Zenk en la Biblioteca

Sebastián Napolitano
Chicas
Published in
5 min readMar 17, 2020

Zenk en la biblioteca

La persona que trajo la donación era un chico nervioso que me contactó primero por mail. Me explicó que se acababa de mudar a un departamento en Villa Urquiza donde había encontrado un material que podía ser útil para la biblioteca.

–Mi novia –me dijo– encontró las cajas con las partituras en un armario y no me animé a tirarlas. Cuando pregunté me aconsejaron que lo mejor era donarlas a un conservatorio.

Según le había contado el portero del edificio, el antiguo dueño del departamento había muerto hacía unos años y era un hombre solitario, sin familiares directos que en sus últimos años apenas salía a la calle.

–No sé su nombre –aclaró. Un vecino me dijo que era compositor.

Cuando dejó las cajas parecía haberse sacado un peso de encima.

El material consistía en diez o doce cajas de partituras ordenadas por género, en perfecto estado, algunas envueltas, protegidas contra la humedad. Entre ellas encontré también postales, viejas boletas del gas y recortes de diarios amarillentos. Separé algunas sonatas para violín y cuartetos de cuerdas que parecían ejemplares raros. En una de las cajas había música de Stockhausen, Cornelius Cardew y Luciano Berio, un material valioso que suele ser raro de encontrar en internet. La mayoría de las ediciones, según deduje, habían sido encargadas o compradas directamente en Europa. Entre las partituras encontré la de un autor que desconocía. Ludwig Zenk, Sonata op. 1. La sonata estaba dedicada a Anton Webern y todo indicaba que Zenk había sido su alumno. Puse la partitura debajo del velador de mi escritorio. La escritura era densa, menos despojada que la de su maestro. Silencios y figuras breves, acordes cargados se dispersaban en la página. Era la hora de irme y me distrajo el sonido de un metrónomo que venía desde algún lugar impreciso. Cerré la oficina. Detrás de la puerta de una de las aulas se escuchaban los golpes regulares del mecanismo pero nadie practicaba escalas ni estudiaba. Cuando me fui, el metrónomo seguía marcando el pulso en el aula vacía.

Al día siguiente busqué a Zenk en YouTube. Me llamó la atención no encontrar ninguna versión de sus obras, ni siquiera la de su Sonata op. 1 por la que había obtenido un premio en 1933. Según el anuario de la revista británica Musical Times, el 13 de julio de 1976, la BBC emitió la sonata tocada por una pianista llamada Käte Wittlich (de la que, hasta ahora, no pude encontrar grabaciones, fotos, ni el menor dato biográfico). El breve y único artículo de Wikipedia sobre Zenk parecía reelaborar el de una enciclopedia austríaca. Nació en Viena en 1900, tomó algún curso del propio Schoenberg, fue alumno formal de Webern, recibió algún premio menor. Omitía (a diferencia de la enciclopedia) que había sido reclutado por la Volksstrum en 1945. Nada en particular se decía sobre su muerte a los 49 años.

Después busqué su nombre en la última edición del Grove’s Dictionary of Music and Musicians. En el volumen correspondiente a la zeta encontré la entrada de un tenor italiano llamado Giovanni Zenatello que, al parecer, cantó regularmente en Buenos Aires entre 1903 y 1910 y que murió en 1949 (el mismo año que Zenk), la de un musicólogo alemán, Hermann Zenck, especialista en Sixt Dietrich y Willaert, dos músicos del renacimiento. La siguiente entrada del diccionario era la de Hans Zender, un director alemán nacido en 1936. Por las dudas revisé la edición anterior del Grove, la de 1980, pero no había ningún cambio. Días más tarde encontré una foto, la única que parece haber en internet. Zenk figuraba en la Petrucci Music Library, una página que se dedica a nuclear obras que están bajo dominio público, como arreglador de Augenlicht, una obra para coro y orquesta de Webern. No había una sola de sus obras originales, ni siquiera consignadas en un catálogo. Miré con detenimiento la foto en blanco y negro, de baja calidad, en la pantalla de la computadora. Me pareció que su cara expresaba cierta melancolía. Aunque mirando con atención, en su sonrisa de costado, creí ver también un gesto de ironía o de burla. En el retrato, el compositor lleva anteojos, un moño, una camisa a cuadros abrochada hasta el cuello. La imagen es borrosa.

Dejé de pensar en Zenk por un tiempo, también de vagar por las mismas páginas de internet con escasa información que ya había visitado una y otra vez. Me distrajo ingresar en el catálogo las partituras de la donación. Unos días después abandoné los títulos, fechas y editoriales, volví a escribir el nombre de Zenk en el buscador y en una página que no había visto antes encontré algunos datos nuevos. Después de sus estudios con Webern se dedicó a dar clases privadas. Durante diez años fue director de un teatro en Josefstadt para el que escribía música incidental. En 1944 entró al ejército y trabajó en una fábrica de armamento. Un año después, por una enfermedad nerviosa, su mano izquierda quedó paralizada y fue trasladado a la Volksstrum, una sección del ejército alemán que reclutaba a personas consideradas no aptas para el servicio militar. Le gustaba caminar por las montañas, la jardinería y era fotógrafo aficionado. El artículo no ofrecía tampoco mayores detalles sobre su muerte e insistía en el poco reconocimiento que tuvo como compositor. El tedio me llevó a transcribir algunos de esos datos biográficos en Twitter y Juan Terranova me comentó: “Cuántos hay de estos. Qué seductores que son. El poeta menor. El olvido, que nunca es perfecto. Menos sabemos, más nos convocan”.

Todo el mundo sabe de las circunstancias de la muerte de Anton Webern, uno de los compositores más importantes del siglo XX, que una vez terminada la guerra, salió a fumar un cigarrillo con un encendedor de plata en la mano fuera de su casa de campo en los Alpes austríacos, del soldado norteamericano que, tal vez nervioso o alcoholizado, le disparó tres veces a quemarropa sin un motivo claro. Imagino para Zenk una muerte más prosaica. Un ataque al corazón después de una convalecencia, rodeado de familiares, aunque quién sabe. Un día, terminando mi trabajo, fotografié con el celular algunas páginas de la sonata de Zenk. Por la dificultad descarté de antemano estudiarla seriamente pero dejé que resonaran en mi piano los primeros acordes disonantes de la obra. En esos compases podían reconocerse con facilidad los doce sonidos de la serie, cada una de las doce notas de la escala cromática. El olvido nunca es perfecto.

https://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-791943071-krmpotic-carlos-mackevicius-ediciones-paco-_JM

--

--