Ana Ladio: ciencia y saberes ancestrales

Gabriela Auge
Científicas de Acá
8 min readMay 18, 2021

Desde chica, a Ana siempre le interesó conocer cómo funcionaba la naturaleza. Era así que soñaba con tener un Museo donde pudiera compartir su amor por la naturaleza y el interés en conocerla con todos los que visitaran el lugar. En ese momento ella ya entendía que la naturaleza no puede ser separada de las personas, todos tienen derecho a saber sobre ella y todos deberíamos involucrarnos en conocerla.

Ana Ladio dirige hace 15 años el grupo de Etnobiología del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA, CONICET, Universidad Nacional del Comahue) en Bariloche. Desde allí estudia el vínculo de los seres humanos con la naturaleza, entendiendo este vínculo como determinante para pensar en las adaptaciones de los ecosistemas, su conservación y su relación con las comunidades.

Nacida en la capital del país, pero rionegrina por elección, una conversación con Ana nos zambulle en un mar de conexiones entre la historia, la cultura, la ecología y los recursos naturales y además nos inunda con una visión de futuro donde la humanidad convive en armonía con su entorno.

“Experimentar nuestro entorno es lo único que nos puede ayudar a conectar con él”

Nacida y criada en la ciudad de Buenos Aires, el amor de Ana por la naturaleza y su interés por entender la naturaleza la llevó a anotarse en la carrera de Biología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Allí continuó su enamoramiento mientras cursaba en las gigantes aulas del Pabellón 2 junto a cientos de personas. Pero como la vida siempre tiene formas de sorprendernos, Ana apostó a formar una familia a los 20 años en la Patagonia, proyecto que la trasladaría a la ciudad de San Carlos de Bariloche. El cambio de proyecto de vida no mermó sus ganas de conocer siempre un poco más el mundo que nos rodea, y fue así que luego de algunos años Ana volvió a las aulas y retomó sus estudios en la Universidad Nacional del Comahue (UNCo). Aunque ya no lo hizo sola, junto a ella comenzó a cursar su pequeño hijo de 2 años. “Era muy compañero y estudiaba conmigo”, sin dudas él también sabía tanto de sistemática y nombres de especies como ella. Afortunadamente, Ana encontró contención en las aulas de esta universidad un poco más pequeña que la UBA y permitía un contacto más directo y personal con los docentes. La red de contención de profesoras, familia y amigas fue clave para seguir estudiando y a la vez criar a un hijo pequeño. No había, ni hay hoy en día guardería para estudiantes en la UNCo (hay muy pocas excepciones en el país), circunstancia que sin duda constituye una traba gigantesca para las mujeres que desean estudiar y son madres. El cambio de las aulas masivas de la Universidad en la gran urbe a grupos más pequeños de estudiantes en la Patagonia también permitió que pudiera experimentar de primera mano la motivación y emoción por la ciencia de sus profesores, quienes terminaron de marcar su camino.

Ciencia en contexto

En Bariloche y la Universidad Nacional del Comahue, Ana se volvió a enamorar, pero esta vez de la ecología: “ahí me entusiasmé con la visión ecológica y sistémica de la naturaleza”. Así fue que en su tesis de licenciatura, bajo la dirección de Marcelo Aizen, empezó a estudiar la importancia de las interacciones biológicas, más específicamente la ecología de la polinización de la flor de Amancay, una flor nativa de los bosques de la región cordillerana en la Patagonia. Este estudio se enfocaba en algo que a Ana le parecía oculto porque la ecología aún no contemplaba este tipo de preguntas que permitían desentrañar las relaciones de las plantas con otros organismos. Ana hacía sus muestreos en parches de flores de Amancay en el Cerro Otto. En esa época este y otros cerros de cercanía a la ciudad estaban particularmente siendo blanco de incendios forestales intencionales. Si bien la preocupación por perder su sitio de estudio debido a estos incendios –como le había sucedido a una compañera– iba en incremento, Ana comenzó a vislumbrar la necesidad de incorporar nuevos protagonistas en sus estudios: los seres humanos.

Fue entonces que gracias a la guía del profesor Eduardo Rapoport, reconocido ecólogo y biogeógrafo argentino, y a los intereses comunes que compartía con él, Ana Ladio comenzó a interesarse en las interacciones entre organismos y en especial, entre las plantas y el ser humano. Ana entonces se sumergió en la tarea de conocer y conectarse con otros grupos que estudiaban la interacción del ser humano con las comunidades vegetales, y de esta manera, ayudó a sentar las bases de la etnobiología en el país.

Porque la tierra nos habla

La etnobiología es el estudio que intenta comprender la relación de los seres humanos con su entorno, otorgando un contexto social a la biología. Si bien los humanos compartimos los órganos por medio de los cuales percibimos la naturaleza, no todos pensamos en ella de la misma manera ya que la información sensorial se percibe, interpreta y nombra bajo conceptos y valores propios de las sociedades. La percepción de la naturaleza es entonces un proceso cultural debe ser de una naturaleza conceptual y metodológica transdisciplinaria.

