Carolina Vera: al calor del feminismo

Julieta Alcain
Científicas de Acá
8 min readMar 23, 2021

“Así como la red de mujeres que hoy guía al feminismo, en las ciencias del clima hemos hecho red naturalmente siempre: apoyándonos entre científicas”.

Ilustración: Andrea Cingolani

Carolina levantó la mano. Estaban en una reunión científica de Meteorología, en Brasil, y quería expresar su desacuerdo con el reconocido investigador que había dictado la conferencia. El silencio de la audiencia fue abrumador. Luego, cuando le pidieron que se excusara en privado él le espetó: “A mí no me gusta que me contradigas en público”. En esta corta y patriarcal frase se encierra una realidad común a muchas mujeres, tanto en ciencia como en otros ámbitos: para nosotras, disentir con un varón puede tener un precio muy alto.

Muchas veces a lo largo de su carrera tuvo que enfrentar estas situaciones y, aunque logró salir airosa, sabe que no lo hizo sola. Por eso enarbola las redes de apoyo entre mujeres como un pilar de su trayectoria. Porque, como diría Elvira Rawson, no somos tan pocas ni estamos tan solas.

Hoy, es una prominente investigadora. También es la representante por Latinoamérica en la mesa directiva del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) y la jefa de Gabinete del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MINCyT) de nuestro país.

Ella es Carolina Vera, y esta es su historia.

Sola y acompañada

La familia Vera tiene una larga relación con el pronóstico del tiempo. En la casa de su abuela, en su ciudad natal de San Nicolás de los Arroyos, era común discutir si iba o no a llover para decidir dónde poner la mesa de fin de año. “Si se escucha el tren, es porque no va a llover”, decía su mamá, y entonces armaban todo para cenar en el jardín. Juntas, solían ver las nubes y maravillarse con las tormentas eléctricas que asustan a la mayoría. Y si bien sus primeros pronósticos fueron intuitivos y empíricos, Carolina creció para convertirse en una meteoróloga reconocida en el país y en el mundo.

Cuando empezó a estudiar, había una proporción bastante alta de mujeres en su carrera. De hecho, en el año en que ella ingresó, eran mayoría. Obtuvo su título en 1986 y comenzó un doctorado analizando la asimilación de datos, la matemática necesaria para la meteorología. Lamentablemente para ella, el director de su tesis aceptó poco después un puesto de trabajo en el exterior, se fue de la Argentina y la dejó en una especie de orfandad académica. Quien la “adoptó” fue Mario Núñez, pero trabajaba en temas de investigación muy poco relacionados y no podía serle de mucha ayuda.

Carolina siguió avanzando sola, como podía, leyendo trabajos y probando modelos.

Presentó sus primeros resultados en un congreso interamericano en el que, por casualidad, estaba Eugenia Kalnay. Esta meteoróloga argentina, quien había sido la primera mujer en doctorarse en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, en Estados Unidos), quedó impresionada por la calidad de su trabajo. No podía creer que Carolina hubiera hecho todo eso sin dirección. Aquella mala fortuna se transformaba en su golpe de suerte: Eugenia le ofreció ser su directora de tesis.

De Eugenia Kalnay recuerda que le impresionó su vestimenta. Se vestía sencilla y sobria, con colores lisos y discretos. Carolina empezaba a darse cuenta de la dinámica: todas las mujeres se vestían así, era su manera de evitar que su apariencia difuminara lo que tenían para decir. Aun así, no había vestimenta que disimulara el hecho de que ella era una mujer y, como tal, parecía ser que su apariencia siempre podía ser objeto de opinión.

En una ocasión, Carolina tuvo que exponer su trabajo frente a un colega muy reconocido en el área. El investigador luego le dio una devolución a su jefa: “Excelente trabajo, ¡pero qué linda es!”. La indignación de Eugenia fue total. Al día de hoy, Carolina recuerda que fue ella quien la hizo feminista: le abrió los ojos a las injusticias de género en ciencia, que nunca antes había sentido, quizás porque había transitado la carrera rodeada de mujeres.

Carolina terminó haciendo la mitad de su tesis en Argentina y la otra mitad en Estados Unidos y se doctoró en 1992. En el área de la meteorología, se espera que todo el conocimiento que se produce sea aplicado, por ejemplo, a servicios de pronóstico. Si no es posible transferir ese conocimiento producido, de poco sirve la investigación. A su regreso a Argentina trabajó para que en el Servicio Meteorológico Nacional (por entonces bajo la órbita de la Fuerza Aérea) se incorporara todo aquello que había aprendido y desarrollado. Le fue difícil: era una mujer en un ámbito dominado casi totalmente por varones que, encima, tenían una relación históricamente complicada con Eugenia Kalnay. Porque la ciencia, muchas veces, también es cuestión de relaciones públicas.

Ilustración: Andrea Cingolani

¡Vamos!

Frustrada con la experiencia fallida con el Servicio Meteorológico Nacional, decidió cambiar de tema. En 1997, escribió un trabajo en el que proponía la existencia de monzones en Sudamérica. Hasta entonces, se creía que solo existían en la India. Ella y sus colegas plantearon que era posible, por las similitudes en ciertas características geográficas, que hubiera fenómenos equivalentes en ambas regiones. Pero para demostrarlo fehacientemente tenían que poder detectar la llamada “corriente en chorro”: una masa de aire moviéndose sobre el continente en forma de lo que en Brasil llamaban “río volador”.

