. La tensión es insoportable. Siento que no duermo hace un siglo.

Dar es-Salam, 17 de abril de 1975

¡Los soltaron! Ahora los parientes van rumbo a Gombe otra vez para encontrarse con ellos. Seguimos sin tener mayores novedades pero hay alivio generalizado.

Dar es-Salam, 18 de abril de 1975

La escena sucedió fuera de nuestra vista. Un helicóptero de la guardia nacional escoltó a los parientes hasta el punto donde estaban nuestros compañeros. Por la noche hablé con Josep Call. Su voz parecía más débil, quebrada, pero todas las palabras que intercambiamos fueron dulces. Mientras sujetaba el tubo del teléfono no pude evitar llorar. Josep fue amable. No lo había pensado hasta ahora, pero había en mí todo este tiempo un temor al reproche, cierta culpa que me hacía sentir prevención frente a posibles palabras de resentimiento por parte de cualquiera de los cuatro. Sólo hablé con Josep, pero ese miedo se disipó con la última lágrima que brotó de mis ojos durante nuestra conversación.

Dar es-Salam, 19 de abril de 1975

Ya los cuatro volvieron y están en el hospital. Pudimos verlos. Están terriblemente flacos, bastante deshidratados. A pesar del shock una puede descubrir el alivio en sus miradas. No hubo reproches. Y los parientes han vuelto a vivir.

Janine, Rupert y Betty planean volver de inmediato a sus hogares en los Estados Unidos. Josep me dijo que aún no sabe qué va a hacer.

Dar es-Salam, 22 de abril de 1975

Hoy hablando con Josep se distendió y contó las primeras anécdotas del secuestro. Yo estaba sentada junto a su cama y él hablaba mirando por la ventana. Cada tanto una enfermera entraba a controlar su suero. Más allá del trato violento relativo a la situación particular –es decir, órdenes terminantes, las obvias privaciones, tironeos, algún que otro golpe– Josep rescata ciertas cosas de sus captores. No siente ira hacia ellos, incluso tiende a justificarlos. Mencionó como virtudes su juventud, su inexperiencia, su idealismo.

Con los otros no conversé en profundidad, pero por los dichos de los familiares sé que su mirada acerca del asunto es más o menos parecida.

Todo esto resulta sorprendente. La historia humana está plagada de secuestros y ha habido muchos estudios, particularmente en los últimos años, sobre los efectos que estos incidentes pueden ocasionar en las víctimas. Pero ser testigo de ello es llamativo. Mientras las víctimas primarias del caso consiguen empatizar con sus victimarios, las víctimas secundarias, que seríamos nosotros, sentimos nacer dentro nuestro un rechazo al cuadro entero. Se siente tanto rechazo por los secuestradores que oír a los secuestrados refiriéndose a ellos con palabras piadosas dan ganas de enviar todo y a todos al demonio.

Por la tarde me comuniqué con el Centro de Investigación para ver la manera de retomar nuestro proyecto.

Dar es-Salam, 7 de mayo de 1975

Hoy volvieron a su país Janine, Rupert y Betty junto a sus familias. La despedida no fue cálida, tampoco fría. Mañana parte Josep Call. Entiendo lo que hacen pero no puedo evitar sentirme abandonada.

Ya deseo volver a mis chimpancés.

Gombe, 20 de mayo de 1975

De vuelta en el campamento pero sólo de manera temporaria. Por decisión gubernamental ya no podrán trabajar investigadores extranjeros en Gombe. Yo misma sólo puedo permanecer aquí con escolta armada. Imposible investigar nada así. La responsabilidad en la recolección de datos pasará al personal tanzano. Estoy aquí para ultimar detalles. Después vuelvo a la ciudad. Los voluntarios tanzanos tienen todos al menos un año de formación en las tareas de recolección de datos, pero hasta ahora la mayoría seguía trabajando en rastreo. Les pasaremos el testigo y nos marcharemos.

Gombe, 22 de mayo de 1975

Por la mañana hice una excursión, la última. Dos guardias me seguían de cerca por más que intenté hacerles ver que no había peligro. No encontré a ninguno de mis amigos. Ni Berni ni Sniff ni nadie.

Mañana parto, no sin pena.

Dar es-Salam, 2 de junio de 1975

Recibo un informe de Gombe según el cual Berni fue secuestrado por una patrulla de machos de Kasakela. Lo tomaron por sorpresa entre tres y se internaron en la espesura llevándoselo. Ya no albergo ninguna clase de esperanza respecto a los chimpancés. La bondad diferencial que creí ver alguna vez en ellos, eso que los distinguía de las personas, no existe. No existe. Y los chimpancés no piden rescate.

Dar es-Salam, 24 de noviembre de 1975

Meses sin noticias de Berni ni de Sniff. Parece habérselos tragado la jungla. Más allá de lo poco fiable de los datos recogidos por los voluntarios nativos, probablemente la comunidad de Kahama ya no exista más. La guerra parece haber terminado y el saldo es favorable para los de Kasakela.

Todo lo sucedido en estos casi dos años, la violencia intercomunitaria, el canibalismo, han cambiado mi visión de la naturaleza de los chimpancés, seguramente para siempre. Durante años creí que ellos, más allá de las similitudes sorprendentes con nosotros, eran en múltiples aspectos más atractivos. Pero han demostrado ser igual o peor de bárbaros. La oscuridad también conforma su naturaleza y, cuando aflora, no tiene nada que envidiarle a nuestro lado sombrío.

Estos hechos han puesto en escena una clase de violencia distinta de aquella relacionada meramente con la supervivencia. Aquí no se trataba de alimentarse, de ganar territorio o de apropiarse de hembras para perpetuar la especie. Esto fue, ¿cómo decirlo?, gratuito. Sin objetivos aparentes ni velados. Tal vez el tiempo nos dé otra perspectiva y otro entendimiento, pero nada de eso cambiará mi forma de ver a estos seres. Decepción sería un buen término para describir lo que siento. Una decepción profunda, moral y espiritual.

Pero hay algo más. Por las noches me despierto viendo a Mimí comerse la cría muerta o a Satán bebiendo la sangre de Madam Bee como un vampiro. En esos momentos en que la pesadilla empieza a ceder terreno frente a la vigilia, mientras la transpiración empieza a secarse enfriando mi piel, en lugar de alivio por haber despertado siento una desesperanza profunda y paralizante.

Pero no. Eso no es exacto. Podría definir mejor lo que siento en esos momentos.

Sí. Creo que sí.

Sí.

En esos momentos siento algo animal, algo atávico.

Siento miedo.

No.

Diría que es más bien horror.

Horror.

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