El trabajo de Ana involucra ponerse en contacto con poblaciones que viven en comunidad con su entorno en la Patagonia para conocer el sistema de creencias de esos grupos humanos –el conjunto de conocimientos que estos grupos poseen que influyen en su estilo de vida– y saber cuáles de esos saberes ponen en práctica y por qué, ya que se pueden traducir en actividades conscientemente transformadoras del ambiente. Ana se ocupa especialmente de la influencia de estas actividades sobre la comunidad vegetal y sus efectos en el desarrollo de estrategias adaptativas que permiten la generación de sistemas más resilientes. En un contexto actual donde la humanidad está afectada por una pandemia derivada del abuso de los recursos que tenemos disponibles, encontramos la muestra más concreta de la necesidad de entender cómo nos encontramos entrelazados con la naturaleza. Por lo tanto, comprender los procesos de evolución bio-cultural que tenemos los humanos con nuestro entorno es clave para nuestra subsistencia.

Nuestro contacto con la naturaleza

La etnobiología contempla muy de cerca la historia de los pueblos originarios, comunidades que han sido vulneradas repetidas veces a través de la historia nacional pero que conservan un patrimonio biocultural fundamental. Este patrimonio está compuesto por la herencia cultural (todas las prácticas que han pasado por generaciones) y la herencia biológica (las poblaciones de plantas, servicios ecosistémicos, etc.) que se proyectan en un paisaje, también heredado por generaciones. En su interacción con las comunidades indígenas y criollas, Ana y su grupo de trabajo han visto que las personas que más contacto tienen con el ambiente y están pendientes del mismo pueden identificar más plantas comestibles que otras personas que habitan las mismas zonas rurales. El desapego de la sociedad moderna con la naturaleza es consecuencia de esa dualidad en que se percibe a la naturaleza como algo exótico y especialmente disociado en las comunidades urbanas. La sociedad de mercado tiene un vínculo con la naturaleza distorsionado, disruptivo y alienante basado en la dominación y la explotación. Aprender sobre nuestro entorno en definitiva es poder crear otro tipo de vínculo, de compromiso de cuidado, que tiene además un gran impacto sobre nuestra soberanía alimentaria.

Las plantas también son indicadoras de salud de los ambientes y de potenciales cambios climáticos que pueden influir en el manejo de las actividades realizadas por las comunidades que viven en esos mismos ambientes. Estas señales vegetales (etnoindicadores) ayudan a la adaptación de las prácticas que permiten encontrar soluciones ambientales. El trabajo de Ana evidenció que el uso que las personas hacen de los ambientes es dinámico y está fuertemente influenciado por el reconocimiento de los etnoindicadores.

Conservación de los ambientes

La relación dinámica que tienen las sociedades tradicionales con el ambiente hace que tengan un rol determinante en la construcción, mantenimiento y conservación de la biodiversidad. Y la conservación para Ana no significa “no usar”. La evidencia muestra que los bosques que creíamos prístinos son en realidad bosques manejados desde hace miles de años por las poblaciones tradicionales que han cazado, recolectado y habitado en ellos: los seres humanos hemos sido parte en la construcción del paisaje durante miles de años. En Patagonia, los bosques de araucaria han sido manejados por las comunidades mapuche-tehuelches por miles de años, incluso han sido expandidos más allá de sus hábitats nativos gracias a este manejo. Los bosques quizás serían otros si estas poblaciones no hubieran vivido en ellos, y Ana asevera que incluso podrían no existir: el 40% de áreas verdes que quedan en el mundo están en manos de comunidades originarias que han resguardado su entorno mediante prácticas y normas culturales.

Ana Ladio es referente mundial en el entendimiento de estas interacciones entre procesos culturales y biológicos, y su trabajo es clave para promover el establecimiento de prácticas bioculturales de conservación.

Una explosión de colores y vida

Según Ana, una caminata por los bosques de lenga en otoño podría convencer hasta al más fuerte oponente de que vale la pena conservar estos ambientes. La explosión de color rojo, el gradiente de matices cálidos a medida que uno va subiendo la ladera de la montaña, puede llenar de emoción a cualquier persona. Ana cree fuertemente que podemos aprender de los saberes de poblaciones originarias que tienen éticas ambientales completamente diferentes. Porque sentir esa emoción generada de la experiencia directa con el ambiente es necesaria para amar y valorar al bosque. Necesitamos esa experiencia fisiológica. Sentir el compromiso de regenerar el entorno al sentirse parte del mismo y saber que las próximas generaciones pueden perjudicarse si no se cuidan. Y, más que nada, saber que un ecosistema puede ser resiliente si es intervenido de manera respetuosa. Para Ana Ladio es clave comprender la historia biocultural mediante la etnobiología, solo de esta manera podremos tener un punto de inflexión que genere la conversación entre ecólogos, biólogos y las comunidades que habitan los ambientes a preservar.

Sobre las autoras:

Esta nota para Científicas de Acá la realizó Gabriela Auge del equipo de ARG Plant Women.

ARG Plant Women es una red de Mujeres Comprometidas, Apasionadas, Inquietas, que trabajen en disciplinas relacionadas con las ciencias de plantas. Nuestro objetivo es el de incrementar nuestra participación en seminarios, conferencias, charlas, consultorías, entrevistas, etc. Con esta red aspiramos a generar un grupo de contención y colaboración que nos de visibilidad, y nos permita compartir nuestros saberes, oportunidades laborales y de colaboración como un nuevo recurso para diversificar y hacer más justos nuestros espacios y el trabajo al que nos dedicamos con mucha entrega cada dia.

​​Para saber más sobre ellas y unirse a la comunidad: https://argplantwomen.weebly.com/

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