La Organización Meteorológica Mundial la convocó junto con otras personas para monitorear los monzones americanos. Entre ellas había varias meteorólogas, como Celeste Saulo, Paola Salio y Matilde Nicolini. Este grupo puso en marcha el VAMOS (el juego de palabras es intencional, pero es el acrónimo de Variability of the American Monsoon Systems, “Variabilidad de los sistemas monzónicos americanos” en inglés).

VAMOS terminó siendo la iniciativa de observación meteorológica más grande de Sudamérica. El proyecto excedía largamente los presupuestos de cualquier país individual, por lo que solo pudo llevarse a cabo gracias a la cooperación internacional entre los países de la región, a los que se sumó Estados Unidos. Las observaciones se hicieron entre 2002 y 2003, y los resultados fueron publicados en el año 2006. La investigación fue revolucionaria en sí misma porque permitió corroborar lo que Carolina había escrito en 1997: que en América había fenómenos equivalentes a los monzones de la India, y que aquel “río volador” del que hablaban en Brasil efectivamente existía.

Pero VAMOS nos dejó, de yapa, un par de enseñanzas más. Nos enseñó, por ejemplo, que ante la falta de recursos es la colaboración, y no la competencia descarnada, lo que trae los mejores resultados. Y nos enseñó, también, que el conocimiento científico se puede y debe coproducir.

Además de un avión de alta tecnología (llamado “caza huracán” porque literalmente vuela a la caza de estos fenómenos meteorológicos), VAMOS instaló globos sonda y pluviómetros que fueron operados por policías, agricultores, comunidades originarias. Sí, quienes se beneficiarían de esa investigación participaron activamente de ella. Porque el hecho de que la ciencia no se puede (y no se debe) hacer encerrada en laboratorios, sin contacto con el resto de la sociedad, es algo que en meteorología parece estar absolutamente claro. “Al trabajar con antropólogues y agricultores me di cuenta de que para que la climatología sea verdaderamente aplicada se requiere también conocimiento social, cultural, económico e incluso político. Y más que todo, el diálogo de igual a igual con aquellos que se beneficiarán con nuestras investigaciones”.

Contarle al mundo

Carolina entiende la información climática como una construcción social en la que hay que tener en cuenta no solo el contenido de lo que se comunica, sino también cómo y qué se percibe. Quizás tenga que ver con su experiencia en el diario de su escuela secundaria católica del barrio porteño de Palermo. En 1978, durante el Mundial de fútbol, habían salido a hacer entrevistas para el periódico, hasta que se encontraron con una movilización de las Madres de Plaza de Mayo. No pudieron plasmarla es un artículo: como muchas de sus compañeras de colegio eran hijas de militares, el cuerpo directivo de la escuela no les permitió escribir sobre las Madres, y Carolina sufrió así su primera censura. Ya formada profesionalmente, retomó su vocación de comunicadora dando charlas y entrevistas, y también a través de su cuenta de Twitter.

Pero no es solo la vocación lo que la mueve a comunicar sus investigaciones, sino también una urgencia para revertir el curso climático del planeta. Luego de la investigación del VAMOS, su trabajo viró hacia demostrar la relación entre la tendencia creciente de precipitaciones al sudeste de Sudamérica y la emisión de gases de efecto invernadero.

Hoy es una referente y ocupa el cargo de vicepresidenta del grupo de trabajo I del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, iniciativa de la Organización Meteorológica Mundial. Es consciente de que, por más que en la academia se produzca conocimiento valiosísimo en materia de cambio climático, se necesita una interacción intensa con gobiernos, pueblos y organizaciones para revertirlo y mitigar sus efectos.

Carolina Vera siente pasión por lo que investiga, pero también una responsabilidad y una vocación muy fuerte de compartirlo con la sociedad. “La investigadora Corinne Le Quéré decía que deberíamos comprometer un 20% de nuestro tiempo en hacer eso. ¿Por qué? Porque hoy no se puede hacer ciencia si no le explicás al mundo para qué lo estás haciendo. Es nuestra responsabilidad”.

Así es el calor

Que el planeta se está calentando es innegable. Que ese calentamiento global está producido por la actividad humana, también. 190 países ratificaron el Acuerdo de París, firmado en convención de las Naciones Unidas. El objetivo de este acuerdo fue fijar políticas para limitar el calentamiento del planeta a menos de 2°C por encima de la temperatura global en épocas preindustriales. Las consecuencias de no lograrlo pueden ser devastadoras y no son del todo conocidas. Lo que sí es conocido es que existen ciertos puntos de no retorno: si la temperatura sube por encima de esos 2°C es muy posible que los cambios que se produzcan ya no puedan revertirse, incluso si, luego, bajan las temperaturas.

Carolina habla sobre las consecuencias. Habla de regiones lejanas. Del posible derretimiento del Ártico, de la desaparición de los arrecifes de coral o de las sequías extremas en África. Pero también habla de nuestro país: en 2013 una ola de calor azotó al noroeste argentino, un año más tarde, en una Comunicación Nacional, advirtió junto a Vicente Barros que si la temperatura seguía subiendo podría llegar a suceder lo que en Arabia, donde las olas de calor extremo provocan que la gente no pueda salir a la calle; en 2016, demostró que esa ola de calor tuvo también causas antropogénicas.

Esta historia forma parte del libro “Científicas de Acá”, que actualmente está en preventa y pueden conseguir por acá:

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Julieta Alcain
Científicas de Acá

Soy bióloga, pero no sé qué le pasa a tu potus ni puedo operar a tu gata ni tengo nada que ver con el mar. Comunicadora de la ciencia en entrenamiento.