Un poema patagónico

Juan Terranova
Chicas
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5 min readOct 17, 2023
Julio José Leite. Fotografía de Luciana Arzich.

Un amigo conoció a una chica por Internet. No fue hace mucho. Hablaron, se encontraron y empezaron a verse con frecuencia. Mi amigo me mostró fotos. En esas fotos se veía una mujer muy joven, de unos veinticinco años, en diferentes lugares. La playa, en una pileta, en un bar, y así. Lo primero que pensé es que había una diferencia de edad importante pero eso hoy no significa nada. Al tiempo, me los crucé a ambos en la despedida de un amigo en común. Nuestro amigo en común se iba de viaje y organizó una fiesta con mucha gente. No fue un encuentro premeditado pero nos pusimos contentos de vernos y tomamos una cerveza juntos. Él hizo las presentaciones del caso y me avisó que con ella, la chica de Internet, ya eran novios. Los dos sonreían. Hablamos, como siempre, de trabajo y de amistades mutuas y la chica me pareció muy linda aunque más simple que en las fotos. Después nos saludamos y cada uno siguió la noche por su lado. Unos días más tarde hablé por teléfono con mi amigo. Las cosas iban bien, pero había algo de su nueva novia que le molestaba. Me contó que tenían una vida sexual eléctrica, se divertían y podían pasar juntos mucho tiempo sin aburrirse. ¿Entonces? No me gusta la gente pobre, me respondió él. Era una frase bastante terrible. Después agregó, casi como justificándose, que ella vivía con su familia en un barrio lejano del conurbano bonaerense.

Pasó un tiempo y Federico Marcel me escribió desde Ushuaia. Me contó que Nicolás Romano, que se fue a vivir allá siendo muy joven, a su vez, le había contado que hacía unos años el poeta Julio José Leite y Manuel Zalazar, otro poeta y estibador fueguino, habían tomado la Melika, una barcaza a vela que cruzaba a la ciudad chilena de El Porvenir. No por la pequeña angostura, le explicó Romano a Marcel, sino por el cruce largo. ¿Qué iban a hacer Leite y Zalazar a El Porvenir? No importaba. Lo que importaba era que en el medio del cruce empezaron a emborracharse y Manuel escribió un poema en la vela de la barcaza. Escribió con todo el tiempo del mundo, y lo hizo confiado y amable por el efecto del alcohol y el silencio del paisaje. No es difícil de imaginar la situación. Manuel está con un amigo, es feliz, joven y escribe un poema directamente en el blanco de la vela que recibe el viento que los impulsa.

Romano le mandó el poema a Marcel y Marcel me lo mandó a mí. “Tiene cierto sabor, cierto humor patagónico que creo que vas a apreciar” me dijo. Es un poema muy breve y habla de cómo se confunden los muelles y los bares, y de cómo las gaviotas son hermosas y suaves en el aire, de cómo se fundía el paisaje de montañas y mar con el interior melancólico del poeta, y terminaba con dos versos sobre el exilio y sus banderas y su búsqueda.

Conocí a Romano en un viaje que hice a Ushuaia en el 2021. Compartimos una cena con empanadas, vino y lecturas en la casa de Marcel. Me contó de su militancia y que había elegido Tierra del Fuego como un lugar de exilio interior en la década del 70. Entiendo por qué le gusta y le entusiasma el poema y su impresionismo delicado.

Pero la anécdota no es la escritura del poema en la vela sino que a la vuelta, cuando volvieron en la misma barcaza, Manuel, esta vez sobrio, se sorprendió frente al poema, que no reconoció. ¿Cómo se iban a encontrar justo ellos un poema escrito ahí? Y cuando se lo señaló a su amigo, Leite se empezó a reír. Manuel festeja el hallazgo y Leite le dice riéndose: Pero ¿cómo no te acordás? Lo escribiste vos cuando veníamos para acá. Y Manuel, divertido, se seguía sorprendiendo: bueno, pero igual me parece muy bueno, aunque lo haya escrito yo.

Hay algo muy lindo en ese primer viaje inspirado y borracho y también en esa vuelta sorprendida. Hay complicidad en esas risas. Escribir borracho, corregir sobrio.

Un poema escrito por que sí en una vela, entonces.

Escrito para festejar una borrachera.

¿Qué mejor lienzo que una vela para escribir sobre el mar, la amistad, los muelles y los bares?

Un poema abandonado, olvidado, y un poema encontrado.

Leí algunos de los libros de Nicolás Romano que ya de grande, una vez matizadas las ganas de aventura, se dedicó a escribir historias propias y ajenas. Pero esta anécdota no la conocía. Marcel me reenvió un audio de Romano contando una parte y elogiando el poema. Su voz patagónica me llegó con mucha nitidez.

Y mientras escuchaba la voz de Romano y también, en otro audio, la voz de Marcel, sentí envidia de ellos. De Leite que fue un poeta muy bueno y un viajero sensible, de Manuel Zalazar a quien no conocí, de Romano y de Marcel, que son amigos y viven en una ciudad hermosa, con los paisajes más hermosos del mundo, y pueden compartir estas historias, contarlas y volver a contarlas como un poema que se pierde y se recupera.

Hay que pasar una tarde en Ushuaia, hay que navegar ese canal, para sentir esa pertenencia, esa alegría, ver cómo se mueve la luz del atardecer y cómo llega la noche.

Dos o tres días después me crucé con mi amigo, el de la novia de internet, y se la conté. Le conté esa anécdota. Se la conté como pude. Tratando de ser fiel a lo que había escuchado. Y cuando terminé, él me dijo que era una anécdota muy buena pero que no entendía por qué se la contaba. Y entonces le respondí que me había sorprendido su frase sobre la gente pobre y su novia. Y agregué que nadie en la patagonia tenía dinero, menos esos poetas estibadores que viajaban en una barcaza a vela desde Ushuaia a El Porvenir. Y entonces él se quedó pensando y me respondió que no lo había entendido. No me entendiste, me dijo. O quizás no me expresé bien. Los protagonistas de tu historia son ricos, ricos en paisajes y en experiencias. Y sobre todo tienen imaginación y talento. ¿Y entonces? le pregunté. No es un tema financiero, dijo. Y después agregó: aunque también es un tema financiero. Hizo una pausa. Y me habló rápido, como alguien que explica algo que ya explicó muchas veces. Mi novia es pobre porque no tiene imaginación, dijo. No puede imaginarse trabajando, ni ganando dinero, ni haciendo otra cosa que no sea lo que hace ahora. Jamás podría escribir un verso, ni viajar, ni emborracharse en un barco a vela. No le pregunté qué era lo que ella hacía porque sentí que me lo decía con un dejo de tristeza, un dejo de tristeza que elegí respetar. Después agregó una frase que me parece clave. Vive encerrada, dijo mi amigo. Al año siguiente se casaron. No hicieron fiesta. A mi amigo dejé de cruzarmelo por un tiempo y cuando lo volví a ver, me contó que era feliz. Estaba solo, sentado en un rincón de una cocina, en el cumpleaños de un amigo en común. Somos felices, me dijo. Brindamos por eso, aunque quizás no fueran esas las palabras. Es probable que haya usado otra expresión. Por mi parte, no encontré motivos para no creerle.//

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